De la experiencia a la teoría
La libertad humana adquiere pleno sentido en la prosecución del bien. Para ello es preciso captar el mensaje moral de la naturaleza, atendiendo a las inclinaciones naturales de la persona libre

Rafael María de Balbín:
Es un hecho de amplia notoriedad que tenemos todos una adquisición espontánea de los valores éticos fundamentales y que emitimos juicios de conciencia sobre lo bueno y lo malo. A partir de de ahí los filósofos y los teólogos buscan los primeros principios de la ética, para probar su valor y fundamentarla sobre la razón discursiva.
Además, las distintas tradiciones sapienciales y filosóficas así como las diversas ciencias humanas muestran como ciertos comportamientos expresan una ejemplar excelencia, a los ojos de todos, en el modo de vivir la propia humanidad: por ejemplo la importancia del buen ejemplo de los padres en la educación de los hijos, o los efectos beneficios de la democracia en el desarrollo humano o la paz social (cfr. COMISIÓN TEOLÓGICA INTERNACIONAL, junio de 2009: En busca de una Ética universal: un nuevo modo de ver la Ley natural, nn. 60 y ss.).
Parece vano el intento de fundamentar la vigencia de la ley moral natural sin acudir a la metafísica o filosofía del ser. Ella nos muestra la existencia del Creador y de los entes creados, que son limitados; y la existencia de un Logos divino, fundador de las leyes del universo; fin último de todos los entes creados, y a la vez inmanente en ellos porque los conserva en el ser. Así se hace posible conocer la ley moral natural como una participación de la ley eterna en la creatura racional, según la conocida definición de Santo Tomás de Aquino. Esa ley no es ajena o externa al hombre, sino afincada en lo más hondo de su naturaleza. Es una teonomía que a su vez es autonomía.
Conviene subrayar la importancia de la naturaleza, que es la esencia de una cosa, su principio interno de actividad. La naturaleza es fuente de una finalidad inmanente y de una regularidad en el propio obrar. Cada ente tiene una consistencia propia, es un centro relativamente autónomo en el orden del ser y del obrar, con un modo de ser determinado, que es su naturaleza. El cristianismo aportó a la filosofía pagana la verdad de la creación: Dios ha creado las naturalezas y puede también intervenir en el orden por Él establecido. La persona humana es a imagen de Dios, está dotada de conocimiento, amor y libertad. Es capaz de comunión con Dios y con los demás hombres.
Según la célebre definición de Boecio la persona es una sustancia individual de naturaleza racional. Cada persona humana, singular e incomunicable en su propia personalidad, participa con las demás en la común naturaleza humana. Cada persona indaga en la inteligibilidad de su naturaleza y descubre así los caminos de la propia realización. La Sabiduría divina, el Logos, envía a los hombres el mensaje ético de la naturaleza. El Creador cuida de la creación, dirigida por un plan que es la Ley eterna. El hombre participa del logos de la naturaleza mediante su razón.
En los momentos actuales es grave la pérdida de la noción de naturaleza, como consecuencia de la crisis de la metafísica. Si no hay una naturaleza humana, común a todas las personas, todo se vuelve simple cultura, creación humana. Ya no hay unos parámetros que definan el bien y el mal. De ese modo se separan, e incluso se contraponen, la naturaleza física, la subjetividad humana y el propio Dios personal. El abandono de la metafísica del ser ha llevado a una contraposición del espíritu y de la naturaleza material. Y el hombre trata de ejercer una libertad arbitraria e ilimitada, una potencia prometeica sobre las cosas. El bien es separado del ser y de la verdad. La ética se divorcia completamente de la metafísica. El cuerpo humano aparece como extraño a la subjetividad personal, como un objeto manipulable y amoral en sus tendencias. La acción divina se ve como una intrusión competitiva con la libertad humana, como una heteronomía. La noción de una ley natural se presenta como incompatible con la auténtica dignidad del sujeto humano.
Por el contrario la ley natural resulta ser un buen fundamento para construir una ética universal, reconciliando a Dios con la persona humana y con el cosmos. Para ello hay que recuperar la noción analógica del ser y la realidad de la creación como una real participación en el ser y en las perfecciones divinas. La libertad humana adquiere pleno sentido en la prosecución del bien. Para ello es preciso captar el mensaje moral de la naturaleza, atendiendo a las inclinaciones naturales de la persona libre.-
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