Que no nos olvidemos
El pontificado del Papa Francisco surgió con el encargo de retomar el legado del Concilio Vaticano II como norte para la evangelización actual. León XIV marcha por la misma senda

Cardenal Baltazar Porras Cardozo:
El 7 y 8 de diciembre de 1965, hace exactamente sesenta años fueron fechas en las que se clausuró el Concilio Vaticano II, y se aprobaron varios documentos que han marcado y siguen marcando la ruta de la Iglesia en este cambio de época, tan convulsionado por la aparición explícita de “demonios sueltos” que parecía habían desaparecido. Pero no descansa el maligno y pone la cizaña al lado de la buena semilla para confundir y vencer.
Fueron días de alegría y esperanza, de gratitud, de importancia histórica del concilio en el que el Sumo Pontífice recalcó que comenzaba una nueva etapa pues el concilio terminaba sus sesiones, pero comenzaba la puesta en marcha de sus conclusiones y el desentrañar lo que estaba en germen en los documentos aprobados. El más importante de aquel momento fue la aprobación de la Constitución Pastoral “Gaudium et spes”, la Iglesia en el mundo actual que sigue siendo hoja de ruta de la relación iglesia-mundo. Se aprobó también el decreto “ad gentes”, sobre la actividad misionera de la Iglesia; y tres declaraciones: “Dignitatis humanae” sobre la libertad religiosa; “nostra aetate” acerca de las relaciones con las religiones no cristianas; y “gravissimum educationis” para iluminar la tarea de la educación cristiana en el nuevo contexto del mundo.
Estos sesenta años han transcurrido en desentrañar el contenido permanente y superar lo que quedó en ciernes o lo que las condiciones socioculturales han ido poniendo sobre el tapete asuntos no considerados entonces. El pontificado del Papa Francisco surgió con el encargo de retomar el legado del Concilio Vaticano II como norte para la evangelización actual. León XIV marcha por la misma senda retomando y profundizando en aspectos que prioriza como son la unidad al interno de la Iglesia, con otras confesiones religiosas y con instituciones que luchan por la paz y los derechos humanos. La apertura al mundo moderno, la justicia social y la radicalidad evangélica, no como afán proselitista sino como servidora humilde y fiel al Evangelio como puente para la esperanza del pueblo que aspira a la igualdad, la paz y el progreso integral.
Cobra fuerza en continuidad con San Pablo VI su invitación al mundo: gobernantes, artistas, científicos, jóvenes, mujeres, a los pobres y a los que sufren, con énfasis en pedir no crucificar de nuevo a Cristo y no obstaculizar la misión de la Iglesia, encomendando a la Virgen María a todo el género humano.
Sesenta años en el mundo acelerado de hoy puede parecer un tiempo demasiado largo y lejano. Sin embargo, el sosiego para encontrar el rumbo a un mundo desbocado por el inmediatismo y la ausencia de Dios y de parámetros éticos que contemplen el bien común.
No dejemos pasar esta ocasión para retomar aquel espíritu tan necesario hoy para dar razón de la esperanza trascendente, mensaje fundamental de la Iglesia ayer, hoy y siempre.-
8-12-25




