Opinión

La fuerza del pesebre

Bernardo Moncada Cárdenas:

Difícilmente se puede experimentar en su plenitud la Navidad cuando no se vive el don de la fe. Sin embargo, todos la experimentamos de algún modo. El tiempo de Adviento ya desata en toda persona una sensación, por confusa que sea, de alegría generosa, algún tipo de esperanza que yacía guardada en los corazones. El corazón humano alberga siempre una expectativa que no puede definir, algo que aflora en nuestras iniciativas sean buenas o malas. Esa esperanza, esa expectativa, siente resonar el tiempo navideño como una promesa, aunque estemos frustrados y tristes.

Frustrados y tristes siguen muchísimos venezolanos en la situación actual. La mezcla de incertidumbre en el horizonte y dificultad en la actualidad es una receta difícil de digerir. No se ofrece la confirmación de una esperanza y necesitamos un soporte para vivir lo que estamos viviendo sin perder nuestra humanidad, sin sentirnos disminuidos e impotentes, de otro modo terminamos de derrumbarnos huérfanos de dignidad, pasto ideal para toda tiranía. De ese urgente apoyo se trata cada Navidad.

La proximidad de la Navidad ofrece, justamente, esperanza y refuerzo para creyentes y no creyentes; el Papa Francisco –con su maestría para mirar dentro de los corazones y comunicar su simpatía solidaria- persiste llamando a salir de habituales rutinas e ir a las periferias existenciales, donde el desengaño y el dolor crecen y se acumulan.

Nuestro máximo pastor lo ha expresado frecuentemente: “Jesús que viene, que está con nosotros, nos muestra el camino que siguieron sus padres María y José, que en medio de dificultades y contratiempos, con un embarazo a cuestas, por los polvorientos caminos desde Nazaret hasta Belén buscaban con afán un lugar para guarecerse y poder dar a luz al Mesías (…) La primera reacción, de ellos pudo haber sido de desánimo, de desaliento. Pero no, fue de búsqueda y de esperanza. Esa debe ser también nuestra mirada de hoy: de esperanza, de construcción de bien, de arrancar de nuestro corazón los pesimismos y los odios.”

Respetuosa de todos, la Iglesia resalta y condena penurias y agravios que sufre nuestro pueblo, sin injuriar ni amenazar a sus causantes. Por lo contrario, también por quienes tienen la responsabilidad de tantos males eleva oraciones, remontándose más arriba de la diatriba ideológica que aún paraliza hoy nuestro país, y apunta a las más hondas raíces de nuestras dificultades. Aunque no falta quien sigue acusando a nuestros obispos de actuar como un partido político, el mensaje va abierto a todos, sabiendo que la mayoría comparte y necesita la palabra trascendental que continúa resonando.

La fe es fuente y criterio de un juicio moral, pero es también un juicio misericordioso, siempre atento a acoger el hijo que se arrepiente y regresa al hogar. Del mismo modo, sin renunciar a la defensa de principios, valores y derechos más auténticos e irrenunciables, no persistamos en dividir a Venezuela ni abandonemos la esperanza, para participar activamente en la construcción de una sociedad más humana, más justa y más fraterna, sea cual sea el gobierno que nos rija. Así, desde la pequeñez se construye el futuro.

El Niño nace para todos, enseñándonos desde su pobreza a valorar y socorrer al otro, como de hecho hacen muchas veces mejor los desposeídos que los afortunados, y su presencia emite un mensaje: desde la fragilidad y la pequeñez que yacen en el pesebre mana una fuerza que ha cambiado la historia.

En la calle, desde las periferias, ese mensaje comienza a movilizarnos; no tenemos por qué esperar un cambio en el poder para iniciar la edificación del mundo nuevo, nuestra fuerza está en una dignidad que se nos ha dado y no nos pueden quitar, lo contrario a la impotencia. Está en nuestras manos someternos pasivamente, o sobreponernos con fe, esperanza, y caridad fraterna, hacia una libertad que comienza diciendo: “No me dejo definir por el mal que nos acosa, soy libre y escojo trabajar por el bien que nos espera.” Que sea ese el ímpetu reinante en esta nueva Navidad y nuestras tradiciones y humildes celebraciones estén marcadas por la fuerza del pesebre.

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