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Por qué el postmodernismo es incompatible con una política de libertad

Michael Rectenwald, autor de once libros,  incluidos Thought CriminalBeyond WokeGoogle Archipelago y Springtime for Snowflakes:

Hace varios meses debatí con Thaddeus Russell en The Tom Woods Show. La proposición debatida fue «La filosofía posmoderna es compatible con una política de libertad individual». Thaddeus defendió la propuesta; y yo me opuse a la misma. Quiero desarrollar aquí algunos de los puntos que discutí en el debate, agregando más contexto del que pude reunir bajo las limitaciones del formato. Para bien o para mal, esto requiere una inmersión algo profunda en las ideas posmodernas.

El posmodernismo, sostengo, es incompatible con la libertad. Primero, porque ve al individuo como un mero producto, construido por el lenguaje, los factores sociales, etc. Como tal, el posmodernismo niega efectivamente la autodeterminación y el agenciamiento individual. En segundo lugar, la actual obsesión cultural con la identidad social se deriva del constructivismo social de la filosofía posmoderna. Tal constructivismo social niega, más aún, el agenciamiento individual. El propio concepto de la verdad, mientras tanto, es negado a favor de la creencia subjetiva. Por las razones que se discuten abajo, la negación del concepto de verdad es un anatema para la libertad.

Thaddeus Russell toma, por «humildad» epistémica, al subjetivismo epistemológico del «todo se vale», al escepticismo y al idealismo posmodernistas. Ello es así, porque el posmodernismo evita o niega la «verdad», y sugiere que hay, simplemente, diferentes «narrativas» que pasan por verdad; permite que las personas escapen de exigencias fundadas en la verdad, que otros, como el estado, les impondrían. Su rechazo de las meta-narrativas es liberacional; y Russell toma esto como una invocación de la libertad.

Pero esto es un error. Tal y como argüí en Springtime for Snowflakes:

Una vez que las creencias dejan de estar constreñidas por el mundo de los objetos … la posibilidad de asumir una pretensión de infalibilidad se vuelve casi irresistible, especialmente cuando el poder requerido para ello está disponible para apoyar tales creencias. De hecho, dada su determinación de la verdad o de la realidad sobre la base únicamente de creencias, el idealismo filosófico y social se vuelve necesariamente dogmático, autoritario, anti-racional y efectivamente religioso.

Lo que quiero decir es que cuando se combina con la importancia que Michel Foucault, Jean François Lyotard y otros le asignan al poder; cuando todo es una lucha de poder; la falta de restricciones objetivas, el no-creer en la «verdad» o en cualquier criterio para juzgar los hechos, nos abre a la arbitraria imposición de creencias; al autoritarismo. Cuando «mi  verdad» se vuelve tan buena o mejor que cualquier verdad objetiva, o cualquier intento de acercarse a la verdad; cuando la «experiencia vivida» triunfa sobre los hechos; entonces, si uno tiene el poder necesario, puede imponer sus protestas, de decir la verdad, con impunidad aparente. No existe nada para rechazar la creencia. Cuando los criterios objetivos son eliminados, no existe un tribunal de apelación —salvo la autoridad. El ideal de objetividad, abordado siempre asintóticamente [ver aquí definición de asíntota], debería ser la corte de apelación, pero el posmodernismo la descarta de antemano. De forma, que el posmodernismo no podría parecerse más a los credos religiosos que Russell aparentemente deplora.

Vemos esto en juego en el movimiento por la justicia social. Y, contrariamente a lo que sostiene Russell —que la justicia social no tiene nada que ver con el posmodernismo— la ideología de la justicia social adopta la epistemología posmoderna, y esta adopción tiene consecuencias. Consideremos, por ejemplo, el transgénero. Cuando la creencia se divorcia de la observación, y cuando esa creencia así desatada se institucionaliza, como lo está hoy, conduce a la abolición de los derechos de los demás; incluido el derecho a hacer declaraciones sobre hechos observables. Uno se ve obligado a reconocer los géneros auto-descritos de los creyentes, y a utilizar sus auto-asignados pronombres, o, de lo contrario…. Si uno niega el sexo auto-declarado de su hijo, puede perder la custodia o incluso puede ser encarcelado. De manera similar, la teoría crítica de la raza, que deriva su epistemología del posmodernismo, postula la «experiencia vivida» por encima de todos los demás criterios. Las estadísticas, la evidencia histórica, etc., no tienen importancia. Los “relatos” se convierten en la única evidencia válida, y tales relatos son infalsificables. Cuando es combinada con el poder estatal e institucional, esa creencia, libre de ataduras, se vuelve dictatorial. Cree en mi experiencia vivida, o, si no…. Debes tomarme la palabra. Debes aceptar mis relatos infalsificables.

