La paternidad de Dios
Nelson Martínez Rust:
¡Dios es Padre! La revelación de la paternidad de Dios se desarrolló paulatinamente a partir del portentoso acontecimiento del éxodo (Ex 13,17-14,31). Israel fue dándose cuenta por medio de este acontecimiento y por los que viviría con el paso del tiempo que existía una profunda relación entre él, como pueblo, y la divinidad que se le había manifestado (Ex 14,31). Con anterioridad Dios se había revelado a Moisés, el amigo de Dios, diciéndole: “Yo soy el que soy” (Ex 3,13-15). Expresión que debía ser interpretada en el sentido de que Dios asumía la causa de Israel, y de que desde ahora en adelante el pueblo iba a contar con un defensor. Y así, desde entonces, el pueblo pasa a ser algo peculiarmente entrañable para Dios. De esta manera se le conocerá con el nombre de “YaHWeH” = “Dios se ha acordado”, “Dios ha salvado”, “Dios está presente en nuestras vidas”. Este Dios realizará posteriormente una Alianza con Israel (Ex 19,1-31,18), y, a partir de ese momento, toda la vida de Israel debe ser entendida y se le debe leer desde este acontecimiento. De esta manera, la promesa hecha a Abraham alcanzara su pleno cumplimiento (Gn. 13, 14-18).
“YaHWeH”: A lo largo de su vivencia histórica, debidamente interpretada por los profetas y las diversas teologías, Israel ira comprendiendo cada vez más y mejor que el nombre originario y fundamental de su Dios se habría de nutrir de posteriores significados que provenían de las reflexiones de las nuevas situaciones existenciales que tendría que afrontar a lo largo de toda su historia. De esta manera fue tomando conciencia de que su Dios, era el mismo Dios que había llamado y acompañado a los patriarcas hebreos, que fue el mismo que liberó a Israel de Egipto, que fue el mismo que lo acompañó en toda la travesía por el desierto y el que se manifestó como el “Señor” y “Rey” de su pueblo y de la historia humana. En este contexto se manifestarán dos elementos importantes que deben tenerse en cuenta: 1º. Cuando el nombre de “YaHWeH” es sustituido por el de “ADONAY”, este hecho no debe ser interpretado como un mero cambio de nombre; conlleva, por el contrario, una significación mucho más profunda. Es una nueva interpretación que resaltaba, a su vez, una nueva dimensión de Dios: Dios es “El Señor” o “Señor mío”, queriendo manifestar de esta manera que las deidades de los otros pueblos y de otras naciones no tenían ninguna vigencia, ni siquiera existían. En muchos casos se llegó a denominar a Dios con los nombres de “el Eterno” o bien simplemente con el apelativo de “el Nombre” (Ex 3,16-20; 4,1).
“ABBA”: De la misma manera como se ha hecho para el título de “YaHWeH”, también para este título debe acudirse a la tradición – a la historia -. En el Antiguo Testamento el Salmo 103[102] es prueba extraordinaria de cómo se llegó a entender a Dios. Otro tanto sucede con el escrito del Si 2,6-18; 23,1-6. Ahí encontramos la palabra con el significado de “PADRE”. No obstante, es estudiando el testimonio apostólico en donde se puede reconocer la plenitud de esta revelación e importancia de concebir a de Dios como “ABBA”. Esta plenitud de significado se debe a la revelación llevada a cabo por la persona de Jesucristo. Cristo la utilizara para designar a Dios y dirigirse a Él en cuanto que es “PADRE AMOROSO, CARIOSO, PREOCUPADO POR SUS HIJOS”. Es este acontecimiento nuevo y sorprendente el que los discípulos registran e interpretan en el anuncio y en los escritos del Nuevo Testamento. Se encuentra en el Evangelio de San Mateo (Mt 11,25-27), pero sobre todo en San Pablo (Rm 8,14-17) y en San Juan (Jn 8,31-59); de manera especial en Jn 17,1-26.
El significado profundo del término es el de “fuente de vida”, “de comunicación del ser”, “de comunicación de la existencia” y de “fuerte relación filial”. Es conveniente preguntarse por el contenido de la expresión “Dios-Abba” = “Dios-Padre” La expresión tiene un contenido profundo, que señala la profunda relación existente entre Dios y la criatura humana; sobre todo cuando se estudia la oración que el mismo Jesús enseñó a sus discípulos a la manera de un resumen de su mensaje sobre Dios: “Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu Nombre…” (Lc 11,2-4 // Mt 6,9-13). Esta oración contiene tres elementos que son esenciales para la reflexión.
a.- “Dios-Abba, danos el pan de cada día”. Jesús vivió en el desprendimiento y en el desierto y les pidió a los miembros de su comunidad que vivieran bajo el signo de la diáspora y la persecución (Cf.: 1 Pe; Heb.). La enseñanza de Jesús sobre su “Padre-Abba” contiene los siguientes elementos: 1. La invitación a vivir con la plena confianza puesta en Dios-Abba presente y providente, desprendiéndose de los bienes y de las ambiciones terrenales (Lc 12,13-24). 2. La invitación a no tener miedo cuando existen situaciones de minoría y persecución (Mt 10,26-31) y 3. A vivir la exigencia de la misión – predicación del Evangelio -, sin previamente calcular y garantizarse el propio futuro económico y personal (Mt 10,5-10).
