San Atanasio, obispo que fue expulsado de su tierra natal por defender la verdad
Cada 2 de mayo recordamos a San Atanasio de Alejandría, Doctor de la Iglesia, obispo del s. III, defensor de la Trinidad y la Encarnación del Verbo.
Atanasio fue obispo de Alejandría, ciudad donde nació y creció. Fue una de las figuras más importantes de los primeros siglos del cristianismo gracias a su defensa de la ortodoxia contra el arrianismo, una de las más potentes herejías de la antigüedad. Precisamente por su fidelidad a la doctrina fue víctima de la persecución y padeció el exilio en repetidas oportunidades. A pesar de ello, jamás desistió de proclamar a Cristo ni se apartó de la Iglesia.
Defensor de la Encarnación
Atanasio nació en Alejandría el año 295, y desde niño tuvo noticia de las sangrientas persecuciones emprendidas por el Imperio romano contra los cristianos. En el año 326 fue ordenado sacerdote por el Obispo Alejandro, a quien sirvió como secretario. Tuvo una importante formación académica en filosofía, gramática y teología. Dominaba el griego en sus distintas variantes, así como el copto. Desde joven demostró talento para escribir -don que supo utilizar como teólogo y pastor-. Sus dos primeros escritos fueron “Contra los paganos” y la “Encarnación del Verbo”.
Con todo, lo que hizo célebre a Atanasio fue la controversia que libró contra los arrianos o arrianistas. El arrianismo tuvo su origen en la doctrina de Arrio, sacerdote de Alejandría, quien sostenía la idea según la cual Cristo no era verdadero Dios.
Contra la herejía
El obispo de Alejandría por aquellos días, Alejandro, llevó consigo a Atanasio al Concilio Ecuménico de Nicea con el propósito de combatir a los partidarios de Arrio y pedirle a este una retractación. Aunque al principio Atanasio jugó un papel secundario en el Concilio, su elocuencia lo llevó a refutar públicamente los argumentos de Arrio, quien no se retractaría y por ello sería excomulgado.
Atanasio envió numerosas cartas a los obispos de Oriente en las que advertía del peligro que suponía tergiversar la doctrina sobre Cristo, advirtiendo, además, que asumir las posiciones heréticas devendría en la excomunión del que profese o defienda la herejía. Mientras tanto, la controversia en Alejandría llegó a oídos del emperador Constantino, quien decidió poner fin al debate enviando un conciliador. Lamentablemente, la polémica se había extendido ya por casi todo el oriente cristiano y las medidas de Constantino no dieron mayor resultado. El emperador sabía que esta controversia debía ser resuelta prontamente e impedida su difusión en Occidente -se reconocía que era un peligro para la estabilidad y unidad tanto del Imperio como de la Iglesia-.
A la muerte del Obispo Alejandro, Atanasio, por aclamación, fue elegido como su sucesor. Desde ese momento, el santo fue reconocido como defensor de la fe verdadera, algo que quedó en evidencia por su participación en el Concilio de Nicea. Simultáneamente, se fue convirtiendo en el gran enemigo de los herejes, quienes aún tenían poder e influencia. Los arrianos, por ejemplo, no cesaron de perseguirlo hasta que lograron que fuera desterrado de Alejandría.
El sucesor del trono imperial, Constancio II (hijo del emperador Constantino), estaba bajo la influencia del obispo arriano Eusebio de Nicomedia. Por su lado, San Atanasio se había convertido en blanco de innumerables ataques desde el poder político.
El exilio
En el año 356, cinco mil soldados rodearon el templo donde vivía San Atanasio con el propósito de arrestarlo. El obispo logró escapar y huyó al desierto donde fue acogido por monjes anacoretas. Desde el destierro siguió escribiendo a los fieles de Alejandría y redactó la biografía de San Antonio Abad, su amigo y compañero.
En el año 362 el nuevo emperador, Juliano el Apóstata, emitió un edicto en el que pedía el regreso de todos los obispos exiliados. Sin embargo, los consejeros de Juliano percibían a Atanasio como un hombre peligroso y lograron que el emperador lo enviara de nuevo al exilio. El santo se escondió en el desierto hasta que Juliano murió. Entonces, volvió a Alejandría por mandato del nuevo monarca, Valente.
El santo volvería a ser exiliado en el año 365. Pese a las tribulaciones, se mantuvo firme en la doctrina y la enseñanza. Su regreso definitivo a Alejandría se produjo por aclamación popular, ya que la ciudad lo reclamaba como su verdadero obispo.
Atanasio murió el 2 de mayo del año 373, luego de haber servido como obispo durante 45 años y tras haber pasado, en total, 18 años de su vida en el destierro.-