Bernardo Moncada Cárdenas:
«Debemos identificarnos con María en el primer capítulo de san Lucas, o con los pastores del segundo capítulo, o con los Magos del segundo capítulo de san Mateo. Leyendo o releyendo estos pasajes del Evangelio, debemos detenernos para identificarnos con la realidad de la Virgen María, de los pastores, de los Magos: fueron “cautivados”. Su identidad, al igual que la nuestra, coincide con lo que está sucediendo, mejor dicho, con lo que ha sucedido […] convirtámonos en uno de los pastores. ¡Qué concreción adquiría el Misterio para ellos, qué invasión repentina, qué imponencia tan distinta!» L. Giussani
Inconmovible ante los intentos de relativizarla discutiendo fechas, equiparándola con festividades de la pagana antigüedad, aturdiéndola con el bullicio y el derroche, la propaganda, el menoscabo de su sentido, la Navidad llega en nuestros diciembres como una envolvente sensación colectiva. El espacio público se llena de luces y colores, como sucede en los hogares, con mayor o menor ostentación; coronas de Adviento, pesebres, arbolitos navideños, proliferan; los lugares de culto se ven colmados, y se escucha música especial, ya sea popular o refinada.
Los villancicos, o “Aguinaldos”, logran integrar, en animadas composiciones, nítida y acertada cristología, encarnada en nuestra tradición y geografía, episodios evangélicos, perfectamente versificados al son de variados ritmos autóctonos: “Esta bella noche es noche de alegría, porque ya ha nacido el Mesías…” (Esta bella noche), o “Ésta, tu hermosura; éste, tu candor, el alma me roba, me roba el amor” (Niño Lindo), y haciéndonos presente el esplendente acontecimiento: “Ay, compae’ Falucho, deme la mañana, que ha nacido el Niño en Macarapana – esa es la verdad ” (Aguinaldo Margariteño), o “Niñito llanero, Niño soberano, dámele cariño, dámele ternura al venezolano” (Al Niño Jesús llanero), y conmovedoramente emotivas “Precioso querube, ojitos de miel, llévale al Niñito todo mi querer” (Precioso querube).
La Navidad provoca en los ausentes la nostalgia del lar nativo, y se añora la reunión hogareña, porque esta especial celebración habla del profundo y emotivo valor de la familia. Se espera al Niño con la certeza de que llegará en esa medianoche, noche que el fervor cristiano inunda desbordante, tocando incluso a quienes deciden permanecerle ajenos.
En resumen, el ambiente todo se inunda de un algo especial, que da lugar a un sinfín de manifestaciones culturales características de diciembre, todas orientadas a reactualizar una historia que no queda en el pasado, sino ilumina y llena de esperanza cada presente. Diáfanamente lo ha dicho el Papa Francisco: “La Navidad no se trata sólo de algo emotivo, sentimental; nos conmueve porque dice la realidad de lo que somos: un pueblo en camino, y a nuestro alrededor y dentro de nosotros hay tinieblas y luces. Y en esta noche, cuando el espíritu de las tinieblas cubre el mundo, se renueva el acontecimiento que siempre nos asombra y sorprende: el pueblo en camino ve una gran luz que nos invita a reflexionar en el misterio de caminar y de ver”. De allí la frescura que se siente, el entusiasmo aparentemente inmotivado, pero cierto.
“El milagro que salva al mundo, – escribe Hannah Arendt en La condición humana -, al reino de los asuntos humanos de su ruina normal, natural, es en definitiva el hecho de la natalidad. […] Esta fe y esta esperanza en el mundo encontraron tal vez su más gloriosa y sucinta expresión en las pocas palabras con las que [se] anuncia la buena nueva: ‘un niño nos ha nacido’…” Es este nuevo comienzo que la pensadora alemana ve en cada nacimiento una promesa.
Pero el que celebramos no es solamente un nuevo comienzo; es el nuevo comienzo, el inicio de una historia del todo inconcebible que sacude al Pueblo de Dios y poco después al mundo. Inconcebible, porque lo Ignoto, el Misterio, el Todopoderoso, “nace”, para compartir la condición humana desde su situación menos favorecida y no, según la suposición de muchos, desde las lujosas mansiones del poder. Por ello “siempre nos asombra y sorprende”, como la primera vez.
En este Tiempo que se extiende desde la Nochebuena hasta el Día de Reyes, dejémonos asombrar; identifiquémonos “con la realidad de la Virgen María, de los pastores, de los Magos”, para que el Acontecimiento, con mayúscula, tenga lugar en nosotros y continúe siendo “El milagro que salva al mundo”, y a cada uno. Dios se ha hecho Niño, nazcamos con él, que la Navidad nos haga futuro: niños también.