Que los gobiernos y políticos se conviertan en servidores de los pueblos
Nuestro director dedicó su editorial al fuerte discurso que hizo el Papa el sábado pasado a los representantes de los movimientos populares, pero sobre todo un discurso dirigido a los potentes de la tierra.
El Papa hizo un enérgico llamamiento al cambio dirigido nueve veces «en nombre de Dios» a quienes cuentan y tienen poder de decisión. También a los gobiernos y políticos de todos los partidos, Francisco les pide que eviten «escuchar solamente a las elites económicas» y se conviertan en «servidores de los pueblos que claman por tierra, techo, trabajo y una vida buena», mientras que a los líderes religiosos les pide que nunca utilicen el nombre de Dios para fomentar guerras o golpes de Estado. En cambio, hay que construir puentes de amor.
Es «tiempo de actuar» y el Papa propone algunas medidas concretas: un ingreso básico (o salario universal) y la reducción de la jornada de trabajo. De este modo, cada persona podría permitirse el acceso «a los más elementales bienes de la via».
Es justo luchar por una distribución humana de estos recursos. Y es tarea de los Gobiernos establecer esquemas fiscales y redistributivos para que la riqueza de una parte sea compartida con la equidad sin que esto suponga un peso insoportable, principalmente para la clase media —generalmente, cuando hay estos conflictos, es la que más sufre—.
Para el Papa, las ventajas de la reducción de la jornada laboral se encuentran en la historia:
En el siglo XIX los obreros trabajaban doce, catorce, dieciséis horas por día. Cuando conquistaron la jornada de ocho horas no colapsó nada como algunos sectores preveían. Entonces, insisto, trabajar menos para que más gente tenga acceso al mercado laboral es un aspecto que necesitamos explorar con cierta urgencia. No puede haber tantas personas agobiadas por el exceso de trabajo y tantas otras agobiadas por la falta de trabajo.