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¿Felices fiestas o feliz Navidad? El error de no saber qué felicitar

«Navidad es sinónimo de esperanza, de volver a empezar, de unión entre cielo y tierra, de un Creador que se hace criatura»

El mundo y, en especial, los países de tradición cristiana, celebran estos días la llegada de la Navidad. Ese vértice, ese parteaguas en el que el mito de las viejas culturas –que diría C.S. Lewis– se hace carne y entra, por fin, en la historia de la humanidad.

Porque, el cristianismo, a diferencia de todas las demás religiones –aunque, técnicamente, no sea una religión–, cree que Dios mismo se ha encarnado, se ha hecho exactamente –excepto en el pecado– como uno de nosotros para nuestra salvación. Las viejas cargas, los yugos pesados… los ha venido a cargar Él.

Por tanto, Navidad es sinónimo de esperanza, de volver a empezar, de unión entre cielo y tierra, de un Creador que se hace criatura, de todo un Dios que se hace hombre, incluso suda sangre por amor, de un Padre que no permanece indiferente, sino que nos da gratis la salvación. Todo eso es Navidad.

Niño Jesús abrazado con la cruz, de Alonso del Arco.

Niño Jesús abrazado con la cruz, de Alonso del Arco.

Decir, por ello, Feliz Navidad a alguien es decirle «tú no morirás jamás», parafraseando a Gabriel Marcel. Es anunciar la Buena Noticia, es convertirse en pastorcillo de Belén en medio de esta sociedad, es gritar que Dios sigue vivo hoy, y que vuelve a nacer, y que nuestro mundo no está perdido, que tiene solución, es decirle al otro que la alegría de Cristo es también para él.

Pero, en los últimos tiempos, se viene repitiendo en el Occidente descreído la idea de felicitar las «fiestas» y no la Navidad, por no molestar, ¡qué se yo!, como si se tratara de halloween, acción de gracias o un cumpleaños más. Sin embargo, si fuéramos conscientes de lo que felicitamos en realidad, nada habría más importante que decirle a alguien ¡Feliz Navidad!

Por desconocimiento o por mala fe –como, puede ser, tiene pinta, el caso de nuestro presidente–, la palabra Navidad comienza a verse como algo del pasado, que «debemos superar». Muchos, ahora, prefieren quedarse con las «fiestas», con el «comamos y bebamos que mañana moriremos», que decía San Pablo, antes de dar a conocer una Noticia de tal dimensión… que amenace todos nuestros cimientos y nos acabe por rescatar. 

Estimados lectores, me gustaría terminar con este bello himno de la liturgia de las horas del día 25, día de Navidad:

El corazón más perdido

ya sabe que alguien le busca.

Hermanos, cantad conmigo:

«Gloria a Dios en las alturas».

El cielo ya no está solo,

la tierra ya no está a oscuras.

Hermanos, cantad conmigo:

«Gloria a Dios en las alturas».

¡Feliz Navidad! .-

/ReL

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