El Concilio de Nicea y su trascendencia en el tiempo
A lo largo del presente año las Iglesias cristianas van a estar estudiando el Primer Concilio Ecuménico de Nicea. Este acontecimiento se llevó a cabo en el año 325. Dado el tiempo transcurrido, se comprenden las preguntas que, con justa razón, muchos se formularán: ¿En dónde radica la importancia que las Iglesias cristianas le otorgan a este concilio de cuya realización se conmemora el milésimo septingentésimo aniversario? ¿En qué atañe a nuestra existencia presente?

Nelson Martínez Rust:
“Estando una vez orando a solas, en compañía de las discípulas les preguntó: “¿Quién dicen la gente que soy yo?” Ellos respondieron: “Unos que Juan el Bautista; otros que Elías; otros que un profeta de los antiguos que ha resucitado”. Les dijo: “Y vosotros ¿quién decís que soy yo?” Pedro le contestó: “El Cristo de Dios” (Lc. 9,18-20).
A lo largo del presente año las Iglesias cristianas van a estar estudiando el Primer Concilio Ecuménico de Nicea. Este acontecimiento se llevó a cabo en el año 325. Dado el tiempo transcurrido, se comprenden las preguntas que, con justa razón, muchos se formularán: ¿En dónde radica la importancia que las Iglesias cristianas le otorgan a este concilio de cuya realización se conmemora el milésimo septingentésimo aniversario? ¿En qué atañe a nuestra existencia presente? ¿Tiene algo que decirnos a los cristianos de hoy? Acaso, ¿no es un trabajo propio de la arqueología y la paleografía llevado a cabo por profesores y eruditos en las grandes universidades? ¿En qué nos ayuda a nuestra fe hoy? Son estas y otras más las preguntas que afloran en la mente de muchos cristianos al pensar en esta efeméride. Trataremos de dar una respuesta. Mientras tanto es necesario ubicar el tema en su contexto próximo y remoto. Para ello, tomaremos como punto de partida los años inmediatamente anteriores y posteriores al Concilio Vaticano II, ya que este evento conciliar ha influido notablemente en el quehacer teológico.
El Concilio Vaticano II no fue un acontecimiento producto de la improvisación, ni tampoco de una aislada medida tomada por una persona. Por el contrario, tuvo una preparación de larga data que nos llevaría al pontificado de Pio X o, quizás, de antes. El Papa Juan XXIII sintió su urgencia y tuvo la valentía de llevarlo a cabo. Nos explicamos.
01.- Preparación remota
No cabe duda de que a pesar de todo lo que se pueda decir del Concilio Vaticano II sobre la falta de precisión en el abordaje de algunos temas y en sus formulaciones; como también sobre su implementación, tal acontecimiento significó una oxigenación y una puesta en marcha de una visión nueva de la Iglesia. Eran muchos y muy variados los problemas y las visiones que la Iglesia tenía que afrontar y solo mirándose a sí misma y analizándose en profundidad, podía presentar una visión rejuvenecida del Evangelio al mundo cambiante de entonces y de ahora. No cabe duda de que fue un “Kairós” En otras palabras, la Iglesia necesitaba un “aggiornamento” como diría Juan XXIII. El mismo Papa señaló que su finalidad debía ser “pastoral”, no de carácter dogmático – lo que no significa claudicar de la “Verdad Revelada” en función de una “puesta al día” -.
Nos atrevemos señalar que el Concilio se hace eco de las variadas inquietudes que en años inmediatamente anteriores a su realización se habían hecho sentir. El ejemplo – uno entre tantos – lo tenemos en las reformas introducidas durante el pontificado de Pío XII – “Mystici Corporis”, 29 de junio de 1943: sobre la Iglesia; “Divino Afflante Spiritu”, 30 de septiembre de 1943: sobre la adecuada investigación histórico-crítica de la Sagrada Escritura; “Mediator Dei”, 20 de noviembre de 1947: sobre la Sagrada Liturgia; “Humani Generis”, 12 de agosto de 1950: sobre el desarrollo y algunos peligros del quehacer teológico – que anunciaban, no solo la necesidad de una renovación en profundidad, sino el nuevo amanecer de lo que se llevaría a cabo bajo el pontificado de Juan XXIII. Al mismo tiempo no se puede ignorar el trabajo titánico, contra corriente y casi en la clandestinidad que grandes hombres llevaron a cabo desde las aulas de las universidades alemanas, belgas, austriacas y francesas y, por, sobre todo, del movimiento litúrgico que fue como un motor de arranque que, para la época del concilio, ya contaba con cincuenta años de trabajo teológico, bíblico y patrístico. No se les puede olvidar. Olvidarlos sería mutilar y mal entender al mismo Concilio Vaticano II.
Por esta época las universidades – ya lo hemos dicho – de centro Europa habían sentido la necesidad de una sincera y profunda renovación. Los benedictinos en el ámbito de la liturgia, los agustinos en el Patrístico, los dominicos con la “Escuela Bíblica de Jerusalén” y los Jesuitas en Francia fueron creando un ambiente propicio para el Concilio Vaticano II. Creemos firmemente, sin temor a equivocarnos, poder afirmar que sin estos pensadores e instituciones el Vaticano II no se hubiera podido realizar.
02.- Preparación reciente
Todo este caudal de conocimiento y empuje se hizo sentir en el Vaticano. Fue Juan XXIII, el pontífice que, al sentir el deseo de la Iglesia, convocó la magna asamblea del Concilio. Es necesario hacer memoria agradecida de innumerables peritos conciliares, obispos, cardenales y observadores venidos de otras iglesias cristianas que a través de sus declaraciones, intuiciones y participación indirecta hicieron posible la puesta en marcha, continuidad y feliz conclusión de tan magna gesta.
