Testimonios

Pilar Louzao Chacón de Mestas. In memoriam

Horacio Biord Castillo:

Conocí a Pilar en agosto de 1983 en la casa de la familia Mestas, donde siempre me trataron como un hijo más y me sentí de esa manera desde el primer momento. El doctor Manuel Mestas, Manolo por cariño, papá de mi querida amiga, colega y compañera entonces de estudios en la carrera de Letras de la Universidad Católica Andrés Bello, había quedado viudo tres años atrás y era una persona muy generosa y con un gran don de gentes. Tras su noviazgo, el Dr. Mestas y Pilar decidieron casarse.

Pilar había nacido en A Estrada (en la provincia de Pontevedra, Galicia, España) el 16 de febrero de 1929 y se crio con unas tías en Vigo. Luego en 1955, con un indudable espíritu de aventura, vino a vivir a Venezuela, encomendándose a la Santísima Virgen, en la advocación de la Inmaculada Concepción, para que se le abrieran los caminos y las oportunidades. Aquí, tras contactar a unos parientes, desempeñó varios trabajos, desde maestra de grados iniciales hasta incursionar en el ramo de las telas, actividad en la que adquirió una gran pericia. En 1961 ya era venezolana por naturalización. A partir de la década de 1960 compartió sus actividades entre Venezuela y los Estados Unidos y solía viajar con frecuencia entre Caracas, Nueva York y España. Posteriormente trabajó fundamentalmente en Caracas y en esta ciudad conocería a quien luego sería su esposo.

Aunque no tuvieron hijos, Pilar asumió como propios a los tres hijos del doctor Mestas habidos en su matrimonio con la dulce profesora María Magdalena Pérez Matos de Mestas, quien falleció en agosto de 1980 tras una larga enfermedad. Ellos, Marielena, Víctor y Alberto Mestas Pérez, consideraron desde entonces a Pilar como su mamá. Junto al doctor Mestas, Pilar crio a Jacqueline Santaella, a quien quiso entrañablemente.

Mi amistad con los Mestas se extendió a mi familia y pronto nació entre nosotros una cercanía y una familiaridad que continúa. En muchas oportunidades visité con mi familia la casa de Marielena y, con mis padres, su hacienda entonces en la población de El Loro, cercana a San Casimiro, y ellos fueron a nuestra casa solariega en Güiripa, en las montañas de San Casimiro, próxima a los linderos con el estado Miranda. Las visitas a nuestra casa de San Antonio de los Altos también fueron innumerables. Pilar además se granjeó el cariño de muchos miembros de mi familia extendida.

Pilar, en realidad, se hizo amiga de todos los amigos de Marielena. Tras el fallecimiento del entrañable doctor Manolo Mestas en noviembre de 1997, Pilar vivió, pudiéramos decirlo así, con y por Marielena, a quien apoyó muchísimo y acompañó en innumerables trabajos de campo. Se integró a sus actividades y grupos. Compartimos varias veces en la casa de la familia Arellano, en Colinas de Vista Alegre, o en la casa de la familia Montes de Oca, en Boleíta, en las casas de mis propios parientes y en no pocas oportunidades Pilar acompañó a Marielena en labores académicas a mi oficina en el Centro de Antropología del Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas así como a la Universidad Católica Andrés Bello y a la Academia Venezolana de la Lengua, siempre prodigando un especial cariño y una nota alegre que terminaba contagiando a todos, sin olvidar su elegancia en el vestir y en el actuar.

El 16 de febrero de 2019 tuvimos el inmenso placer de participar en la misa que concelebró mi hermano Raúl, obispo de La Guaira, junto al padre Franklin Manrique y fray José Juan De Paz, o.p., en homenaje a los 90 años de Pilar en la capilla del Colegio Belén, en Los Palos Grandes. Posteriormente asistimos a una recepción íntima en la casa de Andrés y Reina Lara de Montes de Oca. Pilar estaba radiante y muy alegre. Sus noventa años parecían quince.

