Observaciones sobre la importancia de la libre expresión (I)
¿Aun seríamos seres humanos si no pudiéramos comunicarnos?

“Es enseñándose mutuamente, comunicándose sus pensamientos, debatiendo, emitiendo juicios, que los hombres se unen y forman una cierta sociedad natural. Nada nos distingue más de las bestias: en algunas reconocemos fuerza, como en los caballos y los leones, pero nunca les atribuimos equidad, justicia ni bondad, porque carecen de razón y de habla.”
Cicerón, Tratado de los Deberes
¿Aun seríamos seres humanos si no pudiéramos comunicarnos? El animal político del que hablaba Aristóteles se realiza solo si se relaciona con otros como él mismo y, el mecanismo natural es la palabra que sin embargo se envuelve en el lenguaje que comprende otros elementos como los gestos, las letras, las señas que en definitiva se constituyen en un sistema de signos, el instrumental de la comunicación con la cual construimos nuestra perspectiva y realidad.
Edgar Morin no obstante nos presenta el “homo complexus” que trae a la dimensión humana toda la impresionante riqueza de la complejidad que se aloja en un ser de emociones, instintos, sin razón y razón y desde luego, contradictorio y aun el absurdo al que se refería Albert Camus.
Quisiera sin embargo en estas letras que siguen, referirme a aspectos de ese natural, y en ocasiones compulsivo accionar del “homo actualis” que reitera lo que en la antigüedad greco-romana fue un ejercicio más que admitido, loado, apreciado, protegido a ratos y, perseguido hasta la muerte igualmente, por su alcance y poderoso efecto.
Expresar sentimientos, pareceres, ideas, creencias, cuestionar, criticar y también injuriar, difamar, ofender, son ejercicios presentes en la naturaleza humana y, peor aún, mentir, falsear, denostar deben acotarse y, por otro lado, decir la verdad y haciéndolo asumir la libertad de hacerlo, como recordaba Orwell y lo parafraseo, diciendo aquello que otros no quisieran oír.
En la vieja China se encaraban tendencias como la de Lao Tseu quién postulaba la discreción y del otro lado Confusius que de su lado clamaba por la pública expresión, para llevar al otro tu conocimiento y pugnar por su mejoramiento.
La verdad y el culto que se le rinde a la susodicha completa el avío que nutrió el devenir del producto humano de Occidente y así, los historiadores, en su afanosa narrativa entre el mito y la percepción de la situación que tuvieron ante sí, fueron legitimando el relato de cada cual y la cabida acordada a la expresión como propia de la ontología humana.
Sabemos, no obstante, que la libertad y la libre expresión como uno de sus desarrollos, han seguido el camino de ese hallazgo de la civilización heleno-cristiana que son los derechos humanos, constituyéndose en uno de sus arietes mas penetrantes y convincentes, asumidos por las revoluciones inglesa, holandesa, francesa y cabe mencionar en el decurso de las ideas e instituciones, a Alfonso IX y las cartas de León en 1188 d.c., por cierto, antes que el episodio de Juan sin Tierra y la sanción de la Carta Magna en 1210 de la misma era y con mucha más profundidad humanista.
En paralelo, también se asumió el derecho humano a saber, a estar informado, y de la mano iba, además, el derecho a opinar y, como otro trazo de la revolución francesa, a que se haga pública la verdad, la realidad, la política.
Claro que si la política es el quehacer del poder, la libre expresión y su conquista mas impactante, la libertad de prensa y demás formas de comunicación radial u audiovisual son su natural y legítimo control lo que de por si constituye un derecho humano y en la CRBV se consolida como un ejercicio de participación que supera los planos de la democracia representativa y se muda a al constitucionalizado sintagma desde 1999 de la democracia participativa y protagónica, ( Ver artículo 62 de la CRBV).
Desde mucho antes, no obstante, tal vez con el origen societario mismo y en toda la evolución subsiguiente, se advirtió el choque entre el poder con las versiones e interpretaciones de los hechos y las posturas colisionantes y en la legitimidad de la disensión, fundamentándose, como antes dije, en el valor humanista de la verdad entre otras consideraciones y sobran los ejemplos y sucesos paradigmáticos, como el sacrificio y la victimización del opositor desde Sócrates, Tucídides, Cicerón, Jesús e infinidad de otros casos que pudieran mencionarse.
El poder con sus taras siempre tendrá ojeriza por los testigos que los ponderan y vigilan sus ejecutorias y pensadores que se expresan “demasiado” libremente. La naturaleza humana nos asemeja a lobos más que a corderos y el poder, suele incluso promover la mutación.
Solo quiero, no obstante, señalar la indudable pertinencia de esos valores en la arquitectura de una sociedad de impronta liberal y constitucional, y ello es tanto mas patente en la línea que distingue la democracia constitucional de otras ingenierías o aparatajes que son o derivan hacia la negación de la libertad, y estoy pensando en las autocracias y/o en los diversos totalitarismos, que dicho sea al pasar, se han generalizado, en particular en el siglo XXI, aunque ya devenían expresiones esquizoides en los ensayos socialistas precedentes y en los totalitarismos; basta leer a Hannah Arendt especialmente.
Para que haya república y Estado de derecho entonces – y ello es una conclusión – para gozar de Estado constitucional democrático, de derecho y de justicia y otras categorizaciones en boga, seamos prístinos, debe certeramente disponerse orgánicamente de un sistema que se cimente en la libertad y la no dominación, en el imperio de la ley, en la dignidad de la persona humana y en el disfrute efectivo de derechos políticos, civiles, económicos garantizados, lo cual impone impajaritablemente, irrefragablemente asegurarse la libertad de expresión y la libertad de prensa y como antes dijimos, otros medios de comunicación.
Empero, no es tanto en la teoría que ello se discutiría, sino en la práctica, en la vida cotidiana y especialmente, en la dinámica propia del ejercicio ciudadano. Una cultura de la libertad debe construirse en el ejercicio de la libertad de expresión, repito, pero, con una exigencia impretermitible, la responsabilidad. Esa es la contrapartida que redunda en legitimidad. Como diría coloquialmente algún avispado, “No hay almuerzo gratis.”
La semana próxima completaremos la reflexión, Dios mediante, apuntando además a la situación actual y en Venezuela particularmente.-
Nelson Chitty La Roche, nchittylaroche@hotmail.com, @nchittylaroche