Trabajos especiales

Dos tipos de líderes destructivos en la Iglesia: el pervertido y el narcisista… el caso francés

El análisis de la periodista de «La Croix», Céline Hoyeau, en «La Trahison des pères»

Hay que ser sinceros: es asombrosa la cantidad de líderes abusadores y destructivos y nuevas comunidades destrozadas que se han concentrado en la Iglesia en Francia, aunque evidentemente algunas se afincaron en otros países sin que los controles allí fueron mejores. De hecho, al menos en Francia se han ido conociendo y publicando.

Céline Hoyeau, católica que ama la Iglesia, periodista especializada en La Croix, que de joven trató con varias de estas nuevas comunidades que le parecían llenas de fe y vida, con tristeza ha publicado en 2021 en Bayard su libro La Trahison des pères (La traición de los padres).

Portada del libro La Trahison des Pères, sobre líderes tóxicos y abusadores en comunidades católicas francesas

Su primer mérito es lograr juntar en un sólo libro toda la suciedad que estaba dispersa en muchas fuentes y que ha salido a la luz en últimos 20 años. Aún falta mucha información, muchos casos por analizar, pero con lo que hay  su análisis se centra especialmente en estos fundadores cuyo lado oscuro se ha revelado en los últimos años.

Su primer capítulo se titula «La Caída de las Estrellas». Y esta es la larga y triste lista de líderes juzgados y sentenciados por la justicia eclesiástica o la civil que el libro cubre:

– la Oficina de Cultura de Cluny (OCC) de Olivier Fenoy,
– el centro de caridad de Tressaint (Côtes d’Armor) dirigido por André-Marie van der Borght,
– Gérard Croissant, alias hermano Ephraim, fundador de la Comunidad de las Bienaventuranzas, y su cuñado Philippe Madre,
– Thierry de Roucy, ex superior de la Abadía de Ourscamp (Oise) y de su fundación Puntos Corazón, las Siervas de la Presencia de Dios y la Fraternidad Molokai,
– Marie-Pierre Faye y la Fraternidad de María, Reina Inmaculada,
– Jacques Marin, Georges y Marie-Josette de la Comunidad de Palabra de Vida (o Verbo de Vida),
– Jacky Parmentier y la comunidad de la Santa Cruz,
– Pascal y Marie-Annick Pingault de la Comunidad Pan de Vida,
– Jean-Michel Rousseau de la comunidad Fondacio (bajo sus diversos nombres),
– Mansour Labaky y su orfanato en Douvres-la-Délivrande (Calvados),
– Jean Vanier y la Comunidad del Arca
– Georges Finet y los Foyers de la Charité.

Las personas en esta lista han sido sancionados por la Iglesia, o por autoridades civiles, o detallados informes con denuncias oficiales han revelado la corrupción en su interior. Aunque hay algunos matices. El caso de Georges Finet (1898-1990) sería de estos últimos: no está aún claro, muchos defienden su inocencia y siguen las investigaciones.

Algunas de estas entidades fueron clausuradas por los obispos; la mayoría, una vez muertos o castigados los fundadores, intentan ser reencauzadas y saneadas.
La periodista escribe que la lista podría ampliarse con otras investigaciones aún en marcha o más casos dudosos, como la figura de Pierre-Marie Delfieux (fallecido en 2013), fundador de las Fraternidades Monásticas de Jerusalén, o la situación en la familia monástica de Belén. En el transcurso del libro, además de las ya listadas, menciona otras organizaciones menores, más o menos efímeras, que solían desmantelar obispos preocupados.

Bastantes no son abusos sexuales, sino de autoridad o gestión

Hay que tener en cuenta que unos cuantos figuran en la lista por abusos de autoridad, estafa y mala gestión de recursos. Por ejemplo, Pascal y Marie-Annick Pingault fueron sentenciados por un tribunal civil por dejar de pagar durante décadas la Seguridad Social y fondos de jubilación de consagrados en su comunidad… pero sí pagaban la suya propia.
Pan de Vida, fundada en 1976, pretendía ser una comunidad centrada en la vida austera, la acogida de discapacitados y adictos en un mismo hogar, con amistad y oración. Obispos y donantes aportaban dinero o recursos. Y el matrimonio Pingault gestionó mal el dinero y otras cosas. El obispo de Bayeux-Lisieux suprimió esta asociación en 2015, y ya no tiene reconocimiento católico.