Las Iglesias cristianas nacidas de la Reforma, dada la importancia que le conceden a las Sagradas Escrituras y al aporte de grandes exégetas, tuvieron mucho que ver en el enfoque que asumió desde el mismo comienzo el Concilio y que se reflejó en los documentos conciliares sobre el puesto que “La Palabra de Dios” debe ocupar en el misterio de la Iglesia.
No es el momento de hacer un balance exhaustivo del Vaticano II y de su implementación. Consideramos que él ha sido una bendición del cielo, que ha brindado una visión de la Iglesia y de que aún tiene mucho que aportar al quehacer, no solo pastoral, sino doctrinal de la Iglesia. Solo deseamos señalar que una muy extendida lectura del mismo -hermenéutica conciliar – fundamentada en ideologías ha conducido, en gran manera, a la errónea interpretación y la distorsión, con la consecuencia, que hoy se vive. El gran desorden en cuanto a materia dogmática, moral y litúrgica con consecuencias sumamente graves para la pastoral y la fe de los cristianos que hoy vivimos, no es producto directo del Concilio sino de su mala lectura. Nos referimos a una percepción distorsionada de la eclesiología y de la cristología. Ello ha repercutido en una visión sesgada de la Iglesia y a la fundamental interrogante: ¿Quién es Cristo para el cristiano de hoy? ¿Un gran hombre de gran vida moral a quien debemos seguir como ejemplo de vida? En algunos sectores eclesiales, ¿se confiesa hoy con claridad meridiana la divinidad de Jesucristo como Hijo del Dios vivo? ¿Acaso no ha ocupado una visión antropológica el puesto debido exclusivamente a Dios? …a Jesucristo? Al fallar la Eclesiología y la Cristología, ¿cómo se entiende la Doctrina Social de la Iglesia? ¿Acaso se la toma en cuenta? ¿En qué consiste “la redención”? ¿Cuál es el significado cristiano de “Liberación”? “Liberación” … ¿de qué? y ¿para qué? ¿Se agota en el hecho de brindarle al hombre un buen salario, un buen estatus social, la solución a sus problemas materiales y más nada? …y ¿dónde queda lo sobrenatural? En esta visión sesgada ¿Qué o qué cosa es, y para qué queda la Iglesia?
El problema planteado y por resolver es doble: Cristológico y Eclesiológico. Frente a esta duplicidad del interrogante hodierno, es necesario recurrir a las fuentes de las Sagradas Escrituras y la Tradición de la Iglesia, y al magisterio de la misma. Es aquí en donde empalmamos con el Concilio de Nicea.
I.- ANTECEDENTES: CIRCUNSTANHCIAS, ACONTECIMIENTOS Y PERSONAJES QUE ANTICIPARON Y ACOMPANARON AL CONCILIO DE NICEA
A.- IMPORTANCIA Y ACTUALIDAD DE LOS CUATRO PRIMEROS CONCILIOS
El quehacer de la teología posterior al Vaticano II ha venido redescubriendo la centralidad del misterio trinitario. A ello han contribuido dos hechos importantes.
a.- El fructífero cuidado que se le ha venido prestando en las últimas décadas a la teología patrística, la atención y el admirable progreso que han experimentado la exégesis y la teología bíblica a lo cual hay que añadir el florecimiento de la liturgia comprendida no como un simple conglomerado de gestos y ritos a seguir fielmente sino como una verdadera teología que compendia en sí todos los demás tratados del quehacer teológico, ello ha contribuido al replanteamiento de la verdad sobre el Dios-Trino que se ha revelado en Jesucristo.
b.- Por otro lado, el hecho de tener en cuenta el sentir filosófico. La filosofía hodierna muestra cada vez con mayor claridad su deseo de entender en profundidad a la persona. Son numerosos los escritos que sobre antropología filosófica se publican. El problema para la filosofía actualmente no es tanto metafísico cuanto antropológico-fenomenológico, aunque en la actualidad Jürgen Habermas ha tratado de reivindicar el aporte metafísico en su última trilogía: “Una historia de la filosofía: I. Para una genealogía del pensamiento postmetafísica”. Desde esta perspectiva, hoy en día surge en nuestra sociedad, al menos occidental, la vieja recomendación de los griegos: “conócete a ti mismo”.
La concepción filosófica de la antropológica califica al hombre como un ser en relación = relacional. Este sentimiento debe asumirlo la teología como una campanada – invitación – al quehacer teológico, a profundizar en la revelación de un Dios que, aun cuando es uno, se presenta también bajo la realidad relacional de tres personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo, y en el cómo influye este misterio de manera determinante en la vida del ser humano.
Ahora bien, el ser humano es un ser “hermenéutico” – en cuanto que necesita entenderse a sí mismo -, y, al mismo tiempo, “teleológico” – en cuanto que necesita conocer y alcanzar un fin. El ser humano tiene una finalidad. Finalidad que se le presenta como una necesidad que debe ser saciada si de verdad desea lograr una realización plena y total. Ahora bien, esta finalidad está orientada, el ser humano así lo percibe, hacia una realidad que le trasciende y a la cual aspira de manera urgente, pues sabe muy bien que su sentido pleno en cuanto “persona”, solo lo va a conocer y lo va a conseguir en la(s) respuesta(s) a la(s) pregunta(s) trascendental(es) sobre su existencia, y no en los meros logros materiales.
En la actualidad, muchas veces el misterio de un solo Dios en tres personas se ve tan lejano de la realidad humana, tan del más allá, que termina arrinconado ante los muchos y variados problemas del más acá que afectan al ser humano que termina sin darle la verdadera importancia y urgencia. Pero, es todo lo contrario. En la fórmula litúrgica condensada de: “En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” se encuentra no solo el corazón de la fe cristiana sino también toda la vivencia del cristiano. El cristiano aprende por la fe que hay una única vida, que no es otra que la que comunica el Padre al Hijo y al Espíritu Santo, y que es en esta plenitud de existencia en la que “vivimos, nos movemos y existimos” (Hch 17,28) en cuanto hijos de Dios. Es por esta razón que el misterio trinitario es una realidad plena de sentido que ilumina a toda la existencia cristiana.
