Opinión

Un mundo a la deriva

El fanatismo no tiene ideología, por lo que encontramos fanáticos en casi todas las religiones, en todas las etnias, en las escuelas de economía y entre las distintas corrientes filosóficas

En el siglo XX ocurrieron cuatro hitos que despertaron el entusiasmo por un mundo en el que los países podrían convivir en paz para enfocarse en disminuir la pobreza, atenuar las desigualdades, mejorar la calidad de vida de todos y elegir gobiernos democráticos que acataran las decisiones de la mayoría y sean respetuosos de los derechos de las minorías.

Lamentablemente, en el presente siglo hemos comprobado que no se cumplieron las expectativas originadas con la creación de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), la derrota del nazismo y del fascismo, la desaparición de los últimos reductos coloniales y la caída del Muro de Berlín con el consecuente derrumbe de la Unión Soviética. Con algunas excepciones, los pueblos han cometido el error de elegir a vendedores de ilusiones que dividen a la sociedad.

En los países desarrollados, dirigentes y dirigidos exacerban la situación de las migraciones, la constitución de enclaves de gente con diferentes valores y la teoría del género. Cierto que en algunos países las migraciones masivas ocasionan inicialmente dificultades para absorberlas y que los recién llegados, como es lógico, tienden a ubicarse donde están los suyos y que, en el caso del islam en Europa, algunos grupos pretenden imponer sus valores. También, que se exagera la promoción de la diversidad de género, lo que es natural por la discriminación de que son objeto, pero hay aceptar que la diversidad existe y debemos respetarla.

En la mayoría de los países no desarrollados, las diferencias se originan básicamente por la pobreza y las violaciones a los derechos humanos. Gobernantes democráticos o dictatoriales no han podido resolver el problema de millones de seres humanos que no tienen cómo satisfacer sus necesidades mínimas de alimentación, vivienda o empleo, ni acceso de calidad a la asistencia médica y a la educación.

Lo mencionado no es novedoso y lo han estudiado muchos expertos. Solo deseamos enfatizar en el problema de los fanáticos que apoyan a gobernantes insensatos y populistas. El fanatismo que imperó durante gran parte de la historia de la humanidad está de regreso, si es que acaso estuvo ausente, y no discrimina entre los todavía llamados de izquierda o de derecha

El fanatismo no tiene ideología, por lo que encontramos fanáticos en casi todas las religiones, en todas las etnias, en las escuelas de economía y entre las distintas corrientes filosóficas. Hay fanáticos en países desarrollados, en vías de desarrollo y en los subdesarrollados. Pululan en dictaduras y también en democracias. Basta que haya un punto polémico agitado por un demagogo que quiere poder o que requiere que lo reconozcan, para que surja el fanatismo. Esta aberración va mucho más allá de querer convencer o de imponer lo que se piensa. El fanático pretende destruir al diferente. Puede actuar como lobo solitario o en manada, tanto desde el poder como desde la oposición.

El fanatismo más peligroso es el que logra dividir la sociedad de un mismo país. A título de ejemplos, lo tuvimos en Venezuela en el gobierno de Hugo Chávez, pero afortunadamente se superó por el desastre de la gestión de Maduro y solo queda un grupito que se aprovecha de dádivas. Está proliferando en varios países de Europa. Para la paz, preocupa el fanatismo que despierta el líder de Corea del Norte. El presidente Bukele tiene una gran aceptación entre los salvadoreños por su combate contra las temibles Maras, pero se percibe peligroso por su proceder arbitrario. Un caso que hay que seguir de cerca es el del presidente Trump quien tiene las características del populista ególatra. Confiamos en que las instituciones de ese gran país logren frenar sus abusos de poder. Otro punto de atención es el fanatismo que mezcla política con religión.

Por lo citado, aunado a la corrupción, pérdida de principios y valores, y a la producción, tráfico y consumo de droga, sin duda vamos a la deriva. Si es que alguna vez tuvimos el rumbo adecuado.-

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