Pilar y yo tuvimos una conexión especial. Apenas al conocernos nació una amistad que se extendió por casi cuatro décadas. Siempre me quedé maravillado de su vitalidad, amabilidad, cariño y candor, a la vez que simpatía y vivacidad. Debido a la pandemia, la última vez que nos vimos fue el 26 de agosto de 2020. Ese día pasé un breve momento a saludar a Marielena y a Pilar. Mientras Marielena preparaba en la cocina un delicioso chocolate a la naranja, Pilar y yo conversamos largamente en el recibo. Pilar quiso referirme muchas anécdotas y confidencias. No podíamos imaginar ninguno de los dos que esa iba a ser nuestra última conversación en persona. Hablamos por teléfono luego varias veces.

Por eso, cuando el Domingo de Ramos 28 de marzo de 2021 me enteré de su fallecimiento, una gran tristeza habitó en mi corazón, a la par que desde entonces ha crecido el agradable sentimiento de haber conocido a una persona excepcional en su candor y calidez humana.

Siempre sentí a Pilar como una mujer extraordinariamente sencilla y a la vez sensible, de una gran conversación. Recordaré sus hermosas anécdotas en Galicia, Venezuela y los Estados Unidos, sus viajes, sus conocimientos, sus habilidades culinarias, esa actitud de dama abierta y sin reservas, con una gran visión del mundo y de las personas. No podré olvidar nunca sus picardías, sus cuentos, sus chistes. Estar a su lado era ya disfrutar mucho.

Pilar siempre pervivirá en mi memoria y mi agradecimiento, en mi cariño y gratitud. Ha de vivir largamente en los recuerdos de cuántos la conocimos. Doy gracias infinitas a Dios por haberme concedido el privilegio de ser su amigo y, sobre todo, de tenerla a ella como una gran y especial amiga.

Descansa en paz, querida Pilar.

Pilar Louzao Chacón de Mestas. In memoriam

Conocí a Pilar en agosto de 1983 en la casa de la familia Mestas, donde siempre me trataron como un hijo más y me sentí de esa manera desde el primer momento. El doctor Manuel Mestas, Manolo por cariño, papá de mi querida amiga, colega y compañera entonces de estudios en la carrera de Letras de la Universidad Católica Andrés Bello, había quedado viudo tres años atrás y era una persona muy generosa y con un gran don de gentes. Tras su noviazgo, el Dr. Mestas y Pilar decidieron casarse.

Pilar había nacido en A Estrada (en la provincia de Pontevedra, Galicia, España) el 16 de febrero de 1929 y se crio con unas tías en Vigo. Luego en 1955, con un indudable espíritu de aventura, vino a vivir a Venezuela, encomendándose a la Santísima Virgen, en la advocación de la Inmaculada Concepción, para que se le abrieran los caminos y las oportunidades. Aquí, tras contactar a unos parientes, desempeñó varios trabajos, desde maestra de grados iniciales hasta incursionar en el ramo de las telas, actividad en la que adquirió una gran pericia. En 1961 ya era venezolana por naturalización. A partir de la década de 1960 compartió sus actividades entre Venezuela y los Estados Unidos y solía viajar con frecuencia entre Caracas, Nueva York y España. Posteriormente trabajó fundamentalmente en Caracas y en esta ciudad conocería a quien luego sería su esposo.

Aunque no tuvieron hijos, Pilar asumió como propios a los tres hijos del doctor Mestas habidos en su matrimonio con la dulce profesora María Magdalena Pérez Matos de Mestas, quien falleció en agosto de 1980 tras una larga enfermedad. Ellos, Marielena, Víctor y Alberto Mestas Pérez, consideraron desde entonces a Pilar como su mamá. Junto al doctor Mestas, Pilar crio a Jacqueline Santaella, a quien quiso entrañablemente.