El misterio de Dios-Trino, misterio por demás trascendente, no obstante, se encuentra muy cercano al hombre. Por lo cual no dudamos en afirmar que “toda vida tiene una dimensión trinitaria” que se fundamenta en dos pilares:
a.- En el reconocimiento de la primacía de Dios dado a conocer en Cristo (Jun 1,1-4) y
b.- En la elaboración de una teología positiva de la creación y, por consiguiente, del hombre (Gn 1,27 – imagen -; Cf.: La exhortación apostólica “Evangelium Vitae”). De ahí que el misterio de la Santísima Trinidad sea el fundamento del hombre y, al mismo tiempo, el que le permite al ser humano acceder al conocimiento de Dios-Trino y su incorporación en la realidad de su ser divino mediante el bautismo.
Ahora podemos comprender el profundo significado y el puesto de importancia que ocupan los cuatro primeros concilios.
1º.- En ellos se formularon los dogmas básicos del cristianismo: la Trinidad y la Cristología, además, ellos marcaron de manera determinante el desarrollo y la profundidad del cristianismo.
2º.- Ellos asumen la función de puntos nucleares de un momento histórico de la Iglesia, cuyos efectos se harán sentir posteriormente.
3º.- Éfeso y Calcedonia continúan el trabajo iniciado en Nicea y Constantinopla, enmarcan y delimitan las diversas fases de las discusiones trinitarias y cristológicas que habrán de continuar posteriormente hasta nuestros días.
3º.- Sin embargo, a decir de Giuseppe Alberigo “Nicea y Constantinopla trazan la línea de la elaboración trinitaria, fijando así el marco para la evolución dogmática posterior; establecen además las premisas esenciales para la organización eclesiástica de la pentarquía (el régimen de los cinco grandes patriarcados con su jerarquía interna), sancionada luego en Calcedonia”.
En función de lo dicho anteriormente y a manera de resumen ofrecemos el siguiente cuadro:
I.- Concilios Trinitarios:
A.- Nicea (año 325) Cf.: Dz 124-130
Concilios trinitario-cristológicos B.- Constantinopla (año 381) Cf.: Dz 150-151
II.- Concilios cristológicos:
A.- Éfeso (año 431) Cf.: Dz 250-270)
B.- Calcedonia (año 451) Cf.: Dz 300
B.- ACLARATORIAS QUE DEBEN TENERSE EN CUENTA
El Concilio de Nicea en la historia de la Iglesia, y, de manera concreta, en la historiografía de la sinodalidad, representa un positivo “cambio superior de nivel” en materia sinodal. Decimos esto porque desde el “Sínodo de los Apóstoles” (Hch 15,1-35 Cf.: Ga 2,11-14) que señaló de manera determinante la evangelización de los gentiles, hasta el realizado en el año 325, la historia de la Iglesia no registra ningún otro sínodo que por su autoridad, representatividad y recepción sea tan definitorio de la “ecúmene”.
1.- EL PASO DE LOS CONCILIOS LOCALES A LOS CONCILIOS ECUMENICOS
Lo anteriormente señalado no significa que no se tuvieran reuniones para tratar determinados problemas surgidos en el seno de la Iglesia. Los hubo. Prueba de ello es el que, finalizando el siglo II, convocó el Papa Víctor I. Sin embargo, no admite el calificativo de “universal” dado que la aceptación de lo acordado se fue logrando gracias a la recepción y puesta en marcha mediante la previa aceptación de las diversas provincias extendidas a lo largo y ancho del Imperio romano. En el África romana la costumbre sinodal era bastante sólida ya que, dada la gran independencia episcopal, la realización del sínodo se convirtió en la expresión visible de la unidad eclesial. Otro tanto pasa en los lugares en donde surgen iglesias con alcance regional que se hacen sentir en un determinado territorio. Tal es el caso de Roma y Alejandría. Para el siglo III la praxis sinodal se ha extendido notablemente con sus propias diferencias y peculiaridades. Por lo general, la materia a tratar era prevalentemente la disciplinar, aunque no se olvida lo relacionado con la fe. Pero, también debemos señalar el caso contrario, el hecho de que con las definiciones doctrinales se elaboran también un conjunto de leyes canónicas que llega a tener un gran peso. Es el caso de Nicea.
Hay otro punto que debe tenerse en cuenta: la política. Llega el momento en el cual la Iglesia se convierte en un objeto político que está en manos del emperador, el cual ve en la comunidad eclesial un elemento fundamental para su deseo de gobierno. Desde este punto de vista el sínodo o el concilio sufre su inherencia para dejar de ser una estructura puramente eclesial – expresión de la fe y la disciplina – y convertirse en el instrumento de gobierno del emperador de turno. De esta manera la realidad sinodal adquiere una dimensión de gobierno civil convirtiéndose en el apoyo de la unidad imperial y, por consiguiente, del Emperador.
2.- PERSONAJES DEL CONCILIO: CONSTANTINO Y ARRIO
01.- EL EMPERADOR CONSTANTINO
Nació en el año 272, siendo hijo del emperador Constancio Cloro y de Santa Elena. A la muerte de su padre fue elegido “Augusto” por los soldados de Bretaña, lo que originó una guerra civil que le brindó la ocasión de liberarse de todos sus enemigos de Occidente, siendo el más temido de todos ellos Majencio, quien, habiendo sido vencido por Constantino, murió ahogado en el rio Tíber. El general Licinio quien, en un primer momento lo ayudó en la consolidación de su reinado como Emperador, no tardó mucho en caer en desgracia y ser ejecutado por orden del emperador.
