Lecturas recomendadas

Caminar juntos hacia la fraternidad de la Hijas e Hijos de Dios

Por el camino que es Jesús de Nazaret

Lo primero es comprender qué es una Iglesia sinodal, ya que el término es nuevo en el ambiente cristiano y no está establecido el contenido, aunque muchos no dejan de practicarlo. Si lo tenemos claro y vemos que Dios nos lo pide, podremos desearlo y encaminarnos hacia ese modo de ser Iglesia, cambiando en nosotros todo lo que veamos que hay que cambiar en nuestro modo de vivir el cristianismo y desde este cambio personal cambiar lo que en nuestros trabajos no es buen conductor de este camino. Lo fundamental es lo primero; pero, si es auténtico y tiene consistencia, no puede no transformar lo segundo. Por eso hay que acometer las dos tareas: “si no se encarna en estructuras y procesos, el estilo de la sinodalidad fácilmente decae del plano de las intenciones y de los deseos al de la retórica, mientras los procesos y eventos, si no están animados por un estilo adecuado, resultan una formalidad vacía”[1]. En este artículo desarrollaremos la primera únicamente porque nos parece que ha estado desatendida en este período de preparación y puesta en marcha del sínodo y porque pensamos que es la base de todo.

Tenemos que empezar explicando lo que es la sinodalidad no sólo porque el término es nuevo para el ambiente cristiano actual, sino sobre todo por el peso de una experiencia de signo contrario. Así lo reconoce el Documento Preparatorio: “La Iglesia entera está llamada a confrontarse con el peso de una cultura impregnada de clericalismo, heredada de su historia, y de formas de ejercicio de la autoridad en las que se insertan los diversos tipos de abuso (de poder, económicos, de conciencia, sexuales)” (n° 6).

Por eso insiste que la finalidad del sínodo no es hacer un documento sino ejercitarse consciente y sistemáticamente en lo que tiene que ser su modo normal de vivir y de ejercitar su misión[2] y de ese modo se convertirá también en su mejor contribución a la sociedad. Así tematiza ambas tareas: “La capacidad de imaginar un futuro diverso para la Iglesia y para las instituciones a la altura de la misión recibida depende en gran parte de la decisión de comenzar a poner en práctica procesos de escucha, de diálogo y de discernimiento comunitario, en los que todos y cada uno puedan participar y contribuir. Al mismo tiempo, la opción de ‘caminar juntos’ es un signo profético para una familia humana que tiene necesidad de un proyecto compartido, capaz de conseguir el bien de todos” (DP  9)[3].

Ahora bien, aunque a nivel de la institución eclesiástica establecida se haya desconocido la sinodalidad, incluso se haya teorizado expresamente lo contrario[4], sí se han dado y no como excepción experiencias de caminar juntos. Es importante evocarlas para partir de ellas y no sólo de experiencias negativas: “no se puede evitar la referencia a las experiencias de sinodalidad ya vividas, a diversos niveles y con diferentes grados de intensidad: los puntos de fuerza y los éxitos de tales experiencias, así como también sus límites y dificultades, ofrecen elementos valiosos para el discernimiento sobre la dirección en la que continuar avanzando” (DP 25).

Empecemos por el principio, es decir por explicar qué significa sinodalidad.

 

1 ¿POR QUÉ EMPEZAR POR EL SENTIDO HUMANO DE SINODALIDAD?

¿Por qué tenemos que empezar por ahí? Porque el cristianismo, aunque se haya revestido de la vestidura religiosa por inculturación o, más frecuentemente por aculturación[5], no es una religión en el sentido de un sector específico de la realidad separado de los demás: templos-sacerdotes-sacrificios[6], aunque con influencia en el resto.

Jesús realizó su misión en la vida y sus seguidores también, aunque esta vida tenga expresiones simbólicas como el bautismo y la Cena del Señor. Y así también lo teorizó él: vino, dice, para que tuviéramos vida y esa vida abundara (Jn 10,10). Más aún, dijo que él era la vida (Jn 14,6) y que había venido al mundo para comunicarnos esa vida. Él era el plenamente humano y vino a entregarnos esa humanidad: la humanidad fraterna del Hijo único de Dios, para que también nosotros pudiéramos vivir la fraternidad de las hijas e hijos de Dios y fuéramos así plenamente humanos.

Si se trata de ser humanos, plenamente humanos, vamos a comenzar por lo que significa sinodalidad para los seres humanos. Luego especificaremos el modo cristiano de vivir humanamente.

Sinodalidad viene del griego: σύν (sin) significa con y ὁδός (odos) camino; por tanto, sinodalidad es la vida entendida como caminar con otros, caminar juntos, se entiende que con todos, pero ante todo quiere decir caminar, y más específicamente vivir caminado. Este modo de vivir presupone que la vida es camino y no instalación, ni en uno mismo y los suyos ni en su querencia ni en el orden establecido ni en una institución sacralizada.

Pero dice además que ese camino, para que llegue realmente a la meta, es decir, a constituirnos como seres con calidad humana, no lo realiza cada quien por separado, sino que lo realizamos juntos. Si no lo realizamos juntos, podremos llegar a adquirir grandes cualidades y riqueza y poder e influencia, pero nos habremos deshumanizado. Tener grandes éxitos no equivale de ningún modo a humanizarnos.

Ahora bien, en la explicitud cristiana de este caminar juntos, se trata concretamente de caminar juntos como hijas e hijos de Dios en el Hijo y como hermanas y hermanos en el Hermano universal. Hacer este camino es seguir a Jesús, que es el Camino que conduce a la vida.

 

1.1Para llegar a ser humanos tenemos que caminar y caminar por el buen camino  

La existencia humana es camino, ante todo, porque la temporalidad modula todo lo humano. El ser humano es temporal: es concebido y se gesta en el seno de su madre, nace, crece, llega a la adolescencia y posteriormente a la juventud, se hace adulto, luego transita a la tercera edad, posteriormente a la vejez, a la decrepitud y muere. Eso, si realiza todo el ciclo, porque con cierta frecuencia fallece en alguna de las etapas intermedias. Siempre está en tránsito y un tránsito unidireccional: del nacimiento a la muerte. No tiene marcha atrás. Como se ve, está en camino, en camino constante, en camino hacia delante.

Pero hay que tener en cuenta que la edad no le adviene a un ser ya hecho; por el contrario, la edad indica el proceso de hacerse; no es sólo el cuerpo el que crece y se vigoriza y se consolida y se desgasta y debilita y se desestructura y se enferma y muere. Es todo el ser humano el que va descubriéndose a sí mismo y va decidiendo qué hacer con su vida y se va entrañando en la realidad o se encierra en sí y en su mundo o deja que la vida le viva o vive como mero elemento del orden establecido o cambia de orientación y se rehace o se echa a perder…

Así pues, estamos en camino porque no estamos hechos y además porque la realidad de la que formamos parte también está abierta, en proceso. La realidad es una estructura dinámica[7], nunca completamente estructurada ni cerrada, sino abierta y en proceso: da de sí. Estamos humanamente abiertos. Nuestros actos nos van edificando y por tanto definiendo. Pero ningún acto, ninguna decisión, nos totaliza. Siempre podemos desdecirnos o cambiar de rumbo. El modo humano de ser es ser siendo[8]. El que siempre tengamos que edificarnos, porque cuando no lo hacemos nos desdibujamos, indica que los seres humanos estamos en camino de hacernos y que no podemos dejar de caminar. Eso significa siendo: la necesidad de la iteración constante como modo de ser.

Ahora bien, podemos caminar en varias direcciones: con nuestros actos podemos humanizarnos o deshumanizarnos. Los actos humanos son ambivalentes. Es decir, que nuestro camino nos puede llevar a la perdición o a la salvación, a realizarnos como humanos o a deshumanizarnos. Tenemos, por tanto, que definir nuestro camino y nunca lo definimos del todo. Tenemos que definirlo en cada decisión, en cada acción; aunque unas tengan más consistencia que otras, ninguna nos define. Todas están abiertas a otras que confirmen la anterior o la contradigan.

Pero el problema es que lo que entiende la dirección dominante de esta figura histórica por camino humano deseable es el que conduce al éxito o a la autorrealización, que no coincide de ningún modo con la realización como seres humanos cabales.

El problema se daba igual en tiempos de Jesús y le fue planteado a él reiteradamente. Para los apóstoles, si venía como enviado de Dios, su poder debía canalizarse en derrotar a los romanos y a los judíos colaboracionistas e instaurar el reino invencible de los santos de Dios (Mt 16,21-22; Hc 1,6; Lc 24,19.21). Para Jesús, en cambio, imponerse era incompatible con su humanidad y con la humanización de los seres humanos (Jn 18,36-37; Mc 10,42-45). Como se ve, dos caminos incompatibles. Y lo más grave fue que el camino deshumanizador no se lo propusieron sus enemigos sino sus íntimos, escogidos por él, y en definitiva por su Padre, para que lo acompañaran y prosiguieran su misión (Mc 3,14).

Jesús no se dedicó a acumular fuerzas para derrotar a los gobernantes. Lo que hizo en cambio, fue salir de su casa, dejar su familia y su trabajo y vivir en el camino (“El Hijo del Hombre no tiene dónde reclinar la cabeza”: Lc 9,58). Pudo vivir en el camino sin angustia ni depresión porque vivió con todos, desde vivir con los que también vivían en el camino: los sin techo. Las relaciones fueron su querencia. Relaciones de entrega de sí horizontal, gratuita y abierta. Pero, si dio todo y se dio por entero a sí mismo, también recibió: todos los días recibía la comida y el alojamiento, aunque habría días en que no comió y durmió viendo las estrellas. Porque el dar y recibir era en total libertad, como expresión de amor. Con ese modo de caminar juntos instauró la reciprocidad de dones como alternativa al romano do ut des, te doy para que me des, que imperaba y sigue siendo lo propuesto por el orden establecido.

El problema es que no coinciden las cualidades humanas con la calidad humana. Si nuestros actos van encaminados a la cualificación para tener mejor puesto y más riqueza y poder, y concretamente ésta es la propuesta del orden establecido, cuanto más nos empeñemos en este camino, al ignorar lo que conduce a la calidad humana, de hecho, la estamos sacrificando. El problema es que en la dirección dominante de la cultura occidental esto ha estado encubierto porque la meta humana ha estado absorbida por la adquisición de las cualidades que son funcionales al sistema, desconociendo cualquier otro planteamiento. Esas cualidades son las que se publicitan por doquier y constituyen muy expresamente la meta de la educación formal[9]. Por tanto, muchos están en camino hacia la adquisición de la excelencia en cualquiera de esos campos y en mantener y si es posible incrementar la posición adquirida, cosa nada fácil por la competencia universal.

Quien vive así no vive en camino hacia su edificación como ser humano sino como miembro eximio de su cultura. Pero en ninguna cultura cabe el ser humano con calidad humana, porque en todas las culturas, al menos desde que existe la división de trabajo, existen principios de jerarquización y exclusión: existe el arriba y el abajo y el adentro y afuera. Y las personas llegamos a serlo por la relación de entrega de nosotros mismos horizontal, gratuita y abierta y sin excluir a nadie[10]. La respectividad positiva está anclada en la constitución personal[11]. No me afirmo a mí mismo como persona, si en el acto de afirmarme a mí mismo, no afirmo a los demás[12].

Pero ninguna cultura está estructurada a base de este tipo de relaciones. Aunque, como somos seres culturales, el camino hacia la humanización no puede hacerse sino dentro de cada cultura, transformando desde dentro lo que impide la humanización. Una postura que tiene grandes costos. Se requiere, por tanto, tener una decisión profunda, una auténtica hambre de humanidad, para persistir en ese camino. Por eso nos dice Jesús: espacioso es el camino que lleva a la perdición y muchos entran por él; pero qué angosto el camino que lleva a la vida y qué pocos son los que lo encuentran (Mt 7,13-14).

Así pues, estamos en camino porque tenemos edad y estamos siempre en proceso de hacernos. Pero estamos tan abiertos que nuestros actos pueden edificarnos como seres humanos o deshumanizarnos. Así pues, tenemos que elegir el camino que conduce a la humanización y no el que nos deshumaniza. Pero esto no es tan fácil porque el orden establecido publicita por todos los medios el camino de la cualificación para obtener el éxito, sacrificando, sin embargo, la realización auténticamente humana que se da, insistimos, en la entrega de nosotros mismos gratuita, horizontal, abierta y sin excluir a nadie.

