Iglesia Venezolana

300 años de la fundación de la Universidad de Caracas: Palabras del Card Baltazar Porras

Igualmente, recogemos su intervención en la Academia Nacional de Medicina, en ocasión de la misma celebración

PALABRAS EN EL ACTO CONMEMORATIVO DE LOS 300 AÑOS DE LA FUNDACIÓN DE LA UNIVERSIDAD DE CARACAS, A CARGO DEL CARDENAL BALTAZAR PORRAS CARDOZO. Aula Magna de la UCV, 16 de diciembre de 2021.

 

Agradezco la invitación a participar en la conmemoración del tricentenario de la creación de la Universidad de Caracas, por Real Cédula del 22 de diciembre de 1721 bajo el reinado de Felipe V, y el Breve del Papa Inocencio XIII, de 19 de agosto de 1722 que se hizo efectivo el 9 de agosto de 1725, quedando así erigido el Seminario Conciliar en Real y Pontificia Universidad, transformada en los inicios republicanos en la Universidad Central de Venezuela.

 

Felicito y comparto la iniciativa para no dejar pasar desapercibida la importancia y trascendencia de esta fecha, no tanto para dar lugar a un acto académico más, sino para descubrir de nuevo la entraña renovadora del pensamiento cuando se abre a perspectivas insospechadas que superan cualquier corsé que pretenda encasillarla en las consabidas lecturas dialécticas, inútiles y paralizantes. Como toda obra humana tiene luces y sombras, pero hay que otear los claroscuros para encontrar el sentido más profundo de la razón de ser de su existencia.

 

Siendo lo que era en aquel momento Venezuela, una colonia de segundo orden en el espectro de la organización colonial hispana, llegó más tarde que otras regiones a saborear las mieles de instituciones básicas para su desarrollo integral. Tenemos que reconocer que el siglo XVIII, el de la ilustración, significó mucho más de lo que estamos acostumbrados a reconocer en la configuración de la identidad cultural global de nuestro país.

 

La superación de la ignorancia y el progreso en cualquier ramo del saber pasa por la educación en sus diversas formas. En los tres siglos coloniales dicho esfuerzo fue de la mano de la Iglesia. Aprender a pensar, a ejercer con competencia cualquier arte u oficio pasa por el tedioso aprendizaje, lento pero necesario, pues la solera del buen vino atraviesa el tiempo aparentemente muerto de la madurez. En nuestro caso, el tesón del polémico Fray Mauro de Tovar, la perspicacia del limeño Fray Antonio González de Acuña y la constancia de Diego de Baños y Sotomayor hicieron realidad a lo largo del siglo XVII la creación y consolidación del Colegio Seminario Santa Rosa de Lima de Caracas. Es conveniente recordar que esta institución no estaba reservada exclusivamente para los candidatos al sacerdocio. En ella se formaron muchos hombres que tuvieron relevancia en la vida civil en diversas profesiones o cargos.

 

La necesidad de una universidad venía de la mano porque obtener títulos académicos para ejercer funciones había que obtenerlo en Santa Fe, México o Santo Domingo, lejanos en la distancia, pero más lejanos aún del alcance financiero de la mayoría. Diego de Baños insistió muchas veces ante las autoridades peninsulares sin éxito, al igual que su sucesor Fray Francisco del Rincón a comienzos del siglo de las luces. Tocará al riojano Juan José Escalona y Calatayud, junto con el concurso de los alcaldes caraqueños, obtener de Su Majestad el Rey la presea de obtener la facultad de dar grados y erigir el Colegio en Universidad.

 

Frente a la imagen estereotipada que podemos tener de la universidad caraqueña, si nos fijamos exclusivamente en los aspectos negativos, el nacimiento de nuestra universidad no se puede comprender sin hacer referencia a la historia de la Iglesia. Más allá de los estrechos márgenes de los pensa y de las restricciones étnicas, no podemos dar la espalda a un pasado que habla de libertad, tradición y autonomía. Dos ejemplos bastan: el pardo Juan Germán Roscio se formó en la universidad escolástica y fue el primero en América Latina que razonó acertadamente sobre la validez de la democracia sobre el absolutismo en su obra “Triunfo de la libertad sobre el despotismo”. Algo más de medio siglo más tarde, José Gregorio Hernández pudo superar con éxito su pasantía parisina en el campo de la medicina, porque la base que adquirió en la maltratada universidad guzmancista fue de tal calibre que le permitió triunfar con creces.

 

En las primeras décadas del siglo XX, las condiciones impuestas por Cipriano Castro y Juan Vicente Gómez, silenciaron la voz universitaria, pero la semilla de la libertad estuvo latente hasta que la generación del 28 la convirtió en la vanguardia de las primeras protestas civiles contra la dictadura gomecista. Personajes de la talla de Miguel Otero Silva o Raúl Leoni jugaron un relevante papel en la lenta transición de la Venezuela dominada por los militares a los primeros gobiernos democráticos civiles. Años más tarde, entre 1940 y 1960, el hermoso y moderno proyecto de la Ciudad Universitaria, bajo la dirección del arquitecto Carlos Raúl Villanueva representa uno de los logros más trascendentales de la civilidad del país.

