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Independencia y refundación de Venezuela

Horacio Biord Castillo:

La conmemoración de la independencia de un país o cualquier efeméride relativa a acontecimientos y personajes fundamentales para su historia constituyen ocasiones propicias para reflexionar sobre el camino andado y el porvenir. Casos relativamente recientes de ese espíritu festivo que envuelve celebraciones centenarias fueron, en 1976, el bicentenario de la independencia de los Estados Unidos de América y, en Venezuela, el bicentenario del Libertador en 1983, que fue antecedido dos años antes por la conmemoración del de Andrés Bello en 1981.

Lamentablemente, debido a la gran polarización actual del país se desperdició la primera de las dos décadas del bicentenario de la independencia de Venezuela. En conjunto, ofrecían una extraordinaria oportunidad para repensar el país y construir un nuevo proyecto histórico, verdaderamente inclusivo. Aún estamos a tiempo de aprovechar el resto de la segunda década, hasta 2030, para pensar con sosiego el futuro de Venezuela y los venezolanos. Ese reto adquiere aún más pertinencia ante la convocatoria de diversos sectores a concretar y no solo ofrecer un entendimiento que permita la salvación colectiva del país. En otras palabras, o logramos un acuerdo entre los sectores enfrentados o la situación se tornará cada vez más difícil de controlar y el porvenir de los venezolanos se verá mermado, por decir lo menos.

El preámbulo de la Constitución de 1999, establece como uno de sus objetivos más importantes “refundar la República para establecer una sociedad democrática, participativa y protagónica, multiétnica y pluricultural en un Estado de justicia, federal y descentralizado”. Sin embargo, lejos de haberse logrado en veinte años una sociedad democrática y un Estado de justicia, federal y descentralizado, el poder se ha centralizado cada vez más, minando los principios federales que el texto constitucional mismo no desarrolló, sin embargo, a cabalidad, como sucedió en anteriores Constituciones. Una federación de suyo incompleta, como la que se ha dibujado en Venezuela en sucesivos textos constitucionales, quizá se deba al miedo atávico de construir un verdadero régimen federal, en el que los estados aun agrupados en regiones tengan mayor autonomía. Adicionalmente en estos años que corren desde 1999 la democracia y el imperio de la justicia, como su mayor basamento, han sido mediatizados por la adhesión al proyecto político del oficialismo y la imposición de una ideología. De esta manera, lamentablemente, el “poder popular”, la “democracia participativa y protagónica” y el “carácter multiétnico y pluricultural” han quedado más como consignas y reiteraciones discursivas que como una verdadera praxis con todas sus consecuencias en cuanto a los principios de diversidad y pluralismo. Tales principios se refieren de manera indubitable y consistente tanto a identidades y prácticas sociales como a ideas y posiciones ideológicas.

Así, pues, el objetivo de refundar la República con el objetivo de lograr una sociedad más justa en todo sentido no se ha alcanzado y cada vez parecería menos posible de completarlo sin rectificaciones fundamentales y sustantivas. Como si fuera una absurda carrera de obstáculos, de la cual sin embargo pudiéramos aprender mucho para la construcción del Bien Común, se perdió el rumbo; Venezuela y los venezolanos lo perdimos. De allí la necesidad de plantearse, a la luz de las experiencias vividas, el reencuentro de todos los ciudadanos y una verdadera y no meramente discursiva refundación de la República. Para ello resulta necesario repensar y proyectar para mediados del siglo XXI y de allí en adelante el país y sus distintos segmentos sociales constitutivos desde una perspectiva de amplitud, solidaridad y convivencia fundamentada realmente en la diversidad.

Recientemente se ha celebrado el bicentenario de la batalla de Carabobo que consolidó el proceso independentista y con el sentimiento de haberse logrado hace 200 años lo que parecía tan difícil debemos mirar las tareas pendientes más que la simple evocación de lo grandioso de aquella gesta. La conmemoración de los 210 años de la firma del acta de Independencia nos convoca, este 5 de julio de 2021, a buscar una salida urgente a la obstrucción de la vida republicana, la desinstitucionalización del país y los resquebrajamientos de convivencia ciudadana. No está de más reiterar que vivimos difíciles y contradictorias circunstancias, agravadas por la terrible situación socioeconómica, la emigración que ello ha ocasionado, la crisis política y la pandemia por el coronavirus.

