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Jesús, ¿quién eres tú?

En el marco de los mil setecientos años del Concilio de Nicea, desearía reflexionar sobre la persona de Cristo

Nelson Martínez Rust:

 

I

 

Es por demás variada la experiencia que cada hombre tiene de su encuentro con Cristo. Me atrevería a decir que es muy personal, irrepetible y única: cada quien lo experimenta a su manera y en las circunstancias propias de su existencia. Algunos lo consiguen a temprana edad, otros a mediana edad y otros, finalmente, en la edad de la plena madurez. Ese encuentro, muchas veces se lleva a cabo de manera inesperada y sorprendente. Es el caso de San Agustín, a quien le quedó la nostalgia de no haberlo conocido a temprana edad.

Particularmente soy de la creencia de que todo ser humano, en algún momento de su vida, goza de la oportunidad de ese encuentro con Cristo, siendo lo importante, no tanto el hecho de percibirlo, cuanto la actitud que se pueda derivar de él: “Al revelarse a sí mismo, Dios quiere hacer a los hombres capaces de responderle, de conocerle y de amarle más allá de lo que ellos serían capaces por sus propias fuerzas” (Catecismo 52).

Uno de los cometidos de la Iglesia es de facilitar, por todos los medios, ese encuentro, y el de, una vez alcanzado, el mantener y guiar al hombre en su profundización hasta alcanzar la plenitud mediante la realidad sacramental: “Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti el único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo” (Jn 17,3; Cf. Catecismo 74-100). Ahora bien, este “designio divino de la revelación se realiza a la vez “mediante acciones y palabras”, íntimamente ligadas entre sí y que se esclarecen mutuamente” (Dei Verbum 2; Cf. Catecismo 53).

En el marco de los mil setecientos años del Concilio de Nicea, desearía reflexionar sobre la persona de Cristo apoyándome en una metodología que nos ayuda, no solo a encontrarnos con el Señor vivo y actual – resucitado -, sino que también nos ayuda a entender su doctrina con mayor claridad y a seguirla – ser auténtico cristiano -. Esa metodología no es otra que la de ir descubriendo la persona de Jesús y su doctrina, no a partir de las definiciones dogmáticas, que se han venido formulando a lo largo de la historia de los Dogmas, Concilios y Magisterio, sino de la reflexión nacida de las actitudes, toma de posición y comportamientos del mismo Jesús narrados por los Evangelios. Es así como entiendo la afirmación ya citada del Concilio Vaticano II sobre la Divina Revelación. A esta metodología se la conoce con el nombre de “La Teología ascendente”, la cual, partiendo de los hechos concretos de la vida de Jesús, alcanza la Verdad que contiene el misterio de la realidad “Cristo”. No significa que no le brinde la debida atención a los dogmas y al magisterio, lo que deseo es buscar la manera de hacer mucho más asequible al hombre de hoy el misterio de Cristo, “Hijo de Dios” y “Hombre verdadero”.

Otra acotación final: Esta Teología ascendente, no debe considerársela parte del “Kerigma”. Este resume el anuncio de la “Buena Nueva” – “Crean y conviértanse” -, mientras que lo que Dios-Padre ha realizado en Jesucristo es la “Buena Nueva”, a quien ha resucitado de entre los muertos, por lo tanto, es Él – “Cristo” – el que contiene “La Vida”, es “La Verdad” ya predicada y anunciada por los Profetas y que debe ser seguida en “El Amor”.

Solo deseo rendir un tributo de admiración a los hombres de Nicea que plasmaron a través del Concilio el misterio de Cristo para los hombres de hoy. Él es “La Vida” para la humanidad. Lo que en otros tiempos le sucedió al hombre Jesús, o lo que Él hizo y dijo, no ha desaparecido para siempre en el misterio del tiempo; no ha pasado de moda. Cristo es el viviente, en virtud de su pasión, muerte y resurrección. Por lo tanto, su pasado no deja nunca de irrumpir en el presente increpando e interpelando al mundo actual.

Este punto de partida me lleva a estudiar ciertos episodios como pueden ser: el bautismo, las tentaciones, la predicación, los milagros y la transfiguración, para posteriormente procurar afrontar las actitudes de Cristo ante Dios, su Padre, ante la religión judía y su ambiente en general. De esta manera, pretendo descubrir, al mismo tiempo, el anuncio “existencial” = “humano” y “trascendente” = “divino” del hombre Jesús de Nazareth, que los apóstoles y la comunidad primitiva confesaron como “El Cristo”, “El Mesías”, “El Dios con nosotros”.

