El que nunca estuvo solo
¿Fue Francisco un Pontífice aislado, solitario? Fue, por lo contrario, un cordial modelo de unidad, de comunionalidad

Bernardo Moncada Cárdenas:
A aquel que se despidió bendiciéndonos en un último aliento, dedico.
«Ahora te digo yo: tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no prevalecerá sobre ella.» (Mateo 16)
Todavía sintiendo la despedida del 225o. sucesor de Pedro, parafraseo un previo escrito que me parece pertinente.
¿Fue Francisco un Pontífice aislado, solitario? Fue, por lo contrario, un cordial modelo de unidad, de comunionalidad.
En 2021, Su Santidad Francisco lanzó el llamado a un reinicio de la Iglesia con el “Proceso Sinodal”. Lo entendimos como llamado a prevenir la caída en lo auto-referencial en ser comunidades encerradas en ellas mismas, satisfechas con su organización, donde poco incide la fe y poco se evangeliza.
Además, advirtió del peligro del clericalismo que, consignando toda responsabilidad, e iniciativa para la misión, en párrocos y consagrados, deja al pueblo laico el papel de “extras” a su servicio, sin responsabilidad alguna, en cómoda y pasiva obediencia.
Exhortó el Papa a recuperar la vida comunitaria que no se encierra en formalismos, “ir a las periferias”, a un mundo que nos requiere, sediento de Cristo, y a cuyo servicio responsable somos llamados, con los riesgos personales que ello implique.
«Por una Iglesia sinodal: comunión, participación, misión», fueron acciones que propuso ya desde su primera elocución, y especificó que no se trata de «una moda, un eslogan o el nuevo término a utilizar o manipular en nuestras reuniones. -exclamando- ¡No! La sinodalidad expresa la naturaleza de la Iglesia, su forma, su estilo, su misión» (septiembre 2021).
Francisco alertó sobre riesgos del proceso, como son el que la sinodalidad terminara por convertirse en palabra comodín, y nada más, o en la difusión de un asambleísmo populista en el seno del Pueblo de Dios.
Abriendo así puertas a una renovación del caminar-juntos de la Iglesia, Francisco reconocía expresamente otros peligros: la tentación de extraer de la mentalidad común, fuertemente condicionada por el poder de grupos de opinión, un camino “consensual”, modelado por grandes intereses (los otrora “maestros del pensar”, ahora influencers, los poderosos de la política, y otras estrellas que moldean la mente de millares, aunque no tocan al pueblo sencillo).
Su personalidad y su magisterio le atrajeron, por igual, la ojeriza de conservadores y de progresistas, bandos que no deberían siquiera existir en el catolicismo. Sin embargo, sumaron por otro lado millones de conversiones que confirmaron lo acertado del camino.
En su propósito de re-formar la institución eclesiástica para mejor servir a la misión que compartimos los cristianos católicos, Francisco no se limitó al prodigioso paso de reclamar la comunión sinodal en la Iglesia; su fecunda pluma nos puso a disposición ingente cantidad de documentos, procurando corregir nuestro camino ante los desafíos de este difícil trance histórico.
Lumen Fidei, Laudato Si y Fratelli Tutti, así como la reciente Dilexit nos, son tesoros que iluminan nuestro discernimiento ante temas claves de nuestro tiempo. Entre las numerosas exhortacionnes destacan: Evangelii Gaudium, Amoris Laetitia, Gaudate et Exsultate, Christus Vivit y Querida Amazonía.
Frente a un momento crítico en la historia de la Iglesia, menudearon acusaciones malévolas lanzadas por “profetas” de las redes. Era usual que se aprovechase cualquier evento, gesto, o declaración, para denigrar del Papa latinoamericano. Francisco prosiguió su laboriosa marcha con una firmeza que sólo pudo provenir del Espíritu.
Como lo querían hacer ver influencers y haters que ganaban seguidores con sus escandalosos pronunciamientos, Francisco habría sido un solitario. Por lo contrario, la multitudinaria receptividad, en sus abundantes visitas apostólicas, del pueblo -católico o no- que no habita la internet, y la impresionante manifestación de gratitud y reconocimiento que, tras su partida, llueve de los menos esperados rincones del mundo, muestran la universal estima por este hijo de Dios, venido “del fin del mundo” y lanzado amorosamente a las periferias.
Los venezolanos, afectados por la crispación polarizada que nos envenena, también fuimos desunidos en la actitud hacia este gran Pontífice. Como respuesta a las bofetadas que algunos quisieron infligirle, nos respondió con su afecto infinito, dejándonos dos santos y su oración por el mayor bien que necesitamos: la unidad que alguna vez vivimos como nación.-