Interesante reseña del libro de Irene Vallejo: «El Infinito en un junco»
¿Habrá tenido tiempo de dormir siquiera cinco minutos esta excelente autora cuando escribió este libro?
EL INFINITO EN UN JUNCO
Irene Vallejo
Madrid, Ediciones Siruela, 2019, 437 p.
FJ Duplá:
¿Habrá tenido tiempo de dormir siquiera cinco minutos esta excelente autora cuando escribió este libro? Es impresionante el despliegue de conocimiento que muestra, ofrecido en un precioso estilo que hace la lectura muy agradable. Ha consultado y cita nada menos que a 121 autores, algunos de ellos con más de una obra. Para un ignorante en la materia – como yo – el estudio de Irene ofrece aspectos apasionantes que nos llevan a la prehistoria y nos deslizan hacia un mundo futuro lleno de incógnitas sobre la permanencia del libro o su desaparición.
De la palabra que se lleva el viento en los miles de años de la prehistoria a los primeros intentos de perpetuarla grabada o pintada sobre rocas, surgen muchas preguntas: ¿Cómo apareció el libro, quién lo inventó? ¿Cómo aparecieron sus antecesores: el códice, el pergamino, el papiro? ¿Cómo se inventó el alfabeto? ¿Cuándo surgieron las bibliotecas y qué papel jugaban en aquellas sociedades analfabetas? Citando a Mia Couto, dice en un epígrafe la autora: «Parecen dibujos, pero dentro de las letras están las voces. Cada página es una caja infinita de voces». Hasta hace unos pocos siglos la lectura se hacía en voz alta, aunque el que leyera estuviera solo. Es hacer resonar lo escrito, es leerlo con los ojos y con la voz.
La famosa biblioteca de Alejandría fue quemada tres veces: si sus obras coinciden con el Corán, están de sobra y si no, hay que quemarlas, fue el leitmotiv que la redujo a cenizas. El gobierno, la oratoria, la escritura eran cosas de hombres en Grecia y Roma y prohibidas a las mujeres, pero algunas rompieron la ley y se hicieron famosas con hábil disimulo. Los rollos de papiros eran atacados por la humedad y los insectos, pero algunos perduraron de manera insólita, como en Herculano bajo la lava petrificada del Etna. Muchos libros han sido proscritos, prohibidos, condenados a la hoguera, desaparecidos; la Inquisición, por motivos religiosos, quemó muchos libros considerados heréticos; el nazismo, la revolución de Mao quemaron miles de libros en hogueras públicas para desalentar la libertad de pensamiento. Pero por encima de esos episodios hay libros que son reproducidos en infinidad de ediciones, como los clásicos griegos y latinos, la Biblia y los escritos por Cervantes, Shakespeare, Molière, Rousseau, Víctor Hugo, Dumas, Manzoni, Kafka, Joyce y un largo etcétera.
Irene cuenta cómo desde niña le leía cuentos su madre antes de dormir y cómo ese mundo a caballo entre la fantasía y la realidad orientó su vida hacia la escritura. La lectura introduce en vidas ajenas, el lector – sobre todo si es adolescente – se apega o toma distancia de los personajes que aparecen, vive, sufre, goza con ellos y desearía conocerlos en la vida real. Leer es vivir varias vidas a la vez. O como dice Antonio Basanta, en Leer contra la nada, citado en epígrafe: «Leer es siempre un traslado, un viaje, un irse para encontrarse. Leer, aun siendo un acto comúnmente sedentario, nos vuelve a nuestra condición de nómadas».
Y escribir… ¡ay escribir! Irene cuenta en el prólogo cómo surge este libro y cómo en general se les ocurre escribir a muchos:
“Siempre me asusta escribir las primeras líneas, cruzar el umbral de un nuevo libro. Cuando he recorrido todas las bibliotecas, cuando los cuadernos revientan de notas enfebrecidas, cuando ya no se me ocurren pretextos razonables, ni siquiera insensatos, para seguir esperando, lo retraso aún varios días durante los cuales entiendo en qué consiste ser cobarde. Sencillamente, no me siento capaz. Todo debería estar ahí —el tono, el sentido del humor, la poesía, el ritmo, las promesas—. Los capítulos todavía sin escribir deberían adivinarse ya, pugnando por nacer, en el semillero de las palabras elegidas para empezar. Pero ¿cómo se hace eso? Mi bagaje ahora mismo son las dudas. Con cada libro vuelvo al punto de partida y al corazón agitado de todas las primeras veces. Escribir es intentar descubrir lo que escribiríamos si escribiésemos, así lo expresa Marguerite Duras, pasando del infinitivo al condicional y luego al subjuntivo, como si sintiese el suelo resquebrajarse bajo sus pies. En el fondo, no es tan diferente de todas esas cosas que empezamos a hacer antes de saber hacerlas: hablar otro idioma, conducir, ser madre. Vivir.”
Dicho de otra forma menos poética, escribir es ponerse a escribir. Y entonces ocurre lo que escribí hace tiempo hablando de este arte que domina Irene: Escribir es dialogar conmigo mismo, con gente que me conoce o que aprecio, pero también con gente que nunca conoceré. Para todos resulta una sorpresa la develación, también para mí mismo. Escribir es un retrato en acción, que va cambiando según la inspiración y el humor: a veces los trazos son impresionistas, casi puntillistas, que sólo de lejos adquieren sentido y belleza; otras veces se distorsionan en los recovecos de un cubismo impredecible. Hay veces en que el cuadro parece una fotografía y uno siente el pudor de la entrega desnuda. Escribir siempre es una confesión: de angustia, de duda, de felicidad delirante, de añoranza aterciopelada. Para escribir hace falta densidad de historia personal y capacidad de embeberse en el alma ajena. Sólo el que ha sufrido y amado, que en el fondo viene siendo lo mismo, puede escribir con la autenticidad de la propia sangre.
El que se anime a leer este libro de Irene Vallejo le acompañarán infinidad de personajes del mundo antiguo y moderno, muchos de ellos conocidos, otros no tanto. Le saludarán de lejos y de cerca, intentarán meterse en su cerebro y en su corazón, unos para recibir alabanzas, otros para prorrumpir en excusas por lo mal que supieron vivir. En ese sentido toda vida pasada puede servir para señalar senderos, pero eso sí, es uno mismo el que tiene que decidirse a transitar por los mejores senderos, esos que le lleven a querer a los demás y servirles.-
Mayo 2021