Es tradición que, durante la campaña contra Majencio, Constantino se haya convertido al cristianismo debido a la aparición, en el momento más crucial de la batalla, de una cruz con la leyenda: “in hoc signo vinces” = “con este signo vencerás”. Sea verdad o no, lo cierto es que los cristianos de todo el imperio lo apoyaron en la lucha contra sus competidores y él, agradecido, no solo toleró la nueva religión, sino que en el edicto de Milán – año 313 – la reconoció como religión oficial del estado devolviéndole los bienes que le habían sido confiscados.
En el año 330 trasladó la sede imperial a Oriente – Bizancio – que fue denominada “Constantinopla” en honor del emperador. Fue bautizado por Eusebio, poco antes de su fallecimiento, y recibió sepultura en la iglesia de la ciudad que lleva su nombre.
02.- ARRIO
Nació en Libia (año 256) según la mayoría de los historiadores, mientras que otros sostienen que fue en Cirenaica en el año 270. Era sacerdote de Alejandría, y su ministerio lo llevaba a cabo en la iglesia parroquial de Baucalis cuando surgió una profunda diferencia teológica con Alejandro, obispo de dicha ciudad, que originó lo que se conoce hoy en día como el “arrianismo”. En esencia la tendencia de la doctrina propuesta por Arrio consistía en la afirmación de que Cristo era la primera de las criaturas creadas por voluntad de Dios, pero que no era de su misma naturaleza. Arrio condividía una misma orientación trinitaria con Orígenes, que insistía en la distinción de las personas divinas y era ajeno a cualquier noción o expresión que pudiera vincularlas mediante un sustrato común, puesto que, en una mentalidad platónica, como la que reinaba en la elite del cristianismo de Alejandría, se consideraba al sustrato como dotado de materialidad. Desde esta perspectiva, la unidad de las tres personas era considerada de manera dinámica, es decir, vinculadas solo por una comunión de amor y voluntad.
A manera de resumen podemos decir que Arrio profeso la siguiente visión trinitaria, la cual supo defender fundamentándose sobre una muy buena y consistente base escrituristica: Trascendencia del Dios supremo, inmaterialidad de las relaciones intratrinitarias, profunda distinción entre las personas, subordinación total del Logos y su inferior divinidad frente al verdadero Dios trascendente, y su vínculo con Dios mediante una relación de creación y no de generación.
Arrio fue excomulgado en el concilio de Alejandría (321). Sin embargo, fue apoyado por el obispo Eusebio de Nicomedia y, en un primer momento, por el emperador Constantino.
Constantino receloso de que esta nueva doctrina no contribuyera a la unidad del imperio, convocó un Concilio Ecuménico en búsqueda de la unidad de la fe en el palacio imperial de Nicea (325), que terminó condenando la doctrina de Arrio y formulando la profesión de fe que se conoce en la actualidad como “Símbolo de Nicea” o “Credo de Nicea”.
03.- EL EMPERADOR CONSTANTINO Y EL CONCILIO ECUMENICO DE NICEA
Al hablar de la relación y participación que tuvo el emperador Constantino en el Concilio de Nicea es necesario tener presente tres elementos que nos permiten entender mucho mejor la realidad conciliar. Estos elementos son:
1º.- El hecho de que la Institución Conciliar alcanza un reconocimiento jurídico a partir de Constantino. Esto nos ayuda a comprender por qué sus decisiones, como también sus actos jurídicos hayan obtenido una repercusión directa y determinante en las leyes imperiales. El carácter público de dichas asambleas sinodales se debe buscar y se fundamenta en el hecho de que el emperador se atribuye el derecho de convocar, de definir el “cómo” había de desarrollarse el sínodo, de velar por el buen funcionamiento del mismo y, finalmente, por el hecho de sancionar legalmente las decisiones tomadas por la asamblea.
2º.- Un segundo elemento a tener en cuenta es que la realidad sinodal pasa a ser un órgano del estado hasta cierto punto, dependiente del emperador. Es interesante detenernos brevemente en este aspecto. En el año 313 se origina una crisis eclesial en África al ser electo Ceciliano obispo de Cartago. Este hecho nos ayuda a comprender lo afirmado con anterioridad. Sus oponentes, que tenían como candidato a Donato, acuden al emperador pidiéndole revoque la elección y convoque un tribunal que estudie el caso y tome una decisión. Constantino accede a dicha petición, pero manifiesta su voluntad de reservarse el derecho de dictar normas concretas y de consultar primero al obispo de Roma, Milcíades. La sentencia resultó favorable a Ceciliano. Sin embargo, sus enemigos no aceptaron la sentencia y, de manera reiterativa, acudieron al emperador quien convocó, por propia iniciativa, a un grupo de obispos en Arles. Corría el año 314. En esta reunión el papa Silvestre ( ) se hizo representar por cuatro legados. La decisión papal pasó a ser una práctica corriente convirtiéndose en costumbre que habría de ser seguida por los Obispos de Roma en los primeros concilios.
Aun cuando el querer presentar el concilio de Arles como el primero concilio ecuménico es incorrecto, no se le puede negar que representó a la Iglesia occidental, y no a la “ecúmene” de entonces. El episodio de Arles merece ser recordado por su carácter aparentemente pacífico de la intervención imperial. Esta decisión de Constantino, aun cuando brindaba el espacio a una independencia de juicio y a un control autónomo de la asamblea sinodal, creaba, de hecho, la institución del “Sínodo Imperial”, sin que la Iglesia se manifestara contraria ante semejante innovación.
3º.- Constantino y la disputa arriana.
En un primer momento Constantino no le concedió la debida importancia a la discusión arriana. Creía que era cosa de teólogos y que en ese ambiente terminaría todo. Sin embargo, al ver que la discusión continuaba y tomaba profundidad, comisionó al obispo Osio de Córdoba, que era su consejero, para que consiguiera una solución. Osio fracasó en su labor. Ante tal fracaso no quedó otra solución que acudir a un concilio general, como ya se había procedido con el problema donatista en el sínodo de Arlés.
