La escena internacional para el 2022: entre certezas e incertidumbres
Intervención del embajador Edmundo González Urrutia
FORO: PERSPECTIVAS 2022
Intervención del embajador Edmundo González Urrutia
La escena internacional para el 2022: entre certezas e incertidumbres
Edmundo González Urrutia – Instituto de Estudios Parlamentarios Fermín Toro:
Decíamos el año pasado en el foro perspectivas para el 2021 que la incertidumbre, la inestabilidad y el desconcierto continuarían siendo factores predominantes en el tablero geopolítico global. Hoy, para estas mismas fechas, pareciera que el panorama no ha cambiado mucho desde entonces.
Iniciamos un nuevo año marcado por los efectos de la crisis sanitaria global del COVID 19, el aumento de los contagios, la irrupción de nuevas cepas (delta, ómicrom) y su impacto en las relaciones internacionales: reacomodos geopolíticos, amenazas a la paz y la seguridad, y turbulencias en varias regiones del mundo. Y aunque el futuro siempre es incierto, pareciera existir un consenso en torno a la trascendencia del momento y el cansancio de la población ante las crecientes restricciones impuestas por la pandemia. No en balde esta ha sido considerada como la amenaza más importante a la seguridad global después de la Segunda Guerra Mundial.
Ya lo advertía el secretario general de las Naciones Unidas, António Guterres, durante un encuentro del Consejo de Seguridad el 11 de abril del 2020, al decir que:
La pandemia plantea una amenaza significativa para el mantenimiento de la paz y la seguridad internacionales que podría conducir a un aumento de los disturbios sociales y la violencia que socavarían en gran medida nuestra capacidad para combatir la enfermedad. En algunos entornos de conflicto, la incertidumbre creada por la pandemia puede crear incentivos para que algunos actores promuevan más división y agitación. Esto podría conducir a una escalada de violencia y, posiblemente, a errores de cálculo devastadores, lo que podría afianzar aún más las guerras en curso y complicar los esfuerzos para luchar contra la pandemia.
A exactamente dos años (21 de enero 2020) del anuncio del confinamiento en la ciudad de Wuhan en China, lugar al que se atribuye el origen del virus, la realidad es que continuamos viviendo en medio de la incertidumbre, la desconfianza y el desconcierto, lo cual ha generado la aplicación de medidas excepcionales destinadas a mitigar los efectos de la pandemia. De tal forma, que los Estados de alarma, de excepción y de emergencia se han convertido en algo de rutina en la vida cotidiana en muchos países, al igual que otras medidas como las cuarentenas, aislamientos, restricciones a la movilidad y el cierre de fronteras.
Lo cierto es que esa realidad ha provocado en casi toda la región un aumento del déficit fiscal, mayores niveles de endeudamiento, aumento de la informalidad laboral y una creciente inflación. Por lo pronto, algunas cifras del Fondo Monetario Internacional (FMI) evidencian el impacto de la pandemia: la recuperación económica global continuará, aunque el impulso se ha debilitado y la incertidumbre ha aumentado. Se proyecta que la economía global crecerá un 4.9%. La rápida expansión de la variante delta y las amenazas de otras nuevas cepas han aumentado la incertidumbre en torno a cuán rápido puede superarse la pandemia. Sin embargo, en el plano regional, la Comisión Económica para América Latina (CEPAL) pronostica que la economía crecerá un 3.7% en Colombia, 3% en Perú, 2.9% en México, 0.5% en Brasil, 2.2 % en Argentina y un 1.9% en Chile.
En otro orden de ideas, y a diferencia de lo ocurrido en las décadas de los 80 y 90, cuando una ola de cambios políticos provocó el llamado “renacer democrático” en Latinoamérica, el panorama que nos presenta la región luego de los resultados de varios procesos electorales ocurridos en tiempos recientes y, sobre todo, los que podrían venir en el año que se inicia, nos muestra un cuadro diferente que pareciera confirmar la conocida tesis del péndulo o de los ciclos históricos.
En realidad, estamos ante un escenario donde el cansancio por la política y el desencanto por algunos de sus dirigentes, son un llamado de atención que debe tomarse muy en serio. Las violentas protestas sociales que ocurrieron en Chile para el 2019, y en Colombia durante el 2021, y, en menor grado en Ecuador, fueron una expresión de la necesidad de cambios en las sociedades de esos países y sirvieron de antesala a los que habrían de venir.
