Encuentro 13
Nelson Martínez Rust:
¡Bienvenidos!
¿Qué es la Iglesia? No debemos buscar una definición del concepto “Iglesia” que atienda a su esencia en los documentos conciliares. No viene definida, puesto que el Concilio, al seguir la inspiración de los Padres de la Iglesia, tenía una idea clara del misterio del cual trataba: La Iglesia es un misterio. El concilio utiliza, por el contrario, – la analogía -, un lenguaje y método analógico, para hablar de esta realidad. En efecto, habla de “Cuerpo Místico de Cristo” y “Pueblo de Dios”. Igualmente utiliza otros analogados “tomados de la vida pastoril, de la agricultura, de la edificación, como también de la familia y de los esponsales, los cuales están ya insinuados en los libros de los profetas” (LG 6). Pero, cuando hablamos de “Misterio”, “Cuerpo Místico de Cristo” y “Pueblo de Dios”, ¿de qué estamos hablando?
“Misterio”: Es necesario aclarar el término pues desde la antigüedad clásica hasta nuestros días se le puede malentender en el sentido de atribuirle un contenido esotérico, sólo reservado a los iniciados. En efecto, la gnosis se entendió entre los griegos como un conocimiento adquirido solo por los iniciados que era portador de salvación. Este movimiento esotérico se convirtió en un problema para San Pablo y para los Padres de la Iglesia que tuvieron que aclarar muchos malos entendidos para que no se confundiera el cristianismo naciente con una mera gnosis pagana griega.
En el mundo creyente, en el Antiguo Testamento la palabra señala el designio de salvación que Dios realiza en la historia humana desde el mismo momento de la transgresión original y que forma parte del contenido de la “revelación” (Am 3,7; Nm 24,4.16; en especial Is 41,21-28). Esta noción veterotestamentaria pasa al Nuevo Testamento profundizándose con la enseñanza de Jesús. En efecto, “el misterio”, anunciado en el Antiguo Testamento, en el Nuevo se enriquece: consiste en el advenimiento del “Reino de Dios”, que se hace realidad en la persona de Jesucristo (Mt 13,36-52). Por esta razón, con la persona de Cristo finaliza la revelación, ya que en Él se cumplen las promesas. El “misterio del reino” está ya presente en su persona y en su obrar – los milagros son signos patentes de que “El Reino de Dios” ya ha llegado -. Frente a Cristo la humanidad se divide en dos: los que acogen el mensaje de salvación y los que no lo acogen. Este “Reino” que se manifiesta en Cristo es una realidad que todos pueden alcanzar, no es algo esotérico, producto de la gnosis (Mc 1,15; 4,15), aun cuando su comprensión y salvación solo se realiza en aquellos que la quieren oír. Los que lo aceptan, lo hacen por pura gracia y alcanzan la salvación. De este “misterio de salvación”, Pablo ha sido constituido ministro (Ef 3,4-12) y en él toda realidad adquiere un significado “misterioso”: la unión del hombre y la mujer es un símbolo de la unión de Cristo y su Iglesia (Ef 5,21-33). Este misterio es fundamento de la esperanza (Col 1,27). Es un misterio grande (1 Tim 3,14-16). Finalmente, el “Misterio de Salvación” alcanzará su plenitud al final del tiempo, en la “parusía”, cuando Cristo se manifieste en gloria.
“Cuerpo Místico de Cristo”: Con el edicto del emperador Constantino (313) de aceptación de la Iglesia, vino para la Iglesia un período de paz que permitió la consolidación de la misma en todo el territorio conocido del Imperio Romano (Oriente y Occidente). Pero, este giro generó una simbiosis entre las realidades imperiales y la realidad eclesial dando inicio a un proceso de cristiandad que alcanzó su plenitud en la Alta Edad Media, y que se ha prolongado hasta casi nuestros días. La Iglesia fue concebida como una “sociedad perfecta”, donde la supremacía recaía sobre la Jerarquía, y los fieles pasaron a ser solo miembros de segundo grado. Se consideraba la Iglesia desde dos ángulos: la Jerarquía = poder; el laicado = obediencia. Esta doctrina carecía de algunas exageraciones: incitaba al quietismo pietista y al descuido de la oración y esfuerzo personal; vino a meno la labor misionera; se desdibujó la figura bíblica de la Iglesia y adquirió un carácter prevalentemente sociológico. Como consecuencia se brindaba muy poca relevancia a las iniciativas y acciones individuales, centralizándose todo en la figura del Obispo y del Romano Pontífice.
Con la llegado de la época moderna, se dio inicio a un cambio de mentalidad. A esto, hay que añadir la tragedia de las dos guerras mundiales del s. XX que desbastaron el continente europeo. En este tiempo fue cuando floreció una enorme literatura teológica en la que se fraguó la idea de la Iglesia como “Cuerpo de Cristo”, teniendo en cuenta la doctrina paulina. Siguiendo esta analogíal se estructuró una eclesiología más dinámica, más interiorizada, más bíblica, más viva y completa que la anterior. En plena conflagración bélica, Pío XII publica su famosa encíclica “Mystici Corporis Christi”. La encíclica está estructurada de la siguiente manera: 1º. La Iglesia es el Cuerpo Místico de Cristo 2º. Los fieles están esencialmente unidos a Cristo por medio del bautismo y los sacramentos y 3º. Se añade un apéndice referente a María como madre corporal de la Cabeza del Cuerpo Místico y Madre espiritual de los fieles cristianos. La encíclica “Mystici Corporis Christi” de Pío XII del 29 de junio de 1943 vino representar un incipiente golpe de timón en la eclesiología y a satisfacer de manera momentánea una inquietud teológica que se tenía desde hacía años sobre la Iglesia de Cristo. De esta manera la encíclica se inserta en el término de una larga etapa de maduración, que comenzó en el s. XIX y que prosiguió hasta ya entrado el s. XX. La doctrina de la Iglesia, “Cuerpo de Cristo”, alimentó, en su momento, el dinamismo de la Acción Católica.
Valencia, Febrero 20; 2022