Opinión

Fascismo y neofascismo (I)

El fascismo es la ideología de nuestros tiempos más difícil de rigorizar. Son varias las razones que dificultan la tarea

Ricardo Combellas:

El fascismo es la ideología de nuestros tiempos más difícil de rigorizar. Son varias las razones que dificultan la tarea. En primer lugar, a diferencia de las ideologías que consideró  como sus radicales enemigas, el liberalismo y el comunismo,  el fascismo no surge primeramente de una construcción intelectual elaborada por sus grandes doctrinarios (Locke y tantos otros para el liberalismo, como Marx y Lenin para el comunismo) , sino de una experiencia concreta, una praxis, a partir de lo cual se construyó una síntesis de sus rasgos más prominentes, lo que llamó Umberto Eco el fascismo eterno. La categoría metodológica que Max Weber llamó “Tipo Ideal” es la que más se acerca a los esfuerzos académicos para identificar a un régimen político como fascista. Indefectiblemente sus notas definitorias nunca coincidirán totalmente, pues cada fascismo termina siendo una experiencia única, específica, particular.

Otro problema que nubla la mente racional y agudiza las pasiones es el sentido peyorativo que persigue al concepto. En el debate político, en el careo de posiciones, no hay mayor ofensa que despachar los argumentos del adversario al calificarlo de fascista. No he conocido a ningún ser humano, de ayer o de hoy,  que se sienta cómodo con el calificativo, considerado siempre como un insulto para la persona que lo sufre. Stalin, despiadado político sin escrúpulos, se dedicó con saña a calificar a sus antiguos compañeros, los socialdemócratas moderados, de social-fascistas, con el propósito  deliberado de arrojarlos al averno de la ignominia y el oprobio. En los años sesenta, yo miembro de la juventud universitaria copeyana, sufrí en el nosotros de mi colectivo socialcristiano el calificativo de fascista que nos arrostraba la juventud del  PCV y el MIR, los radicales de izquierda en ese entonces predominantes en el estudiantado. En esos turbulentos  años, Jürgen Habermas, incómodo ante el dogmatismo del mundo juvenil universitario, los calificó de “fascistas de izquierda”, dada su intolerancia y violencia verbal con el que se atreviera a discutir sus argumentos. Todavía hoy leo con frecuencia  los fuertes epítetos que se le dirigen al presidente Trump por parte del medio académico radical, calificándolo con el peor insulto, fascista.

Un tercer aspecto de la mayor importancia se refiere a una distinción algunas veces ignorada: la mentalidad fascista por una parte y el régimen fascista por la otra. La mentalidad fascista  nos refiere a un modo de pensar la vida, la relación con  nuestros semejantes, su manifestación en la política y relación con el poder. El régimen fascista  nos refiere a la organización institucional, la concepción y funciones del Estado, así como su concepción de la sociedad, la estructura del liderazgo, las relaciones entre los gobernantes y  los gobernados. La experiencia histórica del fascismo y sus ejemplos más acabados y exitosos, el fascismo italiano y el nazismo alemán, me llevan a considerar que lo primero, la mentalidad fascista antecede al régimen, independientemente de que el régimen en funcionamiento adapta la mentalidad a las coerciones que le impone tanto la estructura de poder en su interior, como el ambiente nacional e internacional donde se desarrolla.

La mentalidad fascista es un concepto cultural, y nos remite a ideas y concepciones  del hombre, del mundo y de la vida (lo que los alemanes definen como “weltanschauung”) que crecieron y se fortalecieron de tal modo que se impusieron como una fuerza revolucionaria en los países que lo terminaron experimentando. Han pasado alrededor de cien años de la primera revolución fascista, y nada obsta a que en caso de reaparecer ideas y concepciones parecidas, resurgirán experiencias fascistas en cualquier parte del mundo. La experiencia no será igual, la historia no se repite, pero con sus específicas características hará polvo las ideas centrales del mundo en que nos tocó vivir, lo que llamamos, aunque cada vez con menos firmeza, la civilización occidental.

Estas ideas que maduraron en la segunda mitad del siglo XIX en Europa y eclosionaron en  el período de entreguerras  (1918-1939) son a mi entender: la  antiilustración, el tradicionalismo,  el irracionalismo, el “miedo a la libertad”, el autoritarismo con pretensión totalitaria, el estatismo, el liderazgo carismático y el elitismo antidemocrático. (El próximo lunes desarrollaremos el punto, así como la significación actual del neofascismo y sus consecuencias para la democracia).-

Imagen: espaciopublico.ong/El Nacional

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