El caso de los Pingault no es sexual. Pero muchos sí lo son. Bastantes son casos de abuso espiritual que lleva a las relaciones sexuales con adultos manipulados, sean fieles, consagrados o personas atendidas, más o menos vulnerables. Es el caso de Croissant y Philippe Madre en Bienaventuranzas, y parece que también el de Jean Vanier.

Otros son casos que sí implican abusos sexuales a menores.

Escena de la película Les Eblouis, con un líder espiritual manipulador
Escena de la película de 2019 Les Eblouis, con un líder espiritual manipulador
Y también hay casos de abusos espirituales, sin pasar por lo sexual: personas anuladas y emocionalmente machacadas por su supuesto guía, al que a menudo da dinero, tiempo, servicios, amistad… y a cambio recibe engaño, falsedad y sectarismo. Hay casos que la justicia civil ve difícil enjuiciar, pero que la autoridad eclesiástica constata que cruzan todas las líneas permisibles y deben ser suspendidos y castigados.

Un punto fuerte del libro es el análisis de como a veces los líderes de distintos grupos se apoyaban entre sí. En La Croix la autora ya lo planteó el 22 de febrero de 2021 investigando las relaciones entre el dominico Pierre Deheau («Thomas» en religión), sus dos sobrinos, también dominicos -en religión Thomas Philippe y Marie-Dominique Philippe-,  Jean Vanier (El Arca), Gérard Croissant/hermano Ephraïm (Bienaventuranzas) y Thierry de Roucy (Puntos Corazón).

Dos casos distintos: el narcisista y el verdadero pervertido

La periodista, después de repasar los distintos casos, propone distinguir entre dos perfiles: el narcisista y el «verdadero pervertido».

El líder narcisista en este contexto sería una persona con un defecto narcisista, que se enmarca en una escala (los hay más y menos narcisistas). Probablemente era sincero en su conversión (muchos son conversos en los años 70) y en su impulso inicial: quiere poner en marcha algo grande y quizá un poco alocado o atrevido para servir a Dios, con niños, con pobres, con familias… Crea poco a poco un contexto como líder que no tiene que responder ante nadie. Le halagan y se rodea de halagadores. Quizá su red funcione más o menos bien un tiempo, si no anula demasiado a sus colaboradores.

Pero exige reconocimiento de forma insaciable. No piensa aceptar que sea verdad que se produzca algún problema, no quiere malas noticias, y cuando las recibe castiga al mensajero. Se autoengaña, se cree sus propios embustes, cree hacerlo muy bien y estar guiado por Dios o su genialidad. Es encantador y convincente y así engaña a los demás. Hasta que se acumulan las estafas, engaños, falsedades y desastres pastorales, económicos o humanos y todo se derrumba. Varios de los líderes no implicados en una red sexual serían de este perfil.

El «verdadero pervertido» es peor. Crea conscientemente una red de poder y control, que dirige completamente. Disfruta controlando, humillando y destruyendo a las personas. Toda la red está diseñada para servir a sus propósito de control, que incluyen a menudo el abuso sexual, los lujos, quizá la droga… Para ello manipularían lo que hiciera falta: la Biblia, los ejemplos de los santos, la doctrina, etc…

En ambos casos, dice la periodista, eran «personalidades de doble cara». «Su seducción, su aura que les da poder sobre los demás, no eran malas en sí mismas, pero lo eran en la medida en que las usaban para ocultar su lado oscuro, hipnotizar a los que les rodeaban, calmar su conciencia y maltratarlos con impunidad».

Se puede sospechar que en los casos de líder meramente narcisista, es más fácil sanear la comunidad una vez se retira el líder. En los casos de «verdadero pervertido» puede ser más difícil o imposible sanearlo: toda la estructura, espiritualidad, pastoral, estaría corrupta, diseñada para servirle y ocultar sus maldades.

La falta de supervisión y el auge de los gurús

Muchas de estas comunidades surgieron a finales de los 60 y principios de los 70, y la gente acudía a sus fundadores mirándolos igual que a un gurú de la India, a un líder espiritual oriental. Y esto sucedía al mismo tiempo que se perdía la autoridad del cura «de a pie», que ya no llevaba sotana ni pedía que se le tratara de usted.

La ordenación sacerdotal, el poder consagrar o confesar, no impresionaba mucho. Cualquier «funcionario aburrido» podía. A un pastor espiritual se le pedía mucho más: cercanía, elocuencia, o poder sobrenatural, contacto con Dios… y eso prometían.