 

A partir de 1958 la Universidad amplió las posibilidades de ingreso a sus aulas a todos los sectores de la sociedad, pobres, integrantes de las clases medias y de los sectores más pudientes, convirtiéndose en un crisol de la movilidad social fruto de la moderna formación universitaria. En ese sentido, no se puede dejar de mencionar que históricamente la UCV ha sido epicentro de la crítica a los gobiernos de cualquier signo o tendencia política, siendo a la vez cuna de propuestas para solucionar los problemas que aquejan a nuestra sociedad en el ámbito multicolor del pensamiento y de la ciencia, en la lucha contra la desigualdad, la protección de los derechos ciudadanos y en la ética en el ejercicio de la función pública.

 

Debo destacar la cercanía de la Iglesia Católica en la historia y en la vida universitaria, ya que si bien la Universidad Central de Venezuela de una institución de carácter laico, tiene una vibrante y activa parroquia universitaria, bajo la conducción de prominentes miembros de la Compañía de Jesús y del clero diocesano.

 

Es hora de aprender que los tiempos que unos consideran decadentes y los viven con nostalgia, son una rémora para traspasar el umbral de las dificultades y asumirlas como oportunidades para darle a la educación superior y a sus instituciones el valor trascendente e insustituible en el mundo de todos los tiempos, y con mayor énfasis, en el actual. La pandemia y la crisis global que atrapa a nuestro país no podrán avizorar un nuevo escenario si prescinden del aporte de las universidades, concebidas como auténticos espacios de progreso porque la pluralidad de pensamiento, la diatriba científica, la opinión contrastada con las diversas visiones de la realidad, son las únicas que llevan de la mano a la libertad, el progreso y la equidad.

 

De allí la incomodidad que a todo poder constituido supone la autonomía. “Ante el eclipse de la vida ciudadana, ciertas personas decidieron dedicar sus energías a aprender; a educarse con la esperanza de permanecer libres e independientes en un mundo sometido; a desarrollar hasta el máximo posible todos sus talentos; a conseguir la mejor versión posible de sí mismos; a modelar su interior como una estatua; a hacer de su propia vida una obra de arte” (Irene Vallejo. El infinito en un junco. pp. 145-146). No hay ni habrá progreso posible en el orden social, político, económico, ético y religioso, sin una educación superior que esté atada solamente a la verdad, a la trascendencia y a la búsqueda del bienestar colectivo más allá de toda limitación ideológica.

 

Con la esperanza de que este camino es posible y necesario recorrer, elevo plegarias para que la añorada libertad, igualdad y fraternidad se haga presente para bien de todos. Concluyo con palabras del Papa Francisco a una delegación universitaria norteamericana: “Un aspecto urgente de esta misión educativa es el desarrollo de una visión universal, católica de la unidad de la familia humana y de un compromiso en la solidaridad activa necesaria para combatir las grandes desigualdades e injusticias que caracterizan al mundo de hoy. Las universidades, por su naturaleza, están llamada a ser laboratorios de diálogo y de encuentro al servicio de la verdad, de la justicia y de la defensa de la dignidad humana en todos los niveles” (discurso del Santo Padre Francisco a una delegación de la Villanova University de Filadelfia, 14 de abril de 2018).

 

Hagamos en la vida de cada día de esta casa las estrofas del Himno ucevista: “Esta casa que vence la sombra con su lumbre de fiel claridad, hoy se pone su traje de moza y se adorna con brisa de mar… Alma Mater, abierto Cabildo, donde el pueblo redime su voz: Nuestro pueblo de amable destino, como el tuyo, ¡empinado hacia Dios!”. Que así sea. Señores.-

 

PALABRAS DEL CARDENAL BALTAZAR PORRAS CARDOZO, EN LA SESIÓN DE LA ACADEMIA NACIONAL DE MEDICINA, EN HONOR AL TRICENTENARIO DE LA UNIVERSIDAD CENTRAL DE VENEZUELA. Palacio de las Academias, Caracas, jueves 16 de diciembre de 2021.

 

Feliz iniciativa de la Academia Nacional de Medicina, honrar al Alma Mater primigenia de la educación superior en Venezuela, al celebrar esta sesión en honor al tricentenario de la Universidad Central de Venezuela, efemérides sobresaliente en el calendario nacional que cada 22 de diciembre debería hacer memoria de esta fecha natalicia. Corona esta Sesión con la entrega de los premios Dr. José Gregorio Hernández, Dr. José María Vargas y Dr. Francisco Antonio Rísquez, tres prominentes galenos egresados de las aulas de la Universidad Central.

