Relación y Sociedad
Rafael María de Balbín:
Como dijo el Santo Padre Benedicto XVI en la Asamblea de las Naciones Unidas en Nueva York, a propósito del fundamento de los derechos humanos: «Estos derechos se basan en la ley natural inscrita en el corazón del hombre y presente en las diferentes culturas y civilizaciones. Arrancar los derechos humanos de este contexto significaría restringir su ámbito y ceder a una concepción relativista, según la cual el sentido y la interpretación de los derechos podrían variar, negando su universalidad en nombre de los diferentes contextos culturales, políticos, sociales e incluso religiosos» (Discurso a la Asamblea general de la ONU, 18 de abril de 2008).
La Comisión Teológica Internacional, al exponer la realidad de
la ley natural, explica:»En su búsqueda del bien moral, la persona humana se pone a la escucha de lo que ella misma es y toma conciencia de las inclinaciones fundamentales de su naturaleza» (En busca de una ética universal: nueva mirada sobre la ley natural, n. 45). Como es sabido, «tradicionalmente se distinguen tres grandes conjuntos de
dinamismos naturales… El primero, que es común a todo ser sustancial,
comprende esencialmente la inclinación a conservar y a desarrollar su propia
existencia. El segundo, común a todos los seres vivos, comprende la
inclinación a reproducirse para perpetuar la especie. El tercero, propio del
hombre como ser racional, conlleva la inclinación a conocer la verdad sobre
Dios y a vivir en sociedad» (ib., n. 46). El tercer dinamismo «es específico del ser humano como ser espiritual, dotado de razón, capaz de conocer la verdad, entrar en diálogo con los demás y entablar relaciones de amistad. (…)Su bien integral está tan íntimamente vinculado a la vida en comunidad, que se organiza en sociedad política en virtud de una inclinación natural y no de una simple convención. El carácter relacional de la persona se manifiesta
también con la tendencia a vivir en comunión con Dios o el Absoluto. (…).
Ciertamente, la pueden negar quienes no admiten la existencia de un Dios
personal, pero permanece implícitamente presente en la búsqueda de la verdad y del sentido presente en todo ser humano» (ib., n. 50).
«El desarrollo, si quiere ser auténticamente humano -dice Benedicto XVI-,
necesita dar espacio al principio de gratuidad» (Enc. Caritas in veritate, n. 34). Hacen falta «formas económicas solidarias». En este sentido, es significativo el capítulo dedicado a la colaboración de la familia humana, donde se pone de relieve que «el desarrollo de los pueblos depende sobre todo de que se
reconozcan como parte de una sola familia», por lo cual «dicho pensamiento
obliga a una profundización crítica y valorativa de la categoría de la
relación». Y también: «El tema del desarrollo coincide con el de la
inclusión relacional de todas las personas y de todos los pueblos en la
única comunidad de la familia humana, que se construye en la solidaridad
sobre la base de los valores fundamentales de la justicia y la paz» (ib.,
53-54).
La relación entre las personas implica reciprocidad: «La criatura humana, en cuanto de naturaleza espiritual, se realiza en las relaciones interpersonales. Cuanto más las vive de manera auténtica, tanto más madura también en la propia identidad personal. El hombre se valoriza no aislándose sino poniéndose en relación con los otros y con Dios» (ib, 44).
Existe una reciprocidad «negativa» (conflictos, guerras, venganzas, etc.), pero también una reciprocidad «positiva» y constructiva, que hace posible la colaboración y el desarrollo civil (contratos, mercado, amistad, amor, etc.), (Cf. Ib, 45). La reciprocidad positiva es una «regla de oro» y representa como tal un acto fundamental del reconocimiento del otro como igual a mí (cf. Ib, 46).
Benedicto XVI estudia en la citada Encíclica varias instituciones en las que el principio de la reciprocidad y de la relación resultan eficaces: el mercado, la empresa, la actividad empresarial, y la autoridad política. Aplicada al mercado, la reciprocidad significa considerar el mercado como encuentro entre personas que entran en relación entre sí: «Si hay confianza recíproca y generalizada, el mercado es la institución económica que permite el encuentro entre las personas, como agentes económicos que utilizan el contrato como norma de sus relaciones y que intercambian bienes y servicios de consumo para satisfacer sus necesidades y deseos» (ib. 47).
Lo que el Pontífice presenta es un modelo de economía de mercado que implica un contexto antropológico, social, jurídico y político más amplio. El «mercado en estado puro» no existe, afirma la Caritas in veritate (ib. 48): la naturaleza del mercado depende de presupuestos ético-culturales y económicos que no está en condición de crear por sí mismo.-
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