La era para trillar
Transitar la sinuosidad de la carretera trasandina en el centenario de su apertura, o por los polvorientos caminos de los pueblos del sur es una evocación que para el hombre de la ciudad resulta desconocido. Es valorar que lo que llega a nuestra mesa ha sido producto del trabajo del productor del campo

Cardenal Baltazar Porras Cardozo:
El encanto de los Andes no está exclusivamente en la majestuosidad de sus montañas ni en las ya casi desaparecidas manchas de nieve, sino en muchas otras maravillas que para los habitantes de estas tierras tropicales solo se pueden contemplar allí. Llama la atención al visitante observar en las zonas altas de los páramos y en no pocos enclaves de los pueblos del sur, la existencia de una especie de corral circular levantado con piedras o lajas del lugar, en cuyo centro suele estar una especie de estaca que gira al ritmo de las bestias. Son las “eras”, herencia hispana para aventar el trigo, la cebada u otras siembras para separar el grano de la paja.
El diccionario define la “era”: “espacio de tierra limpia y firme, algunas veces empedrado, donde se trillan las mieses”. La existencia de sistemas eléctricos mecánicos es muy reciente. Desde siglos, el sudor del campesino con la ayuda de jumentos permite obtener el fruto que produce la tierra. El apego a la misma viene dado por la simbiosis del ser humano con la realidad de la tierra a la que se observar crecer cada noche con la paciencia que todo lo espera de la colaboración de la naturaleza con el esfuerzo tenaz y sostenido del agricultor.
La biblia recoge en el libro de Rut, la escena cercana a Belén donde el rico Boaz cultivaba trigo, compartiendo con sus criados el trabajo descansaba de la fatiga en el pajar donde descubrió el amor de Rut y se convirtió en la línea genealógica que culmina con el nacimiento de Jesús.
Víctor Hugo lo recoge en su poema “Boaz dormido”: “Booz, abrumado por el cansancio, a la luz de una antorcha hizo su jergón en la era donde había trabajado todo el día y ahora dormía entre las fanegas de trigo trillado”. Tener la suerte de pasar por la trasandina en plena faena de la trilla es un espectáculo único para el desprevenido turista que detiene su vehículo para tomar foto de aquella singular escena.
Lo expresa el poeta Zacarías Palacios: “Canta mi tierra su cantar dorado sobre la vega en que florece el trigo y enciende el sueño del labriego amigo que allí sembrara su sudor mojado. En ese campo sobrio y alargado, trotan espigas, cual blasón y abrigo de una esperanza, que también persigo, aquí, cantar con mi rumor sagrado. Es el trigo esperanza y hermosura de mi tierra morena, y sembradura de luces, de alegría y de centellas que riman con la sangre de la vida, a cada primavera repetida, en la planicie, que dibuja estrellas”.
Transitar la sinuosidad de la carretera trasandina en el centenario de su apertura, o por los polvorientos caminos de los pueblos del sur es una evocación que para el hombre de la ciudad resulta desconocido. Es valorar que lo que llega a nuestra mesa ha sido producto del trabajo del productor del campo donde va llegando la tecnología pero que todavía quedan rasgos bucólicos de las “eras” o de las yuntas de bueyes arando la tierra para enterrar el grano que se convertirá en ciento por uno para alegría del campesino y sabroso manjar para el que desconoce todo el proceso que lo consigue en el supermercado ya empaquetado o tiene la dicha de obtenerlo en los mercados pueblerinos donde en enormes sacos de más de cincuenta kilos se ofrece en el mercado semanal en nuestros pueblos.
La multifacética geografía de nuestro país ofrece enormes posibilidades para conocer y tocar de cerca realidades que parecen extrañas o ajenas y son más cercanas de nuestra tradición y cultura. Detenerse para degustar el “buche de los siete granos” y sentir el efecto benéfico para evitar el mal de páramo. Es otra de las fascinantes experiencias de la tierra andina venezolana.-
5-6-25