Mi amistad con los Mestas se extendió a mi familia y pronto nació entre nosotros una cercanía y una familiaridad que continúa. En muchas oportunidades visité con mi familia la casa de Marielena y, con mis padres, su hacienda entonces en la población de El Loro, cercana a San Casimiro, y ellos fueron a nuestra casa solariega en Güiripa, en las montañas de San Casimiro, próxima a los linderos con el estado Miranda. Las visitas a nuestra casa de San Antonio de los Altos también fueron innumerables. Pilar además se granjeó el cariño de muchos miembros de mi familia extendida.

Pilar, en realidad, se hizo amiga de todos los amigos de Marielena. Tras el fallecimiento del entrañable doctor Manolo Mestas en noviembre de 1997, Pilar vivió, pudiéramos decirlo así, con y por Marielena, a quien apoyó muchísimo y acompañó en innumerables trabajos de campo. Se integró a sus actividades y grupos. Compartimos varias veces en la casa de la familia Arellano, en Colinas de Vista Alegre, o en la casa de la familia Montes de Oca, en Boleíta, en las casas de mis propios parientes y en no pocas oportunidades Pilar acompañó a Marielena en labores académicas a mi oficina en el Centro de Antropología del Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas así como a la Universidad Católica Andrés Bello y a la Academia Venezolana de la Lengua, siempre prodigando un especial cariño y una nota alegre que terminaba contagiando a todos, sin olvidar su elegancia en el vestir y en el actuar.

El 16 de febrero de 2019 tuvimos el inmenso placer de participar en la misa que concelebró mi hermano Raúl, obispo de La Guaira, junto al padre Franklin Manrique y fray José Juan De Paz, o.p., en homenaje a los 90 años de Pilar en la capilla del Colegio Belén, en Los Palos Grandes. Posteriormente asistimos a una recepción íntima en la casa de Andrés y Reina Lara de Montes de Oca. Pilar estaba radiante y muy alegre. Sus noventa años parecían quince.

Pilar y yo tuvimos una conexión especial. Apenas al conocernos nació una amistad que se extendió por casi cuatro décadas. Siempre me quedé maravillado de su vitalidad, amabilidad, cariño y candor, a la vez que simpatía y vivacidad. Debido a la pandemia, la última vez que nos vimos fue el 26 de agosto de 2020. Ese día pasé un breve momento a saludar a Marielena y a Pilar. Mientras Marielena preparaba en la cocina un delicioso chocolate a la naranja, Pilar y yo conversamos largamente en el recibo. Pilar quiso referirme muchas anécdotas y confidencias. No podíamos imaginar ninguno de los dos que esa iba a ser nuestra última conversación en persona. Hablamos por teléfono luego varias veces.

Por eso, cuando el Domingo de Ramos 28 de marzo de 2021 me enteré de su fallecimiento, una gran tristeza habitó en mi corazón, a la par que desde entonces ha crecido el agradable sentimiento de haber conocido a una persona excepcional en su candor y calidez humana.

Siempre sentí a Pilar como una mujer extraordinariamente sencilla y a la vez sensible, de una gran conversación. Recordaré sus hermosas anécdotas en Galicia, Venezuela y los Estados Unidos, sus viajes, sus conocimientos, sus habilidades culinarias, esa actitud de dama abierta y sin reservas, con una gran visión del mundo y de las personas. No podré olvidar nunca sus picardías, sus cuentos, sus chistes. Estar a su lado era ya disfrutar mucho.

Pilar siempre pervivirá en mi memoria y mi agradecimiento, en mi cariño y gratitud. Ha de vivir largamente en los recuerdos de cuántos la conocimos. Doy gracias infinitas a Dios por haberme concedido el privilegio de ser su amigo y, sobre todo, de tenerla a ella como una gran y especial amiga.

Descansa en paz, querida Pilar.

Horacio Biord Castillo

Escritor, investigador y profesor universitario

Contacto y comentarios: hbiordrcl@gmail.com

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