C.- SITUACION DE LA IGLESIA EN LOS ANOS PREVIOS AL CONCILIO DE NICEA
Las situaciones, ya sean estas favorables o no, no se improvisan. Tienen un inicio en el tiempo y en el espacio, y las circunstancias que las rodean van tallando y dando forma, profundidad, alcance y trascendencia a determinados acontecimientos posteriores. Con la finalidad de aclarar lo dicho anteriormente, es necesario tener presente las siguientes perspectivas.
1.- DOS ESCUELAS: ALEJANDRIA Y ANTIOQUIA
01.- ALEJANDRIA
Las primeras noticias que nos han llegado de la ciudad de Alejandría, nos la muestran como un gran centro cultural. Su propia actividad, como su fecundidad intelectual, al igual que su recepción y asimilación de la cultura helénica la califica como un centro intelectual de gran valía e importancia. Todo lo anterior la preparó para recibir el Evangelio y brindarle una nueva y firme valoración de frente al mundo intelectual de la época, al mismo tiempo que un aporte de intelectualidad al querer expresar la fe. Se puede decir que todo ello constituyó un ambiente privilegiado – un lugar de experimentación – debido a la variedad de sus formas culturales y sus tendencias ideológicas. Pero, así como su aporte fue de primer orden, también, esto mismos puntos a su favor, dieron pase a vivaces debates que desembocaron muchas veces en divisiones y luchas violentas, transformándose todo ello en una especie de laboratorio de fenómenos institucionales y socioculturales. No es raro, pues, que todo ello repercutiera en el pensamiento cristiano de todo el Mediterráneo. En efecto, en el siglo II se encuentra en Alejandría el gnosticismo proveniente de Siria.
En Alejandría se desarrolló un cristianismo de profunda tendencia platónica, que habría de dejar una huella profunda en la historia del pensamiento cristiano, pero que, al mismo tiempo, sufriría fuertes resistencia. A manera de ejemplo, podemos citar el movimiento arriano – siglo IV -, y el nacimiento de una nueva concepción del poder patriarcal. Por todo lo señalado con anterioridad podemos hacer nuestro el pensamiento del patrólogo Alberto Camplani que señala: “Alejandría se configura como uno de los principales laboratorios del cristianismo antiguo por la pluralidad de resultados a los que dio origen, sea que posteriormente se los haya calificado de aberrantes y heréticos – gnosticismo, arrianismo y origenismo – sea que, por el contrario, se los haya percibido como una contribución importante en la formulación del pensamiento cristiano”.
02.- ANTIOQUIA
La ciudad de Antioquia constituye uno de los grandes focos de irradiación del cristianismo de los primeros siglos. Basta recordar que fue en esa ciudad en donde los primeros discípulos de Cristo fueron denominados “cristianos” = “seguidores del galileo, Jesús, ajusticiado por sedicioso tanto por Roma como por los Judíos”.
La Iglesia antioquena se caracteriza desde su comienzo por las discusiones y controversias internas. Lo que se puede entrever en germen al comienzo de la misión llevada a cabo por los primeros evangelizadores, en donde un primer grupo se dirigía a la evangelización de los judíos, y otros, los provenientes de Chipre y de Cirene, que comenzaban a predicar a los griegos procedentes de la gentilidad (Hch 11,19-20). Todo ello parece preparar el llamado “Incidente de Antioquia”, en el cual los apóstoles Pedro y Pablo tuvieron un desencuentro a causa de la llegada de algunos de Judea, del grupo de Santiago, hermano de Jesús (Hch 15; Gal 2,11). Todo giraba en torno a una pregunta: ¿Cómo debían comportarse los cristianos venidos del paganismo frente a la ley judía? ¿Debían observarla? Ello implicaría un continuismo. Si así fuere, entonces, ¿Cuál es la novedad que aporta el Evangelio? Si se deja de lado la Ley mosaica, entonces, ¿qué valor tenía la Toráh? Ello representaría un abandona de la Ley dada por Yahveh en el Sinaí. Entonces, ¿cabría la posibilidad de una reinterpretación? Este tipo de discusión se prolongó en el tiempo, incluyendo la época de Ignacio de Antioquía, e, inclusive se ha sabido de la existencia de divisiones internas de otra índole y de vasto alcance en tiempos de Pablo de Samotasa y del llamado “Cisma de Antioquía”, que dividiría aquella metrópoli cristiana durante gran parte de los siglos IV y V.
Creemos que en el estudio del problema del “arrianismo” no podemos dejar de lado la existencia de un problema filosófico de fondo entre estas dos escuelas. Decimos esto por lo siguiente: En la explicación que se plantean del misterio trinitario y cristológico aparecen las tendencias de estas dos escuelas: la Alejandrina y la Antioquena.
La escuela alejandrina se caracterizaba por la unidad. Nos explicamos: Dicha escuela parte primeramente del estudio de la unidad del Verbo con Dios Padre y el Espíritu Santo en el misterio de la trinidad, para estudiar posteriormente esa unidad prolongada en la encarnación de la segunda persona de la trinidad.
La escuela de Alejandría, que partía de dicha unidad de persona en Cristo, podía caer fácilmente en la herejía del olvido o mutilación de la naturaleza humana ya que subrayaba con insistencia la única personalidad divina. Al tratar de incorporar lo humano realizaba una mezcla difícil de entender. Por su parte,
La escuela antioquena partía de la dualidad de naturalezas completas de Cristo – Hombre y Dios -, Hijo de María por su naturaleza humana e Hijo de Dios – Logos – por su naturaleza divina para posteriormente pasar a estudiar cómo estas dos naturalezas se unen en la realidad Cristo. Esta percepción era proclive a caer en la herejía del “adopcionismo” que consistía en la afirmación de una doble personalidad en la realidad de Cristo, es decir, un doble sujeto último de atribución.
