Cardenal Juan de la Caridad, evangelizador incansable, ¿posible «cambio radical de perfil» en Roma?
El arzobispo de Camagüey evoca al próximo pontífice: «Un hombre hombre, de Jesús y del Evangelio»

Corría el año 2016 cuando por fin el papa Francisco aceptó la renuncia por edad del octogenario cardenal Jaime Ortega, que llevaba 37 años al frente de la archidiócesis de La Habana.
Juan de la Caridad García Rodríguez, arzobispo de Camagüey, no figuraba en ninguna de las quinielas de candidatos a sucederle. Un par de obispos cubanos, sin embargo, habían opinado que, si hubiera que regirse por los criterios de Francisco sobre lo que es un pastor, «el obispo entre nosotros que más se ajusta es monseñor Juan».

A la conclusión de una misa, el cardenal saluda a los asistentes.
En efecto, como había dicho de él en su día quien mejor lo conocía, es decir, el ya reconocido siervo de Dios, monseñor Adolfo Rodríguez, «Juan tiene tres grandes apasionamientos desde siempre: los pecadores, los pobres y los enfermos».
Monseñor Juan olía tanto a oveja, pasaba tanto tiempo en los pueblos con las gentes sencillas, que cuando fue nombrado obispo hubo que ir a buscarlo a Céspedes, en el Camagüey rural profundo, porque andaba por allá misionando. Algo habitual en un pastor que uno estaría tentado de pensar que sufría de «urbifobia», de aversión a la ciudad… y fue el elegido para pastorear la compleja, complicada y sofisticada mayor urbe del país. Para quienes lo conocen es obvio que el traslado a la sede habanera no era algo que monseñor Juan hubiese deseado. Pero ni pestañeó al ver cómo sus planes se venían a pique (Fiat voluntas tua).

Con feligresas de su diócesis.
En el seminario, pero solo para jugar al beisbol
Juan de la Caridad García Rodríguez nació en Camagüey el 11 de julio de 1948. Con su característica poca inclinación a darse la más mínima importancia –de hecho, es muy reacio a hablar de sí mismo–, cuando fue nombrado arzobispo de Camagüey y le entrevistaron para el Boletín Diocesano («Nueve innings con el nuevo arzobispo») explicó su vocación sacerdotal de la manera menos mística imaginable:
«Fue por medio de la pelota (el beisbol) que el Señor quiso entrarme al seminario. El entonces padre Adolfo (luego arzobispo de Camagüey) me preguntó: «¿Te gustaría ser sacerdote?», a lo que contesté que yo quería ser pelotero. En el seminario hay campos de pelota, me replicó. Y yo, con mis 13 años, respondí que iba para el seminario, para jugar pelota«.

El arzobispo de La Habana, cardenal Juan de la Caridad.
Tras cursar estudios en los seminarios de El Cobre y de La Habana, fue ordenado en Morón a los veinticuatro años de edad y pasó a continuación gran parte de su ministerio sacerdotal en lo que hoy es la diócesis de Ciego de Ávila: Ciego, Morón, Jatibonico, Chambas. Fue fundador y director de la escuela para Misioneros de Camagüey, obispo auxiliar de esta diócesis y desde 2002 su arzobispo.
Austero, comprensivo y consentidor
Hijo de represaliado político que falleció en prisión, monseñor Juan es una persona varonil, directa, de muy pocas palabras, trabajadora, concreta, desapegada, generosa y, cuando era joven, con cierta fama de «entretenido», como dicen en Cuba, es decir, de despistado. Y muy austero.
Cuando llegó para incorporarse al arzobispado de La Habana con un mínimo maletín en la mano, preguntaron a la persona que lo acompañaba «cuándo llegaría el camión». No había tal camión; sus pertenencias se limitaban a lo que llevaba consigo.

