Entrevistas

P. Alberto Reyes Pías: «Las condenas excesivas del 11J son una injusticia y hay que revertirlas»

El sacerdote católico Alberto Reyes Pías es una de las voces, dentro de la Iglesia, más críticas con el régimen cubano

Desde septiembre de 2019 el sacerdote católico Alberto Reyes Pías (1967) se ocupa de atender 10 poblados del municipio de Esmeralda, a 120 kilómetros de la capital provincial, Camagüey. Misas, bautizos, visitas a enfermos y, sobre todo, escuchar los problemas consumen parte de su vida diaria. Además se ha empeñado en reconstruir el templo y ampliar los espacios de la parroquia y ha encontrado tiempo para escribir textos muy críticos sobre el régimen político lo que le ha valido sufrir un acto de repudio.

Abandonó la universidad para hacerse cura cuando ya estaba matriculado en cuarto año de la carrera de medicina. Su tránsito fue angustioso, como lo cuenta en su libro Hágase mi voluntad. Se ordenó en 1996 en el mismo sitio donde de niño fue bautizado. Aquí, en su iglesia, sorteando pilas de bloques, promontorios de arena y gravilla, me recibe un sábado tranquilo, y pudimos conversar un par de horas sin interrupciones.

Pregunta. Desde que en los años 90 se despenalizó la práctica de la fe religiosa, los encontronazos se definen por la postura política de ciertos sacerdotes o líderes religiosos. La pregunta es si detrás de ese mitin de repudio que usted sufrió aquí el 15 de noviembre todavía había rezagos contra la fe religiosa.

Respuesta. Una de las cosas que nos repetían machaconamente en las escuelas era aquello de que la religión es el opio de los pueblos. Nos explicaban que la religión se aleja de la realidad, que no se compromete con los problemas sociales y solo piensa en la vida eterna. Es irónico, pero tengo la impresión de que en Cuba hay muchas personas desde el poder que darían lo que no tienen por que la religión fuera en este momento el opio de este pueblo.

Cuando por una motivación de fe un sacerdote alza la voz contra la injusticia y a favor de los valores, cuando defiende la dignidad humana de las personas aparecen los problemas.

 

Cuando por una motivación de fe un sacerdote alza la voz contra la injusticia y a favor de los valores, cuando defiende la dignidad humana de las personas aparecen los problemas. Si la fe en Cuba se circunscribiera a temas menos polémicos, como por ejemplo la caridad, el servicio al prójimo o en ese plano le dejaran el protagonismo al Gobierno, entonces no habría problemas. No obstante, cuando alguien ejerce la caridad en un terreno donde el Gobierno no puede o no quiere participar, entonces sí hay problemas. Baste recordar cómo reaccionaron las autoridades cuando personas particulares movilizaron ayudas para los damnificados de un tornado en La Habana.

Hay un pasaje en los Evangelios que me recuerda la actitud del Partido Comunista. Unos discípulos le cuentan a Jesús que al ver a unos expulsando demonios en su nombre se lo prohibieron «porque no eran de los nuestros». Jesús les respondió «Pues hicieron mal».

Si la Iglesia fuera neutral en todos los temas no habría problemas, pero entonces estaría renunciando a su identidad y eso no es negociable.

P. Una de las situaciones más difíciles que se viven hoy en Cuba es la de los cientos de personas que han sido condenadas a años de cárcel por manifestarse el pasado 11 de julio. ¿Cuál ha sido su posición al respecto?

R. Lo que hicieron fue ejercer su derecho a protestar. Las condenas, además de ser notoriamente excesivas, tienen la intención de amedrentar a los inconformes. Se trata a todas luces de una injusticia.

Eso hay que revertirlo, sobre todo teniendo en cuenta que entre los condenados hay personas muy jóvenes a los que el tiempo de cárcel les puede desgraciar la vida para siempre, les secuestra la juventud, los puede destruir humanamente.

Sería un gesto muy magnánimo del Gobierno decir simplemente «esto se echa para atrás». Se revisa porque está mal.

P. ¿Y qué puede hacer la Iglesia para promover esa revisión?

R. Lo primero que ha hecho la Iglesia es lo que hace siempre: acompañar. Se ha contactado a las familias de los presos, se les ha escuchado y ayudado en lo posible. Pienso que por su naturaleza profética que significa hablar en nombre de Dios, es función de la Iglesia denunciar,  porque para Dios esto debe estar mal y lo que está mal hay que denunciarlo. Se nos escuchará o no, pero hay que decirlo. El silencio no es la actitud.

