Trabajos especiales

El sonido del furruco

El profesor Rosenblat lo asoció con otro animal cuando dijo que sonaba como “un rebuzno de burro”

Eleazar López C :

Todo lo que no sea villancico y que se preste a la parranda lleva un sello marcado rítmico.
Las maracas no requieren explicación, pues son vitales para el joropo y, antes, asociadas
a las ceremonias indígenas en las cuales el piache, que era el mandamás, tenía el
privilegio de tocar dos (y solo una, los demás indios).

La charrasca, que fue tan esencial en el viejo cha cha cha, en casos, con el oportuno
apoyo acento de la quijada de burro, aparece ahora en la gaita fabricada de metal; pero
la original era confeccionada con un cacho de toro, al que se le hacían delgadas ranuras
cortadas a lo ancho, para ser rasgueadas con un palito o “cepillo”. El güiro metálico
moderno —un sonoro tubo con ranuras— tiene la ventaja de permitir ser usado con
toques de cencerro, tal como los triángulos de las orquestas sinfónicas o de los
heladeros de carrito de más de medio siglo atrás.

Clase aparte son los instrumentos de estruendo, fabricados con barrilitos y
membranas. En esto la gaita es estrella, pues este género conlleva la tambora tocada
con dos palos y el furruco, que es de vieja data.

La función del ronco furruco, cuyo ronroneo se puede escuchar en antiguos aguinaldos
y parrandas y, por supuesto, en la gaita, se asemeja al que cumplen el contrabajo y el
bombo en la batería de las orquestas de baile modernas, aunque ahora los conjuntos
gaiteros emplean secciones de ritmo cubano (por ahora congas, pero no sorprendería si
a la dotación rítmica le agreguen un bongó).

El furruco —zambomba en España y furro en el Zulia— se tocaba en Caracas en 1673
y, desde entonces, se ha identificado con las parrandas navideñas. A fines del siglo 19
José Martí lo describió como “un barril pequeño, con una cubierta de madera y otra de
cuero, atravesado por un palo delgado que al deslizarse produce un ruido brusco, sordo,
monótono, desagradable”.

El profesor Rosenblat se remitió a la onomatopeya para
describir su sonido como parecido al “gruñido de un cerdo”, y el pintoresco caraqueño
José García de la Concha, el último celador de la Quinta Anauco, lo asoció con otro
animal cuando dijo que sonaba como “un rebuzno de burro”.-

Publicaciones relacionadas

Botón volver arriba