¿Peligra la democracia en Latinoamérica?
El triunfo electoral de Pedro Castillo en Perú expresa, para algunos, la amenaza de opciones políticas contrarias a la democracia, identificadas con el Foro de Sao Paulo. El próximo país en sucumbir podría ser Colombia, con elecciones el año entrante, preso actualmente de una protesta que no amaina.
El triunfo electoral de Pedro Castillo en Perú expresa, para algunos, la amenaza de opciones políticas contrarias a la democracia, identificadas con el Foro de Sao Paulo. El próximo país en sucumbir podría ser Colombia, con elecciones el año entrante, preso actualmente de una protesta que no amaina. Similares protestas ocurrieron en Chile y Perú (y la misma Colombia) en 2019. Además, estarían los cambios en puertas en Chile, dado el sesgo de izquierda con que resultó electa la asamblea que habrá de redactar su nueva Constitución, y las expectativas de que retorne al poder Lula en Brasil, ante la desafortunada gestión de Jair Bolsonaro. ¿Significa el resurgimiento de fuerzas identificadas de una forma u otra como de “izquierda”, un proyecto para acabar con la democracia liberal en el continente? Las experiencias de la Venezuela chavista, de Nicaragua con Ortega, como de Cuba, no dejan dudas al respecto. ¿Podemos suponer que fuerzas afines en otros países seguirán su camino?
Los venezolanos confiamos en que ninguno de nuestros vecinos latinoamericanos habrá de emular un proceso como el chavista, que destruyó a uno de los países más prósperos del continente y acabó con sus libertades democráticas. Sería suicidio. Pero los discursos redentores de líderes populistas tienen un asombroso poder de contagio, más con los estragos del covid-19. Tocan sensiblerías comunes a Latinoamérica, señalando al “imperio” y a una difusa “oligarquía” como el origen de todos nuestros males, y prometiendo cortar el nudo gordiano de las instituciones de la democracia representativa para darle protagonismo directo al Pueblo (mayúscula). El chavismo ilustra algunos de estos aspectos.
El origen comicial de la presidencia de Chávez no impidió calificar a su gestión de autoritaria, aunque “competitiva”, según algunos analistas: convocaba a elecciones, pero cada vez más dominadas por el ventajismo oficialista, en el marco del desmantelamiento del Estado de Derecho y la violación creciente de los derechos humanos. Esto se acentuó con su sucesor, quien hizo inhabilitar a partidos y dirigentes opositores con un Poder Judicial pro-chavista, usó abiertamente los recursos del Estado para promover a candidatos oficialistas, acosó a las fuerzas opositoras y le dificultó el acceso a la totalización de votos. La supresión del ordenamiento constitucional culminó, como sabemos, en la anulación de los poderes de la representación popular en la Asamblea Nacional 2015-2020 y en comicios amañados para designar una asamblea constituyente en reemplazo, y para reelegir a Maduro como presidente. Tales trampas fueron desconocidas por más de 50 países democráticos. Junto con los informes de la alta comisionada y del Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, más denuncias de la OEA y de numerosas ONG, no dejaron dudas acerca del carácter dictatorial del régimen de Maduro. Pero resultó ser una dictadura sui géneris, diferente a las que asolaron a América Latina el siglo XX, asombrosamente resiliente, que ha podido sobreponerse a su notoria impopularidad, a la severa crisis económica provocada por sus políticas y al rechazo y a las sanciones de las principales democracias del mundo.
Suele caracterizarse como comunista o “castrocomunista”, por su sometimiento a directrices cubanas, sobre todo en materia de seguridad de Estado, y por su prédica antiimperialista y “revolucionaria”. Los cambios en ciernes, mencionados arriba, se designarían, igualmente, como avances del comunismo. No obstante, ni el chavismo ni las expresiones de izquierda referidas se avienen al modelo comunista clásico. Amén de la ausencia de una base doctrinaria marxista leninista, su extracción de clase es predominantemente del lumpen y demás desclasados, con la clase obrera organizada ubicada como la enemiga que hay que desactivar; sus propuestas destruyen a las “fuerzas productivas”, contrario a lo que se desprendería de los escritos de Marx sobre el socialismo; no hay plan central efectivo de las actividades económicas; y sus alianzas, tanto nacionales como internacionales, son con fuerzas oscurantistas, de derecha: teocracias, dictaduras genocidas (Siria), sectas religiosas y regímenes paria de distinto tipo.