En realidad, ¿cuál era el problema que se presentaba? Teniendo en cuenta que por aquel entonces no se había delimitado con la necesaria precisión los términos que se deseaban expresar tales como “naturaleza” = “physis”; “persona” = “hypostasis”; “sujeto” = “prosopon”, la presentación de ambas cristologías tenía un riesgo común: el de identificar la noción de “naturaleza” con la noción de “persona”.
2.- DOCTRINA ARRIANA
El arrianismo lo podemos sintetizar en los siguientes puntos:
A.- La realidad de Cristo. A saber, Él es verdadero Dios y verdadero hombre. La profesión de este principio les brinda identificación a los cristianos de ayer, como a los de hoy y de siempre. De ahí que sean calificados como “cristianos”. Por consiguiente, no es de extrañar la gran importancia que se le concedía a esta afirmación y al hecho de que este haya sido la materia por excelencia en las controversias teológicas. El Nuevo Testamento y los Padres de la Iglesia han utilizado formulas claras y precisas, que expresan la fe tanto en la divinidad como en la realidad humana de Cristo. Por consiguiente, la fe de la primitiva Iglesia tenía por objeto a “Cristo, Dios verdadero y Hombre verdadero”.
B.- La postura de Arrio.
1º.- Las preocupaciones teológicas que se suscitaban en el siglo IV era preponderantemente trinitarias, y era muy comprensible ya que la mente humana debía abordar y resolver de una vez por todas el sentido de su fe, y si esta fe, en cuanto cristológica, cómo debía ser entendida y conciliarse con la fe trinitaria.
2º.- La problemática estaba planteada, y Arrio fue el primero en hacerlo a gran escala. Debemos advertir que Arrio profesaba las fórmulas de la Iglesia primitiva; “Cristo, Hijo de Dios, hecho hombre para nuestra salvación”. Entonces: ¿en dónde radica la equivocación de Arrio?
3º.- La equivocación de Arrio se sitúa en el hecho de que él se interroga por primera vez sobre el contenido “ontológico” = “qué es el Logos” con respecto a la cristolog’ia, considerado en sí mismo, y no solo “para nuestra salvación”, en relación, como lo planteaba la afirmación anteriormente vista que denotaba solo la funcionalidad y no el ser.
4º.- Teniendo presente estas premisas veamos cómo soluciona Arrio este problema.
a.- Arrio se formula el siguiente silogismo:
Premisa: Todo lo que ha sido creado ha tenido un principio.
Es así que: el Logos, la Palabra divina, el Verbo, el Hijo de Dios ha sido creado, ha tenido un principio.
Conclusión: El logos, la Palabra divina, el Verbo, el Hijo de Dios no puede ser Dios ya que ha sido creado, por tener un principio.
De esta manera, Arrio alcanza la siguiente afirmación: “Hubo un tiempo en el cual el Verbo no existía”. Por consiguiente, el Verbo es una criatura, la primera y más sublime entre todo lo creado, pero no goza del atributo divino: no es Dios.
b.- Arrio sostiene, sin embargo, que el Verbo, la Palabra ha sido “el instrumento” utilizado por Dios para crear el universo. De ahí que, aun cuando no es Dios en sí mismo, el ser humano lo puede considerar como tal, ya que ha sido la Palabra el instrumento por medio de la cual todo ha sido creado.
c.- Como se puede observar, Arrio admitía todas las afirmaciones que se fundamentaban en las Escrituras, al igual que la enseñanza literal de la Iglesia. Sin embargo, desde el punto de vista ontológico las había vaciado de su contenido trascendental.
Esta falacia arriana también fue llamada “futurista” ya que sus seguidores sostenían que las fórmulas de fe pueden ser reinterpretadas, aun conservando su formulación.
II.- LA REALIZACION DEL PRIMER CONCILIO ECUMENICO DE NICEA
A.- EN LOS ALBORES DE NICEA
1.- EL PARA QUE DE UN CONCILIO
Debido a la escasez de información hay muchas lagunas que salen al paso a la hora de establecer con certeza los datos requeridos por la historia sobre el concilio de Nicea. Teniendo presente esta circunstancia, se puede afirmar que, Constantino inicialmente no habría pensado en la ciudad de Nicea como sede para un posible concilio. Mucho más probable es que tuviera presente a la ciudad de Ancira – Galacia -. El posterior cambio de lugar se debió a condiciones logísticas y climáticas. No obstante, hay historiadores que afirman, con razón, la existencia de conveniencias políticas de parte del emperador. De todas formas, se puede afirmar que la decisión imperial estuvo motivada no solo por las necesidades prácticas, sino también por unas circunstancias de orden gubernamental que en el fondo favorecían al arrianismo.
Ciertamente que la decisión de convocar un concilio fue idea del emperador Constantino tomada después de oír a sus concejeros, entre los cuales se contaba a Osio de Córdoba. La finalidad que revoloteaba en la mente del emperador no dejaba de tener un alcance mucho más grande y amplio. En efecto, tenía en mente el alcance de una pacificación general que permitiera solucionar las divergencias causadas por sínodos regionales anteriormente celebrados, y el darle a la Iglesia una nueva organización, la cual, poco a poco, se había ido convirtiendo en una institución a la cual el imperio debía mirar con respeto y atención dada la influencia alcanzada. Es por esta razón que el concilio, además de la búsqueda de solución del problema arriano, debía también buscar la paz, no solo interna sino también alcanzar, en lo posible, la paz para todo el imperio. Dentro de toda esta problemática se debe ubicar la búsqueda de la unidad mediante la unificación de la celebración de la Pascua en un mismo día para todas las Iglesias. La finalidad del Concilio, por consiguiente, tenía que ver con las esperanzas y necesidades que desde hacía tiempo estaban pidiendo una solución.