En Explaining Postmodernism, Stephen Hicks tiene una explicación relacionada, pero diferente. Él sugiere que la epistemología posmoderna es una tapadera del autoritarismo del posmodernismo. Con su subjetivismo y escepticismo epistemológicos extremos, la epistemología posmoderna permite a los posmodernistas negar los fracasos históricos del socialismo, al tiempo que mantener su espíritu y sus objetivos. Como dice Hicks, «el posmodernismo es la estrategia epistemológica de la extrema izquierda académica, para responder a la crisis causada por los fracasos del socialismo en la teoría y en la práctica». Esto explicaría el autoritarismo de posmodernistas tales como el crítico literario Stanley Fish, quien, en su libro más reciente, The First, aboga por la reducción de los derechos de la Primera Enmienda, incluida la eliminación de la expresión religiosa en público y la eliminación del discurso que otros encuentren ofensivo o dañino. Si se le diera poder, Fish, sin duda, impondría tales sanciones. Por lo tanto, Camille Paglia tiene razón al llamar a Fish una «Campanilla totalitaria». Si bien el argumento de Hicks tiene mérito, no explica la conexión entre el autoritarismo y la epistemología, excepto como una relación incidental.

Mi explicación, según he dicho, es que el subjetivismo, el idealismo y el relativismo epistemológicos están intrínsecamente conectados con el autoritarismo. Tomemos el caso del lysenkoísmo en la Unión Soviética, por ejemplo. A pesar de la afirmación de que el marxismo es materialista y objetivo, el lysenkoísmo era un ejemplo de idealismo filosófico ejercido por el estado. El credo neo-lamarckiano se convirtió en política de Estado y provocó una hambruna generalizada y la muerte de millones, así como una de las peores cacerías de brujas en la historia de la ciencia. El lisenkoísmo subraya el peligro de negar nuestra mejor ciencia. Había una mejor ciencia biológica en ese momento: la genética mendeliana junto con el modelo darwiniano de selección natural. El acuerdo con esta mejor ciencia podría haber salvado millones de vidas. El autoritarismo de la fe sin ataduras condujo al hambre y a la persecución.

En el debate, Russell sugirió que yo era anti-libertario porque me referí a «restricciones objetivas del discurso». Pero yo no me referí a «limitaciones objetivas del discurso». Me referí a las limitaciones objetivas, punto. No sugerí, por tanto, que los estados, con impunidad, pudieran imponer restricciones al discurso. Lo que quise decir fue que el mundo material nos impone limitaciones. Negamos estas limitaciones a nuestro propio riesgo.

Mi segundo punto principal se refirió a que Russell atribuye al posmodernismo los logros de los movimientos de liberación como el feminismo, los derechos civiles, etc. «El posmodernismo permite a la gente escapar de las construcciones sociales que la represan», dice la narrativa de Thaddeus. Pero el feminismo, por ejemplo, no necesita posmodernismo, y nunca lo hizo. Además, estaría mucho mejor sin él.

El feminismo precedió por décadas, si no por siglos, al posmodernismo. Mary Wollstonecraft, por ejemplo, defendió eficazmente la expansión de los derechos de la mujer en A Vindication of the Rights of Woman en 1792. Y Wollstonecraft escribió mucho en la tradición modernista de la Ilustración, extendiendo los ideales e ideas de la Ilustración al caso de las mujeres. El movimiento sufragista precedió al posmodernismo por décadas. El mejor feminismo, como los mejores movimientos por los derechos civiles, ha implicado la extensión de las ideas y los ideales de la Ilustración. Entonces, ni el feminismo ni los derechos civiles necesitaban del posmodernismo.

