Hermoso mensaje de una hija a su madre fallecida #Texto #Video #Fotos
Eugenia es la única hija, Cristóbal es el varón. Ambos, hijos de Guadalupe Burelli, viven en Madrid

Eugenia Arráiz Briceño a su mamá:
He leído tantas cosas sobre ti en estos últimos días: textos de nuestra familia, de tus amigos, de personas que ni siquiera sabía que existían en tu vida. Y yo, con lo que me gusta escribir, no había encontrado el sosiego para hacerlo.
No creo tenerlo ahora tampoco. Quizá nunca encuentre las palabras correctas.
Así que dejo que salgan así, desordenados mis pensamientos: confusos a ratos, lúcidos en otros.
Supongo que eso es el duelo: momentos tranquilos, distraídos, riéndonos, ocupados en la cotidianidad… y de pronto, momentos sombríos, muy tristes, donde el dolor es tan profundo que el llanto se parece a un aullido que nace desde dentro.
La madre es tanto… la madre es todo. Es el principio y el refugio, la raíz y las alas. Es la voz que acompaña en silencio, la presencia que sostiene incluso cuando no está cerca. La madre es la definición más pura del amor incondicional: un amor que no pide nada a cambio, que se da entero, que nunca se agota.
Y no todo el mundo tiene el privilegio de haber tenido una mamá como tú: bonita por dentro y por fuera, bonita en tu manera de mirar la vida, de animar, de acoger. Bonita en tu risa y en tu forma de abrazar, aunque no fueras melcochuda. Porque tu cariño se expresaba de otra forma: en tu preocupación diaria por mí, en esas conversaciones interminables que teníamos todos los días (éramos como mejores amigas en la distancia), y también en nuestras peleas inevitables cuando estábamos juntas. Mi “neurosis” por el orden te volvía loca, y a mí tu desorden; y encima te molestaba que yo te dijera desordenada. Así era nuestro amor: imperfecto, divertido y profundo.
He releído mil veces el texto que te escribí por tus 70 años, en abril pasado. Mil veces me he repetido aquellas palabras que entonces, cuando ni tú ni yo sabíamos lo que el destino preparaba, ya eran verdad. Y me alegro tanto de habértelo dicho en vida:
“Me maravilla tu alegría, tu positividad, tu optimismo contagioso.
Tu energía para vivir la vida, para conocer el mundo, para conectar con la gente.
Admiro tu falta de prejuicios, tu mente abierta, tu capacidad de ponerte en los zapatos de los demás.
Tu empatía. Siempre tu empatía.
[…] Tú, a tus 70, y yo, casi en mis 40, me siento profundamente afortunada por tener una mamá como tú.
Una mamá que siempre me ha dado alas y jamás, jamás ha intentado cortármelas.”
Hoy reafirmo cada palabra, y las reafirmaré hasta el día en que yo también desaparezca de este plano. Ese fue tu legado en mí, y me veo tan reflejada en él.
Eras una mujer increíble, Ma. Alegre, positiva, leal, solidaria, con la mente abierta. Algo menos irreverente que yo, pero también picarona, guapísima, llena de vida y entusiasmo. Peleona, defensora de tu espacio y tus momentos, justa, noble, honorable. Estabas hecha de una madera sólida y muy fina.
También eras coqueta, siempre arreglada y con ese brillo tan tuyo. Deportista, activa, incansable. Activista en tantas causas, con una voz firme y valiente para defender lo que considerabas justo. Y, al mismo tiempo, sencilla. Nunca buscabas ser protagonista ni llamar la atención: eras discreta, auténtica, y brillabas precisamente por eso.
Tenías un don muy tuyo: sabías ver la belleza en cualquier parte. En un paisaje, en un gesto, en una persona, en lo pequeño. Nos enseñaste a abrir los ojos y a apreciar lo bello de la vida sin necesidad de adornos.
Y recuerdo algo que nos dijiste una vez a Oba y a mí, que hoy me parece aún más valioso: que lo importante es buscar siempre los rasgos buenos de los demás, lo que los hace especiales en el mejor sentido, y decírselo. Porque muchas veces tendemos a definir a las personas por lo negativo, cuando lo que realmente las engrandece es lo contrario. Tú nos enseñaste que detenerse en lo bueno y decirlo en voz alta es un regalo. Ese consejo tuyo se me ha quedado grabado, y quiero vivirlo como parte de tu herencia.
Tu generosidad y tu estoicismo también quedaron claros hasta el final: supiste que estabas enferma y decidiste callarlo para no arruinarnos el viaje familiar que tanto habías esperado. Solo después nos lo dijiste. Nosotros hicimos todo por curarte, pero la vida te llevó rápido, sin sufrimiento, ahorrándote un camino doloroso. Te llevó digna y bella, como siempre fuiste.
Y ahora, Ma, solo me queda pedirte que sigas aquí con nosotros de otra forma: que nos protejas, que nos guíes, que nos acompañes en el camino que nos quede por vivir. Que le des fuerzas a mi papá para salir adelante sin ti. Que cuides de mi hermano y su familia. Y que me acompañes a mí y a mis hijas, en este triángulo poderoso que formamos juntas, pero que en el fondo siempre tuvo cuatro patas: tú eras la cuarta, la que nos arropaba siempre.
Siempre supe que eras muy querida porque me he pasado la vida escuchando (de tus amigos, e incluso de los míos) “es que tu mamá es lo máximo”. Pero estos días, al recibir tanto cariño y tantos testimonios, nos hemos dado cuenta de la dimensión real. Estamos impactados por el vacío que dejas en tantísima gente.
Por eso, a quien me lee solo le pido que me ayude a mantener viva a mi mamá entre nosotros: que mantengamos el contacto, que cuando pasen por Madrid me llamen y nos demos un abrazo recordándola.
Te amo, Ma. Aquí estoy, con las alas que siempre me diste abiertas y frondosas, esperando algún día volver a encontrarte.-
Link para el video de la Misa por Guadalupe Burelli en la Catedral de La Almudena el 30/09/2025 https://drive.google.com/drive/folders/1yxrcTfMRndrF_QB24NuT2dNpkP4DuovZ
Con su tía Beatriz Briceño Picón
Guadalupe en Madrid con los nietos de una gran amiga
Compartiendo con amigas, en Madrid
Celebración eucarística en Caracas. INVITACIÓN