B.- DESARROLLO DEL CONCILIO
1.- CONVOCATORIA
De parte de Constantino, el concilio debía reunir al mayor número posible de participantes. Para alcanzar esta finalidad, el emperador puso a disposición todos los medios que el Estado podía brindar. Sin embargo, la mayor participación conciliar que asistió al evento procedía de Oriente. La presencia de obispos occidentales fue escasa entre los cuales se encontraba Osio de Córdoba y dos presbíteros como representantes de Roma, Vito y Vicente. Dada esta realidad, la “ecúmene” se garantizaba por la presencia de los delegados papales, proceder que posteriormente se convertiría en práctica habitual para los otros concilios celebrados en la antiguan iglesia. Eusebio, como más tarde, Atanasio no dudan en calificar a Nicea como “ecuménico” y hablan de él como de un “nuevo pentecostés”. No cabe duda de que el carácter “ecuménico” quedaba asegurado por el hecho de que también fueron invitados grupos enfrentados entre sí, como también, por la presencia de algunos exponentes cismáticos. Lo que no se sabe es si el mismo concilio se autodenominó “ecuménico”. A tal respecto, hay que tener en cuenta que no es posible asumir desde el principio la connotación de significados teológicos que han de atribuirse posteriormente, al ser contrapuesto el concilio de Nicea a los otros sínodos arrianos que a lo largo de todo el siglo IV fueron celebrados en Oriente.
En cuanto al número de los asistentes al concilio se debe afirmar que no se tiene un número preciso. Entre los estudiosos modernos hay variadas opiniones: algunos limitan su número a 194 asistentes, otros lo sitúan entre 220 o 237. Aún los mismo contemporáneos conciliares discrepan a la hora de señalar un número, fijando el mismo en 318, a la manera de un símbolo que recuerda los servidores de Abraham en Gn 14,14.
Si nos detenemos en la competencia intelectual de los asistentes al concilio debemos señalar que hubo obispo y sacerdotes de gran vuelo teológico. Entre ellos se puede contar al diácono Atanasio, Marcelo de Ancira, Eustasio de Antioquía, Eusebio de Cesarea y Eusebio de Nicomedia. Junto al episcopado asistente también estuvieron presentes numerosos sacerdotes al igual que diáconos y, al decir de algunos autores, de laicos. Esta realidad nos muestra el gran interés que el concilio de Nicea despertó en la cristiandad de aquel entonces. De la misma manera muestra la gran semejanza que se daba entre la realidad conciliar y las instancias jurídicas y judiciales del imperio y que la Iglesia asimiló e hizo suyas.
Al tener presente esta circunstancia se comprenderá mejor un hecho que acaeció en el concilio: Muchos se aprovecharon del concilio para presentar ante el emperador sus denuncias y sus quejas contra obispos y sacerdotes con la intención de alcanzar alguna revancha. Constantino, al inicio del concilio, ordenó la quema de todos estos libelos de demanda, dejando, así lo señaló el propio emperador, la solución de estas dificultades para el juicio final.
2.- REALIZACION
El concilio dio inicio el día 20 de mayo del 325 – algunos historiadores sostienen que su inicio fue el 19 de junio y concluyó el 25 de agosto -. No se tiene certeza de su duración. Probablemente concluyó el 19 de junio o el 25 de julio. De esta manera, esta última fecha es probable si se la relaciona con la celebración de los veinte años de Constantino en el poder. Se hacia coincidir el fin del concilio con dicha festividad. La asamblea concluyó oficialmente con un solemne banquete, que relata Eusebio de Cesarea, y un discurso de despedida del emperador.
Los integrantes del concilio enviaron una carta sinodal a la Iglesia de Alejandría – ya que había sido en África en donde se había originado el problema arriano -, como también a las otras Iglesias. Con el mismo formato Constantino se dirigirá también a todas las Iglesia del imperio mediante una encíclica, manifestando su alegría por la unidad restablecida de la fe, y confirió a los decretos conciliares el rango de ley del Estado. De esta manera se abría paso en la historia de la Iglesia “el régimen de cristiandad”, mediante la compenetración cada vez más estrecha entre la Iglesia y el Estado romano. Lo que venía ocurriendo sutilmente, adquirirá, de esta manera, su carta de nacionalización. Durante toda la realización del concilio, estuvo presente Constantino que presidio los debates, reservándose la posibilidad de intervenir de manera directa en los trabajos de la asamblea. Hasta la conclusión, el emperador fue el centro del concilio. ¿Perdió la Iglesia su independencia?
No vamos a entrar en los pormenores de los debates, los cuales fueron por demás interesantes y atractivos, no solo para el curioso lector, sino también por las consecuencias prácticas que se hacen sentir hasta el día de hoy, delicia de los historiadores. Se conservan de él solo el símbolo de fe, veinte cánones y una carta sinodal.
3.- FORMULA DE FE
La comprensión del interesante y apasionante debate que se suscitó en el aula conciliar entre los partidarios de Arrio y sus adversarios implica el conocimiento detallado de las anteriores formulaciones dogmáticas, cuya exposición hace largo y tedioso el traerlas a colación. A manera de síntesis señalamos lo siguiente: El símbolo de Nicea es la primera definición dogmática solemne en la historia de los concilios. Su estructura es trinitaria, en la que se desarrolla el segundo artículo, referente al Hijo de Dios, y se termina anatematizando a los herejes. Su composición se fundamenta primordialmente en el símbolo de la Iglesia de Cesarea, que el mismo Eusebio presentó. Así se deduce de la comparación de ambos símbolos y del testimonio del mismo Eusebio en carta dirigida a su propia Iglesia – Los interesados en un mayor conocimiento, pueden conseguir en Giuseppe Alberigo; “Historia de los Concilios ecuménicos”; pag 31-36, una interesante y completa narración de los debates -.