Quisiéramos precisar para concluir este apartado que cuando decimos que somos humanos en camino excluimos tanto que no seamos humanos como que ya estemos establecidos en la humanidad. Sí somos humanos, pero en ciernes, en proceso. Nuestro modo de ser humanos es estar haciéndonos humanos; pero también podemos estar deshumanizándonos. Y podemos pasar de un camino al otro.

Que el modo humano de ser sea ser siendo se aclara al considerar que los seres humanos somos imágenes de Dios. Porque Dios no es un ser, en el sentido preciso de una sustancia perfectamente constituida, que actúa. Dios es “actualidad pura”[13], es decir que la acción es el modo de ser de Dios, pero no una acción reiterada, sucesiva, sino que es pura acción sin tiempo.

Como nosotros no somos dioses, pero sí imágenes de Dios, nuestro modo de ser humano, es decir propiamente humano, con calidad humana, se da también a través de la acción; pero al contrario de Dios, una acción que como no es infinita, como no consigue sus fines de una vez por todas, necesita reiterarse siempre. Pero no sólo necesita reiterarse porque en caso contrario, es decir, si no se actúa no se es humano, sino sólo un animal muy evolucionado o porque si se actúa poco o con poca calidad humana se es poco humano, sino también necesita precisar su camino porque su actuar es tan abierto que con él puede humanizarse o deshumanizarse. O sea que ser siendo no significa que es y luego actúa, sino que es la actuación la que lo hace ser. Ahora bien, le hace ser humano o ser inhumano. Luego, para constituirse en humano necesita actuar siempre y en la misma dirección humanizadora. Así pues, sí soy humano, pero lo soy siendo, lo voy siendo a medida que actúo mi humanidad y sólo si la actúo humanamente.

La prueba mayor de que para el Dios cristiano el modo humano de ser es ser siendo es que por dos veces se nos dice en el evangelio de Lucas que Jesús crecía y no sólo en edad, en estatura y en fuerzas, sino también en sabiduría y no sólo ante los seres humanos sino también ante Dios. Jesús no se las sabía todas, sino que, como todos, tuvo que aprender. Y, siendo el Hijo eterno de Dios, como lo era humanamente, creció en gracia. Como se hizo un ser humano verdadero, como la carne no era la envoltura para que lo viéramos y para padecer por nosotros; como se hizo realmente carne, creció, vivió creciendo y cuando más creció, cuando culminó como ser humano, fue en la cruz ya que no murió aterrorizado ni rabioso ni resignado, sino llevándonos a todos en su corazón, pidiendo a su Padre por los que lo habían condenado y lo estaban torturando y poniéndose en manos de su Padre cuando experimentaba su abandono. Jesús creció, vivió haciéndose humano, cada vez más humano, tan humano como sólo el Hijo de Dios pudo serlo. Vivió haciéndose humano, humanizándose. Es el Camino del modo como tenemos que vivir nosotros, si queremos constituirnos en seres humanos.

 

1.2 Para llegar a ser humanos tenemos que caminar juntos

Así pues, el camino de humanización es un camino realizado con otros: recibiendo su entrega personal y entregándonos nosotros mismos. Queremos subrayar que cada ser humano comienza su vida recibiendo; en este sentido preciso somos hijos.

Es cierto que existen y siempre existirán diferencias en capacidad, en poder, en posesión, en influencia. Pero esas diferencias no pueden convertirse en fuente de jerarquización y discriminación e incluso, exclusión. En lo fundamental todos somos seres dignos y nos tenemos que tratar así, lo que implica que las diferencias tienen que traducirse en un servicio más cualificado y no en creerse superior a otros y discriminarlos e incluso explotarlos y excluirlos; ni tampoco en aceptar de entrada la subordinación y trabajar incansablemente por subir en la escala social, ni en vivir deprimidos o resentidos y rabiosos por esa discriminación, sentida como insuperable, sino en vivir con libertad liberada venciendo al mal a fuerza de bien.

Así pues, “caminar con” no significa sólo que todos habitamos a la vez un mismo espacio y ni siquiera que estamos bajo las mismas leyes y el mismo pacto social. Tampoco significa que un líder o una organización o un proyecto nos uniformice en torno a sí. Caminar juntos, tal como lo propone Jesús de Nazaret, no es seguirlo dejando de ser uno mismo y convirtiéndose en una masa uniforme en torno a él, de manera que todos digan, piensen y sientan lo mismo, es decir, las consignas que les da él.

Hay certeza histórica de que ése no fue el liderazgo de Jesús. Él hablaba en el templo ante miles de judíos y en las fiestas los soldados romanos observaban desde la torre Antonia. Si Jesús hubiera galvanizado a la gente convirtiéndola en una unidad compacta en torno a sí, que coreaba sus gestos y sus consignas, ahí mismo lo hubieran matado porque ese entusiasmo masivo que provocaba era un gravísimo peligro latente para la seguridad[14]. Pero no hicieron nada porque Jesús no daba qué pensar: es decir, consignas; sino daba que pensar: buscaba que la gente le echara cabeza a lo que él proponía para que llegara a tomar decisiones por su propia cuenta. Jesús no masificaba a la gente, sino que la personalizaba.

Tampoco significa hacer lo que se hace, ser meramente un miembro de los conjuntos de los que uno hace parte, como dice el dicho: “dónde va Vicente, donde va la gente”. Ni, más elementalmente, dejar que la vida lo viva a uno: “como vaya viniendo, vamos viendo”, como decía un personaje de una telenovela famosa en Venezuela en la última década del siglo pasado[15].

Así pues, caminar juntos no es convertirse en una masa uniforme. Significa concretamente que vivimos abiertos a todos, con respectividad positiva, que ponemos en común nuestros haberes para formar cuerpos sociales personalizados y que tratamos con todos fraternalmente: a nuestros padres como hermanos padres, a nuestras esposas como hermanas esposas, a nuestros hijos como hermanos hijos, a nuestros compañeros y amigos como hermanos compañeros y amigos, a los desconocidos como hermanos desconocidos y a nuestros adversarios como hermanos adversarios. Y que este trato fraterno nos constituye: somos hermanos.

Creo que queda claro lo decisivo que es caminar y caminar por el camino de la humanización y caminar juntos. Pero también queda claro que ése no es el camino propuesto por el orden establecido y que por eso elegir este camino tiene costos permanentes, que tenemos que estar dispuestos a pagar, si queremos ser realmente humanos.

 

1.3 Tareas que se derivan de este modo de ser humano en un orden social que lo desconoce y contradice

¿Qué tenemos que decir respecto de esta primera parte? Lo primero que, nos entendamos y asumamos a nosotros mismos como sea, de hecho nuestro ser está hecho de tiempo[16] y por eso es procesual; más aún, está en el mundo[17], no en sí mismo como una mónada. Por eso su procesualidad no depende sólo de él, sino de esa red de relaciones abierta que configura el mundo y todo el universo[18]. Ahora bien, una cosa es que seamos procesuales y otra que lo aceptemos y que lo asumamos consciente y responsablemente, de manera que hasta cierto punto comandemos esa procesualidad, no hasta el punto de detenerla o de hacer de nosotros lo que soñamos, independientemente de lo que somos y vamos siendo; pero sí podremos encauzarla para que dé de sí sus mejores posibilidades, incluso para posibilitar otras nuevas, aunque ancladas en lo que somos, si desciframos nuestra realidad y sus dinamismos y la asumimos. Esa es la tarea humanizadora.

Pero no podemos decir que esa tarea dé la pauta y marque el rumbo en la dirección dominante de nuestro país ni de Nuestra América ni del mundo. En el mundo está naciendo una nueva época signada por dos descubrimientos revolucionarios: los circuitos integrados y el genoma humano[19]. El empeño que domina a sus fautores, posibilitado hasta cierto punto por esos descubrimientos es, ante todo, no envejecer y aun reparar lo que se va deteriorando y en el fondo vivir indefinidamente retrasando incesantemente la muerte. Pero el sueño más radical, que ya está en proceso de realización, es el de no considerar a la humanidad actual como la humanidad a la que nos tenemos que atener, aun mejorándola todo lo que se pueda[20], sino tan sólo como la materia prima para lo que logremos hacer con nosotros[21] y lo que pretenden es hacer superhombres con potencialidades inmensamente superiores a las actuales y subhombres con alguna cualidad desarrolladísima, pero sin voluntad y al servicio de los superhombres, que serían, en primer lugar, ellos y sus financistas.

Como se ve, la procesualidad en marcha en nuestra humanidad es muchísimo mayor de lo que nosotros vivimos y de lo que a nosotros nos parece que es la procesualidad genuinamente humana, que, hemos insistido, tiene edad y en la que, por tanto, no tiene lugar la duración indefinida. Para nosotros la vida humana tiene sentido e incluso lo negativo puede asumirse positivamente como sabiduría de la vida, porque el tiempo es unidireccional y no amorfo: tiene edad y no se detiene, aunque puede redimensionarse, como lo muestra la aparición, una generación antes de la nuestra, de una edad que antes no existía: la tercera edad. Por eso todas las experiencias son distintas: nada se repite. El tiempo sin edad, vacío, amorfo e indefinido engendraría un hastío insuperable; sería el infierno[22].

Ahora bien, para nosotros el ser humano es una criatura de Dios. Él lo ha creado, como venimos insistiendo, abierto y procesual, pero no hasta el punto de no tener entidad propia sino ser mera materia prima para que hagamos de él lo que queramos y podamos. Para nosotros la entidad del ser humano no consiste sólo en ser la especie más desarrollada del mundo animal, sino que consiste, sobre todo, en ser imagen y semejanza de Dios, su creador. Esta imagen no consiste en ser pequeños dioses que nos hagamos a nosotros mismos, sino en que todo lo que hagamos sea expresión de amor. Si la creación fuera una causalidad eficiente, sí tendría sentido decir que nuestra condición de imagen del Creador consiste en actuar nuestra sabiduría y poder, no sólo sobre todo lo demás, sino sobre nosotros mismos. Pero como somos creados por la relación constante de amor del Creador, una relación que pone fuera de sí a seres que no salen de él y que se mantienen ante él, libres de sí, la actuación de nuestra condición de imagen se da en todo lo que sea manifestación de amor y sólo en ello. El ejercicio de la desnuda voluntad de poder que se da en la pretensión de hacer de nosotros lo que queramos y podamos es la pretensión de ser como nos imaginamos a Dios y no como Dios es y por eso es una pretensión ilusoria que nos deshumaniza radicalmente. Para nosotros tiene sentido, pues, la ingeniería genética, como cualquier otra iniciativa que se dirija a optimizarnos; pero no lo tiene la manipulación genética, que no respeta lo que somos, sino que lo rebaja a la condición de materia prima para lo que queramos hacer de nosotros. Somos seres abiertos, pero el amor y no la voluntad de poder es lo que tiene que comandar nuestro camino, el proceso de constituirnos con la mayor plenitud posible.

 

Hemos insistido que no somos mónadas que nos desarrollamos autárquicamente; por el contrario, estamos en el mundo y éste es una red inextricable de relaciones abiertas. Así lo insiste el papa Francisco en la Laudato Sí: “es propio de todo ser viviente tender hacia otra cosa, de tal modo que en el seno del universo podemos encontrar un sinnúmero de constantes relaciones que se entrelazan secretamente”[23]. Así pues, nuestra procesualidad es un camino con otros. Podemos abstraernos de esta red en la que con-sistimos, es decir en la que estamos y caminamos con otros y que nos constituye, y pretender que sólo nos relacionamos con los que queremos y para lo que queremos y mientras queremos. Pero ese individualismo al que nos empuja la dirección dominante del orden establecido es una ilusión que no resiste el más mínimo análisis: desde nuestra concepción somos fruto de relaciones y somos completamente inexplicables sin esa red tupidísima de personas que han contribuido decisivamente a que seamos los que somos y estemos donde estamos. Es muy triste que podamos vivir tan abstraídos de la realidad. Y sin embargo, aunque no queramos reconocerlo, estamos siempre en respectividad múltiple y todos nos afectan e incluso nos influyen de muchos modos, y nosotros también afectamos e influimos a otros.