De hecho, el posmodernismo no ha hecho nada por el feminismo, excepto confundir a las feministas con nociones de constructivismo social y la teoría psicoanalítica —cajas autoconstruidas de las que han estado tratando de escapar desde entonces. Para las feministas, la construcción social del género no significa que el género se pueda desechar. En cambio, escapar es una lucha interminable —deshacer los supuestos efectos del «patriarcado», o del falo, en el caso de las feministas psicoanalíticas que seguían a Jacques Lacan.

Aún así, incluso el constructivismo del género precedió a la teoría posmoderna. En la literatura psicológica, la palabra «género» fue primero aplicada a la diferencia de sexo humano en 1955, cuando el «sexólogo» John Money introdujo la frase «roles de género». A partir de ahí se convirtió no solo en roles de género que fueron construidos; sino, también, en género mismo. Más tarde, se consideró que la diferencia de sexo también estaba construida socialmente. Por eso he llamado a la intervención de John Money «el premio gordo del género». Desde Money, el género se ha multiplicado y buscado pronombres siempre nuevos, un desarrollo absurdo al que las instituciones han intentado seguir el ritmo, de manera ridícula. El resultado irónico del constructivismo de género es que ahora el feminismo está dirigido por personas con penes. Si el género es una construcción social, cualquiera puede adoptar el género de su elección. Por tanto, los hombres pueden ser mujeres. Pero eso ni siquiera es lo que las feministas quisieron decir con la idea. Ellas vieron las construcciones de género como obstinadas categorías sociales que habían sido establecidas por convenciones de larga data y aplicadas de  maneras múltiples, casi inescrutables. Para estas feministas, el género no era menos real por estar construido socialmente. Socavar el género implicaba una larga y ardua lucha social. Y las feministas críticas del género consideraban que el sexo y el género estaban estrechamente emparejados. El ataque de las feministas de la segunda ola no fue contra la biología, sino contra la socialización y las limitaciones sociales basadas en la biología. Ellas no sugirieron que el sexo en sí fuera construido socialmente; sino que los roles basados ​​en el sexo eran construidos socialmente. El posmodernismo, en el feminismo de tercera ola, sugiere que el sexo en sí mismo es una construcción social. Si bien nuestras ideas al respecto están, con seguridad, construidas socialmente, la diferencia de sexo existe, sin importar lo que pensemos al respecto.

La diferencia de género y la diferencia de sexo son cosas muy diferentes. Ciertamente, los roles sexuales, o roles de género, han cambiado a lo largo del tiempo, pero, hasta donde sabemos, la diferencia de sexo en sí misma no lo ha hecho, al menos no de manera apreciable. Y gracias a Dios por eso, a menos que usted crea, con algunos ambientalistas posmodernos, que la reproducción humana es «mala».

Más aún, el hecho de que los posmodernistas, según Russell, no crean en el determinismo biológico no hace que la biología sea menos determinante. Estamos más o menos determinados biológicamente. Diré más sobre esto más adelante. Pero creo que la introducción del concepto de “constructivismo de género” para describir a los seres humanos ha sido perniciosa, causando confusión y haciendo un daño inconmensurable al feminismo y a la cultura occidental en general.

Mientras tanto, la idea de que el género es una construcción social —determinada por factores sociales— puede ser tan determinista como el determinismo biológico. Este es el caso, especialmente, en las manos de la teoría posmoderna. Esto se debe a que, conforme a la teoría posmoderna, la noción del yo autónomo y preexistente es negada. El yo se convierte en nada más que un mero efecto secundario, un producto del lenguaje y / u otros factores sociales. Conforme al posmodernismo, el yo es “descentrado”, es decir, alejado del centro de la historia y de la importancia. Y el agenciamiento del yo es virtualmente negado. Podemos leer esto en los escritos de los post-estructuralistas Roland Barthes y Michel Foucault, por ejemplo, en “La muerte del autor” y “¿Qué es un autor?” respectivamente. Aquí, encontramos que los autores no crean textos. ¡Los textos producen a sus autores! Los autores y, por extensión, el propio sujeto humano, son el mero producto del texto. O, como lo describe Jean-François Lyotard en The Postmodern Condition (1979), el yo es un mero «nodo» en un circuito de comunicaciones. Lyotard hizo bastante explícita su democión del yo: “Y cada uno de nosotros sabe que nuestro yo no es mucho…. Un yo no es mucho». Ésta es, difícilmente, una fórmula para la autodeterminación, que requiere agenciamiento individual; agenciamiento, que la posmodernidad niega a los seres humanos.