Ya hemos expuesto con anterioridad el pensamiento arriano. Queremos ahora señalar que lo que hubo de asegurar el éxito histórico del concilio de Nicea fue la redacción y la aprobación de la definición de fe en la forma de “símbolo” o compendio de las verdades esenciales profesadas por la Iglesia.
Hemos creído oportuno copiar a continuación el símbolo propuesto en Nicea. La traducción del griego está tomada de “El símbolo de Nicea” de Ortiz de Urbina.
Primera afirmación:
“Creemos en un solo Dios, Padre todo poderoso, creador de todas las cosas visibles e invisibles;”
Segunda afirmación:
Y en un solo Señor Jesucristo, el Hijo de Dios, unigénito nacido del Padre, es decir, de la sustancia del Padre; Dios de Dios, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero; engendrado, no creado; de la misma naturaleza que el Padre, por quien todo fue hecho: tanto lo que hay en el cielo como en la tierra; que, por nosotros, los hombres, y por nuestra salvación bajó y se encarnó, se hizo hombre[1], padeció y resucitó al tercer día, [y] subió a los cielos, vendrá a juzgar a vivos y muertos;[2]”
Tercera afirmación:
“y en el Espíritu Santo”.
El concilio, no satisfecho con la afirmación anterior, añade en contra de Arrio:
“Y a los que dicen: “hubo un tiempo en que no existió” y: “antes de ser engendrado, no existió” y: “fue hecho de la nada o de otra hipóstasis o naturaleza”, pretendiendo que el Hijo de Dios es creado o sujeto de cambio y alteración, a estos los anatematiza la Iglesia católica”[3].
4.- NICEA Y LA DISCIPLINA ECLESIASTICA
En este aparte podemos señalar de manera somera lo siguiente:
a.- La atención que se dedica al problema doctrinal no debe ser excusa para dejar de lado el importante trabajo disciplinar y canónico del concilio. Por lo demás el mismo Constantino, al convocar la asamblea, señaló la urgencia de estos temas y la necesidad de llegar también en este terreno a soluciones positivas para la unidad eclesial.
b.- Con respecto a los cánones, hay que afirmar que existe muy pocos documentos o fuentes para analizar en profundidad el pensamiento de los padres conciliares. No obstante, el concilio nos brinda una codificación muy significativa que solo puede ser comparable, por la riqueza de sus temas, con el posterior concilio de Calcedonia.
c.- Finalmente, en cuanto a la estructura eclesial se debe señalar los numerosos cánones que fueron haciendo tomar conciencia de una constitución eclesial universal, que llegó a superar de manera definitiva el aislamiento en el que se encontraban cada una de las Iglesias locales en relación con su obispo y con la Iglesia universal.
CONCLUSION
¿Qué pensar del Nicea, primer Concilio Ecuménico? Con el concilio los problemas no finalizaron, continuaron por unos cuantos años más. Sin embargo, ya la Iglesia tenía una profesión de fe de la cual echar mano en los momentos difíciles que no tardaron en aparecer. De esta manera la formulación del concilio de Nicea fue aceptada como expresión de la fe verdadera. Más tarde, en el concilio de Constantinopla – año 381 -, se habría de añadir a la formulación Nicena la expresión “antes de todos los siglos”, es decir, “antes del tiempo”. Con ello ya no se hacían necesarias las alusiones que en Nicea se habían hecho a la teoría arriana de la creación del Verbo en el tiempo.
Este símbolo supone un gran avance, en cuanto que se sanciona el desarrollo de la doctrina revelada, consistente en la comprensión y explicitación de la misma; en cuanto se tiende un puente entre el depósito inmutable de la Revelación y los dogmas definidos por la Iglesia, y por último, porque se establece la utilización de la filosofía como posible medio de expresar la fe verdadera. Finalmente queda desplazado el “futurismo” y el “conservadurismo”, tendencias que mantenían, el primero que la doctrina contenida en las fórmulas dogmáticas podía cambiar de sentido aun cuando se mantenía su formulación y la segunda que no aceptaba formulas dogmáticas nuevas con la finalidad de conservar el sentido de la antigua aun cuando se alcanzara una mejor explicación.
Dicho esto, podemos sintetizarlo diciendo que el Concilio de Nicea ayudó a una mayor comprensión del misterio trinitario en los siguientes renglones:
1º.- Definió la divinidad de Cristo como verdadero “Hijo de Dios”, al señalar la consustancialidad con Dios-Padre.
2º.- Fue un primer paso hacia la formulación de la doctrina trinitaria.
3º.- Frenó una posible división de la Iglesia al fundamentar las bases para los futuros concilios.
4º.- Con sus cánones reafirmó la autoridad en la Iglesia.
5º.- Estableció claridad en la readmisión de los herejes arrepentidos. También dictó normas para el clero.
6º.- Formuló el Credo que aun hoy rezamos en la celebración eucarística.
7º.- Trató de resolver el problema de la Pascua al unificar su celebración.
8º.- La actualidad del Concilio se hace sentir hoy al enfrentar los estudios de cristología.
Valencia. Junio 22; 2025
[1] La doble expresión “hacerse carne” y “hacerse hombre” vienen a ser expresiones sinónimas, ya que la primera está tomada de Jn 1,14, con el sentido arameo de “carne animada, viva, fresca”. Sin embargo, Nicea juzgó necesario añadir la segunda afirmación, porque Arrio sostenía que el Verbo tomó un cuerpo humano en el que Él hacía las veces de alma.
[2] Como se puede observar, el apartado dedicado al Hijo de Dios es de mayor contenido ya que el problema a resolver radicaba en el Hijo de Dios.
[3] Los textos conciliares se pueden encontrar en: Denzinger; “Enchiridion symbolorum”; No. 125-130.