Vivir como sujetos responsables es asumir esa respectividad y tratar de encauzarla lo más positivamente posible. Más aún, nuestra condición de personas consiste en recibir las relaciones que nos constituyen y corresponder a ellas. En efecto, la cría humana es la más desvalida y por eso nace absolutamente autocentrada. Pero al poco tiempo, si la madre tiene amor constante, comprende intuitivamente que otro conoce sus necesidades mejor que él y está dispuesto a satisfacerlas. Entonces se pone en sus manos, no sólo físicamente en sus manos, sino entregado a ella. Ésa es la relación de fe[24], como respuesta a la fe de la madre en él. Esa relación de entrega de sí horizontal, gratuita y abierta es la relación de fe, la que nos hace personas. E, insistimos, es respuesta a la fe que otros han tenido con nosotros.

Pues bien, estas relaciones de fe que nos humanizan no tienen lugar en la dirección dominante de esta figura histórica para la que sólo existen los contratos de compra y venta, entre ellos el contrato de trabajo, que son contratos privados a voluntad de las partes, pero en realidad a merced de los que tienen más poder, que imponen sus condiciones. La publicidad, omnipresente, nos hace ver que el mundo es un mercado[25] en el que todo se compra y se vende y los sujetos son seres autónomos que obran desde sí y para sí. Así pues, existe una red inextricable de relaciones, pero todas tienen el formato de procurar lo que más le conviene a uno al costo más bajo. Queda como residuo el mundo privado en el que pueden regir otro tipo de relaciones, pero que, de hecho, tendencialmente tiende a equipararse al público.

¿Qué tenemos que decir? Que en cuanto dominan las relaciones de mercado el mundo se deshumaniza e incluso vamos al humanicidio, porque al tener en cuenta sólo las preferencias y el mayor lucro y poder, al desconocer la lógica de la realidad, se la viola incesantemente y por ello se ha destruido el equilibrio ecológico y la vida de muchas especies está en peligro y entre ellas la humana. Se ha perdido de vista que la realidad es un sistema de sistemas abierto y que nosotros existimos porque consistimos en él. No somos seres autárquicos. Es cierto que tenemos un gran poder; pero lo estamos utilizando no para optimizar lo que existe y de este modo optimizarnos nosotros, sino para explotar las “poderosidades de la realidad”[26] al margen de su lógica y estructura y así estamos desestructurando la cadena de la vida y destruyendo nuestra humanidad y nuestras posibilidades de vida.

Si no cambiamos el rumbo haciendo justicia a la realidad y a nuestro puesto en ella, a las relaciones que nos ligan a ella y en las que consistimos, la trastornamos y nos deshumanizamos por ese uso irresponsable de nuestras potencialidades.

Insistimos en que los individuos que somos nos constituimos en personas al recibir las relaciones de entrega de sí horizontal, gratuita y abierta, y al responder a ellas con el mismo tipo de relaciones. Así pues, el caminar con otros de este modo nos personaliza y el caminar de otro modo nos despersonaliza. Tenemos, pues, que caminar con otros, pero no de cualquier manera. Incluso en las relaciones mercantiles, si queremos que no nos despersonalicen, tenemos que buscar “mi provecho y tu provecho”[27] haciendo justicia a la realidad y no meramente nuestra conveniencia. Tenemos, pues, que considerar el bien del otro y no sólo nuestro bien. Porque en el fondo nuestro bien no es un bien privado, sino un bien entregado y recibido, compartido, si quiere ser un bien personal y personalizador.

Hemos insistido en que nuestra procesualidad, para que sea humanizadora, tiene que ser expresión de amor. Eso significa que se tiene que expresar en relaciones. Así lo concreta el texto del Génesis: “a imagen de Dios los creó, varón y hembra los creó” (Gn 1,27). El paralelismo bíblico, la figura retórica más usual de la Biblia hebrea, significa que una idea se expresa en dos frases y la segunda especifica de algún modo la primera. Así es en este caso: según este texto, la imagen de Dios no es el varón y la mujer por separado sino la relación de entrega mutua de ambos por la que llegan a constituir una sola carne (Gn 2,24). Por eso misteriosamente en este texto dice el Creador: “hagamos al ser humano a nuestra imagen y semejanza” (Gn 1,26). Para nosotros los cristianos esto es evidente porque el Dios cristiano es Trinidad, lo que no significa que sean tres y se relacionen, sino que la relación subsistente da como resultado la diferencia: que sean tres, y la mantiene unida: un solo Dios verdadero. Así lo explica el papa Francisco en la Laudato Si: “Las Personas divinas son relaciones subsistentes, y el mundo, creado según el modelo divino, es una trama de relaciones (…). Esto no sólo nos invita a admirar las múltiples conexiones que existen entre las criaturas, sino que nos lleva a descubrir una clave de nuestra propia realización. Porque la persona humana más crece, más madura y más se santifica a medida que entra en relación, cuando sale de sí misma para vivir en comunión con Dios, con los demás y con todas las criaturas. Así asume en su propia existencia ese dinamismo trinitario que Dios ha impreso en ella desde su creación. Todo está conectado, y eso nos invita a madurar una espiritualidad de la solidaridad global que brota del misterio de la Trinidad”[28]. Así pues, la unión entre el varón y la mujer es el caso paradigmático de la solidaridad global de la que participamos y que tenemos que asumir y ejercer. Éste es el sentido cristiano, válido para todos los seres humanos, del caminar juntos para humanizarnos.

 

2 LA SINODALIDAD EN EL CRISTIANISMO

2.1 Caminar con todos como hermanos desde el corazón de Jesús

Pero para nosotros los cristianos el sentido de camino tiene una explicitud mayor: se trata de caminar juntos porque Jesús nos ha unido en su corazón. Para hacernos cargo cabalmente de lo que esto significa tenemos que remontarnos al acontecimiento en el que esto se manifestó. Se trata del bautismo de Jesús. Juan bautizó a Jesús. El bautismo de Juan era de penitencia con miras al último y definitivo enviado de Dios, que según él iba a venir ya a juzgar a cada uno. Como Dios no quería condenar a nadie, envió a Juan por delante para que todos se convirtieran.  Y en efecto, la mayoría del pueblo acudió en masa a ser bautizado. El rito consistía en que Juan estaba en el río donde cubría bastante (Jn 3,23), la gente estaba en fila y el que le tocaba se adelantaba hasta Juan, confesaba sus pecados y Juan lo sumergía en el río y luego lo levantaba de nuevo. El que se “ahogaba” era el pecador y el que salía “renacido” del agua era el que había confesado sus pecados y estaba resuelto a vivir como Dios manda.

Pues bien, Jesús se puso en la cola y cuando le tocó el turno confesó los pecados con más dolor que todos los pecadores juntos de la historia. Los confesó en primera persona de plural porque nos había metido a todos en su corazón y en su centro estaba su Padre: tenía el corazón desgarrado. Al subir del río, dice el evangelio, vio cómo el cielo se abría[29], es decir se hizo cargo de que su Padre había aceptado su confesión y había perdonado al Hermano universal y en él nos había perdonado a todos. Así pues, mientras Jesús no nos eche de su corazón, estamos perdonados, y no nos echará porque prefirió morir como Hermano a seguir en vida prescindiendo de nosotros. Por eso cuando su Padre lo recreó en su seno, recreó al Hermano: en él estamos ya realmente en la comunidad divina[30].

Si yo me acepto en el corazón de Jesús, vivo, camino, en seguimiento suyo y camino con los demás, que son todos, que están conmigo en el corazón de Jesús. Si excluyo a alguien, yo me autoexcluyo de su corazón, porque él no va a echar al que me cae mal o al que no es de los míos ni si quiera, al que hace mucho daño.

Un cristiano consecuente camina desde el corazón de Jesús, es decir como hermano suyo y por tanto siguiéndolo. Y por eso camina con todos, a quienes considera como hermanas y hermanos en Cristo, que es el que nos hermana. Por eso para un cristiano consecuente caminar con todos es una misión sagrada, porque es sagrada su condición de hermano de todos[31]. Ya explicitamos que esa relación fraterna es diversificada: es distinto ser hermano de un cristiano que ser hermano de mi esposa, que ser hermano de un desconocido o de un adversario. Pero en todos los casos lo absoluto es ser hermano y la otra cualificación tiene que remodelarse para ser buena conductora de esa condición fraterna.

Como vemos, la sinodalidad para un cristiano es una característica esencial. Si no camina con todos, no es cristiano. Pero además para serlo consecuentemente tiene que caminar como hermano en Cristo, que es distinto que hermano de sangre o de complacencia o de interés o, por supuesto, que paisano o socio o correligionario. Se trata específicamente de la fraternidad de las hijas e hijos de Dios en Jesús, que es el Hijo único de Dios y el Hermano universal. Y, por tanto, de una fraternidad que se va dando en su seguimiento y con su mismo Espíritu. Esto, aunque lo sabemos sólo los cristianos, vale para todo el mundo porque al ser resucitado Jesús, su Espíritu fue enviado “sobre toda carne” (Hch 2,17; cf Jl 2,28).

Así pues, la primera referencia de la fraternidad cristiana es que es universal. La razón es que Jesús nos lleva en su corazón a todos. Se trata de caminar hacia una verdadera familia de pueblos en la que todos seamos auténticamente hermanos y nos ayudemos como tales en una sinergia constante, transida de emulación. Así pues, la sinodalidad supone la sinergia, la confluencia de esfuerzos. Y la sinergia hacia una meta que no existe (la familia de pueblos), pero que no es algo caprichoso, sino que entraña hacer justicia a la realidad, haciéndola que dé de sí superadoramente. Así pues, se trata de un camino mancomunado, en el que cada quien pone lo mejor de sí, y constructivo, creativo.

Pero como no se construye de la nada sino desde una situación, desde una institucionalidad que niega absolutamente la fraternidad, ya que sólo concibe individuos que se relacionan con los que quieren, para lo que quieren y mientras lo quieran, este caminar tiene que vencer obstáculos formidables. Así lo reconoce el Documento de Preparación: “es necesario tener presente el modo en que repercuten, dentro de la comunidad cristiana y en sus relaciones con la sociedad, las fracturas que caracterizan a esta última, por razones étnicas, raciales, de casta o por otras formas de estratificación social o de violencia cultural y estructural. Estas situaciones tienen un profundo impacto en el significado de la expresión “caminar juntos” y en las posibilidades concretas de ponerlas en acto” (8).

Requiere, en palabras de la Comisión Teológica Internacional, nada menos que “el tránsito pascual del “yo” entendido de manera individualista al “nosotros” eclesial, en el que cada “yo”, estando revestido de Cristo (cfr. Gál 2,20), vive y camina con los hermanos y las hermanas como sujeto responsable y activo en la única misión del Pueblo de Dios”. “Sin conversión del corazón y de la mente, y sin un adiestramiento ascético en la acogida y la escucha recíproca, de muy poco servirían los mecanismos exteriores de comunión, que podrían hasta transformarse en simples máscaras sin corazón ni rostro”[32].

Ahora bien, desde esta perspectiva cristiana de la fraternidad universal ¿qué papel específico juega la fraternidad entre los cristianos?

Antes de responder a esta pregunta, nos referiremos, como concreción de lo dicho hasta ahora, al sentido y a la necesidad de la sinodalidad en el ejercicio del cristianismo.

 

2.2 Ir haciéndonos cristianos con otros

Como seres humanos que somos, los cristianos no estamos hechos. Hemos podido convertirnos, tomar la decisión de seguir a Jesús y vivir congruentemente como cristianos; pero eso no implica que ya lo seamos. Tenemos que ir haciéndonos cristianos a lo largo de toda nuestra vida. No sólo porque, como hemos insistido, ningún acto nuestro nos totaliza porque mientras vivamos estamos en camino de constituirnos, sino porque podemos desdecirnos.

Desde lo que llevamos dicho queda claro que Jesús nos ha aceptado como hermanos suyos y por tanto Dios nos ha aceptado como hijos en el Hijo; pero aún no lo somos plenamente hasta que no respondamos al sí de ellos con nuestro sí y este sí no es una realidad meramente verbal, sino que incluye remoldearnos para tener realmente a Jesús como nuestro Hermano mayor y consiguientemente a Dios como Padre y a los demás como hermanas y hermanos. Esto implica actuar esas relaciones de manera que nos reconfiguren y todo en nosotros sea expresión de ellas. Este proceso es el que no se acaba: mientras vivamos nunca somos completamente seguidores de Jesús, hijos de su Padre y hermanos de todos. Y no es solamente que no acabamos de serlo del todo, sino que podemos desdecirnos. Por eso estamos siempre en camino de hacernos cristianos, lo que implica tanto que lo somos, como que aún no acabamos de serlo, es decir que lo somos en ciernes[33], en camino.

