He estado pensando… en los que alzaron su voz por todos
P. Alberto Reyes Pías, desde Cuba:
El ser humano vive en sociedad, y eso exige que cada persona respete a sus semejantes. El Estado, que es por definición el garante de los derechos de todos, debe velar para que nadie haga daño a otro.
Cuando alguien, usando mal su libertad, daña a un semejante, el Estado tiene el derecho y el deber de impedir que el mal se propague. Por eso fueron inventadas las cárceles, para retener al que ha hecho daño a la sociedad y tratar de que esa persona se reeduque, cambie y se inserte en la sociedad.
Pero ningún Estado es perfecto, y no tiene por qué ser incuestionable o inamovible. La sociedad civil, que está formada por el conjunto de todos los ciudadanos, tiene el derecho de cambiar a los miembros del Estado, y de expresar públicamente sus quejas y opiniones sobre el Estado.
Así lo recoge la Declaración Universal de los Derechos Humanos en su artículo 19: “Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión”.
Cuando una persona es encarcelada por hacer uso público de este derecho, surge lo que llamamos “presos políticos”, que son personas a las cuales se les retiene en prisión no porque hayan hecho daño a la sociedad, no porque hayan hecho mal a un semejante, sino porque le han dicho a un Gobierno lo que ese Gobierno no quiere oír. Son personas encarceladas por ejercer un derecho. Son personas condenadas a largos años de prisión por expresar públicamente su opinión, y condenadas por un país que es firmante de la Declaración Universal que dice que esto no puede hacerse.
Sí, tenemos en nuestras cárceles a presos políticos, a personas que decidieron hablar en nombre de todos, que tuvieron el coraje de decir en alta voz lo que la gran mayoría de nosotros lleva años diciendo, pero bajando la voz y mirando hacia los lados. Son personas que se atrevieron a decir que “el rey estaba desnudo”, y que sus supuestos ropajes maravillosos eran falsedad e ilusión.
Sus voces pidieron la libertad para todos, y lo sabemos, lo valoramos, lo agradecemos, pero los vamos olvidando, sumergidos en la vorágine de la supervivencia, escondidos en nuestros miedos y en nuestros planes de huida. Olvidamos el sufrimiento de sus familias, mordidas por el paradójico estigma de tener entre sus miembros a alguien que tuvo el coraje de desafiar la mano que oprime nuestra garganta.
Y sin embargo, desde la soledad de sus celdas sus voces trascienden los barrotes, y nos recuerdan que la libertad es un esfuerzo de todos, que la verdad es una exigencia de todos, que les debemos nuestro recuerdo, nuestra oración y el apoyo material y espiritual a sus familias.
Porque un día se abrirán sus celdas, y ellos saldrán a la luz, no sabemos si orgullosos de haber hecho historia o con sus almas rotas, o con un poco de ambas cosas, pero que al menos puedan salir con el consuelo de saber que, durante su noche, rezamos por ellos, los recordamos, los apoyamos y, desde el silencio, los abrazamos.-