Recuperan valioso manuscrito del siglo XVI que proponía desterrar a las mujeres del teatro
El texto, anónimo, pedía que se prohibieran las obras con personajes femeninos El investigador Ángel María García Gómez encontró el documento en un anticuario de Little Somerford (Wiltshire, Reino Unido) en 1983, y ahora lo devuelve a la institución
Esta es la historia de un manuscrito del siglo XVI que desapareció de la Biblioteca Nacional de España (BNE) hace más de ciento cincuenta años y que ahora vuelve a casa por azar o, mejor aún, por serendipia. Solo así puede entenderse que se esfumara de Madrid sin dejar rastro y apareciera en 1983 en el catálogo de un anticuario de Little Somerford (Wiltshire, Reino Unido) ante los avezados ojos de Ángel María García Gómez, catedrático emérito de la Universidad de Londres. Este profesor de literatura se acercó al lugar, lo compró y lo investigó hasta darse cuenta de lo que tenía ante sí: probablemente el primer documento, con formato y encuadre de tratado, que discutió la licitud moral de las representaciones teatrales en nuestro país.
Por eso esta también es la historia de un hombre que soñó un mundo sin teatro.
La obra en cuestión, anónima, se titula ‘Abusos de comedias y tragedias‘, y en estos momentos está custodiada en la caja fuerte del Instituto Cervantes de Londres, que ha gestionado los trámites de devolución (no de donación, que no es lo mismo). De allí saldrá este jueves dirección Madrid, cumpliendo así la voluntad de García Gómez. «Propietario ya del manuscrito, mi intención fue siempre que el documento fuera reintegrado a su antiguo hogar en la Biblioteca Nacional de España, a la que comuniqué en su día mi hallazgo y propósito. Pero antes de hacerlo quise examinarlo a fondo», relata nuestro protagonista.
«Es una pieza importante, primero por su antigüedad –se trata de un manuscrito del XVI–, y segundo por el tema, de gran interés para los dramaturgos e historiadores del teatro. Que haya aparecido es estupendo, extraordinario, no tenemos más que palabras de agradecimiento», celebra, al otro lado del teléfono, Isabel Ruiz de Elvira, directora del departamento de Manuscritos, Incunables y Raros de la BNE.
Según cuenta ella, este texto se enmarca en un tiempo en el que se creía que el teatro profano podía inducir al pecado, y en el que algunos incluso se plantearon prohibirlo. En este ambiente, muchos autores se pronunciaron y desarrollaron sus teorías más o menos radicales, y esta es una de ellas.
«Para el autor de ‘Abusos’, la situación ideal sería la de un mundo sin espectáculos públicos «perniçiosos para las costumbres», en especial las comedias y tragedias. Considerando, sin embargo, que en el mundo real las autoridades permiten las representaciones teatrales, su tratado va encaminado a suministrar remedios con los que atajar abusos», explica Ángel María García Gómez en un extenso artículo publicado en 2019.
Estos ‘abusos’, claro, eran múltiples para él. Le preocupaban las escenas de nigromancia y aquellas obras en las que se aplicaba el nombre de dios o diosa a, por ejemplo, Júpiter o Venus. También le quitaban el sueño los diálogos en los que el enamorado llamaba a su amada «mi diosa». ¿Por qué? Porque se trataba de una «blasphemia heretical» que podía conducir a error a «los simples». Y eso por no hablar de las historias que mostraban «amor lascivo y deshonesto y no el amor casto y berdadero»… En otras palabras: solo soportaba los argumentos de temática religiosa.
Con todo, la norma más rígida tenía que ver con las mujeres: quería desterrarlas del teatro. «En las representaciones tomarían parte solo actores, no actrices. Como consecuencia de estas limitaciones en la composición de las compañías (y eliminada la posibilidad alternativa de que los personajes femeninos fueran encarnados por actores masculinos vestidos de mujer), solo se deberían de llevar a las tablas obras en cuyo reparto no hubiese «personajes de mujeres»: es decir, un teatro donde tanto los personajes como los que encarnan sus papeles fueran del género masculino», escribe García Gómez. Un teatro de hombres, en definitiva.
No solo las quería ver fuera de las tablas, sino que redactó una serie de requisitos para dejarlas asistir como espectadoras: tenían que estar en «lugar apartado de los varones» y habían de entrar y salir del recinto teatral «por diferentes puertas». El objetivo, claro, era evitar que se produjera ningún tipo de comunicación entre hombres y mujeres, ya fuera «con palabras ni billetes ni de otra manera». Y por si fueran pocas barreras para el vicio, también señalaba que las funciones debían celebrarse de día, y nunca de noche, por eso de la confusión, suponemos.
Estas posturas misóginas indicarían, a juicio del investigador, que este tratado se compuso antes de 1587, pues en esa fecha el Consejo de Castilla emitió una cédula a Granada indicando que, «por justas consideraciones», debía darse licencia a las mujeres de los representantes, siempre que estuvieran casadas y acompañadas por su marido, para hacer papeles femeninos sobre las tablas, para evitar así que los «muchachos» se tuvieran que vestir de mujeres. Por otra parte, las características paleográficas del documento indican que fue redactado «no mucho antes de 1580 y no mucho después de 1583».
Ya entonces este modelo teatral que planteaba este tratadista era una quimera. «Abastecerse de obras teatrales en las que todos los personajes fueran del género masculino, y mantener además compañías teatrales que solo representaran en domingos y días festivos sería tarea ardua, si no imposible, además de económicamente inviable», opina García Gómez. «Esta imposibilidad saltaría a la vista de todo lector del tratado que estuviera al tanto de lo que estaba ocurriendo en el ámbito de la praxis teatral. Si su autor no parece haberse percatado de ello es porque, como el mismo contenido del tratado indicia, sus conocimientos y experiencias teatrales deben de haber sido limitados», apostilla.
Por cierto: las veinticuatro páginas de ‘Abusos de comedias y tragedias’ formaban parte de un tomo mayor, tal y como indican los restos de cola que quedan en el lomo del manuscrito. Desapareció entero, así que todavía quedan mucho por recuperar: otros sueños de personas que quisieron limitar el arte del teatro.
La ‘manuscritomanía’ que permitió el hallazgo
Según ha podido saber Ángel María García Gómez, el documento fue propiedad de Thomas Phillipps (1792-1872), un conocido coleccionista que a lo largo de su vida adquirió más de sesenta mil manuscritos, dando lugar así a la creación del término ‘vellomaniac’ (‘manuscritomanía’). En su día, Phillipps entró en comunicación con el primer ministro británico Benjamin Disraeli para que su inmensa colección de se integrara en la British Library, pero no lo logró. «Después de este fracaso, su colección de manuscritos se fue dispersando en diversas direcciones durante un periodo de cien años en el que un número considerable de estos manuscritos se vendió a colecciones nacionales de Alemania, Bélgica y Holanda. También se vendieron a anticuarios, siendo así, al parecer, cómo el manuscrito de ‘Abusos de comedias y tragedias’ llegó a manos de Richard Hatchwell, residenciado en Little Somerford, pequeña localidad de unos 350 habitantes, en el condado de Wiltshire, de quien yo lo adquirí», cuenta García Gómez.-
Bruno Pardo/ABC de Madrid