En Honduras, el triunfo de Xiomara Castro, que puso fin a varias décadas de gobiernos de los partidos tradicionales, representa un nuevo giro a la izquierda en la política regional. Recordemos que Castro es la esposa de Manuel Zelaya, dirigente depuesto en 2009, quien fue un estrecho aliado de la llamada Revolución bolivariana y mantiene una activa presencia en los foros internacionales de la izquierda regional como el Foro de São Paulo y el Grupo de Puebla.
El gobierno del presidente Pedro Castillo en Perú, continúa bajo el signo de la inestabilidad y estuvo a pocos votos de ser destituido en juicio político por el Poder Legislativo. No obstante algunos amagos promovidos por un sector del partido Perú Libre, el mandatario peruano se ha mantenido hasta ahora distante del radicalismo de izquierda que algunos vaticinaban. ¿Hasta cuando se mantendrá en esa posición?, es algo que no sabemos pero que debemos estar atentos.
Los resultados de la elección presidencial en Chile el pasado 19 de diciembre parecieran confirmar los giros geopolíticos que están produciéndose en la región. Faltan pocos días para su toma de posesión, y aun cuando en la coalición que apoyó la candidatura de Boric se incluyen organizaciones como el Partido Comunista, algunos analistas apuntan a que podría realizar una gestión afincada en el pragmatismo –como lo hizo en la campaña para la segunda vuelta– y sin el dogmatismo de la izquierda radical.
Lo cierto es que los reacomodos políticos que se están produciendo, van de la mano de la configuración de nuevas alianzas como las que están impulsando los gobiernos de López Obrador en México y de Alberto Fernández en Argentina –que ahora preside la CELAC– en un intento por apuntalar el llamado eje progresista en su inocultable empeño por erigirse como una instancia alternativa a la Organización de Estados Americanos (OEA).
En este sentido no han sido pocos los esfuerzos por incorporar al recién electo presidente de Chile a esta alianza estratégica progresista que busca “darle una nueva intensidad a la lucha por tener una voz común en América Latina y el Caribe”, como lo expreso el Ministro de Relaciones Exteriores de México, Marcelo Ebrard, en su reciente visita a Santiago de Chile y que fuera ratificado en el comunicado conjunto hecho público en esa ocasión al señalar que “(…) durante el encuentro, las partes resaltaron la visión progresista compartida por el Gobierno de México y el próximo Gobierno de Chile”.
En el mes de febrero de este año 2022, también habrá elecciones presidenciales en Costa Rica con su modelo político de estabilidad y moderación que ha dominado los últimos 50 años.
Por otra parte, Colombia tendrá comicios en mayo con un panorama electoral que luce complicado ante una polarización político-ideológica entre un candidato de izquierda y un conjunto de fuerzas de centroderecha que no han logrado ponerse de acuerdo en un candidato único. Sus alcances son clave no solo para la subregión andina sino para el hemisferio y en particular para Venezuela.
Hasta el momento las sospechas de un eventual triunfo del candidato Gustavo Petro en Colombia suscita preocupación en varios gobiernos latinoamericanos. Este dirigente fue parte de la agrupación guerrillera M-19, desmovilizada en 1991, y desde entonces ha sido un referente de la política nacional colombiana. Fue electo diputado al Congreso, senador y alcalde mayor de Bogotá. Fue candidato presidencial en las elecciones de 2010 y 2018. En esta última obtuvo 8 millones de votos, la más alta votación para un candidato de la izquierda colombiana.
No hay que descartar otro escenario en el cual el ganador se defina en una segunda vuelta, en este caso, entre Petro y un candidato del centro político.
Y por último tenemos las elecciones en Brasil en el mes de octubre. En cuanto a dichas presidenciales, la imagen de Lula da Silva, emblemática figura del llamado progresismo latinoamericano, se proyecta con fuerza para recuperar el poder del Partido de los Trabajadores. A menos de un año para la elección presidencial, Lula, quien cuenta con un 44% de respaldo popular y busca su tercer mandato como presidente, no oculta su estrategia para presentarse como un líder moderado y conciliador con proyección de estadista. Un eventual triunfo del ex mandatario de un país que juega un papel clave en el tablero geopolítico mundial, impulsaría la tendencia hacia el auge de la izquierda en la escena regional.