 

LOS EPISODIOS

1.-    El primer episodio en analizar será “El bautismo

Todo tuvo su inicio con la predicación de Juan “El Bautista” (Mt 3,1-3). Una vez que Jesús es bautizado, Él inicia su recorrido por las ciudades y pueblos circunvecinos predicando “El Reino de los Cielos”. Ahora bien, ¿cuál es el sentido del bautismo de Jesús? ¿Por qué se bautiza si él no tiene pecados? ¿Cómo entendió la primitiva Iglesia ese acontecimiento? Estas preguntas surgen por el hecho de que el bautismo de Juan era en función de la conversión: “Convertíos porque ha llegado el Reino de los Cielos” (Mt 3,1-2).  San Juan evangelista ha consignado el diálogo entre Jesús y el Bautista (Jn 1,29-34), el cual buscaba o tenía por finalidad la separación de significado entre el acto bautismal llevado a cabo por Jesús y su sentido penitencial original. Jesús no confiesa sus pecados, puesto que no los tiene, sin embargo, el Espíritu da fe de la elección divina llevada a cabo en su persona (Jn 1,32-33). El Evangelio de Mateo manifiesta el mismo pensamiento al consignar la negativa de Juan “El bautista” de bautizar a Jesús (Mt 3,14). Por lo tanto, el alcance teológico del hecho del bautismo de Jesús debe tener otro significado, ¿dónde buscarlo? Ciertamente que debe tenerlo. En el deseo de encontrar ese otro sentido, no hay que olvidar que los Evangelios fueron escritos después de los sucesos de la Pascua y que nacieron de la predicación original apostólica y de la meditación de las primeras comunidades que siguieron a Cristo.  Por consiguiente, el hecho original ha adquirido su plena significación a la luz de esta realidad pascual. De ahí que, el bautismo de Jesús debe ser analizado a partir del acontecimiento de la resurrección, adquiriendo así su significación plena.

¿Qué enseña o desea trasmitir el Evangelio de Marcos (Mc 1,9-11)? Ante todo, se debe tener presente que su Evangelio es una forma de predicación apostólica primitiva. Proclama “La Buena Nueva”: Jesús es el Hijo de Dios. Ahora bien, si este anuncio inaugura un “Nueva Inicio”, el bautismo de Jesús viene a ser la inauguración de ese inicio. Él es la puerta de entrada a esa novedad. Así lo dan a entender los versículos 10 y 11. La apertura de los cielos significa que se ha inaugurado unas nuevas relaciones entre Dios-Padre y los hombres mediante la persona de Jesucristo; Él es el portador de una época de gracia, al mismo tiempo que la presencia de los dones divinos.

Algunos autores han traído a la memoria los pasajes de Isaías 51,9-11 y 64,1-11 en donde se anuncian los tiempos mesiánicos. Otros hacen referencia a Jos 3,14-17. Todas estas referencias remiten a la siguiente lectura: no se trataría para Jesús de un bautismo recibido en orden a una “penitencia por los pecados”, sino al hecho de que Jesús es el que inaugura el reino mesiánico y que este inicio se lleva a cabo bajo la moción del Espíritu Santo según la tipología del Éxodo y los profetas. La efusión del Espíritu Santo pasaría a significar la ratificación de dicha instauración en cuanto “comunidad mesiánica”. El Espíritu Santo se da con la finalidad de crear un nuevo Israel. Es así como debe entenderse la voz que venía de los cielos: “Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco” (Mc 1,11).

De todo lo dicho se puede concluir lo siguiente: Si Jesús se somete a la Ley judía al practicar el acto penitencial del bautismo de Juan “El bautista”, es para que, por ese mismo acto de sumisión, se perfeccionara dicha Ley al ser sustituida por otra Ley basada ya no en el Sinaí sino en el Espíritu Santo, siendo su signo el bautismo cristiano. Por consiguiente, para Mateo, el bautismo de Jesús debe verse como la introducción en una “Justicia Nueva” anunciada y proclamada ya por medio del canto del “Siervo de Yahveh” de Isaías. De esta forma, Mateo lo que haría sería añadir una precisión a la misión mesiánica de Jesús de la cual hablaba ya Marcos.

La posición de Lucas es interesante.  El tercer Evangelio centra la atención en un doble acontecimiento, siendo el primero de ellos la oración de Jesús: …Jesús, ya bautizado, se hallaba en oración, se abrió el cielo, bajó sobre Él el Espíritu Santo en forma corporal…” (Lc 3,21-22). Lo que hace llamativa a la oración es el hecho de estar vinculada a la venida del Espíritu Santo. Es posible que el evangelista haya querido hacer alusión al hecho de que, en la Iglesia primitiva, los cristianos oraban en el momento de la efusión del Espíritu Santo (Hch 1,14; 2,1;4,31), como también en la celebración del bautismo, con la finalidad de que el Espíritu descendiera sobre el bautizado. La intención de Lucas al colocar la pericona de la oración sería la de manifestar que el bautismo de Cristo es el prototipo del bautismo cristiano. De esta manera quedaría claro que Cristo vendría a ser el modelo del cristiano, tema que es uno de los preferidos del Evangelio lucano. No se debe olvidar que la primera preocupación del tercer Evangelio es eclesiológica más que cristológica.

