Docentes: transformemos el daño infligido en fuerza de vida
Alfredo Infante s.j., del Centro Arquidiocesano Monseñor Arias Blanco:
Estamos celebrando los 500 años de la conversión de San Ignacio de Loyola. La conversión fue un itinerario de fe que llevó al peregrino a tener una nueva mirada sobre el mundo. Desde las entrañas de las fronteras existenciales y sociales, Ignacio buscó discernir constantemente los signos de los tiempos, acto de inteligencia espiritual para hallar las posibilidades orientadas a desplegar procesos de vida y dignidad.
Es importante tomar conciencia de la realidad y, más aún, es clave situarnos ante la misma desde la perspectiva de la fe, como Ignacio, para no desmovilizarnos, sino por el contrario, para identificar y materializar las posibilidades de transformación que están en ciernes en medio de tanta adversidad y que, de buenas a primera, no se captan, menos aún si estamos distraídos, agobiados o temerosos anta tanta carga inhumana. Con estas claves, ¿cómo leer tanto daño infligido a la educación en Venezuela y discernir, en medio de todo, las posibilidades de rehabilitación?
Los datos de la ENCOVI 2020 sobre exclusión escolar nos dan cuenta de cómo estaba la situación de la escolarización en nuestro país antes del inicio de la pandemia:
El riesgo de exclusión escolar se hace bastante mayor entre la población más pobre de 12 a 17 años, donde 27 % se encuentra en situación de rezago educativo severo. De los 7 millones 863 mil niños, niñas y adolescentes entre 3 y 17 años que están en el sistema educativo, 40 % falta a clases “algunas veces” por servicio de agua (23 %), apagones (17 %), falta comida en el hogar (16 %), transporte (7 %), faltan docentes (18 %). Un 60 % nunca falta. La cobertura educativa cayó con más fuerza en población con edad entre 18 y 24 años. La asistencia escolar entre jóvenes de esas edades pasó de 48 % en 2016 a 25% en 2019. Sólo entre 2018 y 2019 se redujo 5 %. Del grupo entre 18 y 24 años (3 millones 136 mil) no se educan unos 2 millones 282 mil jóvenes. [1]
Este hecho lo subraya la profesora Luisa Pernalete, emblemática pedagoga que ha dedicado toda su vida al servicio de la educación de los más excluidos: “…los problemas de la educación venezolana no comenzaron con la pandemia, ya teníamos un deterioro persistente. Para el año pasado solo el 50 % de la población en edad escolar asistía con cierta regularidad a clases (…) los salarios de los maestros venezolanos son los más bajos de América Latina y a veces no alcanzan para el pasaje de autobús y mucho menos para comer. En promedio, el salario mensual de los maestros está entre 4 y 5 dólares. En Colombia, un maestro comienza ganando 250 dólares”. [2]
De manera más directa, haciendo observación de su propia experiencia, María Zenaida Rosario, directora de la Escuela Canaima, perteneciente a la red educativa San Alberto Hurtado de la parte alta de La Vega, señala lo siguiente: “los docentes estamos, desde el punto de vista del ingreso, en condiciones de pobreza crítica, sin acceso a la alimentación, a la atención médica, al transporte público, a la recreación, y sin los medios tecnológicos para acompañar los procesos educativos a distancia en este contexto de pandemia”. [3]
Tal como lo señala la maestra Rosario, no cabe duda de que la pandemia ha profundizado la brecha de la desigualdad en el acceso a la educación, porque la combinación del proceso de hiperinflación sostenida y el quiebre de los servicios públicos ha excluido a las mayorías del acceso a internet y a los bienes tecnológicos necesarios para la educación a distancia. En este aspecto, la mirada de la profesora Zurelys Nuñez, directora del Colegio Andy Aparicio, también de la red San Alberto Hurtado de la parte alta de La Vega, comunica el sentir de muchos directores de centros escolares ubicados en zonas socio-económicamente excluidas: “estamos en una incertidumbre total, ni los docentes ni los alumnos cuentan con recursos tecnológicos para una educación a distancia de calidad y, por su parte, de llegar a activarse el proceso de educación presencial, los docentes no tendrían los recursos para cubrir el pasaje de estas zonas de difícil acceso”. [4]
Ante esta situación, los educadores venezolanos han mostrado una entereza ética y una vocación de servicio heroica. Han ido surgiendo muchas iniciativas humanitarias y organizativas de carácter reivindicativo para hacer contención a tanto daño. Sin embargo, toca ahora ver cómo esas iniciativas locales se articulan para construir una fuerza social con vocación de cambio, a favor del derecho a la educación y de la construcción de un país más justo y fraterno. En la historia política venezolana, el magisterio ha sido uno de los gremios más emblemáticos en los procesos de transformación social. Es hora de recuperar esa memoria por el bien de todos.
Como educadores cristianos, en este año de conmemoración de los 500 años de la conversión de San Ignacio de Loyola, recordemos que “Cristo nos ha liberado para ser libres, manténganse firmes y no se dejen atrapar de nuevo en el yugo de la esclavitud” (Gál 5,1). Y como apunta el poeta y místico jesuita Benjamín González Buelta: “el golpe de los enemigos no busca podar sino destruir, pero Dios transforma ese hachazo de muerte en ramas humildes y tiernas dispuestas para la vida”.
Alfredo Infante s.j.[1]
http://guayanaweb.ucab.edu.ve/noticias-reader-guayana-actual/items/encovi-ucab-venezuela-es-el-pais-mas-pobre-de-america-latina-y-el-perfil-nutricional-se-asemeja-a-paises-de-africa.html
[2] https://www.americadigital.com/columnistas/los-salarios-de-los-maestros-en-venezuela-son-de-5-en-america-latina-son-de-250-afirmo-la-profesora-del-centro-de-formacion-fe-y-alegria-luisa-pernalete-78025
[3] https://www.revistasic.gumilla.org/2020/sin-maestro-no-hay-escuela-sin-escuela-no-hay-pais/
[4] Ibídem
*Foto: EFE
Boletín del Centro Arquidiocesano Monseñor Arias Blanco
30 de julio al 05 de agosto de 2021/ N° 114