Cumaná: Extraordinaria homilía de Mons Ángel Fermín, Arzobispo Metropolitano en el 129 aniversario de Andrés Eloy Blanco
Enseñó a una sociedad fragmentada, por las enemistades y discordias, a perdonar, a ser generosos, inclusivos y hombres honrados. Enseñó tolerancia. Ese es el verdadero legado de un hombre puro, justo e inteligente

“¿Qué cosa mejor podemos traer en el corazón, pronunciar con la boca, escribir con la pluma, que estas palabras: gracias a Dios? No hay cosa que se pueda decir con mayor brevedad; ni oír con mayor alegría; ni sentirse con mayor elevación; ni hacer con mayor utilidad” (San Agustín)
Muy apreciados hermanos,

Nos hemos reunido; en esta Santa Iglesia Catedral; que está a pocos metros de la casa natal de Andrés Eloy Blanco, para celebrar los 129 años de su nacimiento. Nace, en esta tierra de gracia, junto al mar, inmensidad que da forma a su espíritu abierto, a su creatividad y su alma generosa.
Nos acompañan los miembros de la Fundación Andrés Eloy Blanco, que tiene la misión de custodiar y difundir la obra de tan insigne sucrense.
Agradezco, de corazón, a la Fundación, especialmente a la Señora Guadalupe Berrizbeitia, el gesto de incluir, entre las actividades celebrativas de esta importante y muy significativa fecha, la celebración de la Santa Misa, gesto que la ennoblece y nos da a conocer, que usted, y la fundación que representa, reconoce, a Dios, como fuente de todos los dones y beneficios.

Andrés Eloy Blanco es un gran modelo para todos nosotros. En su corta vida, 59 años, fue abogado, poeta, humorista, y político, pero Venezuela lo recuerda como su hacedor de versos favorito, su poeta. Enseñó a una sociedad fragmentada, por las enemistades y discordias, a perdonar, a ser generosos, inclusivos y hombres honrados. Enseñó tolerancia. Ese es el verdadero legado de un hombre puro, justo e inteligente. Tenía el corazón ancho de un ciudadano ejemplar. A este respecto en un discurso en Washington, con motivo de la inauguración de una estatua de El Libertador, dijo algo que pudiera aplicarse a este insigne cumanés: “¿Bolívar pesaba cincuenta kilogramos,10 kilogramos de carne y huesos y cuarenta kilogramos de corazón!
¿Quién, en nuestro país, no aprendió de memoria y declamó el poema “Píntame angelitos negros”?, poema que mostró de manera más nítida y sencilla su singular habilidad para comunicarse con su pueblo; con lenguaje llano y hermoso. En la nación se lo sabe todo el mundo. Lo aprenden los niños en la escuela, lo recitan las madres y lo conservan las abuelas.

¿Qué es la gratitud? La gratitud es el sentimiento de valoración que nos hace reconocer y apreciar un bien, beneficio o favor que se nos haya hecho, y querer corresponderlo, de alguna forma, a través de palabras de agradecimiento o mediante un gesto noble.
La gratitud es señal de nobleza y constituye un lazo fuerte en la convivencia con los demás. Es también una manifestación de nuestra fe, pues ia ingratitud no reconoce a Dios como fuente de los dones. Por tanto, el hombre de poca fe da pocas gracias: todo le parece natural, o algo a lo que tenía derecho. Normalmente, quien no es agradecido con Dios tampoco lo es con sus semejantes. “Es ingrato—decía Seneca- el que niega el beneficio recibido; ingrato es quien lo disimula; más ingrato quien no lo descubre y más ingrato de todos quien se olvida de él”.
La persona que agradece los beneficios recibidos, se le promete mucho más, pues el que es fiel en lo poco, con mucho derecho se le confiará grandes responsabilidades; así como; por el contrario, se hace indigno de nuevos beneficios quien es ingrato a los favores recibidos antes.

Por eso, esta celebración es una acción de gracias a Dios, por la vida y el legado de Andrés Eloy Blanco; y una petición a Dios a que nos parezcamos a él. Nuestro país, nuestra ciudad necesita de hombres y mujeres capaces de construir la cultura del encuentro, del respeto por el otro, de la solidaridad, en definitiva, como dijo San Juan Pablo ll “la cultura del amor”.
Podemos distinguir tres tipos de personas que se suelen encontrar en cualquier organización social:
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- Por una parte, aquellos que tiran fuertemente hacia abajo. También los llaman los “seductores”. Son los que ceden demasiado a su naturaleza, que buscan una vida cómoda y tranquila, que tienen una mentalidad naturalista, que tal vez sean buenos, pero que no hacen ningún esfuerzo grande. Son como las gallinas, que miran siempre hacia abajo, que ven solamente o sobre todo su pequeño mundo.
Por otra parte, están aquellos que empujan hacia adelante y hacia arriba. Son los conductores, los jefes. Son los que extienden las manos hacia las estrellas. Son como águilas; que aspiran a las alturas. Se les llama también magnánimos; los que tienen un alma grande. Empujan siempre a lo grande, a lo espléndido, a lo perfecto. Un gran santo de la Iglesia, San Josemaría afirma: “Magnanimidad: ánimo grande, alma amplia en la que caben muchos. Es la fuerza que nos dispone a salir de nosotros mismos, para prepararnos a emprender obras valiosas, en beneficio de todos. No anida la estrechez en el magnánimo; no media la cicatería, ni el cálculo egoísta, ni la trapisonda interesada. El magnánimo dedica sin reservas sus fuerzas a lo que vale la pena; por eso es capaz de entregarse él mismo. No se conforma con dar: se da. Y logra entender entonces la mayor muestra de magnanimidad: darse a Dios”. iNecesitamos este tipo de personas en nuestra ciudad!