El libertarismo requiere al individuo (la primera forma de propiedad) y el posmodernismo niega al individuo. En la medida en que Russell valora al individuo, sostuve, él no es un posmodernista. En la medida en que él compra la negación posmodernista del agente individual auto-determinante, él no es un libertario.

Más aún, el énfasis constante del posmodernismo en las construcciones sociales sugiere que estas son determinantes de todo. Esto explica la obsesión de la justicia social por las categorías sociales de identidad y su negación de la identidad y el agenciamiento individuales. Cada resultado está determinado por el género, la raza o lo que sea. Todos son reducidos a su categoría de identidad social. Esta obsesión ha conducido a la rabiosa política de identidad de grupos tales como Black Lives Matter, que ven la raza como el único factor determinante de todo lo que les sucede a las personas de color. Tal determinismo les niega su agenciamiento individual, reduciéndolos a meros objetos de la historia.

Mientras tanto, existen diferentes tipos de constructivismo social. Mi epistemología puede ser llamada, siguiendo a David Hess, un «constructivismo moderado». Hess utilizó el término en su An Advanced Introduction to Science Studies (1997) para referirse a una posición que considera que la ciencia representa su(s) objeto(s) natural(es) y los órdenes sociales y políticos, en lugar de cualquiera de ellos, exclusivamente. Martin J.S. Rudwick desarrolló un punto de vista similar basado en su estudio detallado y notable de la controversia devónica en geología. Rudwick sugirió que «un producto consensuado de un debate científico puede considerarse tanto artificial como natural; como una construcción completamente social que puede, no obstante, ser una  representación confiable del mundo natural». La cuestión es, que existe una diferencia entre la construcción social del conocimiento y la inconmensurabilidad absoluta del conocimiento y el mundo de los objetos. Esto último implica que el conocimiento científico se construye, se quiera o no, e incluso que el mundo de los objetos en sí mismo es construido socialmente. Thaddeus Russell, como los críticos de los estudios de ciencia posmodernos, confunde las dos cosas. Esto último conduce a un nihilismo epistemológico, porque ninguna construcción de alguien es mejor que las de los demás.

Considérese, por ejemplo,  Laboratory Life: The Social Construction of Scientific Facts (1979) de Bruno Latour y Steve Woolgar. Laboratory Life es un examen antropológico de un laboratorio científico, como una  cultura extraña pero no del todo exótica. Casi «volviéndose nativos», pero no del todo, el efecto de extrañeza asumido permitió a Latour y a Woolgar ver el producto final de la ciencia en términos de lo que llamaron «inscripción literaria» o escritura. A pesar de la subsecuente ruptura de Latour, con las implicaciones de «la construcción social de los hechos científicos» a la que se llegó en Laboratory Life, este primer libro es constructivista de principio a fin. Los antropólogos apuntaban a demostrar que “la construcción de hechos científicos, en particular, es un proceso de generación de textos, cuyo destino (estatus, valor, utilidad, facticidad) depende de su interpretación subsecuente”. Latour y Woolgar redujeron así, a «texto», los objetos del conocimiento científico, tal como lo había hecho, en filosofía,  Jacques Derrida, con las ontologías. Por supuesto, se estaba fabricando una falacia. El juego de manos de Latour y Woolgar demostró que los hechos científicos  existen sólo dentro de los textos —»no hay [nada] fuera del texto», para citar a Derrida. Pero, como ocurre con todos los trucos de magia, el engaño había tenido lugar más temprano, antes de que estuviéramos mirando. Latour y Woolgar combinaron sigilosamente el conocimiento de hechos científicos —establecidos en el proceso de ciencia y expresados ​​en lenguaje— y la realidad a la que se refería ese conocimiento. Confundiendo el conocimiento, con los objetos del conocimiento, nuestros magos posmodernos parecían hacer que el mundo material mismo desapareciera en el texto. El error es conocido como la falacia de la cosificación —o tratar una abstracción, como el conocimiento de un objeto, como si fuera equivalente a un objeto o cosa concreta, como el objeto al que se refiere el conocimiento. Russell comete el mismo error.