Si se recurre a los escritos apostólicos se encuentran, con mayor precisión, las actitudes que han de vivir los nuevos discípulos – los cristianos – del Señor: Ellos deben apoyarse solo en Dios-Padre (Heb 11) y buscar la patria futura en donde la existencia del mundo presente solo sea un hecho transitorio (1 Pe 2,11-12; 5,6-9; Flp. 3,18-21; Heb 13,14). Se puede y se debe afirmar, con plena verdad, que el culmen de la oración enseñada por Cristo a sus discípulos se concentra en la petición de que sea “Dios-Abba” el que dé a la humanidad el pan de cada día, como lo hizo en el desierto (Mt 6,11ss.25-34 // Ex 16,11-26). Se trata de entregarse totalmente en los brazos de Dios porque Él es Padre-Abba y nunca abandonara a la creación.
b.- “Dios-Abba, perdona nuestras faltas”. Jesús anuncia y enseña que Dios es un Padre misericordioso, y que la relación con Él engendra confianza y esperanza respecto a la propia existencia, aun cuando esté marcada por la infidelidad y el pecado (Lc 6,35-38; 15,11-32). El Nuevo Testamento evidencia el hecho de que es Dios el primero en perdonar por medio de su Hijo, Jesucristo, y, al mismo tiempo, en reconciliar también al mundo (2 Cor5,18-21; Rm 5,5-11; Col 1,18-23; Ef. 2,4-18). La vida del cristiano debe ser entendida como la realización de un nuevo éxodo consistente en la liberación del pecado que alcanzará su máxima manifestación al final de los tiempos, en los cielos nuevos y la tierra nueva cuando Dios sea todo en todos: “Sí, vengo pronto” ¡Amén! ¡Ven, Señor Jesús!” (Ap. 22,20). No obstante, ya se anticipa la tierra prometida en y con la persona de Cristo mediante su Iglesia (Mc 2,18-20; 2Cor 11,1-4; Ef. 5,25-32).
c.- “Dios-Abba, venga a nosotros tu reino”. La religión judía se había cosificado, era ritualista. Dicha religiosidad le había quitado todo el espacio al Dios de la Alianza, y se había convertido en puro ritualismo. A los que acogían su predicación, Jesús les proponía una espiritualidad basada en el amor, en la obediencia y en el servicio total a Dios-Padre y a los hombres sus hermanos, sin la pretensión de recompensa que sigue la dinámica de la contabilidad de mérito o desmérito que se había hecho presente y acrecentado en el mundo judío de aquella época. La nueva espiritualidad es la de estar contentos y alegres de trabajar por el Señor de los cielos y estar bajo su servicio (Mt 19,30-20,16; Lc 12,35-48), cuya finalidad es la de hacer rendir al máximo los intereses exclusivos del su Señor-Dios.
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¿Qué significado tiene para el hombre de hoy que Dios sea Padre? Que Dios sea Padre significa “ad extra” que ese hecho es el fundamento para una nueva humanidad y “ad intra”, para la Iglesia, un principio seguro y firme de verdadera renovación – la Iglesia es la continuación del Pueblo de Israel bajo su Señor, Jesucristo, en la Nueva Alianza -.
Significa que cada hombre es criatura de Dios, querida por Él y destinada a la eternidad del goce de Dios-Padre; es por eso que el aborto, la trata de niños, el sexo mal entendido, las injusticias y cualquier falta de valoración del otro, y la ausencia de un verdadero humanismo, son graves pecados, no solo por la negación de la vida de un ser inocente, como es el caso del aborto, sino por ser la mayor aberración en la que ha podido caer la humanidad de nuestro tiempo: negarle al otro la posibilidad de existir o la de tener una vida digna. Significa que el hombre no proviene de la casualidad, del azar o la necesidad sino del amor creador de Dios. Significa que Dios obra y actúa, que está vigente en nuestro tiempo, en la Venezuela de hoy y de mañana. Que no ha dimitido ante la maquinaria del cosmos, que no es disfuncional, ya que pone todo en funcionamiento para el hombre.
El hombre que se abandona totalmente en los brazos de Dios no se convierte en un títere de Dios, en una persona aburrida y conformista; no es un ser que ha perdido su libertad. Por el contrario, solo el hombre que se pone totalmente en las manos de Dios encuentra la verdadera libertad, una amplitud y grandeza de corazón y creatividad en la búsqueda del bien. El hombre que se dirige hacia Dios no se hace más pequeño, sino más grande y junto con Él hace grande a los que le rodean, se hace partícipe de la divinidad y llega a ser verdaderamente él mismo en Dios-Padre. El hombre que se pone en las manos de Dios no se aleja de los demás, retirándose a su ámbito privado; ámbito que muchas veces es melancólico, deprimente y egoísta; por el contrario, el que busca a Dios con sinceridad de corazón se despierta verdaderamente del letargo de la vida, se transforma en una persona sensible y, por tanto, benévola, abierta y feliz y, así, se da a los demás. Todo esto y más es tener a Dios como Padre-Abba, porque Dios sí se ha tomado en serio la realidad del hombre .-
Valencia. Agosto 11; 2024