El Cardenal de la Sotana Bien Puesta
La denuncia de la injusticia es, en este contexto, un acto de humildad que exige justicia, siguiendo el principio evangélico de que el que se humilla será enaltecido

Pbro. Danny Xavier Peña Dávila:
La valiente postura del Cardenal Baltazar Porras ante la profunda crisis en Venezuela y los recientes impedimentos para celebrar la Eucaristía en Isnotú se alzan como un testimonio de fe en medio de la adversidad. La solidez con la que lleva su sotana, usándola no como una vestidura ceremonial, sino como un estandarte profético, es un espejo de las enseñanzas que brotan de los pasajes bíblicos proclamados en este domingo. Su figura encarna la fortaleza cristiana, aquella que no se doblega ante la represión de corruptos angustiados, sino que se nutre de una fuente más alta en «la vida en el Espíritu».
La Segunda Lectura (Romanos 8) nos ofrece el fundamento teológico de esta fortaleza. San Pablo advierte que la vida cristiana es una elección radical «Nosotros no estamos sujetos al desorden egoísta del hombre, para hacer de ese desorden nuestra regla de conducta». La denuncia del Cardenal contra la injusticia y la falta de libertades no es un capricho político, sino la negación de ese «desorden egoísta» que devora el bienestar de un país. Quien se atreve a hablar con la verdad lo hace porque, con la ayuda del Espíritu, busca destruir las malas acciones que conducen a la destrucción. Y créanme, son pocos los que tienen el valor para hablar, anunciar y denunciar; muchos, temerosos, aceptan y consienten el desorden egoísta de los politiqueros.
El Apóstol San Pablo continúa explicando que quienes se dejan guiar por el Espíritu de Dios son, en esencia, hijos de Dios, no esclavos. Esta es la clave de la firmeza del Cardenal. Él no actúa con un «espíritu de esclavos, que los haga temer de nuevo», sino con la libertad que da la filiación divina. Su voz se alza con la autoridad moral que proviene de Dios, y no de la complacencia del poder terrenal, permitiendo a la Iglesia en Venezuela llamar a Dios «Padre» en medio de la opresión.
La grandeza de esta filiación se completa en la idea de que somos coherederos con Cristo. San Pablo dice «puesto que sufrimos con él para ser glorificados junto con él». La Iglesia venezolana, al sufrir persecución, restricciones y calumnias por denunciar la verdad, participan del dolor de Cristo. Este sufrimiento, lejos de ser un castigo, es la garantía de que la solución a la crisis vendrá a través de la verdad y la justicia, las únicas que conducen a la auténtica Gloria.
Al reflexionar sobre el Evangelio de Lucas, en la parábola del fariseo y el publicano, encontramos un contraste que ilumina la esencia de la denuncia eclesiástica hoy en Venezuela. Jesús confronta la arrogancia de la autosuficiencia con la humildad sincera, un drama que se repite en el escenario venezolano día a día. El Fariseo representa a menudo la figura del poder autosuficiente que se enaltece, se autojustifica y, peor aún, desprecia a los demás. Se considera justo por sus propias obras mentirosas y mira con desdén al «publicano». Esta actitud de soberbia, de ignorar el sufrimiento ajeno mientras se proclama la propia rectitud, es el origen de la injusticia que asfixia a la sociedad en el mundo.
Por el contrario, el Publicano representa a la masa de venezolanos que, en medio de la crisis humanitaria y la falta de oportunidades, no se atreven «ni a levantar los ojos al cielo», sino que clama: «¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador». Este es el pueblo humillado, el que reconoce su necesidad de la misericordia divina y de la justicia terrenal.
Sin duda mi amigo el Cardenal Baltazar Porras lleva siempre la sotana bien puesta, y se niega junto a muchos otros fieles del pueblo venezolano a ocupar el lugar del Fariseo. El pastor, en su rol profético, opta por ponerse en el lugar del Publicano, levantando su voz para dar cauce al grito de los oprimidos. La denuncia de la injusticia es, en este contexto, un acto de humildad que exige justicia, siguiendo el principio evangélico de que el que se humilla será enaltecido.
La lección es clara; la solución a la crisis no vendrá de la autosuficiencia ni de la glorificación de las propias obras de poder, sino de la humildad de reconocer la grave situación y la necesidad de un cambio real. La fortaleza que exhibe el Cardenal es la fe en que la verdad y la justicia, por las que él y la Iglesia sufren, son el único camino para que el pueblo «baje a casa justificado». Que los santos venezolanos, San José Gregorio Hernández y Santa Carmen Rendiles, ayuden en este momento a la máxima autoridad de la Iglesia en Venezuela, que nuestras oraciones le den fortaleza y bastante salud, él sabe muy bien que cuenta con muchos de nosotros. Espero que muchos otros obispos y sacerdotes tengan también la sotana bien puesta que el Señor les fortalezca y asista.-