En Of Grammatology (1967), Derrida escribió que «[n]o hay nada fuera del texto». Y, así, algunos posmodernistas de hecho niegan la realidad objetiva, contrariamente a la afirmación de Russell. La Of Grammatology de Derrida, es una excursión filosófica dentro de la filosofía del lenguaje. Se basa en la noción del signo, de Ferdinand de Saussure —la construcción referente: significante-significado— para socavar cualquier relación entre el lenguaje y el mundo objeto. El signo es la palabra, que no tiene relación necesaria con aquello a lo que se refiere. El significante apunta a un significado, o a una idea; no, al referente, o a algo en el mundo objeto. Derrida va más allá de Saussure y rompe la conexión entre el significante y el significado, arguyendo la auto-referencialidad del significante. El significante se apunta a sí mismo y no al significado. Pero Derrida también termina por fusionar al significado y al referente y, por lo tanto, niega cualquier relación del lenguaje con el mundo objeto. Esto lo convierte en un nihilista epistemológico. El conocimiento se vuelve virtualmente imposible bajo tal sistema de signos.

El lenguaje, sin embargo, es una herramienta. Nos permite conectar palabras particulares con objetos particulares, definidos con mayor o menor precisión, mejorando así su uso y manipulación. Fingir lo contrario es una tontería. (El título Of Grammatology nos permite encontrar las ideas de Derrida en dicho libro, por ese título.) La cuestión, aquí, es que, al negar una relación entre el lenguaje y el mundo objeto, el posmodernismo abandona las afirmaciones de verdad, como lo hace el mismo Russell. Este nihilismo epistemológico no sería un problema si no fuera por sus consecuencias probables.

En “Transgressing the Boundaries: Towards a Transformative Hermeneutics of Quantum Gravity,”, Alan Sokal arguyó, de manera paródica, que la gravedad en sí misma es una construcción social. Los posmodernistas de Social Text se enamoraron de la parodia. El Engaño de Sokal demostró lo absurdo de la posición posmoderna inaugurada por Derrida, cuando aplicada a la ciencia.

Consideremos la negación del determinismo biológico de la que Russell se jacta, como un crédito al posmodernismo. Olvídese de las categorías de identidad por un momento. Estamos más o menos determinados biológicamente; e ignorar el alcance de nuestra determinación biológica puede ser peligroso. La clave es descubrir cuán biológicamente determinados estamos, y de qué maneras. Investigar el alcance y las formas en que estamos biológicamente determinados no es necesariamente ceder autoridad al estado, como sugirió Russell en el debate. En vez de ello, nos permite acercarnos a una comprensión del alcance de la libertad en sí. La libertad, si ha de tener sentido, depende del reconocimiento de las limitaciones —las impuestas por el mundo objeto y las impuestas por los derechos de otras personas. Sin tal reconocimiento, la libertad pierde todo sentido. No sabríamos qué cosa estamos en libertad de hacer.

Finalmente, como discutido arriba, la falta de un tribunal de apelación objetivo conduce a la posibilidad de que otros puedan imponernos sus creencias desatadas, caso de tener el poder necesario para hacerlo. «Las pseudo-realidades», como señala James Lindsay en una entrega reciente de New Discourses, «siendo falsas e irreales, siempre generarán tragedia y maldad en una escala que es al menos proporcional al alcance de su control sobre el poder…”

El totalitarismo depende de la imposición de creencias falsas. El posmodernismo, admitida y deliberadamente, no nos deja forma de juzgar las creencias. De la misma manera, el posmodernismo se presta al totalitarismo.

Tomado/traducido por Jorge Pardo Febres-Cordero, de:

https://mises.org/wire/why-postmodernism-incompatible-politics-liberty#:~:text=Postmodernism%2C%20I%20argue%2C%20is%20incompatible,self%2Ddetermination%20and%20individual%20agency.&text=Such%20social%20constructivism%20further%20denies%20individual%20agency.

Sobre el Autor
Michael Rectenwald es autor de once libros, incluidos Thought CriminalBeyond WokeGoogle Archipelago y Springtime for Snowflakes.

Abril 5, de 2021

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