Cuando la política es asunto de la Iglesia
Si los derechos humanos, la paz y la libertad están en peligro, la Iglesia tiene el deber de pronunciarse

La Constitución Gaudium et spes puso en claro el principio que inspira a la Santa Sede cuando se dirige a los hombres políticos o interviene en el campo de la diplomacia: “La Iglesia, que por razón de su misión y de su competencia no se confunde de ningún modo con la comunidad política ni está ligada a sistema político alguno, es a la vez signo y salvaguarda del carácter trascendente de la persona humana”.
La Iglesia Católica tiene una misión específicamente religiosa y no de orden político, económico o social, por lo cual su mensaje trasciende las divisiones humanas y las fronteras nacionales. Su diplomacia está al servicio de los derechos humanos porque la premisa es la primacía del hombre y su dignidad. Ello debe haber inspirado la labor de un Papa que fue canonizado, Juan Pablo II, en favor de la libertad de su pueblo, Polonia, martirizado por el comunismo soviético. También debe haber inspirado una de sus frases inolvidables, pronunciada durante su segundo viaje a México: “Cuando los derechos humanos están en riesgo, la política es un asunto de la Iglesia”.
En consecuencia, una cosa es que la Iglesia, como institución, se abra a todos y se abstenga de participar en política de la manera como pueden y deben hacerlo los laicos; y otra el que se prive de opinar, denunciar, condenar los abusos, alertar y, sobre todo, orientar cuando la paz y la libertad están bajo amenaza. Y no hacerlo una vez, sino «70 veces siete».
En sus exhortaciones y comunicados, los obispos venezolanos se han referido al compromiso con la paz y el destino democrático de este país, que pasa por el abandono de la pretensión totalitaria y el respeto a las libertades ciudadanas. Pasa por la aceptación de la disidencia y el cese de la represión. Ninguna declaración de organización o líder alguno, hasta hoy, ha sido -en sus momentos- tan completa, tan vertebrada, tan sólida y valiente, así como tan solidaria con las familias que hoy lloran a sus seres queridos. Especialmente firme fue el texto cuando recordó algo que debía estremecer el espinazo de todo aquél que conservara algún vestigio de temor de Dios en su espíritu: el Quinto Mandamiento. El que tenga oídos…
Este tipo de llamados, dado el empeoramiento de la situación en Venezuela y vista la necesidad de la palabra orientadora, deben multiplicarse, recordando que la paz es un resultado de la justicia, del respeto a la dignidad de la persona y de la solidaridad con el más débil, con el perseguido y el olvidado.
Nada es más profético que emplazar al poder cuando se torna arbitrario y orientar al pueblo cuando se siente vejado, abrumado y abandonado. Es lo que hizo Cristo y es lo que están haciendo, por ejemplo, los obispos cubanos cuando por primera y asombrosamente directa vez, en un contexto tan riesgoso, han dejado traslucir la gravedad de la situación a través de su voz fraterna y clara: “En todos los lugares de la geografía nacional, para los oídos atentos y respetuosos del sufrimiento del prójimo se escucha continuamente que las cosas no están bien, que no podemos seguir así, que hay que hacer algo para salvar a Cuba y devolvernos la esperanza” (…) “Con la fuerza del amor que profesamos por Dios y por Cuba, queremos dar una palabra de aliento: «¡No tengamos miedo de emprender nuevos caminos!»
El Papa lo acaba de decir de manera meridiana a los nuevos pastores latinoamericanos – que de la realidad regional tiene el pontífice la más vasta experiencia- a quienes entregó el palio en Roma, en un mensaje que no podemos sino calificar de interpelante: Aléjense de “esquemas pastorales que se repiten sin renovarse”. Y recordó: “En la historia de los dos apóstoles -en referencia a Pedro y Pablo-, en cambio, nos inspira su voluntad de abrirse a los cambios, de dejarnos interrogar por los acontecimientos, los encuentros y las situaciones concretas de las comunidades”.
“La fe cristiana bien entendida nos exige a todos los creyentes responsabilizarnos del destino del país”, llamaron los obispos venezolanos en una ocasión en que nuestro pueblo protestaba y la respuesta era inmerecida y desmedida. Tal vez la memoria nos ubique en el 12 de febrero de 2014, cuando iniciaron las manifestaciones de calle. Manifestaciones que solo se tornan escenarios violentos cuando llega la represión a expresiones de descontento perfectamente legítimas. Entre el 12 de febrero y el 29 de mayo de 2014 fallecieron 43 personas. Honrando aquella premisa ineludible se pronunció la Conferencia Episcopal en un llamado histórico –que no es exagerado calificar de inédito, a pesar de heroicos precedentes en otros momentos aciagos de la vida venezolana- por su contundencia y precisión.
Juan Pablo II habría coreado, con toda seguridad: “Cuando se criminaliza la protesta ciudadana y ocurre la negación práctica de los derechos humanos en el trato a los manifestantes”, la política es un asunto de la Iglesia.-
11/04/14-actualizado
Artículo publicado originalmente en Globovisión y Aleteia.org