Un argumento distinto para evitar esta calificación es que, a pesar del notorio fracaso de todos los intentos por instrumentarlo, todavía la noción “comunista” tiene cierto tinte utópico en algunos sectores de la izquierda política y académica. Habrían fallado los líderes, pero no la idea: con una adecuada corrección de los errores cometidos, podría alcanzarse la tan anhelada liberación de la humanidad. Semejante aberración repercute, asombrosamente, en la aquiescencia de agrupaciones de izquierda ante la dictadura de Maduro, Cuba y movimientos afines. Formarían parte de “las causas más nobles de la humanidad” que, se admite, pueden excederse al defenderse ante acciones en su contra del “imperio”. Al dificultar asumir actitudes condenatorias de sus atropellos a los derechos humanos por sectores académicos de Europa y Estados Unidos, se convierte en un plus. Internamente, la mitología comunista ofrece un relato para absolver tales atropellos: “legitima” una dictadura totalmente ajena a lo que postula.
La prédica patriotera de Chávez, invocando a la epopeya emancipadora para excitar al pueblo contra una oligarquía que, supuestamente, había traicionado al Libertador, es de naturaleza fascista. Al igual que con el comunismo, recoge su vocación totalitaria. Con campañas de odio contra sus opositores edificó un imaginario maniqueo que llevó a su discriminación abierta. La militarización de la sociedad, sus diatribas populistas, el culto a la muerte y la asunción de la política como una guerra contra los “enemigos del pueblo”, defendido por sus “camisas rojas”, completan el cuadro. Como innovación, incorporó elementos de la mitología comunista para construir un envoltorio ideológico que identificó con el “socialismo del siglo XXI”. El menjurje con sus prédicas épicas iniciales puede denominarse de “fasciocomunista”. Confirió sentido a prácticas populistas extremas en contra de la democracia liberal, para erigir una trinidad Caudillo-Pueblo-Ejército que justificara su poder personal omnímodo. Habría que estar atento si Castillo u otros líderes populistas latinoamericanos deriven hacia tales perversiones.
Pero, a diferencia de las experiencias fascistas del siglo XX, interesadas en asegurar una economía robusta que sustentara sus fines bélicos, el chavismo se dedicó a expoliar la enorme renta petrolera, destruyendo las fuerzas productivas del país. La destrucción del Estado de Derecho y el arrinconamiento de las fuerzas de mercado, hizo que la asignación, distribución y usufructo de los recursos económicos pasara a determinarse por criterios políticos, ajenos a la racionalidad económica, creando toda suerte de oportunidades de lucro. Degeneró en componendas entre quienes estaban mejor posicionados para aprovecharse de éstas, en lugar destacado la cúpula militar, corrompida deliberadamente para asegurar su complicidad en la expoliación. Creó un Estado mafioso, asociado a países paria que le prestan asistencia, así como con el ELN y las FARC disidentes colombianas, y otras organizaciones criminales que controlan porciones del territorio nacional. La situación de anomia facilitó la extensión de sus tentáculos a todos los niveles consolidando, así, un régimen de expoliación en el que priva el más fuerte.
Esta situación, propia de un territorio conquistado, describe fielmente la vida actual en Venezuela. El Estado gangsteril de Nicaragua bajo Daniel Ortega se le asemeja mucho. Y Cuba, no obstante la hegemonía del clan Castro, se encuentra dominada por una oligarquía militar que, al igual que en Venezuela, controla la economía. Aprendiendo de la corrupción militar chavista, depreda a sus anchas las escasas fuentes de ingreso de la isla, al controlar el poder sin contrapeso alguno. Otra muestra de “apartheid revolucionario”. Es esta la amenaza ante la que es menester estar vigilante: la emergencia de una internacional militar mafiosa, que conquista a sus propios países en nombre de la “revolución” y procura prestarse ayuda mutua para permanecer indefinidamente en el poder. Recordemos que el populismo latinoamericano muestra, además, un largo historial de destrucción de sus economías.
El Nacional/América 2.1