La Iglesia ha estado en disposición de acompañar a las familias en las gestiones legales, pero ocurre que muchos tienen miedo a hablar, a protestar, a plantarse

 

La Iglesia ha estado en disposición de acompañar a las familias en las gestiones legales, pero ocurre que muchos tienen miedo a hablar, a protestar, a plantarse, porque los han atemorizado con la consabida frase de «si ustedes hablan va a ser peor». La familia sabe que sus hijos, sus parientes están a merced de las autoridades, que gozan de una impunidad total. Les pueden hacer cualquier cosa y no pasa nada. Ese miedo a «y si les pasa algo» los encierra en el círculo del silencio y es así como se acrecienta la impunidad de las autoridades.

Hay mujeres muy valientes que han decidido vestirse de negro en señal de protesta. Lo mismo que hicieron las madres y las esposas de los presos en la dictadura de Fulgencio Batista. Se repite la historia.

P. Un solo cura en el poblado de Esmeralda puede hacer mucho, pero ¿hay  alguna iniciativa de congregar a más religiosos en esta denuncia, en esta protesta?

R. Siempre que pienso en que lo ideal sería que a esto se sumara toda la gente posible, recuerdo la fábula del colibrí que, ante un espantoso incendio en el bosque, mientras todos los animales huían despavoridos, el pequeño pájaro fue al río y absorbió toda el agua que pudo para arrojarla sobre las llamas. Yo hago mi parte. Invito, animo a los demás, pero sin dejar de hacer lo que me corresponde. No estoy solo en ese propósito, pero ojalá más gente se sume.

P. Como sacerdote, ¿qué consejo le da usted a esos jóvenes que se debaten en el dilema de continuar viviendo aquí con pocas esperanzas para el futuro o salir de la Isla cueste lo que cueste?

R. Ese es un tema muy complicado. A mí me duele muchísimo que la gente se vea en la necesidad de emigrar, sobre todo los jóvenes que no encuentran en su tierra una posibilidad tangible de futuro. Mi primer impulso es decirles «quédate y lucha», pero entiendo que solo tenemos una vida y la gente quiere realizarse; de pronto pasan los años y no logra nada.

Conocí a un joven que se había graduado de arquitecto. Todo el mundo hacía comentarios muy elogiosos sobre sus capacidades profesionales, pero un día me entero que estaba en la finca de su abuelo operando una máquina de limpiar arroz. Cuando le pregunté que por qué había hecho eso me respondió que lo que podía ganar como arquitecto en un mes lo podía ganar allí en un día. Recuerdo que entonces le dije que Cuba iba a cambiar y él se limitó a preguntarme: ¿cuándo? Eso ocurrió hace más de 20 años.

Nadie quiere que sus hijos pasen por lo mismo. Como no tengo la posibilidad de garantizar a nadie un futuro aquí para sus hijos, pierdo todos los argumentos para pedirle que se quede. Ni siquiera puedo poner como ejemplo «el fracaso» de los que han salido.

Reyes abandonó la universidad para hacerse cura cuando ya estaba matriculado en cuarto año de la carrera de medicina. (14ymedio)
Reyes abandonó la universidad para hacerse cura cuando ya estaba matriculado en cuarto año de la carrera de medicina. (14ymedio)

 

P. En algunos entornos religiosos se promueve como una norma la obediencia al Estado. ¿Cómo se cumple eso bajo una dictadura?

R. El apóstol Pedro dijo con total claridad que hay que obedecer a Dios antes que a los hombres. Por su parte, Pablo decía «recen y obedezcan a las autoridades», pero la Iglesia promueve la obediencia a las autoridades cuando las leyes defienden los valores. No importa a qué espectro político pertenezca un ciudadano, debe detenerse cuando tiene ante sí la señal de tránsito que le obliga a parar; esa ley defiende un valor, defiende la vida. Cuando una ley va contra un valor no hay que ser obediente. Un ejemplo es el Código de las Familias que a mi juicio pasa por encima de valores familiares básicos, por eso no solo no hay obligación de obedecer, sino que hay entonces obligación de oponerse. Eso es doctrina social de la Iglesia.