Éste es el sentido diacrónico de la parábola de la semilla. Empecemos por el sentido sincrónico: Jesús hablaba y entre los que escuchaban había los que no le prestaban verdadera atención y por eso la semilla no llegaba a su corazón. Otros sí se abrían a lo que iba diciendo, pero al regresar a su medio se distraían con otras propuestas incompatibles y la Palabra no echaba raíces en ellos. Otros sí se abrían y cultivaban lo oído; pero no dejaban de cultivar también otras propuestas incompatibles y a la larga la Palabra acababa ahogada. Otros escuchaban con el corazón entero y daban fruto, incluso un fruto óptimo. Pero (éste es el sentido diacrónico) podía suceder que los distraídos volvieran sobre sí y cultivaran la Palabra con asiduidad o que los que la acogieron con un corazón mezquino se volvieran generosos y fieles o que los de corazón dividido se unificaran en torno a la Palabra o, desgraciadamente, también, que los fieles se dividieran o se distrajeran del todo.

Esto es también lo que Dios, por medio del profeta Ezequiel, aclara a los israelitas, que pensaban que no tenían remedio porque sus antepasados habían abandonado la alianza y por eso estaban ellos en el destierro sufriendo la condena que sus padres habían merecido. Decían: “los padres comieron uvas agrias y los hijos sufren dentera” (18,2). El profeta les dice de parte de Dios, no sólo que nadie carga con las culpas de sus antepasados, porque cada uno tiene que cargar con el resultado de su propia actuación, sino que si el malvado se arrepiente y guarda el derecho y la justicia “no se le tendrán en cuenta los delitos que cometió; por la justicia que hizo vivirá” (18,22). Y que si el justo se aparte de la justicia “no se tendrá en cuenta la justicia que hizo; por la iniquidad que perpetró morirá” (18,24). Es decir, que ni el justo está asentado en su justicia ni el injusto en su maldad; ambos pueden desdecirse. No estamos definidos, sino abiertos, en trance de ser lo que somos, teniendo que obrar constantemente para afirmar lo que somos, pero pudiendo con nuestras obras cambiar de dirección.

Como no estamos hechos, tenemos que obrar incesantemente. Unos actos pueden corroborar los anteriores y llegar a darse la costumbre o incluso la fidelidad; pero también pueden desdecirlos. Así pues, siempre, mientras estemos en esta vida, tenemos que ir haciéndonos cristianos. En este sentido el cristianismo es un camino que tenemos que recorrer incesantemente hasta llegar a la meta, que no está en esta vida sino en la eterna. En esta vida siempre estamos en camino de hacernos cristianos.

Pero, si ser cristianos es ser y vivir como hijos de Dios en el Hijo y como hermanos en el Hermano universal, si, por tanto, nos hacemos cristianos mediante relaciones, tenemos que ir haciéndonos cristianos con otros y sin excluir a nadie, porque, como dijimos, a todos nos lleva Jesús en su corazón. Eso significa radicalmente la sinodalidad.

Como se ve, esto es anterior, no en el tiempo sino en radicalidad, a las distintas funciones o vocaciones en la Iglesia. De tal manera que ellas están para cualificar esas relaciones primarias, que son por eso también las únicas relaciones eternas. Pero tomando en cuenta que en esas relaciones cada quien concurre como cristiano y para hacerse cristiano, aunque como cada cristiano tiene una vocación específica, al ejercitar su condición de cristiano con los otros, la ejerza concretamente, es decir con la vocación que cualifica su servicio. Así pues, yo, por ejemplo, la ejerzo como cura y religioso, pero no en cuanto cura ni en cuanto religioso, sino en cuanto cristiano, desde esa condición primaria que me une a los demás.

En la cita de Agustín que trae la Lumen Gentium (32)[34], eso es lo que significa que ser cristiano con ustedes es mi gracia y mi salvación y que ser obispo para ustedes es mi cargo y mi peligro. Es mi cargo significa que es la vocación que he recibido para cualificar el ser con ustedes y es mi peligro en cuanto no lo tome así sino como un honor que me eleva sobre ustedes, porque entonces dejo de caminar con ustedes y ya no soy cristiano. Como se ve, si yo en mi fuero interno me identifico con mi condición de cura o religioso, ya no soy cristiano. Lo que somos es cristianos y las tres distintas vocaciones en la Iglesia son funciones para cualificar nuestro común ser cristiano y por eso duran sólo lo que dura esta vida, lo que dura la función. En el cielo no habrá ni jerarcas ni religiosos ni laicos, sino hijas e hijos de Dios y hermanos y hermanos en Cristo.

Así pues, la sinodalidad no se refiere, ante todo, a la manera de tomar decisiones: un estilo de tomarlas que tome en cuenta a cada uno de los cristianos concernidos por la decisión. Así lo expresa el Instructivo para el Sínodo: “el proceso sinodal ya no es sólo una asamblea de obispos, sino un camino para todos los fieles” (1.3). Decidimos entre todos porque nos vamos haciendo cristianos con todos; porque si nos recluimos en los que piensan como nosotros o en los que nos ayudan más, nos autoexcluimos del corazón de Jesús, ya que en él estamos todos y Jesús no va a sacar de él a nadie.

Creo que, así como en el orden establecido se da como asentado que cada quien es él mismo y se hace a sí mismo, y si ha concluido con éxito la fase preparatoria y se ha establecido en un buen puesto, ya está fundamentalmente hecho y lo que tiene que hacer es progresar en lo que es sin dormirse en los laureles, así también en el cristianismo establecido se da por asentado que los que hemos vivido el cristianismo con una coherencia básica ya somos cristianos, aunque

tengamos que estar vigilantes y seguir avanzando.

Un cura, por ejemplo, es obvio que ya es cristiano y por supuesto que un obispo es un cristiano hecho y derecho, lo mismo que un religioso o religiosa profesos o un feligrés de toda la vida. Decirle que tiene que caminar para hacerse cristiano no tiene para él ningún sentido. Por eso, si es un cristiano generoso, sin abandonarse a sí mismo, se entregará completamente a ejercer su ministerio entregándose a los demás con toda generosidad. Naturalmente que lo hará con otros y se ayudará con su ejemplo, pero no para hacerse cristiano, sino para seguir siéndolo de un modo cada vez mejor. Por eso las relaciones con los demás serán fundamentalmente de entrega de sí (la proexistencia) relaciones en el fondo unidireccionales. Ya que él, cristiano adulto y con la misión de apacentar a los fieles, es el que da, en el mejor de los casos horizontal e incluso humildemente, pero él es el que da y los otros los que reciben. Podrá incluso llegar a considerar a los otros presbíteros como hermanos suyos en Cristo e incluso a sus feligreses; pero esa relación la ejerce como cristiano adulto que es y no porque está en camino de hacerse cristiano.

Con eso estamos diciendo que la propuesta de sinodalidad del papa Francisco como “el camino que Dios espera de la Iglesia del tercer milenio”[35], es muy difícil que cale entre los cristianos y más aún en la institución eclesiástica. Se puede llegar a un método de tomar decisiones más participativo. Incluso podrá llegarse, como expresa el Instructivo para el Sínodo, a caminar juntos, a cumplir cada quien su papel tomando en cuenta a los demás y hasta en una verdadera comunión con ellos: “La misión de la Iglesia requiere que todo el Pueblo de Dios esté en un camino juntos, con cada miembro desempeñando su papel crucial, unido entre sí. Una Iglesia sinodal camina hacia adelante en comunión para perseguir una misión común a través de la participación de todos y cada uno de sus miembros” (1.3). Pero la sinodalidad como el camino de hacernos cristianos mediante relaciones fraternas no creo ni si quiera que llegue a plantearse realmente para la mayoría[36]. Y, sin embargo, nosotros también creemos, como el papa Francisco, que es el camino que Dios espera para la Iglesia. Por eso tenemos que hacer todo lo posible por plantearlo lo más explícita y convincentemente posible. Y, como Dios, esperar también que llegará a darse.

Queremos expresar además que ese es el mayor aporte, más aún, el aporte epocal de los cristianos a la humanidad y que sin él no vemos posible una democracia real como la que demanda el tiempo como cuestión de vida o muerte.

Ya volveremos sobre el tema. Continuemos ahora con su explicitud cristiana.

 

2.3 Sacramento y embrión del mundo fraterno de los hijos de Dios que Jesús vino a convocar, caminando con todos desde los de abajo

Ser cristiano es seguir explícitamente a Jesús de Nazaret como discípulo enviado[37] a proseguir su misión en la comunidad de hermanas y hermanos que tiene su origen en los llamados por el mismo Jesús, a los que se les apareció resucitado. Nosotros también hemos escuchado su mensaje, hemos creído en él y nos hemos unido al grupo para vivir en él como hermanas y hermanos en Cristo, escuchando su Palabra en los santos evangelios y recibiéndolo en la Cena del Señor para que, viviendo de él, podemos dar a otros la vida que él nos da. Así pues, caminar juntos es para nosotros escuchar juntos al Maestro en los santos evangelios para poder hacer en nuestra situación el equivalente de lo que él hizo en la suya y participar juntos de él en la Cena del Señor (1Cor 11,20) para formar el cuerpo de Cristo en el que cada quien contribuye con el don recibido.

Esta comunidad de hermanas y hermanos es su visibilidad en la historia y la que prosigue explícitamente su misión. Por eso no puede ser una comunidad autocentrada y proselitista. Tiene que vivir encarnada, como Jesús de Nazaret, en su situación y encarnada desde los de abajo; es decir, tiene que hacerse hermana de todos desde los pobres y sin excluir a nadie[38]. Así lo expresa el Instructivo para el Sínodo: “Este proceso sinodal tiene una dimensión profundamente misionera. Está destinado a permitir que la Iglesia testifique mejor el Evangelio, especialmente con aquellos que viven en las periferias espirituales, sociales, económicas, políticas, geográficas y existenciales de nuestro mundo” (1.4).

Es decir, que la sinodalidad dentro de la comunidad cristiana tiene que expresarse como fraternidad universal. La comunidad no puede estar instalada: tiene que seguir a Jesús, tiene que vivir en el camino y no puede caminar para conquistar sino para entregarse como su Maestro y con su Espíritu.

¿Por qué en este camino buscamos andar juntos? Las razones son múltiples y convergentes. Pero, sobre todo, porque nuestra meta y por tanto nuestro horizonte y nuestro programa es contribuir a que este mundo insolidario se constituya en la única familia de las hijas e hijos de Dios en Jesús de Nazaret, el Hijo único y el Hermano universal. Ésta es su misión, según el cuarto evangelio: Jesús “ha venido a reunir en uno (es decir en una sola familia) a los hijos de Dios que estaban dispersos” (Jn 11,52). Obviamente esta meta no puede reducirse a una proclamación, aunque sea completamente convencida. Si el modo de producción determina el producto, eso significa que sólo quienes marchan juntos en una fraternidad abierta pueden proponer realmente hacer de la humanidad una familia de pueblos. Por eso lo primero que hizo Jesús fue reunir un grupo de discípulos (Jn 1,35-51; Mc 1,16,20), porque sólo un grupo realmente fraterno puede convocar la familia de las hijas e hijos de Dios y por eso mismo en la misión les pidió que fueran de dos en dos (Mc 6,7; Lc 10,1). Marchar juntos sería así el embrión de ese pueblo fraternal.

Hoy este objetivo es especialmente relevante porque el mundo no marcha en esta dirección sino en la opuesta de buscar cada quien su provecho privado desconociendo el bien común. Por eso el papa nos insiste: “El mundo en el que vivimos, y que estamos llamados a amar y servir también en sus contradicciones, exige de la Iglesia el fortalecimiento de las sinergias en todos los ámbitos de su misión. Precisamente el camino de la sinodalidad es el camino que Dios espera de la Iglesia del tercer milenio”[39].