De esta manera el rito bautismal viene a estar constituido por la inserción del cristiano en el “Cuerpo Místico de Cristo” de cual Él – Cristo – es cabeza y Nuevo Adán. La liturgia bautismal se convertiría en el nuevo nacimiento y en la entrada en el Pueblo de Dios. No obstante, esta doctrina no está olvidado el aspecto cristológico, ya que Jesús es presentado como el instaurador de la comunidad mesiánica de los “últimos Tiempos”. Más tarde San Pablo acogerá y desarrollará de manera magistral esta doctrina bautismal en Romanos (Rm 6).

Se podría muy bien continuar en la profundización de esta teología. Considero que ya es hora de extraer las consecuencias del análisis del bautismo de Jesús. Son varias las consideraciones que a tal respecto podemos se llega.

A.-  Ciertamente que el bautismo de Juan en el Jordán tenía un carácter predominantemente penitencial. Así lo atestigua Mateo 3,2-3. Sin embargo, al leer con atención los cuatro Evangelios, se encuentra una tendencia a superar un esquema meramente penitencial. Esta tendencia se puede observar en el caso del evangelista Mateo. En donde se presenta con bastante precisión es en Juan. No así en Lucas que muestra cierta ambigüedad debido a que él hace mucho más hincapié en una lectura de orden eclesiológico del pasaje.

B.-    Entonces, ¿dónde buscar el contenido teológico? La participación de Jesús en un acto penitencial no debe reducirse exclusivamente a unas consideraciones piadosas y sentimentales. Por el contrario, tiene una profunda significación teológica. En este acontecimiento la Iglesia primitivo reconoció la proclamación del mesianismo de Jesús. Ahora bien, atendiendo a la veracidad de esta afirmación surge la siguiente pregunta: ¿de qué clase de mesianismo se trata? La respuesta hay que irla a buscar en los cantos del “Siervo de Yahveh” de Isaías (Is 42,1-9; 49,1-6; 50,4-11; 52,13-53,12). El “siervo” es aquel que lleva sobre sus hombros los pecados del pueblo de Israel y el primer acto que Jesús afronta es el de someterse a la confesión de los pecados. Es necesario tener presente que Él no toma distancia de los pecados de los hombres, por el contrario, los asume. Ahora bien, no se trata de una confesión en donde se asumen los pecados personales. En Juan 18,46 se disipa esta ambigüedad: ¿Quién de vosotros puede probar que soy pecador? Si digo la verdad: Jesús se considera, porque lo es, libre de toda mancha o pecado. El mesianismo de Jesús no está separado de los hombres; lo que si hace es tomar sobre sí – se hace solidario – de los pecados de la humanidad. Se hace pecado, sin ser pecador. Esta verdadera y total aceptación de los pecados de los hombres lo habría de convertir, más tarde, en reo de muerte ente el poder romano y ante su pueblo, como lo había vaticinado el profeta Isaías. El poder opresor – Roma – se confabula con el poder religioso – Sanedrín – para condenar la auténtica libertad. La traición y la muerte se encuentran ya sugeridas en el acto bautismal del jordán puesto que pecado y muerte están profundamente vinculados.

C.-    La universalidad de la confesión de los pecados como la manifestación de “La Justicia Divina”, que también aparece implícita en el bautismo de Jesús, fue entendida por la primitiva Iglesia como un nuevo nacimiento, como la transición que sufría la vieja humanidad hacia una humanidad nueva. Los nuevos tiempos ya han llegado (Mt 3,16; Mc 1,10), y se caracterizan por la vigencia, la presencia actuante y santificadora del Espíritu Santo.

D.-  El “Reino de los Cielos” se hace presente en la realidad del mundo teniendo muy presente a la humanidad pecadora: Este “Reino de los Cielos” asume el pecado para transformarlo por la acción del Espíritu Santo. Así Jesús, que posee el Espíritu por ser Dios, se confrontara con la fuente del sufrimiento y de la muerte: El Pecado, que ha sido introducido en la historia humana por la falta del primer hombre, Cristo será el portador del Espíritu, el “Nuevo Adán”.

Terminado el episodio del bautismo, los Evangelios narraran que el Espíritu conducirá a Jesús al desierto para ser tentado por el diablo: “Entonces Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto para ser tentado por el diablo” (Mt 4,1).

De lo que hemos visto, podemos concluir que Jesús es el Mesías anunciado por los Profetas y esperado por el Pueblo de Israel.-

 

Valencia. Agosto 3, 2025

 

 

 

 

 

 

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