El fraile que se enfrentó a ISIS, Al Qaeda y al actual amo de Siria
Fray Hanna Jallouf explicó cómo, en plena guerra civil siria, una pequeña comunidad permaneció fiel al Evangelio en la provincia de Idlib. Pese a las amenazas de muerte y las condiciones impuestas por los yihadistas, los fieles resistieron unidos, compartiendo lo poco que tenían y dando testimonio cristiano

Fray Hanna Jallouf, franciscano de la Custodia de Tierra Santa y actual vicario apostólico de Alepo, relató en el Meeting de Rímini su experiencia al frente de la comunidad cristiana de Idlib durante la guerra de Siria. Antes del estallido del conflicto, la provincia contaba con unos 40.000 cristianos distribuidos en once parroquias de diferentes ritos —latino, greco-ortodoxo, armenio-ortodoxo y protestante—. Con la guerra, la gran mayoría huyó y apenas quedaron 700 fieles. De las cuatro comunidades religiosas presentes, también se marcharon sacerdotes y religiosas, y solo permanecieron dos frailes franciscanos para atender tres pueblos: Knayeh, Yacoubieh y Gidaideh.
«Atentos, para ellos somos todos infieles»
El fraile recordó su primer encuentro con un jefe del Estado Islámico que intentó entrar armado en el convento. «Con las armas no puedes entrar aquí, porque este es un lugar sagrado», le advirtió. El combatiente respondió: «Nosotros con nuestras armas entramos donde queremos, incluso en las mezquitas, y lo destruimos todo». Jallouf contestó: «Si crees que tus armas te protegen, entonces entra».
Acompañado por un seguidor, aquel jefe intentó convertirle al islam, presentándolo como «la fe del amor» y citando a Mahoma y versículos del Corán. Jallouf replicó: «Usted se llama Al-Tunisi, lo que significa que procede de Túnez. Debe saber que Túnez, antes de ser musulmán, fue una nación cristiana que dio al mundo muchos santos: santa Mónica, san Agustín, santa Felicidad y santa Perpetua, san Cipriano. Le invito a volver a sus orígenes, que son cristianos». El interlocutor se irritó y dijo: «Yo no creo en la historia». El franciscano zanjó: «Mira, yo no me convertiré al islam y tú no te convertirás al cristianismo. Dime qué podemos hacer para servir juntos a esta gente que tenemos entre nosotros».
El yihadista apeló al llamado «pacto de Omar» y enumeró condiciones: retirar cruces, imágenes y Biblias; prohibir tocar campanas; imponer velo a las mujeres y pagar un tributo. Jallouf respondió: «No aceptaremos las dos últimas. Nuestras mujeres pueden vestir dignamente con pañuelos y faldas por debajo de la rodilla. Y, si no me equivoco, el pacto dice que vosotros debéis protegernos a cambio del tributo. ¿Podéis protegernos de los misiles y los aviones del gobierno?». Ante la respuesta negativa, concluyó: «Entonces no pagamos». «Donde pasó el ISIS, cada cristiano tuvo que pagar 17 gramos de oro —explicó—. En cambio, con nosotros no se pagó nada gracias a estas negociaciones».
El fraile reunió a sus fieles: «Escuchad —les dije—, los hombres que han llegado no conocen nuestras diferencias. Para ellos somos todos infieles. Por eso, debemos vivir unidos y dar buen testimonio de nuestra vida cristiana. Si llega un trozo de pan, lo compartimos».
Poco después, el jefe del ISIS anunció una visita. «Mi corazón estaba paralizado por el miedo», recordó Jallouf, que oró: «Este pueblo no es mío, es tuyo, Señor. Te pido solo que me infundas sabiduría». A la hora prevista llegaron vehículos blindados y hombres armados. Se presentó «Al-Tunisi». «¿Qué pasará si no aceptamos el acuerdo?», preguntó el fraile. «Cerraré el pueblo, quemaré todas las casas y las iglesias y lo proclamaré territorio del Estado Islámico». «¿Y esta sería la religión de la misericordia que vienes a traernos?», replicó. Finalmente retiraron símbolos, se dejaron de tocar las campanas y el jefe devolvió a un hombre que llevaba 58 días secuestrado: «He sido fiel a mi palabra». «Yo también —contestó Jallouf—. No he vuelto a tocar las campanas». Permanecieron 105 días. «Cuando necesitaban comida o agua nos la pedían a los cristianos, y si alguien nos robaba algo, ellos mismos nos lo devolvían de noche», narró.
Llegan los hombres de Al-Jolani
Después entró en la zona el Frente Al-Nusra, vinculado a Abu Muhammad al-Jolani. «Nos preguntaron qué acuerdos habíamos hecho con el ISIS y dijeron que los continuarían», explicó. Pero al mes «no respetaron lo pactado». «Nos perseguían, nos llevaban a juicio, nos expulsaban; no podíamos alzar la voz ante un musulmán, estaba prohibido encender la televisión y subir el volumen».