Es cierto que en la Iglesia del segundo milenio, al menos hasta el concilio Vaticano II no hubo sinodalidad: la institución eclesiástica se sintió la única detentora de la misión de Cristo y no la entendió genuinamente como propagar la fraternidad de las hijas e hijos de Dios, sino como que la institución eclesiástica se extendiera a todos los pueblos.

Obviamente que el camino de la sinodalidad, el caminar juntos, no es un modo de vivir cerrado, corporativo[40]. Por eso sólo se dará la sinodalidad si no absolutizamos nuestra condición de pueblo de Dios, si la vivimos al servicio de la misión[41], en concreto como sacramento de unión de todo el género humano: “la Iglesia es en Cristo como un sacramento o señal e instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género humano”[42]. Así lo expresa el Documento de Preparación: “La perspectiva del ‘caminar juntos’ (…) abraza a toda la humanidad, con la que compartimos ‘los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias’ (GS, n. 1). Una Iglesia sinodal es un signo profético sobre todo para una comunidad de las naciones incapaz de proponer un proyecto compartido, a través del cual conseguir el bien de todos: practicar la sinodalidad es hoy para la Iglesia el modo más evidente de ser ‘sacramento universal de salvación’ (LG, n. 48), ‘signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano’ (LG, n. 1)”. (15)

Eso sólo será posible si en la Iglesia la sinodalidad, el caminar juntos, se da, ante todo, al nivel básico de nuestra condición común de cristianos, que es la condición absoluta, sagrada y eterna, a cuyo servicio están las distintas vocaciones y carismas, que sólo son lo que Dios quiere, si efectivamente están arraigadas en esta primera comunión o eclesialidad, que consiste en caminar juntos como cristianos y que no ha sido lo que ha llevado la voz cantante en nuestra Iglesia, hasta que lo relanzó con todo vigor el Vaticano II, que desgraciadamente todavía no ha sido acogido por la mayoría de la institución eclesiástica.

 

Ahora bien, si se da esta primera eclesialidad de llevarnos mutuamente en la fe, en el amor fraterno y en la vida, el ejercicio asiduo de las distintas vocaciones cualifica enormemente esta primera eclesialidad. El pueblo de Dios, según el Vaticano II, lo constituimos todos los cristianos y por tanto incluye las tres vocaciones: jerarquía, vida religiosa y laicado. Es conveniente insistir desde el comienzo que caminar juntos supone para cada miembro del pueblo de Dios hacerse cargo de que esa pertenencia compartida al pueblo de Dios, tiene prioridad sobre su vocación específica, que está toda en función de ese caminar común. Dice la Comisión Teológica Internacional refiriéndose al documento conciliar sobre la Iglesia: “La secuencia: Misterio de la Iglesia (cap. 1), Pueblo de Dios (cap. 2), Constitución jerárquica de la Iglesia (cap. 3), destaca que la jerarquía eclesiástica está puesta al servicio del Pueblo de Dios con el fin de que la misión de la Iglesia se actualice en conformidad con el designio divino de la salvación, en la lógica de la prioridad del todo sobre las partes y del fin sobre los medios”[43]. Esta participación de cada uno como perteneciente al pueblo de Dios está expresada en el Instructivo para el Sínodo: “La participación se basa en el hecho de que todos los fieles están calificados y están llamados a servir unos a otros a través de los dones que cada uno ha recibido del Espíritu Santo” (1.4). Así pues, si se da esta secuencia, si la jerarquía sirve horizontalmente al pueblo de Dios sintiéndose formando parte de él, todo él se potencia.

Pero el papa reconoce que “caminar juntos —laicos, pastores, Obispo de Roma— es un concepto fácil de expresar con palabras, pero no es tan fácil ponerlo en práctica”. La razón es que, como la Iglesia está en este mundo, tiende a imitar inconscientemente el estatuto jerárquico, en el sentido de piramidal, de nuestra sociedad. Pero el papa Francisco insiste en que “debemos proseguir por este camino” porque, volvemos a repetir, “el camino de la sinodalidad es el camino que Dios espera de la Iglesia del tercer milenio”[44]. “Porque la Iglesia no es otra cosa que el ‘caminar juntos’ de la grey de Dios por los senderos de la historia que sale al encuentro de Cristo el Señor— entendemos también que en su interior nadie puede ser ‘elevado’ por encima de los demás. Al contrario, en la Iglesia es necesario que alguno ‘se abaje’ para ponerse al servicio de los hermanos a lo largo del camino” (id). Por eso, por contraste con esta sociedad piramidal, explica: “En esta Iglesia, como en una pirámide invertida, la cima se encuentra por debajo de la base. Por eso, quienes ejercen la autoridad se llaman ‘ministros’: porque, según el significado originario de la palabra[45], son los más pequeños de todos. Cada Obispo, sirviendo al Pueblo de Dios, llega a ser para la porción de la grey que le ha sido encomendada, vicarius Christi[20], vicario de Jesús, quien en la Última Cena se inclinó para lavar los pies de los apóstoles (cf. Jn 13,1-15). Y, en un horizonte semejante, el mismo Sucesor de Pedro es el servus servorum Dei” (id), es decir el siervo de los siervos de Dios. Esta especificación de la autoridad como servicio la encuentra confirmada en la vida de Jesús y también en sus palabras en las que pide a sus apóstoles que se desmarquen radicalmente del orden establecido: ‘“ustedes saben que los jefes de las naciones dominan sobre ellas y los poderosos les hacen sentir su autoridad. Entre ustedes no debe suceder así. Al contrario, el que quiera ser grande, que se haga servidor de ustedes; y el que quiera ser primero, que se haga esclavo’ (Mt 20,25-27). ‘Entre ustedes no debe suceder así’: en esta expresión alcanzamos el corazón mismo del misterio de la Iglesia —‘entre ustedes no debe suceder así’— y recibimos la luz necesaria para comprender el servicio jerárquico” (id).

El ejemplo más claro que tenemos a mano son los que han sido llamados con toda razón los modernos Padres de la Iglesia Latinoamericana: desde Proaño a Romero pasando por Angelelli, Alvear, Helder Camara, Lorscheider…[46] Todos ellos se sintieron en el seno de su pueblo y muy agradecidos de lo que recibían de él y por eso también le aportaron muchísimo, casi se puede decir que lo marcaron con su servicio, tan perseverante y ajustado a la realidad, que fue capaz de poner en pie a esos pueblos postrados o, mejor, ayudarlos eficazmente a que tomaran las riendas de su vida y asumieran su condición de sujetos fraternos y filiales.

 

2.4 Caminamos al encuentro con Jesús de Nazaret y él es nuestro Camino

Ahora bien, todavía el sentido del camino tiene otra connotación bien precisa para nosotros los cristianos: caminamos al encuentro con Jesús de Nazaret, el que nos hace hermanos e hijos de Dios y que vive en el seno del Padre, en la comunidad divina, no sólo como Hijo único y eterno del Padre sino como Hermano nuestro, que nos lleva realmente en su corazón y nos destina a participar en él de la comunidad divina. Así pues, para nosotros el camino no acaba en la muerte sino en la comunidad divina.

Creo que este sentido de la vida como camino hacia el encuentro definitivo con Jesús, que era tan fuerte antaño en la Iglesia, hoy está bastante desvaído. Pero, si en verdad Jesús es nuestro Señor, como nuestro Hermano, encontrarnos definitivamente con él sí tiene que ser la meta entrañable de nuestra vida. Ahora, no una meta que deje de lado lo demás, porque aquí estamos cumpliendo su encargo de hacer de esta humanidad, que se desconoce, el mundo fraterno de las hijas e hijos de Dios[47]. Y además porque nos encontraremos con él como Hermano de todos, luego en él nos encontraremos con todos.

Más aún, para nosotros, los cristianos, él no es sólo nuestro destino sino el Camino por el que vamos (Jn 14,4-6)[48]. Por eso vamos en su seguimiento y nos definimos como seguidores suyos. No como imitadores, porque en la imitación no cabe autenticidad ni plenitud humana. La imitación no nos humaniza.

Y, además, como las situaciones son distintas, la imitación falsearía lo que pretendió él en su vida. No tratamos de hacer lo mismo que él, sino lo equivalente en nuestra situación. Se trata, pues, de seguirlo con fidelidad creativa. Buscamos hacer en nuestra situación lo equivalente de lo que él hizo en la suya. Y él, ya lo hemos dicho, se encarnó en su pueblo por abajo y vino a reunir a los hijos de Dios que estaban dispersos (Jn 11,52) de tal manera que la llamada a cada uno, la vocación, es en realidad una convocación: una llamada a caminar juntos como hermanas y hermanos sembrando la fraternidad de las hijas e hijos de Dios, hasta que estemos todos en su corazón en la comunidad divina como hijos en el Hijo[49].

 

Todos estos sentidos están recogidos en esta cita del documento aludido de la Comisión Teológica Internacional: “La sinodalidad manifiesta el carácter peregrino de la Iglesia (…) expresa su dimensión social, histórica y misionera, que corresponde a la condición y a la vocación del ser humano como homo viator. El camino es la imagen que ilumina la inteligencia del misterio de Cristo como el Camino que conduce al Padre. Jesús es el Camino de Dios hacia el hombre y de estos hacia Dios. El acontecimiento de gracia con el que Él se hizo peregrino, plantando su tienda en medio de nosotros (Jn 1,14), se prolonga en el camino sinodal de la Iglesia”[50].

 

3 ELEMENTOS QUE CONLLEVA EL CAMINAR JUNTOS

Después de asentar que la sinodalidad es el modo de ir haciéndonos cristianos, vamos a especificar la manera concreta de caminar juntos. Lo haremos tomando en cuenta el Documento de Preparación y el Instructivo para el Sínodo, así como también un artículo mío titulado “La cultura de la democracia”[51].

 

Lo más básico como modo de vida es la comunión. Empezamos por lo más difícil porque se suele exhortar mucho a la comunión y se habla de ella y se la alaba, pero ordinariamente no se le dan contenidos analíticos y por eso tiende a ser muy valorada, pero en realidad resulta poco operativa.

Si miramos al diccionario, la primera acepción de comunión es “participación en lo común” y la segunda “trato familiar, comunicación de unas personas con otras”. Creo que esta segunda es la que más está en la mente: los cristianos tenemos que comunicarnos familiarmente. Ahora bien, la primera, aunque genérica, es la propia. Por eso, la pregunta es qué es eso común de lo que todos los cristianos participamos. Los cristianos participamos de la fraternidad de Jesús y por eso hemos recibido todos un mismo Espíritu, el Espíritu que nos hace ser hijos del Padre en el Hijo único y hermanos en el Hermano universal. Ahora bien, eso lo hemos recibido, pero cada quien lo tenemos que hacer nuestro, es decir obedecer el impulso del Espíritu que nos hermana en la fraternidad de las hijas e hijos de Dios. Lo común es, pues, Jesús como Hermano y el mismo Espíritu de hijos y hermanos y el mismo Padre, en el Hijo único. Participar de lo común, es decir, comulgar unos con otros es aceptarnos como hermanos en Jesús de Nazaret, lo que implica dejarnos llevar todos por el mismo Espíritu de hermanos y considerarnos todos como hijos del mismo Padre y seguir todos a Jesús. Así pues, la comunión está entrañada en el acto mismo de ser cristianos. Sólo podremos comulgan entre nosotros en la medida en que seamos cristianos; pero a la vez sólo seremos cristianos si comulgamos unos con otros como hermanos en Jesús que nos hermana. Cualquier lazo que no sea éste no es la comunión cristiana.

La comunión se da, pues, en el corazón de Jesús de Nazaret, que nos lleva incondicionalmente a todos. La trascendencia de esta comunión es que al realizarse a través de la fraternidad de Jesús es en último término participación de la comunión de la Trinidad. Así lo expresa el Instructivo para el Sínodo: “La comunión que compartimos encuentra sus raíces más profundas en el amor y la unidad de la Trinidad. Es Cristo quien nos reconcilia con el Padre y nos une unos a otros con en el Espíritu Santo” (1.4). Por eso es una comunión sagrada, que tiene que resistir todos los malentendidos y las divergencias y hasta los choques. La tenemos que valorar tanto que nunca por nada la pongamos en peligro. Puede haber divergencias serias entre corrientes cristianas, pero para que se mantengan dentro del espíritu cristiano no tienen que poner en peligro la comunión, más aún tienen que ser expresión de lo en serio que nos la tomamos[52].

