«La violencia en Roma era brutal, nada que envidiar a ‘Juego de tronos’
Habla Santiago Posteguillo, filólogo, lingüista y profesor de Literatura
Prepararse la vida entera para cuando llegue el momento. Eso ha hecho Santiago Posteguillo, filólogo, lingüista, profesor de Literatura y, sobre todo, autor de ocho novelas superventas sobre Roma con más de cuatro millones de lectores.
A sus 55 años, este ganador del Premio Planeta afronta el gran reto de su carrera. En su nueva novela, Roma soy yo (Ediciones B, a la venta el 5 de abril), se mete en la piel de Julio César, quizá el personaje, con permiso de Jesucristo, más relevante de la historia de Occidente. Al fin y al cabo, ningún otro mortal cuenta con un mes con su nombre en el calendario.
Posteguillo llega a él tras habernos acercado a Roma como ningún otro autor. Con sus trilogías sobre Escipión el Africano y Trajano, y sus dos libros dedicados a Julia Domna, esposa del emperador Septimio Severo, el escritor valenciano suma casi 18 años novelando la Historia de Roma, tiempo que le ha servido como escuela para atreverse a afrontar por fin el personaje que, en realidad, siempre estuvo en su punto de mira literario. Inmerso ya en la segunda parte de la serie, recibe a XLSemanal en su refugio, un oasis serrano de la Comunidad Valenciana, donde enlaza pasado y futuro con insistencia, subrayando que, ante todo, «Roma es nuestra herencia. Roma explica siempre lo que nos pasa hoy». Veamos por qué.
«Antes de cumplir 23 años, a César ya intentaron matarlo tres veces. Y serían más. Es un milagro que llegara a los 56»
XLSemanal. Tras ocho novelas sobre Roma, llega la hora de Julio César. ¿Era inevitable?
Santiago Posteguillo. Sí. Me perseguía desde hace años. Y me lo pedían muchos lectores. Pero necesitaba sentirme bien equipado en técnica, madurez literaria y bagaje romano para abordarlo.
XL. ¿Es decir: todas sus novelas sobre Roma conducen a César…?
S.P. Totalmente. Las más de ocho mil páginas que le he dedicado a Roma me han permitido entender a César porque, al escribir sobre Escipión, Trajano y Julia Domna, comprendí mejor aún que él es el eje central de todo.
XL. ¿Quiere decir que todo es antes o después de César?
S.P. Eso es. Con Escipión conté cómo surgieron las dos facciones que marcarán la historia hasta César: optimates, los senadores, las élites; y populares, los tribunos de la plebe. Tras derrotar a Cartago, la riqueza llega a Roma, pero no se reparte y surgen los problemas. Hasta el triunfo de César en la segunda guerra civil todo fueron conflictos, conjuras, levantamientos, rebeliones…
XL. Antes de abrir su novela, pensé: ¿por dónde empezará a contarme a César? ¿Su niñez? Y, la verdad, me sorprendió.
S.P. Sí, empiezo por el juicio al senador Dolabella, lugarteniente del dictador Sila, primer gran enemigo de César, y el personaje más siniestro de esa época. Es un episodio muy desconocido, pero capital porque, gracias al juicio, César se dio a conocer a lo grande.
XL. A muchos les sorprenderá saber que ejerció como abogado.
S.P. A mí, el primero [se ríe].
XL. ¿En serio?
S.P. Sí, porque llevaba tiempo sin saber bien cómo arrancar la novela y, cuando me encontré con este juicio, fue decir: «¡Joder, qué maravilla!». Buscaba algo que no se hubiera novelado, pero muy relevante; y descubro que lo habitual para un patricio como él era dedicarse de joven a la abogacía para, con su oratoria, darse a conocer en las basílicas. Y cuanto más famoso el acusado o el denunciante, mejor.
XL. Alguien como Dolabella…
S.P. Ahí arranca mi relato, cuando todos le dicen que no acepte ser el fiscal porque Dolabella lo asesinará. Pero no escucha a nadie y decide ejercer la acusación. Y ese juicio cambia su vida.
XL. Y en él muestra su visión del mundo, sus ideales; como una proyección de su futuro…
S.P. Sí, por primera vez el pueblo ve cómo César se desenvuelve en público y lo que piensa. También su valor, su coraje. ¡Y en el Senado! Nosotros asimilamos el nombre de César a una aclamación de triunfo, pero en el 77 antes de Cristo era solo un apellido. Y aquí empezará a convertirse en sinónimo de líder absoluto. Y para siempre.
XL. Hablando de la eternidad, ¿cuántos años calcula que pasará en la piel de César?
S.P. [Se ríe]. Pues 10 o 12, por lo menos, pero lo tengo asumido.
XL. ¿En serio? ¿Cuántas novelas piensa dedicarle?
S.P. Al menos, seis. Esta es de su juventud, hasta los 23 años, llena de cosas que la gente no conoce.
XL. Se conoce, sobre todo, la conquista de las Galias, la guerra civil, Cleopatra, la conjura y su asesinato.
S.P. Pero ¿cómo llegó hasta ahí? Cuento el inicio de su ascenso. Y piensa que, antes de cumplir los 23, ya intentaron matarlo tres veces. Y serán muchas más. Es un milagro que llegara a los 56.