Muchos fieles eran conversos, o jóvenes, y sabían poco de religión. Su «líder» se convertía en su única fuente.

Otros muchos jóvenes pertenecían a la primera generación sin padre: padre ausente por el divorcio cada vez más fácil, o padre débil e invisible, sin autoridad, que no se atreve a prohibir, en contraste con la generación anterior. Y el gurú se presentaba como un padre, el que no tenían en la vida real. Las víctimas muchas veces no podían comparar con un padre de verdad (a menudo, tampoco con otros clérigos fuera del grupo).

Estos fieles se entregaban a su «padre espiritual», dice la periodista, «como si fueran niños pequeños, renunciando muchas veces a su responsabilidad de adultos y a su espíritu crítico”.

Era una época de efervescencia espiritual, muchos acudían a otras espiritualidades… Precisamente, al atraer fieles estos líderes podían presentarse con orgullo ante los obispos. También había caos doctrinal y pastoral por el postconcilio… y estos fundadores prometían certezas, respuestas y  seguridades.

«A algunos católicos, desestabilizados por las secuelas del Concilio, les parecieron los salvadores de una Iglesia en crisis», escribe la autora.
Escena de la película Les Eblouis, la historia de una familia en una comunidad católica de tintes sectarios

La supervisión por parte de los obispos tampoco fue ejemplar ni muy astuta. “El clima posconciliar jugó también con la indulgencia de la jerarquía. La Iglesia dio la espalda a la severidad del final del reinado de Pío XII», detalla la autora.

Muchas diócesis tardaron en reaccionar. Se podría decir que Roma tampoco investigó mucho, pero en el caso de Francia se trata de comunidades de tamaño mediano, con poca presencia internacional: era jurisdicción de obispos franceses, más que de oficinas vaticanas.

La periodista critica también a los teólogos: pocos investigaron el fenómeno de las nuevas comunidades y sus realidades pastorales.

La división entre «progres» y «conservadores», otro bloqueo

La periodista lamenta que muchas alarmas se acallaron o desestimaron por la división entre progresistas y conservadores (o quizá incluso en tres bandos, si se añaden los ambientes carismáticos). Por ejemplo, la revista eclesial muy liberal Golias a veces detectaba y publicaba casos de abusos de algunas de esas comunidades -casi nadie más lo hacía-, pero los lectores que no eran de ambientes «progres» lo miraban con desconfianza: «van a por ellos por ser conservadores», «se lo inventan porque no soportan a las nuevas comunidades». Los mismos obispos pensaban así y no se molestaban en investigar los casos o lo hacían sin fuerza.

La herida que deja la traición

Céline Hoyeau insiste en el libro que ella es una más de las personas que se siente traicionada por personas que en su momento le habían resultado inspiradores.

“Siendo estudiante de secundaria, todos los meses devoraba los artículos editoriales de Ephraim en ‘Feu et lumière’, la revista de espiritualidad de la comunidad de las Bienaventuranzas, que él fundó […] En el Festival de la Juventud organizado por Chemin Neuf [Camino Nuevo, una comunidad ignaciana, carismática y ecuménica, sin escándalos que se conozcan] en Hautecombe, en el verano de 1993, me impresionó el humilde y conmovedor testimonio de Jean Vanier  [de El Arca]; hice de su libro ‘Comunidad, lugar de perdón y fiesta’, mi libro de cabecera. En esa época, mis allegados partían hacia los barrios marginales de Rumania o América Latina, enviados por el Padre Thierry de Courcy, quien los envió a experimentar la amistad libre y la compasión con los niños de los barrios más pobres del planeta», explica la periodista al inicio del libro, que se reconoce como «de la generación de Juan Pablo II».

Pero como periodista, con el paso del tiempo, fue descubriendo las manzanas podridas.

«Primero, en Roma, donde […] descubrí amargamente la doble vida de ciertos sacerdotes. Luego, una década más tarde, en el departamento de «Religión» del diario La Croix, a lo largo de los meses, investigando los excesos de aquellos que inspiraron mis años de juventud», añade.

Cuando titula el libro «La traición de los padres» se refiere a los abusadores y estafadores, pero también a la caída de la figura paterna ejemplar, el sacerdote no gurú y al fracaso de los obispos como supervisores. Ser consciente de estos peligros debería ayudar a prevenirlos y evitarlos.-

P.J.Ginés/ReL

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