Opinión

Caminante, no hay camino. Se hace camino al andar

Egildo Luján Nava

Es un honor iniciar este escrito recurriendo a una frase del poemario del ilustre escritor español, nacido en el año 1875, Don Antonio Machado. Se trata de un registro espiritual que describe el comportamiento conceptual del diario proceder de los «CAPITOSTES» de la política venezolana, tanto de los partidos de oposición, como de los del régimen.

Hace 23 años se inicia en Venezuela un ciclo histórico curvilíneo, apoyándose en una oferta  engañosa. Su promotor fue un militar advenedizo en la política nacional. El hizo su entrada en la década de los años 90 del siglo pasado. Se trató  del Coronel Hugo Chávez Frías, quien propuso un proyecto político a la Nación, apoyándose en el uso de un disfraz, al que ofreció como democrático. Sólo que se trataba de una oferta prometedora que escondía todo un plan subyacente, el  «Comunista». Ese mismo empleado público,  al llegar a la presidencia en el año 1999, lo denominó «Socialismo del Siglo XXI». Hasta concluir en su conversión  de lo que se exhibe hoy como producto final: base política de lo que convirtió a Venezuela en uno de los puntos del mundo más controvertibles y peligrosos. Tanto que, internacionalmente,  es  calificado «país forajido» y/o «narco-estado».

Ahora bien, en el transcurrir de estos últimos 23 años, la larga historia de los sucesos que se gestan  también incluye el fallecimiento  del ex presidente Hugo Chávez Frías. A él, le sucede Nicolás Maduro Moros en la presidencia. Y el resultado no podía ser distinto a lo que se consideró que podía suceder:  Venezuela no tiene definición política; no es un Estado democrático o comunista, tampoco Socialista del Siglo XXI. Sólo las circunstancias consideraron cómo definirlo.  Y es por ello por lo que, internacionalmente, en el mundo democrático, día a día,  el país, entonces, es calificado de «forajido y/o narco-estado».

Consecuencialmente, los venezolanos tampoco saben cómo definir su estatus o situación. Porque el país está prácticamente destruido y arruinado, inmerso en una puja por mezquinos intereses personales, en los que el dinero, las ambiciones y el poder marcan el destino y las consecuencias. Estas no son otras que, según las evaluaciones realizadas durante el año en curso,  más del 20 % de la población, equivalentes a 6 millones de habitantes diseminados por más de 90 países, y convertidos en  el reflejo de una inmensa diáspora desesperada por ingresar en los países vecinos, mientras que los que se resisten a irse pasan a convertirse en reacios opositores al régimen gobernante.

Mientras tanto, lamentablemente, las dirigencias de los partidos políticos venezolanos, tanto del régimen como de la oposición -y salvo contadas excepciones- no tienen un camino definido en función de futuro: sólo el propósito del empoderamiento y del desarrollo de sistemas de lucro, sin limitarse cuando se trata de alcanzar procesos operativos que se traduzcan en formas eficientes de enriquecerse ambiciosa y libremente.
Para fortuna de las generaciones  venezolanas emergentes, el país aún cuenta con la Sociedad Civil Organizada y representada por la CONFERENCIA CIUDADANA PARA EL RESTABLECIMIENTO CONSTITUCIONAL. A ésta, aún la integran  representantes de las más importantes organizaciones Civiles,  Sindicales, Gremiales, Estudiantiles, Docentes, Militares y Religiosas, todas ellas con una reservas de ciudadanos valiosos, de alta moralidad, formación universitaria y de gran experiencia en todos los campos de la vida nacional.
Se trata de un conglomerado humano con el que se podrá dar un paso al frente y emprender la «REFUNDACION» del país, tal y como lo sugirió valiente y acertadamente la Conferencia Episcopal Venezolana. Además, es el componente simbiótico que contempla la vigente Constitución de la República Bolivariana de Venezuela  en sus artículos 5, 7, 347, 348 y 349, y con base en el cual se puede  convocar al Pueblo Soberano a un proceso Constituyente  sin intromisión de ningún poder público.
Sería la manera  autorizada constitucionalmente para nombrar nuevos poderes públicos y un gobierno transitorio que restablezca el orden constitucional, pacifique y estabilice el país. Y, además, que,  en un tiempo prudencial, pueda convocar a un proceso electoral, justo e imparcial, debidamente supervisado, y con unos nuevos poderes a nivel del  Consejo Nacional Electoral y del Tribunal Supremo de Justicia, asistidos por el hecho de ser legítimos y debidamente supervisados. Sería, entonces, la forma  integral de cambiar toda la estructura del gobierno, y no solamente la de reemplazar a un Presidente, para que todo siga igual, al asumir el Vicepresidente de turno.

La ciudadanía venezolana no puede continuar perdiendo tiempo en soluciones parciales, como sucedió durante la reciente celebración del denominado proceso multielectoral ,  con la participación en rol de garantes de transparencia de los sumisos CNE, TSJ y demás poderes públicos. El hecho fue grotesco, moralmente reprobable y sirvió para que, una vez más, se dieran claras demostraciones de arbitrariedades ante la «Comisión de Observación Europea» y del mundo, sobre en qué consiste votar en Venezuela.  No podía ser de otra manera: esos visitantes no pudieron hacer nada distinto a la obligación de calificar al proceso de viciado y de fraudulento, a sabiendas de a qué se exponían: a ser  expulsados del país.

Con estas claras demostraciones de cómo se impone la negación cuando los hechos no les resultan agradables y gustosos a las autoridades , resulta ingenuo  pensar en que no harán lo mismo con el propuesto «Referéndum Revocatorio» que estaría sujeto, en primer lugar, al visto bueno y aprobación  del régimen, luego a los avatares de los sumisos  CNE y TSJ. Seguidamente, se tendría que lograr suficiente cantidad de votos ciudadanos aprobatorios (Contados (?) por el CNE , y, en el supuesto negado de lograrlo, sólo se removería del cargo al Presidente. Y éste, en su lugar, dejaría  constitucionalmente al o  a la VicePresidente en la Presidencia, acompañada (o)  por los mismos y actuales poderes públicos del régimen.  El resultado no sería otro que la negación de ningún cambio. Y sí una inevitable  pérdida de tiempo, falsas esperanzas y más frustración.
Si el país, como sucede de hecho, necesita cambiar, entonces, hay que andar. Pero con fe, coraje, honestidad y valentía. Nunca para seguirle haciendo un ruín juego a los delitos y a las burlas colectivas, a la vez que se impone la visión pequeña de una Nación a la que se le trata de convertir eternamente sólo en poder al gusto de quienes, día a día, no descansan en su dedicación de hacer posible la desaparición de la Democracia como forma de gobierno en y desde esta parte del mundo.
FELIZ NAVIDAD AMIGOS LECTORES.

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