Lecturas recomendadas

El sentido positivo de la confrontación

Somos una sociedad maniquea, que reduce la realidad, simplificándola en dos categorías opuestas y extremas, que sólo ve un principio del bien contra un principio del mal, sin alternativas ni matices. Ello nos incapacita para lidiar con una realidad multidimensional

Bernardo Moncada Cárdenas:
«hoy vivimos el momento del trastorno bipolar.» (Luis Allemany)
Desde que la modernidad asumió la dialéctica como método formal de interpretar la realidad, las visiones simplistas de ella que explican el mundo como lucha de elementos opuestos han impregnado muchas de nuestras acciones: derechas vs izquierdas, masculino vs femenino, bien vs mal, ying vs yang, oriente vs occidente, Magallanes vs Caracas, pobres vs ricos, etc. Por ejemplo, ahora en Venezuela tenemos vigente de manera obsesiva la dualidad Oposición vs Gobierno.
Pero la verdadera dialéctica en algo un poco más complejo. No se trata de un ciego choque entre opuestos sino de una relación, en la cual reconocer al otro, a quien existe, actúa, o piensa, distinto a mí, no solamente me confronta, sino me define como persona. No solamente nos enfrentamos; más bien dependemos entre nosotros. Entre personas normales, la discrepancia libera, ayuda a asumir quienes somos. Es el sentido positivo de la confrontación.
La inercia juega sus trucos a la historia y la dialéctica se paraliza cuando las relaciones son fosilizadas, inmovilizadas en status de institucionalizado antagonismo. Existe una dialéctica estática especialmente extendida y nociva: esa bipolaridad que se define en dos sentidos: en el terreno geopolítico, la existencia de dos bloques de poder irreconciliables; en el terreno psiquiátrico, un trastorno mental complejo caracterizado por cambios pendulares y cíclicos del estado de ánimo, episodios maníacos, marcados por euforia e irritabilidad, y episodios de depresión, intercalando episodios de ánimo normal.
¿Cuál de estas situaciones dialécticas inmovilistas corresponde al momento que se vive en Venezuela? ¡Todas! Evidentemente, nuestro siglo XXI ha transcurrido en una frenética reducción a la unilateralidad: Una mesa de dominó donde se reunían un urredista, un adeco, un copeyano y un comunista, a decirse bromas y compartir amistosamente, se ha tornado inimaginable, los operadores políticos han sido desplazados por Sanedrines y falsos radicalismos antipolíticos.
Bipolaridad. El poder ha logrado implantar mucha «conciencia servil», temor a que un cambio arrebate las míseras migajas que se conceden a la sumisión total. E igualmente se ha implantado en la disidencia la ilusión absurda de una mágica solución rápida. Se creó un engranaje de polos opuestos que ha garantizado la permanencia de la polaridad inmóvil gobierno vs oposición.
También echó raíces la bipolaridad como psicosis colectiva, que lleva la población de una emoción a la opuesta, pendularmente: del “¡Vienen los marines!” al “¡Estamos solos!”; del “¡Ni un paso atrás!”, al “¡Qué impotencia!”; del “¡Votar es traición, es fortalecer al régimen!” al “¡Votar es la única manera!” “¡Esto no lo detiene nadie, podrán hacer lo que sea!”, de julio de 2024.
Sufrimos la enojosa bipolaridad donde conviven obscenas y repentinas riquezas, con la abismal pobreza de un pueblo, de cualquier empleado, reducido al irrisorio sueldo mínimo y sistema de bonos, humillantes e insuficientes.
Bipolaridades que combatir. Somos una sociedad maniquea, que reduce la realidad, simplificándola en dos categorías opuestas y extremas, que sólo ve un principio del bien contra un principio del mal, sin alternativas ni matices. Ello nos incapacita para lidiar con una realidad multidimensional, enfrentando libremente la versatilidad de sus problemas, pues las ideologías en pugna, totalitarias e intransigentes, nos impiden una justa estimación de situaciones, peligros y oportunidades a nuestro alcance. Así no nos liberaremos, aunque cambiemos cien gobiernos.-

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