Les confiscaron objetos de oro y registraron el convento, donde hallaron una carta de Jallouf al Ministerio del Interior sirio notificando la muerte de un fraile a manos de rebeldes. «Me acusaron de colaboracionismo y me obligaron a firmar otra carta: “Soy el padre Hanna, párroco de Knayeh, y doy testimonio de haber sido asesinado”».
«Me apuntaron a la cabeza con un fusil. Uno quería disparar, otro lo detuvo: “Si no te mato hoy, te mataré mañana en la plaza delante de todos”». El fraile replicó: «La gente ya sabe lo que he hecho yo; mañana verá lo que harás tú». Tras pedir ver al jefe religioso, fue encarcelado junto con 17 cristianos —hombres y mujeres— y el convento fue saqueado. «A mí no me tocaron, quizá por respeto al hábito o por ser líder; a los demás los golpearon para forzarlos a convertirse».
Pasaron casi 20 días en prisión. Interrogado, Jallouf explicó que, como responsable de la comunidad, recibía a todos, también a soldados del gobierno, y que lo hacía «por el bien de la gente». Contó que dividió el convento en tres zonas —para suníes, cristianos y alauíes— y que intercedió para que una mujer musulmana embarazada pudiera salir con su esposo y llegar a un hospital. «Vosotros, en ocho meses, no lograsteis romper el cerco con coches bomba; yo lo conseguí en cinco minutos. No es deshonor, sino un honor que me pongo en el pecho».
Reprochó además al juez: «Sois sin misericordia. ¿Por qué habéis puesto a las mujeres en la misma celda que los hombres?». Al día siguiente liberaron a las mujeres y luego a los demás. Él permaneció 19 días más y fue excarcelado con la orden de no salir del convento. «La gente no creía que volvería y preparaba las maletas. Al verme, corrieron a abrazarme; algunos se arrodillaron para besar mi hábito y mis sandalias. Entendí lo que significa de verdad el amor cristiano».
La persecución continuó. En otra citación, tras siete horas de espera, un juez le reprochó vestir el hábito fuera del convento. «Desde entonces acepté salir en civil para salvar a nuestros fieles».
Cara a cara con Al-Jolani
En 2017, al-Jolani buscó estructurar un proto-Estado e intentó aproximarse a drusos, cristianos y chiíes. «En 2022 pedí verlo y le presenté la lista de asesinados, de tierras, propiedades y bienes religiosos confiscados». «Estoy aquí para escucharos», dijo el líder. «Y nosotros para que escuches», respondió el fraile. «Espero que para junio próximo se os devuelva todo lo que se os quitó», prometió al-Jolani, enviando colaboradores para coordinar la restitución.
Jallouf puso una condición: «Primero no quiero conventos, ni iglesias ni tierras: quiero justicia para viudas y huérfanos». «A los dos meses se les devolvió todo; con el tiempo nos han ido restituyendo lo demás: primero los bienes religiosos, luego casas y terrenos; el proceso sigue en curso».
El 1 de julio de 2023 —continuó— «el Santo Padre me nombró obispo para Siria». Al enterarse, al-Jolani envió emisarios a felicitarle e invitarle a un banquete al que acudió con cuarenta personas. «En Idlib prepararon un banquete como de boda y a todos dieron un obsequio».
Días después volvió con un confraterno: «Ochocientos años atrás, nuestro fundador san Francisco se encontró con el sultán Al-Malik Al-Kamil. No sabemos qué se dijeron, pero a partir de entonces los frailes pudieron acompañar peregrinos y custodiar los Santos Lugares. Ahora dejo Idlib y te pido que custodies a los cristianos». «Con mis ojos», respondió al-Jolani.
«Nos vemos en Alepo»
Dos días más tarde, cinco colaboradores le escoltaron de madrugada hasta la línea con territorio del gobierno. «Me dijeron: “Nos vemos en Alepo”». Año y medio después, las tropas de Al-Jolani entraron efectivamente en Alepo.
«Conocía a sus jefes; me saludaron y me pasaron por teléfono a Al-Sharaa. Me dijo: “Haz saber a los cristianos que sus bienes no serán tocados y que queremos que celebren la Navidad como es debido, con árboles, belenes, campanas y fiesta, como y mejor que antes”».
«Transmití este mensaje de gracia a la comunidad y a los obispos, muy temerosos tras 60 años de régimen. Creo de veras que el Señor escribe derecho con renglones torcidos, y quizá Él me eligió para esta nueva misión que me ha confiado».-
(TEMPI/InfoCatólica)
 
				



