Fue Nietzsche, el pensador con más gancho hoy, quien escribió aquello de «¡vaya, dos mil años ya y ni un solo dios nuevo!». No es verdad. Los dioses nuevos no faltan. Uno que está pegando fuerte es la diosa Gea de los «deep ecologists», empeñados en divinizar la naturaleza, la Tierra, suprimiendo al hombre para devolver a aquella su pureza original. No olvidemos que fue Augusto Comte quien, al final de su vida, proponía completar la religión de la Humanidad, o del Gran Ser, «con un ajusta adoración de la Tierra, erigida en Gran Fetiche, sede y residencia del Gran Ser».
El pontificado del Papa Francisco pasará a la historia también por la insistencia en la cuestión ecológica, el pensamiento verde. La encíclica ‘Laudato Si’ marcó un antes y un después en la conciencia católica sobre una materia que no parece concitar aún la unanimidad en la comunidad científica. Aquí, por tanto, la religión va por delante de la ciencia. Un reto para la política, tal y como se puede comprobar en la COP26, a la que el Papa Francisco ha enviado un enjundioso mensaje. A partir de la citada encíclica pontificia el cuidado de la creación se ha convertido en un tema recurrente en el pensamiento de la Iglesia y en la acción pastoral. Hay diócesis que dan la impresión de alentar con igual o mayor insistencia la creación de huertos ecológicos y la instalación de placas solares en las parroquias que los grupos de compromiso político y social.
Convendría dejar claro, en este magma de la confusión, también eclesial, que el Papa Francisco está invitando a los católicos y a los ciudadanos de un mundo globalizado a asumir sus responsabilidades sobre el planeta. El cuidado integral de la casa común terrena está ligado a la comprensión cristiana del hombre, del mundo y de Dios. No hay buena ecología sin adecuada antropología. No se trata de sacralizar la tierra, ni de divinizarla. La tierra es santa y santificada porque ha sido creada por Dios y porque la humanidad ha sido redimida por Cristo en la tierra, en la historia.-
ABC de Madrid