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Encuentros 41

Nelson Martínez Rust:

¡Bienvenidos!

Puesto que el Sínodo está en manos de las Iglesias particulares y en las comunidades parroquiales, y a ellas corresponde la planificación y reflexión correspondientes, dedicaremos los domingos previos al tiempo de Adviento a comentar el “Credo”.

“Yo Creo”. Estas son las dos primeras palabras que dan inicio a la profesión de fe cristiana.  Sin embargo, todos los que la pronuncian ¿están en la capacidad de llamar a Dios: “Padre Nuestro”? ¿Se sienten comprometidos con ese Dios en el cual dicen creer? La formulación de esta interrogante tiene por finalidad invitar a reflexionar en dos términos que están íntimamente relacionados entre sí: “YO” y “CREO”. ¿Quién o qué cosa es ese “YO”, tan terrenal, que se encuentra puesto en escena? ¿Quién soy yo? ¿Qué digo de mí mismo? Se hace indispensable desde el principio tener clara la realidad del hombre, para partir de él. En nuestro tiempo, ¿es legítimo y se justifica “creer”? El mundo que nos rodea es un mundo que invita a pasar de la simple “fe” fiducial – confiada, acrítica – al mundo de la “razón”, del “laboratorio”, de la “técnica”, del “saber científico”. El hombre se cree autosuficiente por su saber y sus logros. ¿En qué consiste propiamente el hecho de “creer en Dios”? El hombre de nuestro tiempo se encuentra totalmente penetrado por una mentalidad ambiental que lleva consigo un “ateísmo práctico”. Existe un ateísmo que desea justificarse ideológicamente, pero que muchas veces se reduce a ser solo una actitud de vida que dice: “De Dios no puedo decir nada. De su existencia se discute desde hace siglos. Hay personas muy inteligentes que han creído, otras, tan inteligentes como las primeras, y, sin embargo, no creen. De todas formas, si Dios existe, ¿se interesa por el mundo, por los hombres, por mí? ¿Si Dios existe cómo puede tolerar la inmensidad del mal y del sufrimiento que se abate sobre la humanidad? ¿No será que es un Dios “neroniano”, a la manera del emperador Nerón de quien se dice que incendió a Roma y miraba fascinado a la ciudad arder desde su palacio?”

Otros rechazan la idea de Dios de manera formal, decidida y acrítica. Esta actitud encierra, muchas veces, una confesión solapada de ignorancia que no busca ir más allá de sus propios criterios. Esta actitud es a lo que se le da el nombre de “agnosticismo”. En realidad, es la negación de la posibilidad de llegar a la certeza en cuanto que se sitúa más allá de la experiencia y de la ciencia experimental. Se puede dar el hecho de personalidades muy eminentes que tienen el sentido y la dimensión de lo sobrenatural pero que, sin embargo, no pueden creer. Por ejemplo, fue el caso de André Malraux, escritor francés de gran renombre en el siglo pasado. Ardía en su interior por el deseo de solucionar el problema religioso. Era capaz de comentar el Evangelio de San Juan de manera maravillosa y sorprendente, como lo hizo; sin embargo, se confesaba “agnóstico”, es decir, incapaz de pronunciarse en favor o en contra de la existencia de Dios. ¡Le faltaba algo!

En consecuencia, respetemos el nombre de Dios, no lo pronunciemos con ligereza y banalidad. Por sobre todas las cosas no lo deshonremos. El principal camino para encontrarse con Él, diría, el único y por sobre todas las cosas y ante todo, es el que nace del interrogarnos a nosotros mismos. Es en nosotros en donde encontraremos la huella de Dios. Si esa huella no existiera, nada ni nadie nos podría dar la razón para hablar de Él y creer en Él. De cierta manera Dios es inmanente en el hombre.

En efecto, el Catecismo de la Iglesia católica nos enseña: “El deseo de Dios está inscrito en el corazón del hombre, porque el hombre ha sido creado por Dios y para Dios; y Dios no cesa de atraer al hombre hacia sí, y sólo en Dios encontrará el hombre la verdad y la dicha que no cesa de buscar” (No. 27). Y San Agustín: “Tú eres grande, Señor, y muy digno de alabanza: grande tu poder, y tu sabiduría no tiene medida. Y el hombre, pequeña parte de tu creación, pretende alabarte, precisamente el hombre que, revestido de su condición mortal, lleva en sí el testimonio de que tú resistes a los soberbios. A pesar de todo, el hombre pequeña parte de la creación quiere alabarte. Tú mismo incitas a ello, haciendo que encuentre sus delicias en tu alabanza, porque nos ha hecho para ti y nuestro corazón está inquieto mientras no descansa en ti” (Confesiones, 1,1,1).

 

Valencia. Octubre 31; 2021

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