Lecturas recomendadas

Encuentros 12

Nelson Martínez Rust:

 

¡Bienvenidos!

En nuestros días, ¿el Vaticano II es actual? ¿Tiene, aún, algo que decirnos? La pregunta no es retórica. En efecto, se han alzado voces pidiendo un nuevo Concilio. Además, en los tiempos en los cuales vivimos, la permanencia de la vigencia de las ideas, los escritos, y los mismos acontecimientos, por muy novedosos que sean, envejecen rápidamente y son sustituidos por las novedades que se van imponiendo, muchas veces – la mayoría de las veces -, de manera acrítica. Es un hecho que inclusive afecta a la misma Iglesia. Las modas teológicas van y vienen, como las olas del mar.

Para responder a la interrogante que ha sido puesta en algunos medios académicos se hace imprescindible tener presente los siguientes puntos ya enunciados con anterioridad: 1º. Es necesario no olvidar la realidad de la historia. Todo acontecimiento tiene su historia – ubicación en el tiempo, en el espacio y en unas circunstancias determinadas – nada, absolutamente nada, se da fuera de esa coordenada. El ser humano y su existir es una realidad preponderantemente histórica. Por consiguiente, el Concilio debe ser afrontado teniendo presente esa misma realidad. El Concilio fue hijo de su tiempo, de sus circunstancias, del momento histórico que le tocó vivir, de las inquietudes intelectuales de los hombres que llevaron a cabo su realización. Para entendérselo bien, es indispensable estudiarlo en este “ambiente vital” del cual él forma parte. 2º. La Iglesia, aun cuando se encuentra sumida en la historia, es portadora de una realidad trascendente, sobrenatural: Jesucristo, verdadero Dios y hombre. Él le da consistencia. En efecto, “Cristo es la luz de los pueblos. Por ello este sacrosanto Sínodo, reunido en el Espíritu Santo, desea ardientemente iluminar a todos los hombres, anunciando el Evangelio a toda criatura, con la claridad de Cristo, que resplandece sobre la faz de la tierra” (LG 1). 3º. El Evangelio no es solo un acontecimiento verbal. Tiene lugar mediante “palabras” y “hechos”.  Las palabras y los hechos están profundamente relacionados. La palabra interpreta la historia como exigencia divina. Ella debe ponerse en marcha en la historia modificándola: “La revelación se realiza por obras y palabras intrínsecamente ligadas; las obras que Dios realiza en la historia de la salvación manifiestan y confirman la doctrina y las realidades que las palabras significan; a su vez, las palabras proclaman las obras y explican su misterio” (DV 2). 4º. Por consiguiente, la Iglesia y con ella el Concilio, se encuentra sujeta a la tensión que se genera, en primer lugar, por la fidelidad inquebrantable que la Iglesia debe tener a la enseñanza recibida por su fundador, Jesucristo, y, por otra, a la necesidad de trasmitir esa fe – enseñanza – al hombre de “hoy”, que es un quehacer siempre nuevo, pues la Iglesia tiene una sola y única razón de existir: la de dar razón de la esperanza universal que ha venido al mundo en la persona de Jesucristo (1 Pe 3,15).

Teniendo estas consideraciones presentes volvamos al interrogante anterior, ¿tiene vigencia todavía el Concilio? El Vaticano II ha sido un punto de llegada, si se quiere, de convergencia de inquietudes intelectuales y pastorales de la Iglesia guiada por el Espíritu Santo. Ha sido un crisol que ha amalgamado un cúmulo de ideas y de doctrinas, que habían crecido de manera dispersa y que consiguieron en el Concilio su decantación, en conformidad con la Fe revelada y con la Tradición milenaria de la Iglesia Católica bajo la guía del Magisterio. En este sentido debe concebirse al Concilio como hijo de su tiempo y deudor del mismo. Por otro lado, la reflexión teológica no se detiene. Ella hace parte del “kerigma” – anuncio – que la Iglesia debe proclamar incesantemente. El mandato de Cristo es claro e impostergable: “Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación. El que crea y sea bautizado, se salvará; el que no crea, se condenará” (Mc 16,15-16. Cf. Mt 28,19). La salvación de muchos dependerá de la predicación. El Evangelio debe ser predicado con competencia para cada generación teniendo en cuenta su situación vital, es decir, su realidad histórica. El mundo se salvará en la medida en que Cristo sea aceptado; y para predicar a Cristo hay que tener en cuenta al hombre concreto. En consecuencia, es obligación de la Iglesia predicar el Evangelio atendiendo a las necesidades y criterios cambiantes de cada generación sin menos cabo del mismo Mensaje. En este sentido el Concilio Vaticano II es punto de partida.

Por otra parte, la Verdad Divina que la Iglesia ha recibido por Revelación de la persona de Cristo y que debe trasmitir, no admite cambio: Dios se manifestó para los hombres de todos los tiempos, al pronunciar su Palabra una vez para siempre. Esa Verdad ha sido dada a la Iglesia en custodia. Por consiguiente, debe ser mantenida en su integridad y predicada en su totalidad, sin admitir y sin dar concesiones a las ideologías. En este sentido el Concilio Vaticano II debe ser entendido y estudiado como criterio de verdad revelada y criterio del quehacer pastoral. Novedad y continuidad. El Evangelio – Cristo – siempre es novedad, no obstante, los dos milenios que se interponen entre su persona física y nuestra realidad.

 

Valencia. Febrero 13; 2022

Publicaciones relacionadas

Botón volver arriba