Ahora bien, si decimos que vivimos en comunión, lo primero que tenemos que hacer es cultivarla porque Jesús se ha hecho nuestro Hermano, pero nos toca a nosotros aceptar esa fraternidad, que implica corresponder a ella asumiéndonos como sus hermanos y en él hermanos de todas y de todos. Y esto tiene que ser actuado en cada ocasión. Si no se actúa, por lo que toca a nosotros, se pierde, aunque Jesús siempre nos mantenga y posibilite así que la volvamos a actuar. Así pues, la comunión no es un estado: la común unión de unos con otros y de todos con todos, sin excluir a nadie, sino una posición vital que tiene que ser incesantemente actuada[53]. Actuada en la vida diaria y actuada también en la iglesia y en todo lo que hacemos para cultivar nuestro cristianismo y para expresarlo en la vida.

Es claro que vernos, sentirnos y actuar no como un yo, como un individuo que sólo tiene en cuenta sus propias metas, sino como un nosotros que tiene en su corazón a los demás y obra en función del bien común y que desarrolla su individualidad porque desde ella se entrega a los demás es una posición vital completamente a contracorriente con la dirección dominante de esta figura histórica y por eso tiene que ser elegida, querida y actuada muy consciente y asiduamente. La comunión como mera ideología de la institución a la que pertenezco, que se profesa sinceramente, pero que no es asumida personalmente no es operante. Tiene que ser verdad que, como Jesús y a la medida del don recibido, llevo a los demás en mi corazón y que me siento hermano de ellos y que, en ese sentido, los quiero. La expresión mínima de que es verdad es que pido a Dios por ellos y que lo hago tomando en cuenta la diversidad de las situaciones y no rutinaria sino personalizadamente. Otra manifestación ineludible es que vivo no ensimismado ni corporativamente, sino en la realidad: que me entero de lo que pasa, que me intereso, que tomo posición ante ello desde el punto de vista del bien común y que trato de hacer lo posible para su bien, tomando especialmente en cuenta a los más vulnerables, los pobres y excluidos.

Lo más básico, pues, como tarea es asumir la responsabilidad que supone el irnos haciendo humanos y cristianos juntos. A esto se refiere el Concilio cuando asienta: “somos testigos de que está naciendo un nuevo humanismo, en el que el hombre queda definido principalmente por la responsabilidad hacia sus hermanos y ante la historia” (GS 55). Para el Concilio esta responsabilidad tiene que ejercitarse tan profunda, personal y constantemente que llegue a definirnos. Y no tiene que tomar en cuenta a los demás como meros individuos sino específicamente como hermanos. Y además tiene que hacerse cargo y asumir que esa responsabilidad fraterna no se da en el vacío ni tampoco en el orden establecido y menos en un grupo corporativizado, sino que acontece entre personas ancladas en la realidad, que es histórica. Y este modo de ser es tan alternativo al que tiene vigencia que constituye, nada menos, que un nuevo humanismo, un humanismo humanizador, así como el vigente, pendiente sólo de las cualidades que llevan al éxito, deshumaniza.

Esta responsabilidad es el contenido de la primera interpelación de Dios a los seres humanos: “¿dónde está tu hermano?” le pregunta a Caín. Responder: “¿acaso soy yo el guardián de mi hermano?” (Gn 4,9) es la respuesta de un asesino. Mató a Abel porque antes lo había borrado de su corazón. Los demás tienen que estar dentro de uno, así como uno tiene que aceptarse dentro de los demás. Por eso una expresión de esta responsabilidad es cuidar a los demás y aceptar que nos cuiden[54]. Naturalmente que desde la libertad y la gratuidad, incluso desde la discreción. Un componente de la responsabilidad y el cuidado es la ayuda mutua, insistiendo que tiene que ser horizontal y gratuita y sin avasallar. Pero, en todo caso, tiene que darse.

De una manera más específica la sinodalidad pide hablar, escuchar, dialogar y llegar a acuerdos[55]. Hablar es el modo más elemental de ejercer la pertenencia ya que es poner fuera de sí, a disposición de todos, lo que uno tiene dentro. Es, por tanto, exponerse y por eso es un ejercicio de confianza. Y además de no guardarse datos que lo pongan a uno en ventaja sobre los demás. Ahora bien, muchos no hablan porque no son escuchados, porque según los criterios del orden establecido no tienen nada que decir. Por eso insisten mucho los dos documentos sinodales en que hay que hacer lo posible porque hablen los pobres y también los alejados porque sienten que son despreciados como pecadores[56]. Ahora bien, hay que excluir el hablar como ejercicio de narcisismo o como ejercicio de dominio[57]. Hablar como ejercicio de responsabilidad requiere informarse y más radicalmente vivir en la realidad y no meramente en uno mismo o en la opinión.

Pero para el cristiano responsable hablar supone escuchar, no sólo a los demás y a la realidad sino de modo absoluto a Dios y a Jesús y dejarse llevar por el impulso de su Espíritu. Ese es el sentido literal de responsabilidad (que viene del latín: responsa, que significa respuesta): respuesta creativamente fiel a lo que Dios va diciendo. Por eso hablar supone un clima de oración, que no equivale a oraciones, sino que es apertura radical a lo que él quiera decir. Por eso los documentos insisten en que para que el hablar y el escuchar sean trascendentes tienen que basarse en la escucha de la Palabra[58], sobre todo de los santos evangelios, y en la recepción de Jesús en la Cena del Señor[59], si no es un mero rito sino la convocación de los discípulos por el Maestro, que se hace realmente presente tanto en la Palabra como en el pan y el vino, aunque lo primero es la Palabra para que la comunión sea con Jesús de Nazaret y no con la proyección idealizada y sacralizada del grupo o de la institución. Es importantísimo que la escucha mutua esté basada en la escucha de todos al Señor Jesús.

La otra insistencia es la escucha de cada uno y del grupo al Espíritu y su discernimiento. Sobre la escucha al Espíritu dice el Instructivo: “atender las indicaciones del Espíritu Santo, que viene a guiar nuestros esfuerzos humanos, soplando vida y vitalidad a la Iglesia y llevándonos a una comunión más profunda para nuestra misión en el mundo” (1.2). La escucha a los demás tiene la trascendencia de escuchar lo que nos dice el Espíritu a través de ellos: “Nos escuchamos unos a otros para escuchar mejor la voz del Espíritu Santo hablando en nuestro mundo de hoy” (4.1). Así también hay que leer el evangelio escuchando lo que el Espíritu de Jesús nos quiere decir hoy al contemplar la Palabra: “El Espíritu enviado por Cristo no sólo confirma la continuidad del Evangelio de Jesús, sino que ilumina las profundidades siempre nuevas de la Palabra de Dios e inspira las decisiones necesarias para sostener el camino de la Iglesia y vigorizar su misión (cf. Jn 14, 25-26; 15, 26-27; 16, 12-15)[60].

Su discernimiento es tan importante que no hay sinodalidad sin discernimiento porque siempre se agitan varios espíritus, tanto en cada uno como en el grupo, y hay que saber distinguir en cuáles actúa el Espíritu de Jesús, que nunca actúa como otro Espíritu al lado de los demás, porque es trascendente, sino a través de ellos. En contra de lo que está de moda en determinados ambientes cristianos, no podemos sentir al Espíritu sino tan sólo, y esto basta, a lo que de nosotros es movido por él. Los padres del desierto insistieron mucho en la necesidad de este discernimiento y elaboraron criterios básicos de discernimiento. También en la Autobiografía de san Ignacio el tema recurrente son los discernimientos sucesivos de cómo lo fue llevando Dios y los criterios que salían de esa experiencia y que fueron plasmados en los Ejercicio Espirituales[61]. Ni en el ambiente postmoderno ni en el protocolizado de la institución eclesiástica establecida tiene lugar el discernimiento. Por eso los documentos lo ponen tan de relieve[62].

El otro elemento es la participación[63]. Así lo especifica detalladamente el Instructivo para el Sínodo: “Todos nosotros estamos llamados en virtud de nuestro Bautismo a ser participantes activos en la vida de la Iglesia. En las parroquias, en las pequeñas comunidades cristianas, en los movimientos laicos, en las comunidades religiosas y en otras formas de comunión, mujeres y hombres, jóvenes y ancianos, todos estamos invitados a escucharnos, para a su vez atender las indicaciones del Espíritu Santo (1.2). Es cierto que hay que vencer muchas malformaciones para lograrlo; pero también lo es que claramente nos lo está pidiendo el Señor que nos convoca.

La participación conlleva la corresponsabilidad, ciertamente que en la toma de decisiones, y éste es el tema recurrente en los escritos actuales sobre sinodalidad; pero, antes que eso y como base, en la cotidianidad, para que tenga esta calidad que da la fraternidad de las hijas e hijos de Dios unidos en una sola familia. Como la responsabilidad no es de individuos sueltos sino de hermanas y hermanos, se convierte en corresponsabilidad, que lo vuelve todo más complejo, pero que tiene que darse, si en verdad queremos actuar como de una sola familia. Por eso la corresponsabilidad en la toma de decisiones tiene que sustentarse de un modo infaltable en corresponsabilidad en la vida ordinaria de la Iglesia, para que sea la fraternidad de las y los seguidores de Jesús.

Estos diversos aspectos de la sinodalidad aparecen expresados y especificados de este modo por la comisión Teológica Internacional: “la escucha comunitaria de la Palabra y la celebración de la Eucaristía, la fraternidad de la comunión y la corresponsabilidad y participación de todo el Pueblo de Dios, en sus diferentes niveles y en la distinción de los diversos ministerios y roles, en su vida y en su misión” (70; citado por el DP 27).

Desde lo dicho queda claro que, como asienta la Comisión teológica Internacional y recoge el Documento Preparatorio para el Sínodo, la sinodalidad es una “dimensión constitutiva de la Iglesia”[64].

 

4 LA PRÁCTICA COTIDIANA DE LA SINODALIDAD

 

Quisiera destacar un punto que me parece especialmente relevante, tanto que creo que sería nuestra mayor contribución a la constitución de la sociedad como cuerpo social y a que existiera por fin la democracia real. Se trata de que la sinodalidad en la Iglesia latinoamericana fuera una práctica tan extendida y tan densa que llegara a marcarnos como cristianos latinoamericanos.

Tengo el convencimiento de que el sínodo sobre la sinodalidad y todos los encuentros sobre la misma que se hagan en los diversos países y diócesis no cambiarán sustancialmente la fisonomía de la Iglesia hasta que la sinodalidad no llegue a convertirse en una práctica habitual, es decir, hasta que en la cotidianidad no llegue a acontecer que nos llevemos en la fe, en el amor mutuo y en la vida cristiana las distintas vocaciones del pueblo de Dios, y más restringidamente hasta que los curas y los obispos no se vayan haciendo cristianos con los laicos o de un modo aún más preciso hasta que la dimensión de cristianos no sea para la jerarquía la dimensión básica en la que viven, aunque esa dimensión esté coloreada por su vocación jerárquica. Por eso el Documento de Preparación insiste en que hay que rescatar las experiencias de la práctica cotidiana de la sinodalidad para apoyarse en ellas hasta lograr que ése sea el clima de la Iglesia: “todas aquellas experiencias en las que se experimentan formas de ‘caminar juntos’ en la vida ordinaria, incluso cuando ni siquiera se conoce o se usa el término sinodalidad” (25; la cursiva es nuestra). También el Instructivo para el Sínodo expresa que “la sinodalidad debe expresarse en la forma ordinaria de vivir y trabajar de la Iglesia” (1.2). El sínodo quiere lograr que la Iglesia se edifique, no en base a doctrinas sino a la vida de fe concreta de las personas que efectivamente la viven: “Debemos evitar el riesgo de dar mayor importancia a las ideas que a la realidad de la vida de fe que las personas viven de manera concreta” (2.3).

Creo que bastantes curas sí se consideran cristianos y cultivan esa dimensión; pero lo hacen de un modo privado y como subsidiario, es decir para ser buenos curas. Pero son pocos los que piensan y sienten que lo que son en el fondo es cristianos y que no pueden ser cristianos ellos solos como individuos, porque ser cristianos es vivir la fraternidad de las hijas e hijos de Dios y esa dimensión, que es la que lo define a uno, pide que la relación horizontal, gratuita, abierta y, a poder ser, mutua lleve la voz cantante en su vida y que por tanto ser curas es un oficio que se les ha dado, encaminado todo él a potenciar esa relación básica dentro de la Iglesia y a proclamarla y actuarla también fuera de ella.

