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Cuando hay santos nuevos…

¿Sabemos cuándo inició la Iglesia el procedimiento de canonización, institucionalizando el reconocimiento del estado de santidad?

Bernardo Moncada Cárdenas:

Cosa siempre sorprendente, usualmente es noticia la santidad canónicamente reconocida por la Iglesia. Medios y redes se hacen eco del acontecimiento, si bien no es primera vez. Hasta hace poco, la cantidad de canonizaciones se estimaba en 1726 santos. ¿Sabemos cuándo inició la Iglesia el procedimiento de canonización, institucionalizando el reconocimiento del estado de santidad?

Las crónicas apuntan a fines del siglo X, cuando Ulrico de Augsburgo, quien había sido oficialmente declarado santo por su diócesis, dado el relato de su heroica vida y los milagros que tras su muerte le fueron atribuidos, fue canonizado por el Papado. Hasta entonces bastaba el dictamen de una diócesis para reconocer institucionalmente la veneración de creyentes de probadas virtudes.

A casi cuatro escasos meses de pontificado (se cumplieron este lunes), el domingo León XIV ha tenido la oportunidad de celebrar la canonización de dos nuevos santos, caracterizados por común juventud -Pier Giorgio Frassati, 24 años de vida, Carlo Acutis, 15 años- y pronto, el 19 de octubre, lo hará con otros dos, asociados ambos en ser venezolanos.

Con la noticia de las cuatro canonizaciones en breve lapso es oportuno reflexionar sobre el tema de la santidad para la Iglesia.

En primer lugar, no solamente son llamados santos quienes reciben la canonización. Con justeza, el Papa Francisco hablaba de los «santos de al lado» quienes, “con sencillez, responden al mal con el bien, tienen el valor de amar a los enemigos y orar por ellos”. Son personas que, sin ser conocidos, o sin llegar a exhibir el heroísmo de los canonizados, dan cotidianamente testimonio de fe, de esperanza y caridad. En las cartas de San Pablo, las primeras comunidades cristianas son llamadas de “los santos”.

A menudo pensamos que el protestantismo, o las iglesias evangélicas, no reconocen la santidad. Para ser exactos, lo que no aceptan es el culto a los santos. En un relato tomado de la web “Actualidad evangélica”, un pastor responde a la curiosidad del amigo que “si quería ver los santos de esta iglesia tendría que venir el domingo, y vería más de cien santos, que eran los creyentes que allí se congregaban.”

En ello, la idea católica de santidad no difiere tanto como pareciera. Si curioseamos, encontraremos unos diez mil santos y mártires reconocidos, sin canonizar. Y según la Iglesia, la santidad es el destino deseable para todo bautizado. En una conversación, el siervo de Dios Luigi Giussani decía: «Si hay algo que no comprendemos, moralmente hablando, es qué es la santidad. Sin embargo, un beso que una madre da a su hijo sin santidad es torpe, mentiroso o desesperado.»

Como esos «amigos y protectores» canonizados, que nos enseñan el camino a Jesús, hombres y mujeres ejemplares que vivieron su santidad en la acción y la entrega al Señor, vivir la santidad es vivir el ideal del propio destino, en unión y cercanía con Cristo. Es saber llevar este ideal en medio de la conciencia de nuestra imperfección. Sólo la santidad nos completa y contradice la negación, el engaño y la mentira.

Santidad es anhelo de plenitud, y santidad es erradicación de la mentira en nuestra vida. Aún alguien no creyente puede vivir así.

De manera, pues, que estos santos nuevos no son ante todo intercesores, cuyos milagros escrupulosamente probados demuestran sus capacidades taumatúrgicas, sino preciosos espejos en los cuales mirarnos con la conciencia de nuestra pobreza, indicadores en la vía hacia nuestro mejor destino.

“Cuando hay santos nuevos, los viejos no hacen milagros”, ironiza el dicho popular. Más bien, los “santos nuevos” pueden hacernos meditar libremente sobre lo que significa la santidad. Los santos nuevos: Carlo, Pier Giorgio, José Gregorio, y Madre Carmen, nos simpatizan, cercanos en su modernidad, para recordarnos que en este terrible mundo es posible nuestra propia santificación.-

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