Resulta inescapable en este análisis mencionar la “tóxica” pareja presidencial que gobierna Nicaragua que fue reelecta en unos comicios amañados, con candidatos opositores en la cárcel, y cuyos resultados fueron cuestionados por la comunidad democrática internacional. Daniel Ortega, sobre quien hay señalamientos de pedofilia y violación de menores, gobierna ese país desde 2007 y tomo posesión de su cuarto mandato consecutivo hace pocos días en una deslucida ceremonia que reveló su creciente aislamiento internacional y la falta de legitimidad política.
En todo caso, estamos ante un escenario de un creciente auge del populismo, que utilizando una retórica confrontacional y polarizante, se traduce en un debilitamiento de la institucionalidad democrática.
Sea como fuere, observamos para este 2022 los intentos por dar un renovado impulso al multilateralismo a través de instancias como la CELAC, el Foro de São Paulo y el Grupo de Puebla. Incluso, la muy debilitada ALBA, aspira recobrar protagonismo. Es así como con la reelección de Ortega en Nicaragua, el triunfo de Xiomara Castro en Honduras y el retorno al poder del partido de Evo Morales en Bolivia, ha llevado a que los gobiernos de Cuba y Venezuela hayan decidido convocar al ALBA en este año.
Si ampliamos la mirada hacia el norte del hemisferio, anotemos lo que pueda ocurrir en las elecciones de medio término en Estados Unidos de América, con unas proyecciones que apuntan a un eventual triunfo del Partido Republicano en la Cámara de Representantes. Esta circunstancia complicaría la agenda de gobierno del presidente Joe Biden y podría influir en las ambiciones de Donald Trump para las elecciones presidenciales del 2024.
Más allá de lo estrictamente regional, en la escena mundial se aprecian crecientes tensiones entre las grandes potencias. Las fricciones y rivalidades entre Estados Unidos y China, ya no solo en el ámbito comercial, marcaran el clima geopolítico global con el gigante asiático fortaleciendo su presencia e influencia en América Latina, expandiendo sus inversiones sobretodo en infraestructura, y utilizando la llamada “diplomacia de vacunas” como un importante instrumento de su política exterior. Solo para este año 2022 las autoridades chinas han prometido donar 2.000 millones de vacunas al mundo según reseñan importantes fuentes.
Al cumplirse el primer año de gobierno, la imagen del presidente Biden comienza a verse afectada por la inflación, la irrupción de episodios y disturbios raciales, y algunas posturas inconsistentes en materia de política exterior.
Al mismo tiempo el mundo observa con preocupación la irrupción de nuevos focos de tensión en Ucrania entre Estados Unidos, los integrantes de la Alianza Atlántica y Rusia acompañados de importantes movilizaciones y presencia de efectivos militares en esa zona. Las advertencias del secretario de Estado Anthony Blinken a Rusia, que debe escoger entre el diálogo y la concertación, son una señal muy clara de lo que está en juego: una seria amenaza de Rusia de invadir Ucrania y la disposición de Washington de no permitirlo. Agreguemos a esto las advertencias del secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, en el sentido de que la Alianza Atlántica no toleraría una intervención militar rusa en Ucrania y que apoyaban el derecho a su autodefensa. Agregando que “(…) habrá costos severos, costos económicos y políticos, para Rusia si usa una vez más la fuerza militar contra Ucrania”.
Las amenazas de Rusia de desplegar tropas en Venezuela y Cuba, son un reflejo de lo complejo de esta situación. Las conversaciones en curso entre potencias de la OTAN y las autoridades rusas dan cuenta de la gravedad de la situación y son un atisbo de esperanza de que pueda encontrase una solución diplomática a este espinoso asunto.
Finalmente, En el caso venezolano, y desde la perspectiva de la alianza opositora, conviene no “satanizar” de antemano cualquier resultado electoral. Allí tenemos los casos de Perú y de Chile cuyos dirigentes han moderado el lenguaje radical y agresivo de la contienda electoral. En términos prospectivos es necesario intentar construir puentes con estos gobernantes respetando la diversidad ideológica.
Obviamente que hay diferencias de fondo en algunos temas que difícilmente podrían formar parte de una agenda compartida con gobiernos de orientaciones ideológicas antagónicas. Este es el caso de asuntos como la institucionalidad democrática, los derechos humanos, las libertades económicas. No obstante, existen otras materias que por su naturaleza podrían servir de base para una agenda compartida: la pandemia, la crisis humanitaria, el bienestar social (equidad, salarios, productividad,) la ecología. Este sería el reto que nos correspondería abordar.
Por lo pronto, este es el horizonte de la escena internacional que nos encuentra para este momento.
¡Gracias por su atención!!!
Caracas, 25 de enero del 2022