Parece mentira que, habiéndose perdido el significado original de ser ordenado, que es entrar en el orden, sea de los presbíteros o de los obispos, entendiendo orden en el sentido romano de un estamento privilegiado[65] y por tanto apartado del pueblo, aunque sea para servirlo, todavía se mantenga el sentido de status, que, de hecho, lo separa de los llamados fieles, encumbrándolo sobre ellos.

No pocos presbíteros y tal vez la mayoría se sienten así y por eso no comprenden que se les diga que tienen que hacerse cristianos con los demás cristianos no ordenados. No entienden si quiera que tengan que hacerse cristianos pues les parece que, si los han ordenado, es porque los han reconocido como tales. Creen que los han ordenado para ayudar a los laicos a hacerse cristianos y a vivir como tales. Si están para ayudarlos, las relaciones no son mutuas sino de ellos, los que ayudan, a los laicos, los que son ayudados. Convienen en que estas relaciones tienen que ser humildes y que no pueden llevarse a cabo despóticamente. Pero no entienden que tengan que mantener con ellos relaciones horizontales y mutuas ni que estas relaciones sean para hacerse cristianos o, si se quiere, para ejercer la fraternidad de los hijos de Dios en que consiste el cristianismo. O, dicho de otra manera, que antes de actuar como agentes pastorales está la dimensión más básica de pacientes pastorales: que tienen que ser ayudados siempre y sólo así pueden ayudar genuinamente.

Hasta que no lleguen a distinguir entre su ser cristiano, que es lo sagrado y eterno, y su ministerio jerárquico, que es únicamente o nada menos que para cualificar y potenciar esta fraternidad en ellos y en los demás, y hasta que no ejerzan el ministerio sobre la base de su asiduo ejercicio cristiano, no habrá sinodalidad. Ahora bien, para ejercerlo así tienen que valorarlo. Pero si no se practica esa relación primordial de llevarse mutuamente en la fe, en el amor cristiano y en la ayuda concreta en los diversos aspectos de la vida cristiana diaria y si no se ejerce el ministerio en orden a ella ¿cómo se la va a valorar?

Así que o se llega a ver la poca densidad de definirse como cura y por eso la persona se abre a definirse como cristiano o la persona se fía de los que inculcan la sinodalidad, empezando por el papa, y se animan por eso a practicarla. Si por alguno de esos cauces no se da el cambio, no seremos en el fondo cristianos y el cristianismo se habrá reducido a una religión.

También puede darse el caso de que otros cristianos se relacionen con él en esta dimensión básica de modo tan excelente, tan gratificante, que la persona se vaya abriendo a ella hasta llegar a practicarla asiduamente[66]. Este modo de llegar Dios a uno por medio de otros lo tematiza el Instructivo para el Sínodo: “Dios nos alcanza a través de otros y llega a otros a través de nosotros, a menudo de maneras sorprendentes” (4.1).

Pero, de un modo u otro, la sinodalidad tiene que llegar a practicarse cotidianamente por una masa crítica para que llegue a darse un verdadero cambio y pueda decirse con verdad que nuestra Iglesia es realmente sinodal. Esto, sobre todo, es lo que hay que promover. Así lo tematiza el Instructivo para el Sínodo: “El corazón de la experiencia sinodal es escuchar a Dios a través de la escucha de unos a otros, inspirados por la Palabra de Dios. Nos escuchamos unos a otros para escuchar mejor la voz del Espíritu Santo hablando en nuestro mundo de hoy” (4.1). Fijarnos en lo que hay ya de sinodalidad conlleva no fijarnos sólo en lo negativo. Así lo expresa el Instructivo para el Sínodo: “fijarnos en los problemas solo nos llevará a sentirnos abrumados, desanimados y cínicos (…) apreciemos donde el Espíritu Santo está generando vida y veamos cómo podemos dejar que Dios trabaje más plenamente” (2.4)

 

Pero, claro, primero hay que hacer ver su sentido y su pertinencia evangélica. Para eso puede ayudar el testimonio de quienes a raíz del concilio y su recepción latinoamericana lo vivieron con asiduidad como una gracia trascendente. Nosotros lo hemos vivido en comunidades cristianas de base[67] y, aunque esas comunidades anden muy disminuidas, lo seguimos viviendo y podemos dar testimonio de que ese modo de convivir, de llevarnos mutuamente, nos enriquece, nos humaniza ya que, como hemos insistido, para nosotros los cristianos ser humanos es ser hermanos de todos.

Ahora bien, a vivir la sinodalidad cristiana ayuda sobremanera comprender que también la sinodalidad es el modo de ser humanos, porque los seres humanos estamos en camino de constituirnos y para llegar a ser humanos con calidad humana tenemos que caminar unos con otros en relaciones horizontales, gratuitas y abiertas. Tenemos que llegar a comprender que ser cristianos no es sino una explicitación de ser humanos: es ser humanos siguiendo a Jesús de Nazaret, el prototipo de humanidad porque es el molde en el que hemos sido creados, la Imagen plena de Dios a cuya imagen hemos sido creados, el arquetipo de humanidad porque nos humaniza con su relación, atrayéndonos desde el Padre con el peso infinito de su humanidad porque en él “habita la plenitud de la divinidad corporalmente” (Col 2,9) y por eso el parámetro que mide el grado de humanidad de cada ser humano.

Si una masa crítica de cristianos convive de ese modo personalizadamente, discerniendo juntos qué demanda la situación y ayudándose unos a otros a vivirla, lo que supone el ejercicio asiduo de la deliberación[68], será el mayor estímulo para que como ciudadanos pongamos en común nuestros haberes para constituir cuerpos sociales y para que desarrollemos la deliberación de manera que no sepamos vivir sin ella. Si todo esto se da, dice el Documento de Preparación, que se habrá constituido “la comunidad cristiana como sujeto creíble y socio fiable en caminos de diálogo social, sanación, reconciliación, inclusión y participación, reconstrucción de la democracia, promoción de la fraternidad y de la amistad social” (2). Por eso el Instructivo para el Sínodo precisa que la sinodalidad tiene dos niveles: “Primero, viajamos juntos, unos con otros, como el Pueblo de Dios. También, viajamos juntos como pueblo de Dios con toda la humanidad. Estas dos perspectivas se enriquecen mutuamente y son útiles para nuestro discernimiento hacia una comunión más profunda y una misión más fructífera” (5.3). “Este camino juntos no solo nos une más profundamente unos con otros como Pueblo de Dios, sino que también nos envía a perseguir nuestra misión como un testimonio profético que abarca a toda la familia de la humanidad” (1.1).

 

Si en este aspecto trascendente de nuestra vida, que, sin embargo, se realiza en la cotidianidad, nos hemos acostumbrado a la deliberación para buscar juntos el camino y recorrerlo mancomunadamente, no aceptaremos ser en política mera masa que aplaude o protesta las decisiones de los que mandan. Intentaremos por todos los medios vivir en la esfera política lo que vivimos en esta otra, tan decisiva que nos configura.

Insisto que sólo desde esta base podremos encaminarnos hacia una alternativa realmente superadora también en el plano político. Es difícil que la deliberación comience por la política. Es preciso haberla ejercitado en la familia, entre los amigos y compañeros, en las asociaciones y grupos para que lleguemos a practicarla también en la política. La política es una superestructura. Por eso tiene que apoyarse en lo social y lo interpersonal para que llegue a alcanzar tanta consistencia que sea capaz de normar a los grupos económicos, en vez de caer en sus manos. Ése es nuestro reto y ése es el valor añadido de la sinodalidad en Nuestra América hoy.

De una manera más genérica el Instructivo para el Sínodo expresa que la sinodalidad no es en último término un asunto intraeclesial sino que está al servicio de la relación de Dios con la humanidad y en definitiva se orienta a que toda la humanidad camine como un conjunto hacia el Reino: “La última perspectiva para orientar este camino sinodal de la Iglesia es servir al diálogo de Dios con la humanidad (DV, 2) y caminar juntos al reino de Dios (cf. LG, 9; RM, 20)” (1.3).

 

 

 

1 ¿POR QUÉ EMPEZAR POR EL SENTIDO HUMANO DE SINODALIDAD?

1.1Para llegar a ser humanos tenemos que caminar y caminar por el buen camino  

1.2 Para llegar a ser humanos tenemos que caminar juntos

1.3 Tareas que se derivan de este modo de ser humano en un orden social que lo desconoce y contradice

2 LA SINODALIDAD EN EL CRISTIANISMO

2.1 Caminar con todos como hermanos desde el corazón de Jesús

2.2 Ir haciéndonos cristianos con otros

2.2 Sacramento y embrión del mundo fraterno de los hijos de Dios que Jesús vino a convocar, caminando con todos desde los de abajo

2.3 Caminamos al encuentro con Jesús de Nazaret y él es nuestro Camino

3 ELEMENTOS QUE CONLLEVA EL CAMINAR JUNTOS

4 LA PRÁCTICA COTIDIANA DE LA SINODALIDAD

[1] Documento de Participación N° 27

[2] Esto también lo expresa el Instructivo para el Sínodo: “la sinodalidad no es tanto un acontecimiento o una consigna como un estilo y una forma de ser por la que la Iglesia vive su misión en el mundo” (1.3) y “la fase diocesana está destinada a ofrecer a tantas personas como sea posible una experiencia verdaderamente sinodal, de escucha de los unos a los otros y caminar juntos, guiados por el Espíritu Santo” (4.1)

[3] El sínodo como entrenamiento de lo que tiene que convertirse en el modo normal de vivir el cristianismo está expresado desde el comienzo del documento: “caminando juntos, y juntos reflexionando sobre el camino recorrido, la Iglesia podrá aprender, a partir de lo que irá experimentando, cuáles son los procesos que pueden ayudarla a vivir la comunión, a realizar la participación y a abrirse a la misión. Nuestro ‘caminar juntos’, en efecto, es lo que mejor realiza y manifiesta la naturaleza de la Iglesia como Pueblo de Dios peregrino y misionero” (n°1)

[4] Así lo expresó Pío X, de cuya buena voluntad no podemos dudar: “La Iglesia es, por la fuerza misma de su naturaleza, una sociedad desigual. Comprende dos categorías de personas: los pastores y el rebaño, los que están colocados en los distintos grados de la jerarquía, y la multitud de los fieles. Y estas categorías hasta tal punto son distintas entre sí, que sólo en la jerarquía residen el derecho y la autoridad necesarios para promover y dirigir a todos los miembros hacia el fin de la sociedad. En cuanto a la multitud, no tiene otro derecho que el de dejarse conducir y seguir dócilmente a sus pastores” (citado por Velasco, La Iglesia de Jesús. EVD, Estella 1992,170-171). Como se ve es la negación más absoluta de la sinodalidad

[5] En la inculturación lo trascendente del cristianismo funciona como absoluto y la cultura como relativa; en la aculturación es lo contrario: la cultura, digamos, es el frasco y sólo entra del cristianismo lo que cabe en él

[6] Esta es la religión de la época en que, con la aparición de la agricultura, la ganadería, la alfarería, la cantería, el laboreo de los metales y la ciencia y la técnica, se da la división de trabajo y son posibles las ciudades, los reinos y los imperios y la sociedad se hace piramidal. En la Indoamérica que se encontraron los conquistadores ésa era la religión de los aztecas y los incas. Ésa no es la religión de Jesús, aunque el cristianismo se adaptó a ella, sacrificando su genuinidad. Es la época que está pasando y si el cristianismo no se desmarca de ella, pasará con la época por su infidelidad

[7] Zubiri, La estructura dinámica de la realidad. Alianza Editorial, Madrid 1989. El libro reproduce un seminario que dio Zubiri en la última parte del año 1968

[8] Ellacuría, Filosofía de la realidad histórica. UCA, San Salvador, 1999, 345

[9] Por ejemplo, eso es lo que se llama calidad educativa, incluso, no pocas veces, en la educación católica

