Testimonios

Amasando el pan

Felipe Guerrero:

Hace medio siglo comenzamos a preparar el pan familiar aliñando la harina con tiempo y con cariño. Siempre durante Cincuenta años me he topado con «La Negra» en el horno del hogar y en ese sagrado espacio, todos los días sus manos se unen a las mías en un mar de harina, para amasar el pan nuestro de cada día  y de reojo logro pillar en su mirada complacida, su deleite por esos manjares que ambos disfrutamos.

Recordamos que un lejano sábado 26 de Agosto de 1972 juntamos nuestras manos para elaborar el panecillo de nuestras vidas «porque repartir un pan entre todos y decir un verso son las más antiguas costumbres del amor».

Así empezamos a «enharinar la harina de la vida» con levadura de estrellas, con agua clara de esfuerzos compartidos,  con el sueño blanco del trigo del amor que al apenas ingresar al horno del corazón ya sale cocido, humeante y tierno.

Solos, muy solos en las iniciales estaciones,  consumimos el  pan que se comparte en su sustancia. Al iniciar este amasado de familia, entendimos que  casa y pan eran verdaderos. Luego nos acompañarán los hijos y los hijos de los hijos, amasando  con delicadeza y esperando con paciencia el momento preciso para llevar  esas masas al horno.

Y… Desde entonces, desde hace medio siglo hemos venido amasando «El pan en días fríos y en días de calor, con sol, con humedad o con lluvia. En algunos momentos hay que amasar el pan sin ganas de amasar. En otros momentos hay que amasar el pan con alegría, con tristeza, con recuerdos, con entusiasmo o con el corazón hecho pedazos. Hay que amasar el pan pensando en lo que se va a hacer después. Hay que amasar el pan como si no fuera a hacerse nada, nunca más. Hay que amasar el pan con valor, con receta, con improvisación o con dudas. Amasar el pan con la certeza de que se va a fallar, o con la certeza de que saldrá bien. Hay que amasar el pan con temor a que se queme, a que salga crudo, a que no le guste a nadie. Hay que amasar el pan todos los días, de todas las semanas, de todos los meses, de todos los años».

Hoy, después de medio siglo volvemos a amasar el pan como si fuera la primera vez.

Con «La Negra» seguimos en el horno del hogar. Al amasar el pan de cada día, son sus manos las que siguen apretando fuerte cuando el dolor implacable invade el alma.

Y… seguimos en las proximidades de la estufa, sin prisas, a fuego lento, con mucho cariño y presencia, destapando de vez en cuando la puerta del horno, para que su aroma nos abra el apetito y salgamos espontáneos a probar el pan para ver si «Está bien crujiente», porque si está en su punto nos atrevemos a compartirlo, a que todos lo prueben y también nos atrevemos a dar la receta.

Este es el hogar… Ese pan y ese horno son una metáfora: Es  entrar en ese horno que es la familia. El amor familiar está allí, al calor del fuego del horno que cocina, porque es necesario mantener las brasas encendidas.

Hace medio siglo juntamos las manos para oficiar de panaderos entre la harina y el fuego. A esta altura de la vida, seguimos como dice el poeta: «Multiplicando los panes, hacer de las palas remos; trocar los granos en miga; las espigas, en sol tierno; sembrar aromas calientes, en la tierra y en el cielo».

NEGRA… «Hay que besarte las manos con unción y acatamiento, porque en ellas se compendian el verano y el invierno».

Después de Cincuenta Años, podemos decir con orgullo que, al final de una extensa labor magisterial y de una dilatada actividad pública, salimos de ellas con las manos limpias  y sin recursos materiales. Honra y pobreza. Y… a esta altura de la vida,  ¡Nuestra pobreza es nuestra mayor riqueza!

Luego de medio siglo seguimos amasando la harina con la levadura del amor. Ahora nos dicen «Abuelos» los nietos y quienes no lo son. Como cocineros de la vida nos agrada esa identificación, pues hay una edad del alma en la cual la palabra «Abuelo» se torna en caricia. Aquí seguimos en el horno del hogar «AMASANDO EL PAN».-

E-mail: felipeguerrero11@gmail.com

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