Y, finalmente, el tercer grupo de aquellos que está en medio de los otros dos. Son los indecisos, los dependientes, los que se inclinan hacia las águilas o hacia las gallinas, según quien domine e influya más en la comunidad. Son como ovejas que se dejan arrastrar por los pastores que más les convienen o les convencen; sea hacia arriba o sea hacia abajo. Estas son personas carentes de personalidad propia. Personas dóciles a las ideas ajenas, dispuestos a inclinarse bajo la presión de la opinión pública, de la moda del interés. Hombres del temor y del respeto humano. Son, como decimos coloquialmente, los camaleones. iDios nos libre de pertenecer a este grupo!
Andrés Eloy Blanco fue magnánimo, hombre de un corazón grande, de una mente brillante, de una gran capacidad de comunicarse con todos, de influir positivamente en los demás. Hombre íntegro; que siempre actuó según sus principios; y siempre buscó el bien común. Lo que decía con sus labios y pluma lo avalaba con su vida, con su ejemplo cotidiano. Es lo que necesitamos en este momento: hombres creíbles. Como decía San Pablo VI: “el hombre contemporáneo cree más en los testigos que en los maestros. Y si cree en los maestros es porque antes han sido testigos”.
Esa magnanimidad de Andrés Eloy se manifestó en su capacidad de aglutinar, y reconocer el puesto que deben ocupar las personas. Fue agente de comunión y de concordia. Andrés Eloy Blanco fue elegido presidente de la Asamblea Constituyente en 1946 y —tal como reconoce Otero Silva (otro insigne venezolano)- “a no ser por [a amplitud y el talento de quien lo dirigía, aquel organismo habría concluido varias de sus sesiones a tiros (…) El poeta encauzaba y apaciguaba las pasiones por obra y gracia de sus espléndidas intervenciones, de su comprensión humana e incluso de los punzantes

epigramas sin veneno que enviaba desde la Presidencia a los Parlamentarios de la oposición… y también a los del gobierno. Algunos discursos suyos, pronunciados en la Asamblea Constituyente; son piezas oratorias antológicas; por el estilo y por el contenido”

En sus poemas se trasluce esa luminosa humanidad que albergaba en su ser y lograba colar en versos:
“Querer es tener la vida repartida por igual entre el amor que sentimos y la plenitud de amar…”
Queridos hermanos, así como lo hicieron Antonio José de Sucre y Andrés Eloy Blanco, tenemos la responsabilidad de colocar el nombre de Cumaná, en la cima, en lo más alto. En esta misión, nadie debe ser excluido, todos somos “piedras vivas” en la construcción de esta gran ciudad. Y lo voy a explicar por medio de una anécdota que leí hace muchos años:
En cierta ocasión, estaba una persona dando vueltas a como acercarse a los que les rodeaban, ya que le costaba quererlos como eran, pues se quedaba en sus defectos, y esto le hacía que le costara su relación con los demás.
Pensando sobre esta idea, se puso a rezar delante del Sagrario pidiendo, con intensidad, que el Señor le enseñara amar a los demás.
Al poco tiempo, sin haber recibido una respuesta ciara del Señor a su petición, se encontraba paseando y vio a un hombre parado delante de un montón de piedras, cuando pasó delante de él, este le preguntó:
- “¿Qué ve Ud. amigo mío?”.
- “Un grupo de piedras” — respondió él.
- .. ¿qué aprecia en ellas?
- “Veo que hay unas muy bonitas que hay que cuidar, otras que hay que limpiar y otras que yo tiraría”
Y el hombre le respondió:
“Muy buena apreciación particular de lo que tengo; venga mañana y le enseñaré lo que yo veo”.
Al día siguiente regresa el individuo, y se encuentra un hermoso mural de Cristo resucitado realizado con todas las piedras que él había clasificado según su parecer, y el hombre que realizó el mural le dijo:- “Yo veía este gran mural y entraba en una profunda reflexión de cuáles eran las piedras que usaría, y decidí iniciarlo sin sacar ninguna y cuando lo terminé, me di cuenta que necesitaba cada una de ellas y que ahora, si quito alguna de las piedras, el mural estaría incompleto”.

“Esto me hizo entender dos cosas: Una, que el valor particular de cada una de ellas según mi parecer no es el mismo valor que le da Dios a ellas; y en segundo lugar, si yo fuera una de estas piedras que forman el cuerpo de Cristo, para que yo me vea bien en este mural, sólo tendría que quedarme, y sólo tendría que permanecer en el sitio que me corresponde, porque de lo contrario, no sería la figura exacta de lo que el autor quiere darle”
Queridos hermanos, que esta Santa Misa en ocasión del nacimiento del poeta del pueblo nos anime a honrar su memoria, imitando su ejemplo de hombre culto y sensible; ciudadano ejemplar; agente de comunión; que nos ayude a custodiar y difundir el gran legado que nos dejó, a fin de que podamos construir nuestra ciudad sobre los cimientos del conocimiento, el respeto, la moral y las buenas costumbres. Así sea.-
*Ángel Francisco Caraballo Fermín
Arzobispo Metropolitano de Cumaná