[10] Trigo, “Ser humano”. SIC 829, nov 2020,403-414

[11] “Soy personalmente en la apertura a los demás. No son dos cosas ser persona y tener físicamente un ser común con los otros, sino que tener un ser común con los otros pertenece a mi modo de ser persona, definida como apertura real a mi propia realidad, vertida desde sí misma a las otras personas” (Ellacuría, Filosofía de la realidad histórica, UCA, San Salvador 1999,388)

[12] Trigo, “Afirmarse como seres humanos y afirmar a todos los seres humanos: vocación y misión de todos los seres humanos”. Iter Humanitas 17 (en-jul 2012) 105-146

[13]Actus purus” es la expresión de santo Tomás: ST I,q9,1;q12,1;q14,2 ad3;q50,2 ad3;q54,1;q75,5 ad4;q87,1;q90,1;q115,1 ad 2

[14] Naturalmente que no lo habrían matado mientras hablaba a la multitud, porque así habrían provocado un tumulto. Habrían esperado a que acabara y la gente se dispersara para apresarlo mientras se retiraba también él

[15] La frase la repetía el personaje Eudomar Santos y la novela se titulaba “Por estas calles”, con guión de Ibsen Martínez, que se proyectó entre 1992 y 1994

[16] Es la tesis de Heidegger en su libro Ser y tiempo (1927)

[17] Eso es lo que significa el dasein heideggeriano: ser-ahí, que más bien sería estar haciendo algo ahí como expresa el uso del gerundio en latín

[18] Es lo que sostiene la Laudato Sí, la encíclica del papa Francisco

[19] Trigo, “Discernimiento de la nueva época desde América Latina”. RLT 111, set-dic 2020,248-281

[20] Ése es el sentido de la ingeniería genética

[21] Ésa es la pretensión de la manipulación genética

[22] Así lo visualizó convincentemente Jorge Luis Borges en el cuento “El Inmortal”, en su libro El Aleph. Editorial Losada, Buenos Aires 1949

[23] Cf. Tomás de Aquino, Summa Theologiae I, q. 11, art. 3; q. 21, art. 1, ad 3; q. 47, art. 3. La cita es el n° 240

[24] Trigo, “Relación de fe”. En Cómo relacionarnos humanizadoramente. Gumilla, Caracas 2012,10-27

[25] Trigo, “El mundo como mercado. Significado y juicio”. En El neoliberalismo en cuestión. Santander: Sal Terrae, 1993,303-319

[26] “Poderosidad es la dominancia de lo real” (Zubiri, El hombre y Dios. Alianza Editorial, Madrid 1988, 27)

[27] Éste es el nombre de una bodeguita de barrio, que me impresionó por su carácter humanizador

[28] N° 240

[29] Literalmente se rasgaba: Mc 1,16; cf 15,38

[30] Trigo, Jesús nuestro hermano. Sal Terrae, Maliaño 2018,34-43

[31] Ver la encíclica del papa Francisco Fratelli Tutti

[32] oc 107

[33] En la RAE en ciernes significa “estar muy a sus principios, faltarle mucho para su perfección”

[34] Éste es el texto: “Si me asusta lo que soy para ustedes, también me consuela lo que soy con ustedes. Para ustedes soy obispo, con ustedes soy cristiano. Aquel nombre expresa un deber, éste una gracia; aquél indica un peligro, éste la salvación” (Serm. 340, 1: PL 38, 1483)

[35] “Conmemoración del 50 aniversario de la institución del sínodo de los obispos”. Aula Pablo VI, 17 oct 2015

[36] El concepto de sinodalidad como camino de hacernos cristianos mediante relaciones fraternas no lo hemos visto explicitado en los documentos oficiales hacia el sínodo, como el Documento Preparatorio y el Instructivo para el Sínodo sobre Sinodalidad. El primero insiste constantemente en “caminar juntos”, pero nunca especifica si somos los cristianos ya constituidos los que tenemos que caminar juntos o si tenemos que caminar juntos para ir haciéndonos cristianos; incluso no especifica si el caminar juntos se refiere a las distintas vocaciones del pueblo de Dios o a la condición de cristianos, común a todos y anterior a ellas, en el sentido de más elemental y radical. Sin embargo, sí hay tres referencias a “la comunión fraterna” (n°13), a la “fraternidad de la comunión” (n°27) y a “Una Iglesia capaz de comunión y de fraternidad” (n°9)

[37] “Discípulos y Misioneros de Jesucristo, para que nuestros pueblos tengan en Él vida» es el título de la Conferencia de Aparecida (2007), título que expresa adecuadamente nuestro ser cristiano

[38] “Una Iglesia capaz de comunión y de fraternidad, de participación y de subsidiariedad, en la fidelidad a lo que anuncia, podrá situarse al lado de los pobres y de los últimos y prestarles la propia voz” (DP 9)

[39] “Conmemoración del 50 aniversario de la institución del sínodo de los obispos”. Aula Pablo VI, 17 oct 2015

[40] Así lo insiste el Instructivo para el Sínodo: “La sinodalidad no es un ejercicio estratégico corporativo. Más bien es un proceso espiritual que es guiado por el Espíritu Santo. Podemos sentirnos tentados a olvidar que somos peregrinos y siervos en el camino marcado para nosotros por Dios” (2.4)

[41] “En la Iglesia, la sinodalidad se vive al servicio de la misión” (Comisión Teológica Internacional, oc 53)

[42] Concilio Vaticano II, “Constitución dogmática sobre la Iglesia”, n°1

[43] Comisión Teológica Internacional, La sinodalidad en la vida y en la misión de la Iglesia, 2018, 54

[44] Papa Francisco, “Conmemoración del 50 aniversario de la institución del sínodo de los obispos”. Aula Pablo VI, 17 oct 2015

[45] El término «ministro» deriva del latín minister, que significa sirviente o criado, también ayudante. Procede de la raíz minus (menor, menos, miniatura). Es el opuesto a magister, término del que derivan magistrado y maestro, que representan el nivel más alto en sus respectivos estamentos

[46] Comblin dedica varios trabajos a estudiarlos y rendirles homenaje. El primero, más conceptual, en “Los obispos de Medellín”. En 10 palabras sobre la Iglesia en América Latina. Estella, Editorial Verbo Divino, 2003,41-77, el segundo, más vivencial, es su contribución al homenaje que se le tributó con motivo de sus ochenta años de edad, titulado significativamente Saudades da América Latina. El libro homenaje lleva por título A esperanca dos pobres vive. Sao Paulo, Paulus 2003,721-732. Ver además Id. “Los Santos Padres de América Latina”. RLT 65 (ma-ag 2005)163-172

[47] Así lo insiste Pablo a sus queridos filipenses: “Para mí el vivir es Cristo y morir una ganancia. Pero si mi vida corporal va a producir fruto, no sé qué escoger. Las dos cosas halan de mí: mi deseo es morir para estar con Cristo y eso es mucho mejor; pero para ustedes es más necesario que siga viviendo. Por eso estoy convencido que seguiré con ustedes para que progresen y se alegren en la fe” (1,21-25)

[48] “Es el «Señor Jesús que se presenta a sí mismo como ‘el camino, la verdad y la vida’ (Jn 14,6)», y «los cristianos, sus seguidores, en su origen fueron llamados ‘los discípulos del camino’ (cf. Hch 9,2; 19,9.23; 22,4; 24,14.22)»10” (DP 10)

[49]  Sin esa especificación, sin embargo, el Instructivo para el Sínodo sí se refiera a la inclusión total: “Vemos a lo largo de los Evangelios cómo Jesús llega a todos. El no sólo salva a las personas individualmente, sino que reúne al pueblo en comunidad, como el único Pastor de todo el rebaño (cf. Juan 10:16). El ministerio de Jesús nos muestra que nadie está excluido del plan de salvación de Dios” (2.1)

[50] Oc, 49

[51] En Relaciones Humanizadoras. Ediciones Universidad Alberto Hurtado, Santiago de Chile 2013,49-131

[52] En los años posconciliares después de Medellín la organización a la que pertenecía y señaladamente los teólogos dentro de ella, tuvimos serias divergencias con bastantes obispos. El secretario de la Conferencia Episcopal me llamaba cada cierto tiempo y la despedida siempre era la misma: “acuérdense, padres, que están en la rayita, aunque tengo que reconocer que están en la parte de dentro de la rayita”. Quería decir que reconocía que no tenía ninguna duda de que para nosotros ellos eran nuestros obispos y que discutíamos porque nos sentíamos adentro y responsablemente implicados

[53] La comunión y la participación dan el tono al documento de Puebla. Además de un apartado, el 1.12 (nos 211-219), la palabra comunión aparece en él 197 veces

[54] Boff, L., El cuidado esencial, Ed. Trotta, Madrid 2002 (el original es de 1999)

[55] “La esperanza es que la experiencia del Proceso sinodal traiga consigo una nueva primavera para la escucha, el discernimiento, el diálogo y la toma de decisiones, para que todo el Pueblo de Dios pueda trabajar mejor, juntos entre sí y con toda la familia humana, bajo la guía del Espíritu Santo” (Instructivo 3.5)

[56] “Debemos llegar personalmente a las periferias, a los que han abandonado la Iglesia, a los que rara vez o nunca practican su fe, a los que experimentan pobreza o marginación, a los refugiados, a los excluidos, a los que no tienen voz, etc” (Instructivo 4.1); “La tentación de escuchar sólo a aquellos que ya están involucrados en las actividades de la Iglesia” (Instructivo 2.4)

[57] “Es vano tratar de imponer las ideas de uno en todo el Cuerpo a través de la presión o al desacreditar a aquellos que sienten diferente” (Instructivo 2.4)

[58] “El corazón de la experiencia sinodal es escuchar a Dios a través de la escucha de unos a otros, inspirados por la Palabra de Dios” (Instructivo 4.1)

[59] ‘“Caminar juntos’ sólo es posible si se basa en la escucha comunitaria de la Palabra y la celebración de la Eucaristía” (Instructivo 5.3)

[60] PD, 16; “apreciemos donde el Espíritu Santo está generando vida y veamos cómo podemos dejar que Dios trabaje más plenamente (Instructivo 2.4)

[61] Trigo, “Seguir al Espíritu según Ignacio de Loyola”, “Ignacio hoy”, “Los tres discernimientos de Ignacio según la Autobiografía”. En El carisma ignaciano ayer y hoy (en prensa)

[62] “la experiencia de la sinodalidad no debe centrarse ante todo en las estructuras, sino en la experiencia de caminar juntos para discernir el camino a seguir, inspirados por el Espíritu Santo” (Instructivo 2.4)

[63] Ya hemos expresado que comunión y participación son los dos elementos característicos de Puebla, que en realidad forman una endíadis: comunión participada y participación comunional

[64] CTI, La sinodalidad en la vida y en la misión de la Iglesia, n. 70; DP n° 27

[65] Los órdenes eran el de los senadores, el de los caballeros y el de los decuriones. Constantino al prescribir que los obispos fueran llevados al concilio de Nicea en literas senatoriales, los asimiló a ese orden que era el supremo. A la larga sólo los de las diócesis más importantes fueron considerados como los senadores, los demás fueron tenidos como los caballeros y los presbíteros como los decuriones.

[66] Ésta es concretamente mi experiencia personal. Cuando comencé a ejercer el ministerio el año 1973 con gente popular pensé que llevaba desde el año 59 preparándome, que ya era hora de que, sin descuidarme a mí mismo, me entregara completamente a los demás. Pensaba, pues, que mi modo de ejercer el apostolado era la proexistencia, de la manera más humilde y horizontal posible, pero se trataba de entregarme a los demás. Lo que ocurrió fue que, en contra de lo que suponía, me encontré con que aquellos a los que me entregaba, me ayudaban, a su vez, mucho a mí. Y me abrí agradecido y comprendí que la relación era mutua y que a la larga era yo el que salía ganado

[67] “Comunidades Eclesiales de Base”. En El cristianismo como comunidad y las comunidades cristianas. Convivium Press, Miami 2008,139-229

[68] Deliberar según el diccionario de la Real Academia es “Considerar atenta y detenidamente el pro y el contra de los motivos de una decisión, antes de adoptarla, y la razón o sinrazón de los votos antes de emitirlos”. Como se ve, según el diccionario, la deliberación política viene después de la costumbre de decidir en la vida sopesando pausada y analíticamente las razones.-

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