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COVID-19 ¿Hay razones para la (des)esperanza?

Los venezolanos no hemos podido acceder a algunas de las vacunas que afirman los que sí saben de eso que son las mejores, como la Moderna, o la Pfizer. Y las cifras que alegremente da el régimen son imposibles de ser revisadas con transparencia y ciertamente nadie cree que sean ciertas

Marcos Villasmil:

“Si hay grandes hechos históricos que constituyen constantes en todas las épocas son las guerras, las invasiones de unas naciones por otras, las tiranías, las migraciones, las hambrunas y las pestes”. 

 Joaquín Mattos Omar

Esta frase inicial muestra que con la llegada del chavismo Venezuela se sacó completica la lotería apocalíptica. Dedicamos hoy la nota a la peste.

Comienza un nuevo año y mientras el mundo se ve arrasado por la nueva cepa pandémica, la Ómicron, que hace sentir a los ciudadanos de las sociedades libres como en un nuevo purgatorio, en Venezuela vivimos en un infierno. Recordemos que nuestra experta epidemióloga mayor es Delcy Rodríguez.

Los venezolanos no hemos podido acceder a algunas de las vacunas que afirman los que sí saben de eso que son las mejores, como la Moderna, o la Pfizer. Y las cifras que alegremente da el régimen son imposibles de ser revisadas  con transparencia y ciertamente nadie cree que sean ciertas.

A diferencia de otras sociedades, donde hay gente irresponsable que no desea vacunarse, en Venezuela la mayoría quiere hacerlo, pero ha tenido que inventar de todo para lograrlo, incluso esperar por meses, si tiene suerte. Mientras que otros países, como Uruguay, dan ejemplo de preocupación por la salud de sus ciudadanos y diseñan políticas que tienen a la persona como centro -porque se respeta su dignidad- el chavo-madurismo ha querido incluso usar a algunos compatriotas como conejillos de Indias de unas inoculaciones -sería demasiado irresponsable llamarlas “vacunas”- elaboradas por la maquinaria médico-crematística-publicitaria del castrismo.

***

Conviene quizá hacer un breve repaso por el 2021, comenzando por afirmar que la sociedad norteamericana, una potencia con la ciencia necesaria para combatir el virus, se ha tropezado -ya desde 2020- con la  politización de la enfermedad en búsqueda de logros electorales.

Mientras, van dos años de una pandemia que comenzó a difundirse en China continental a finales de 2019. Al parecer, porque alguien se antojó de comer una sopa de murciélago. El primer caso detectado en los Estados Unidos fue en el estado de Washington, en enero de 2020.

Con cada nueva ola pandémica se han renovado los mensajes irresponsables de políticos con pasión por silenciar la gravedad, y que no toman la pandemia en serio porque siempre priorizan el poder a la salud general. Un ejemplo resaltante lo ha dado por desgracia la Madre Patria, donde la coalición de gobierno de Sánchez y Podemos ha cometido error tras error, sin mostrar ningún signo de arrepentimiento. Como recordaba Karina Sainz, hay quienes todavía se resisten a llamar Frankenstein a la coalición del ‘Gobierno progresista’ porque el monstruo de Mary Shelley les cae simpático.

Sobre el debate sin fin sobre cuál fue el origen del virus no ayuda, claro, el carácter opaco que caracteriza la información proveniente de la tiranía comunista china.

 

Brueghel: El triunfo de la muerte

 

Luego de la llegada -cual pintura de Brueghel- de nuevas vetas, en especial la “Delta” ¿puede ser acaso consuelo el que se nos diga que aparentemente Ómicron tiene efectos más leves -entre los vacunados, ojo-, que es un “resfriado fuerte”? Sin embargo, en los no vacunados el efecto puede ser devastador.

Se nos dice en cambio que el futuro traerá buenas noticias: Ómicron es tan contagioso que al infectar a una cantidad significativa de ciudadanos incrementará su nivel de inmunidad, ayudando con ello a disminuir la peligrosidad general del virus.

Igualmente hay nuevas armas para combatirlo, dos tratamientos post-infección, uno de Merck y otro incluso más potente de Pfizer, que disminuirían los riesgos de hospitalización y de muerte. En el caso de Pfizer incluso en un 90%, según muestran las investigaciones.

¿Cuál es el mejor escenario futuro? Que el COVID se convierta en una enfermedad endémica, con una presencia más normal en la vida diaria. Todavía causará enfermedad y muerte -debe recordarse que en los Estados Unidos, por ejemplo, miles de personas mueren anualmente de casos graves de gripe-. 

Lo cierto es que una enfermedad endémica no domina y rompe la vida, ni causa el aislamiento social y los problemas de salud pública como lo ha hecho la pandemia. Y que un futuro post-pandémico es posible, si estamos dispuestos a eliminar todas las telarañas negacionistas.

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¿Y Venezuela qué? Según informara El Nacional el 13 de marzo de 2020, el primer caso venezolano fue el de una funcionaria de un colegio ubicado en una urbanización de Caracas. De acuerdo con el reporte informativo de dicho diario, ella habría regresado de un largo viaje por el exterior.

A partir de ese momento se ha venido tejiendo una espectacular e indetenible red de mentiras y falsedades de Maduro -cada día más incapacitado para la compasión-  afirmando lo primero que se le ocurriera a su mente despreciadora de la vida de sus compatriotas.

Una vez más, ante este infierno pandémico se hizo presente  la Conferencia Episcopal Venezolana, afirmando que “el pueblo tiene el derecho a ser debidamente atendido tanto en la prevención como en los cuidados médicos necesarios”. Es una urgencia que debe enmarcarse en la llamada a practicar el mandamiento del amor fraterno”. “No se puede esperar más tiempo. Lo humano está por encima de las diatribas políticas, pues la vida de cada persona es digna y sagrada”.

¿Y el régimen? Delcy Rodríguez acaba de afirmar que el pueblo venezolano ha cumplido la meta de un 90% de la población vacunada”.  Ni ella se lo cree.

Concluyo la nota con este párrafo del autor de la frase inicial, el escritor y periodista colombiano Joaquín Mattos Omar:

  “La historia suele ser cruel y fuente de estragos y cataclismos para los seres humanos. No obstante, tales hechos no pueden impedirnos que cumplamos con la necesidad de llevar una vida corriente: enamorarnos, hacer el amor, ver películas, leer, bailar, disfrutar de un asado, entregarnos a nuestras vocaciones profesionales, jugar al dominó o simplemente sentarnos “bajo un árbol, / a orillas de un río, / una mañana soleada”, que, como dice Wislawa Szymborska, “es un hecho anodino / que no pasará a la historia”.-

El Venezolano/América 2.1

 

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