 

Agradezco la gentil deferencia del Dr. Enrique López Loyo, Presidente de esta Corporación, a quien aprovecho para reconocer públicamente el haber presidido y conformado el equipo médico que realizó el levantamiento forense de los restos de nuestro primer beato, con un informe de altísima calidad que mereció el mejor de los elogios al ser consignado ante las autoridades competentes del Vaticano para la certificación científica de la pertenencia de los restos examinados al Dr. José Gregorio Hernández Cisneros. Me honra el compartir con él y con los miembros de número la entrega de estos premios.

 

Forma parte del programa de esta Sesión solemne escuchar la historia de la Universidad Central de Venezuela, en la voz del Dr. Daniel Sánchez. La preocupación desde el inicio de las universidades medievales y las trasplantadas a nuestro continente durante el dominio colonial hispano, no quedaron restringidas a las humanidades. A la filosofía, la teología y el derecho se sumó muy pronto, el cultivo de las ciencias, comenzando por la medicina. Lorenzo Campins y Ballester cambió su lar mallorquín donde había nacido e iniciado sus estudios médicos para trasladarse a nuestra tierra en 1762, inaugurando al año siguiente 1763, la cátedra Prima de Medicina, dando comienzo en el alma mater caraqueña a las disciplinas ligadas a la salud humana.

 

En aquellos años finiseculares del siglo de las luces, se graduaron en la práctica médica para superar el curanderismo, inveterado ejercicio que todavía persiste presente en la cultura popular. José Domingo Díaz, furibundo criollo realista obtuvo el título de bachiller en medicina en 1795, al igual que Vicente Salias, cuatro años más tarde en 1799, a quien se atribuye la letra del Gloria al Bravo Pueblo.

 

En 1808, en vísperas de la independencia, se doctoró en medicina José María Vargas, cirujano, científico, catedrático, rector de la Universidad de Caracas y presidente de Venezuela, hombre de probadas virtudes ciudadanas. En medio de los avatares del azaroso siglo XIX republicano, obtuvieron los títulos de médicos Carlos Arvelo (1849), Arístides Rojas (1852) que unió su vocación de galeno con la de escritor, periodista y estudioso de nuestra ecología.

 

En la era guzmancista sobresalieron en el ejercicio de la medicina, superados los estudios en la Central, el neoespartano Francisco Antonio Rísquez (1876), epónimo de uno de los premios a otorgar en esta mañana, y cuatro insignes galenos, el tocuyano Lisandro Alvarado (1884), el caraqueño Luis Razzeti (1884), notable en la modernización de la medicina en Venezuela, y el trujillano José Gregorio Hernández Cisneros (1888), pionero en la ciencias médicas y en su vocación de servidor de los pobres movido por su fe religiosa. Curiosamente, representan también por sus orígenes, buena parte de la geografía nacional.

Para no cansar, la primera mitad del siglo XX nos ha dejado la sombra benéfica de ilustres médicos que obtuvieron su presea universitaria en la Central, y que quedan sus nombres en importantes centros sanitarios del país: Felipe Guevara Rojas (1902) y Pedro Carbonell (1910), ambos más tarde rectores de la UCV. Domingo Luciani (1911), José Francisco Torrealba (1923), dedicado a la investigación de las enfermedades parasitarias, el obstetra Leopoldo Aguerrevere (1924), Enrique Tejera Guevara (1924), Lia Imber de Coronil (1936), la primera mujer egresada con el título en Venezuela, Pastor Oropeza Riera (1937), Jacinto Convit (1938), Tobías Lasser (2938), los también rectores Miguel Layrisse (1945) y José Rafael Neri (1945) y el recientemente fallecido Blas Bruni Celli (1951), miembro además de varias academias. Ciertamente la lista es incompleta y podríamos añadir muchos otros nombres. Pero estos, son algunos de los que ponen muy en alto la calidad de lo que adquirieron en las aulas de la Universidad Central.

 

Permítanme un último pensamiento, relativo a la Academia, de la que estoy seguro, buen número de sus miembros son también egresados de la tricentenaria universidad que hoy nos congrega. Como dijo recientemente el Papa Francisco, “La Academia es un lugar donde el conocimiento se convierte en servicio, porque sin un saber que nace de la colaboración y que resulta en la cooperación no hay desarrollo humano genuino e integral”.

 

La labor y el aporte universitario se agiganta y fructifica para bien de la sociedad con estas corporaciones que no son un espacio de solaz para unos privilegiados. Al contrario, ser miembro de una de ellas es una exigencia de excelencia para hacer de la ciencia un instrumento al servicio del bien común, en particular de los más débiles de la sociedad. Con razón el libro de los Proverbios dice “El corazón alegre es una buena medicina, pero el espíritu triste seca los huesos” (Proverbios 17:22).

Es motivo de alegría y esperanza que la Academia Nacional de Medicina se sume hoy a enaltecer a la cumpleañera Universidad Central de Venezuela. Y en ella a todas las auténticas universidades nacionales, pues sin ellas, no hay futuro, ni salud física y espiritual posible. Felicitaciones a los galardonados y a los jurados que han escogido, seguramente, a los mejores trabajos. Que la navidad que está cercana caiga sobre nuestros cuerpos como rocío del cielo de fraternidad y de paz. Señores.

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