En las relaciones con sus sacerdotes el trato es cercano, como es lo habitual en Cuba, y contrariamente a lo que cabría tal vez imaginar en quien se exige tanto a sí mismo, excesivamente comprensivo y «consentidor» en opinión de muchos.
Eso sí, en la misa de exequias por su amigo, el padre José Luis Rodríguez, le recriminó a este en la homilía, a título póstumo, haber acortado su vida por el cigarro: «Un sacerdote tiene que cuidarse para prolongar sus años de servicio a la comunidad».
Años antes, en la misa en que en su día había recibido su consagración episcopal, monseñor Adolfo le había descrito como “desde siempre un hombre de oración larga y profunda, hombre de Iglesia y hombre de pueblo, coherente desde joven con una inalterable pasión evangelizadora».
Ocho años en La Habana
La acogida que recibió en La Habana tanto por parte del clero como del laicado fue muy positiva. Se le percibió como un cambio radical de perfil en casi todo, en relación con su predecesor, que resultaba muy estimulante. Uno de los laicos más influyentes de Cuba, Dagoberto Valdés, consideró el nombramiento como «un regalo del Papa al pueblo de Cuba». En términos parecidos se manifestaron sus hermanos en el episcopado y el arzobispo de Miami, Thomas Wenski.

En el acto de toma de posesión como pastor de la principal diócesis del país le acompañaron todos los obispos de Cuba, el presidente de la Conferencia Episcopal Venezolana y los arzobispos de Miami, Puerto Rico y de Madrid, monseñor Osoro. La prensa destacó una frase aparentemente banal de su homilía:
«Deseo que los cubanos puedan vivir, comer, trabajar, estudiar, convivir y morir en paz, sin que nadie toque a nadie, golpee a nadie y nadie dañe a nadie».
Sorprendente por lo concreto, aterrizado («comer”, ”no golpear»). Muy en su estilo, siempre relacionado con las preocupaciones cotidianas de la feligresía. Ni alta política, ni sofisticada teología… ¿o, tal vez, sí?
Fiel a su trayectoria, en La Habana ni ha perdido su serenidad característica, ni ha modificado su estilo de vida, ni ha cambiado de interlocutores. Sigue al lado de su grey, de la gente sencilla, en las parroquias, en los conventos, en el seminario, en el cementerio de Colón, en el que frecuentemente celebra la eucaristía de las ocho de la mañana. Y en las casas de sus fieles de la Habana Vieja, en donde reside. Enterado de que un grupo de feligreses tenía la costumbre de hacer cada año la novena a la Virgen de la Caridad en sus domicilios particulares, rotativamente, se presentó en la vivienda del que recibía ese día y se integró en el grupo.

«En La Habana, ni ha perdido su serenidad, ni ha modificado su estilo de vida, ni ha cambiado de interlocutores. Sigue al lado de su grey».
Catequista infatigable
Monseñor Juan es un auténtico pastor, centrado en lo esencial, volcado en que sus fieles experimenten el amor de Dios en un contexto de cruz. Su lema episcopal: “Ve y anuncia el Evangelio”.
Aunque exteriormente tranquilo, de gestos y palabras pausados, es un hombre apasionado por la misión, un predicador incansable que da mucha importancia a la formación doctrinal católica, lo que se ha traducido en la promoción de revistas y, como párroco, en la organización de excursiones, peregrinaciones, cursos y convivencias. Fue el autor del devocionario popular Los católicos rezamos a Dios.

El cardenal García Rodríguez, en una celebración con los fieles.
Sus homilías y alocuciones radiofónicas, estructuradas en párrafos cortos, han sido calificadas por la teóloga Paloma Girona de “barojianas”, por sintéticas, descriptivas, por ir al grano de las ideas sin florituras dialécticas, poniéndose siempre en el lugar de sus destinatarios.
- El capítulo que Paloma Girona dedica al cardenal Juan de la Caridad García en su canal Cónclave Informa.
“Un hombre hombre, de Jesús y del Evangelio»
Cuando el mismo día de la muerte de Francisco, le preguntaron al padre Ángel, fundador de “Mensajeros de la Paz”, cuál sería el calificativo que en su opinión debería describir al futuro papa, a bote pronto respondió: “Un hombre hombre, de Jesús y del Evangelio”.
Juan de la Caridad García Rodríguez, de nuevo, como en 2016 en La Habana, ni por asomo figura en una sola de las quinielas de papables. Pero de lo que no cabe la menor duda es que el desiderátum del padre Ángel lo describe con exactitud. –