Luce, pues, como una prioridad el encuentro de todos los venezolanos para, de manera mancomunada, sin exclusión de ningún tipo, persecuciones ni discriminaciones de cualquier género, fijar los parámetros necesarios para refundar verdaderamente la República, para constituir el pacto social requerido para recobrar la normalidad de la vida del país, tanto institucional como social. Esa tarea ha sido enfatizada como prioritaria por la directiva de la Conferencia Episcopal que conforman los arzobispos y obispos católicos de Venezuela mediante el “Mensaje de la presidencia de la Conferencia Episcopal Venezolana al pueblo de Venezuela con ocasión del bicentenario de la «Batalla de Carabobo»”. Al referirse a tal efeméride, los directivos de la Conferencia Episcopal sostienen que “No celebramos un evento cualquiera y tampoco lo debemos reducir a simples actos protocolares adornados con monumentos recordatorios que quedan plasmados en la frialdad del mármol. Debe ser una ocasión para que los habitantes de Venezuela hagan una seria revisión de vida sobre lo que ha significado esa gesta independentista y acerca de los desafíos de cara al futuro. Desde esta perspectiva, queremos ofrecer algunas ideas para ayudar a todos, sin excepción, a leer este “Bicentenario de Carabobo” como un “signo de los tiempos” que ha marcado (y sigue haciéndolo) la vida e historia de nuestra patria.”

Esa lectura del bicentenario de la batalla de Carabobo y del bicentenario íntegro del proceso independentista vivido entre 1810 y 1830, que posibilitó la fundación del estado nacional venezolano (incluida la efímera concreción del sueño unitario de Bolívar y tantos libertadores y su posterior e irracional destrucción, tan irracional como eventos repetidos a lo largo de nuestra historia republicana), ha de permitirnos la visualización de Venezuela, en su completitud e intrínseca diversidad y en el contexto latinoamericano, dentro de un mundo crecientemente complejo y globalizado. Mirarnos, mirando nuestros alrededores y los escenarios que nos aguardan, debe ser la meta, no destruirnos, perseguirnos o aniquilar el porvenir de todos, individual y colectivamente considerados.

Por ello insiste la directiva del episcopado venezolano, “Nuestra mirada ha de dirigirse al futuro, no como si se esperaran nuevos mesianismos o se le viera con resignación fatalista. La tarea de todos hoy, en la que se puede contar con el compromiso de la Iglesia, es la de vencer todas las Batallas que sean necesarias y defender la auténtica Independencia. Esto conlleva promover la conciencia del protagonismo de todos los miembros del pueblo venezolano, único y verdadero sujeto social de su ser y quehacer. En este sentido, los dirigentes políticos, del oficialismo y de la oposición, están llamados a sentirse miembros de ese pueblo”.

El término “pueblo”, aunque referido en singular en ese documento del episcopado, debe entenderse como un colectivo diverso, pero solidariamente unido y articulado por un pacto social inclusivo y lo suficientemente amplio y flexible como para garantizar la plena realización de todos sin menoscabo de sus condiciones específicas, en tanto personas y colectividades.

Entre otras instituciones y personas, mediante un comunicado fechado el 1º de julio de 2021, la Sociedad Venezolana de Filosofía se ha adherido a la propuesta de refundar la República formulada por la directiva de la Conferencia Episcopal Venezolana, recordando que “el país atraviesa por una profunda crisis nacional expresada en todos los órdenes de la vida republicana”. Simbólicamente, fe y reflexión profunda nos instan a la noble tarea, aunque no fácil ni ingenua, de refundar el país repensándonos. Ello implica revisar aciertos, pero también reconocer errores y omisiones, unos y otros de gran gravedad.

El “desierto” de la verdad, como lo han vivido muchos místicos, la conciencia de lo apropiado y el dolor por los aspectos inadecuados de nuestra historia republicana, en especial de los períodos más recientes desde mediados del siglo XX, han de conjugarse y presidir la refundación de una verdadera y justa, amplia y consustancialmente diversa nueva República.

Horacio Biord Castillo

Escritor, investigador y profesor universitario

Contacto y comentarios. hbiordrcl@gmail.com

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