Opinión

Un maestro que no está en su lugar

Horacio Biord Castillo:

A doña María Briceño de Burelli Rivas

Mario Briceño-Iragorry decía que en este país «nadie está en su lugar». Y es una verdad de esas que acostumbramos a decir los venezolanos de vez en cuando. Y si ponemos aquella frase de Cecilio Acosta -«Lo que yo digo perdura»- en labios de don Mario, la frase del lugar indebido no pierde ni un ápice su significado y actualidad.

Entre los tantos hombres, entre las tantas cosas, que no están en donde deberían, surge la figura de Mario Briceño-Iragorry. Aunque claro que está en su lugar cuando se le llama «Maestro», o cuando se le añaden los epítetos de «ilustre» o «valor de la nacionalidad», o cuando se le dice «pensador insigne», no lo está, en cambio, cuando no es oído como «Maestro», cuando no es visto como «ilustre», o como «valor de la nacionalidad», cuando no es apreciado como «pensador insigne». Y esto sucede muchas veces, tal vez las más de ellas. Por eso Mario Briceño-Iragorry, como Andrés Bello y Rómulo Gallegos, como Cecilio Acosta y Simón Rodríguez, no está en el verdadero lugar que le corresponde.

Sentimos de veras que no se le dé al pensamiento del ilustre Maestro trujillano la importancia formativa y educativa necesarias. Briceño-Iragorry fue de esos maestros que saben enseñar con la palabra y con la obra, que a fin de cuentas es la única manera de enseñar. Don Mario fue el patriota preocupado por el destino de la nación, y por eso se preocupó de la formación de quienes debían llevarlo a efecto. Por eso fue Maestro. Efraín Subero, en su maravilloso «Ideario Pedagógico Venezolano», lo cita treinta y nueve veces. Pero todavía hay muchos venezolanos que lo desconocen.

Y desconocer al vindicador de Alonso Andrea de Ledesma o al autor de los «Tapices de Historia Patria», desconocer a quien hizo la «Introducción y Defensa de Nuestra Historia» o a quien envió el famoso «Mensaje sin Destino», desconocer al estudioso de Casa-León o José Francisco Heredia o al bolivariano convencido de la necesidad de ver en Bolívar al pensador antes que al héroe del epopeya, es desconocer, en suma, uno de los magisterios más profundos y más diáfanos de la historia venezolana.

A Mario Briceño-Iragorry tenemos que montarlo en el viejo caballo de Alonso Andrea de Ledesma y mandarlo a pasear por los colegios y universidades del país. Tenemos que ponerlo en «su lugar». Tenemos que divulgarlo.

Horacio Biord C.

San Antonio de Los Altos, febrero de 1980.

Año Sesquicentenario de la Muerte del Libertador.

Nota: Este artículo, escrito cuando su autor tenía 18 años, fue publicado en un periódico de la Diócesis de Trujillo (Venezuela), el semanario Avance (Trujillo, 2 de marzo de 1980) Nº 882, p. 3, en la sección “Página de la Juventud”. Hoy, gracias a Reporte Católico Laico, aparece dedicado a doña María Briceño de Burelli Rivas, hija de don Mario Briceño-Iragorry.

Horacio Biord Castillo

Escritor, investigador y profesor universitario

Contacto y comentarios: hbiordrcl@gmail.com

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