P. ¿Cuáles son a su juicio los puntos cardinales en los que el Código entra en contradicción con los valores humanos?

R. Es un tema muy  extenso, por eso solo me centraría en el hecho de no reconocer a la familia el derecho a educar a sus hijos según su criterio y sus principios. Si en alguna familia un niño está siendo abusado, claro que debe haber una instancia para protegerlo, y es así en casi todo el mundo, pero la familia tiene el derecho a educar a sus hijos en lo que considere que es mejor. Hay que respetar al niño, pero los padres pueden imponer que tiene que comer o inyectarse un medicamento. A veces digo en broma que si un día un niño le dice con alegre entusiasmo a sus padres que lo lleven al dentista quizás sea mejor que lo lleven al psiquiatra.

La idea de que la familia no puede enseñarle a los hijos lo que al Estado le parece incorrecto es algo catastrófico.

P. ¿Cómo reacciona un sacerdote cuando sufre en carne propia el enfrentamiento directo de los funcionarios que ponen en práctica la política del Gobierno?

R. Yo no puedo olvidar que ellos son mis hermanos y que una cosa es lo que yo pienso que está mal y otra es su persona, su vida. Para mí, tampoco los principios son negociables. Trato de comunicarme con ellos, rezo por ellos. A mí me toca tender la mano una y otra vez; si me la muerden o me la escupen, ese es su problema. Conmigo pueden contar en su necesidad, lo mismo si necesitan una medicina o mi propia sangre, se la ofreceré sin darle publicidad.

P. Entre las personas que tienen inconformidades con el Gobierno los hay que tienen la ilusión de que es posible dar consejos «desde la Revolución» para que mejore su gestión; otros proponen una confrontación sin tregua y no faltan los que insisten en proponer un diálogo con todas las partes. ¿Dónde se coloca usted?

R. Mi tendencia es al diálogo, pero, ¿qué entiendo yo por diálogo? Este es un sistema totalitario con un poder centralizado que ha secuestrado la libertad de este pueblo. El diálogo es para que esa situación cambie con el objetivo de tener un país democrático, plural, donde el Gobierno comunista no sea la única opción, y hacer realidad para Cuba esa frase tan manida pero tan hermosa «con todos y para el bien de todos».

El diálogo tendría sentido si es para lograr eso, pero antes el Gobierno tendría que demostrar que tiene una auténtica voluntad de llevarlo a cabo

 

El diálogo tendría sentido si es para lograr eso, pero antes el Gobierno tendría que demostrar que tiene una auténtica voluntad de llevarlo a cabo. Soy testigo de que ellos no tienen esa voluntad, cada vez que he pedido reunirme con ellos la respuesta ha sido que no van a recibirme.

Rechazo la violencia y la confrontación, pero mi gran miedo es que esa sea la única vía que quede para cambiar las cosas; que llegue el momento que se produzca no solo otro 11 de julio sino que esta vez sea brutal.

El error que está cometiendo el Gobierno es insistir en un «de aquí no me saca nadie». Pero eso es olvidar que la gente se cansa, los pueblos se cansan. Lo ideal sería que desde el poder se tenga la iniciativa de democratizar el país y hacerlo tranquilamente. Mientras no haya una voluntad de diálogo en el Gobierno, Cuba seguirá siendo una isla en fuga, seguirá siendo un polvorín que no se sabe cuando va a estallar. Deberían darse cuenta de que ellos también estarán mejor cuando se produzca ese cambio.

P. ¿Y qué le dejamos a Dios en todo esto?

R. Se repite muchas veces que la solución de Cuba está en  un cambio político y económico, pero no se puede prescindir de un cambio espiritual. En muchos textos bíblicos se refiere que Dios, a través de los profetas, critica al pueblo porque le han abandonado y se han ido detrás de los baales, los falsos ídolos. Pienso que este pueblo hace muchos años abandonó a Yahvé, el Dios padre y sin él, siguiendo a sus ídolos, intentó construir una sociedad que se proclamaba próspera y maravillosa.

San Agustín en el siglo V dijo «cuando uno huye de Dios, todo huye de uno». Si en la nueva Cuba no está Dios, nos espera otra dictadura con injusticia social y todos los males que provocaron aquella revolución que se malogró. Este pueblo necesita a Dios, lo que no quiere decir que todo el mundo tenga que ir a misa los domingos (lo cual sería magnífico). Pero es absolutamente necesario que este pueblo abra su corazón a Dios.-

REINALDO ESCOBAR, Esmeralda/Camagüey |  Marzo 05, 2022/14ymedio

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