XL. Sí, la violencia en Roma era brutal. Nada que envidiar a Juego de tronos…
S.P. Eso es justo lo que le dije a George R. R. Martin en la Feria del Libro de Guadalajara.
XL. ¿Cómo dice?
S.P. Sí, me lo presentaron y me preguntó qué hacía yo: «Pues lo que haces tú, pero en la vida real, con romanos». Se rio. Pero eso es lo que fascina a la gente: la lucha por el poder. Borges dijo: «Una novela puede ir sobre tres asuntos: un viaje, una historia de amor o la lucha por el poder. Y hay novelas que van de todo». Pues las mías incorporan los tres.
XL. Muestra, de hecho, escenas de gran brutalidad. ¿Cuál es la que más le ha impresionado?
S.P. Hay varias, pero puede ser esa en que Dolabella y sus sicarios persiguen a un tribuno de la plebe hasta el Senado y allí mismo lo lapidan. Y eso no me lo he inventado. Los senadores tenían sicarios que asesinaban sin contemplaciones: «Esto es lo que le ocurre a quien intenta cambiar las leyes que nos benefician».
«El dictador Sila es como Putin, un líder de una crueldad sobrecogedora. Hoy, envenenaría a sus enemigos con polonio 210»
XL. La violencia siempre ha sido el modo predominante de luchar por el poder. Y de preservarlo.
S.P. Así es. A excepción de Gandhi, rara vez se ha cambiado el curso de la Historia sin violencia. Ante Hitler, ¿respondes de forma pacífica? ¿Y ante Putin? Putin, de hecho, se cree un zar. ¿Y de dónde viene la palabra ‘zar’? De César. ¿Y el término ‘káiser’? De César.
XL. Veo en Putin, por cierto, paralelismos con Sila…
S.P. Es que Putin es un Sila con todas las de la ley. Un gran manipulador y un líder con una frialdad y crueldad sobrecogedoras. «Roma es mía», dijo, y no tenía límites: su religión eran sus deseos y sus sacerdotes, sus legiones. El paralelismo es clarísimo. Es más, de haber vivido hoy, envenenaría a sus enemigos con polonio 210.
XL. Sila es el enemigo clave en el ascenso de César. ¿Enfrentarse a él lo hizo más grande?
S.P. Sin duda. Y lo hizo con apenas 18 años, lo que le proporcionó su primer arranque de popularidad. Antes del juicio a Dolabella. Y, claro, quiso matarlo. Vio el peligro en él cuando apenas era un adolescente.
XL. Aunque intentó, primero, ponerlo de su lado.
S.P. Pero le pide que se divorcie de Cornelia, entonces una niña de 14 años, y César se niega.
XL. ¿Qué más cosas ha descubierto sobre César?
S.P. Que con él es la primera vez en la Historia que se hacen muchas cosas. No importa lo que piensen los demás o que la tradición y las normas lo impidan; si él considera que algo debe hacerse, lo hace.
XL. ¿Me da un ejemplo?
S.P. Al morir Cornelia, con 28 años, por primera vez en Roma se hace un discurso funerario por una mujer tan joven. Y fue un gesto muy bien acogido por la plebe. Otro hito es que recibió la corona cívica, segunda mayor condecoración de la época, en su primera experiencia militar…
XL. Su experiencia militar viene marcada por su tío Cayo Mario, otra de las grandes figuras de Roma. Le aconseja, por ejemplo, sobre cómo ganar una guerra: «Puedes fingirte cobarde y torpe y, aunque te insulten, lo principal es no entrar en combate hasta que creas que puedes ganar».
S.P. Y es una lección que aplicará en toda su carrera.
XL. Ese modo de actuar requiere mucha madurez y sangre fría.
S.P. Totalmente, porque va contra el impulso común de reaccionar al ser atacado. La idea es que tus enemigos te infravaloren y menosprecien mientras tú diseñas la estrategia más adecuada para acabar con ellos.
XL. También incluye frases como esta de Cicerón: «La guerra debe emprenderse de tal manera que parezca que solo se busca la paz». Más vigente… imposible.
S.P. Sí, eso es lo que nos vende Putin. Lo que pasa es que él se aferra a un casus belli absurdo: llamar ‘nazi’ a un presidente de origen judío y alegar genocidio… ¿Pero qué genocidio? No lo entiende nadie. Utiliza esa manipulación para consumo interno, pero muchos en el exterior también se la compran.
XL. ¿Qué más nos enseña César?
S.P. Bueno, César, a diferencia de Franco, perdonó tras la guerra. Con Franco fue «todos a la cárcel» y desató una represión muy dura.
XL. Pero perdonó a quienes fueron después sus asesinos…
S.P. Es cierto, quienes lo rodearán el 15 de marzo del 44 antes de Cristo y lo apuñalarán. Y, aunque sea considerado un error, también es un gesto de grandeza, de magnanimidad. Aunque lo maten.
XL. ¿Siente a estos personajes, figuras históricas, como suyos?
S.P. Totalmente. Además, cuando paso tantos años con un personaje, este puede tener dobleces y un lado oscuro, pero en su globalidad me ha de parecer admirable. Y César lo fue. Mucho de lo que pongo en su boca y la de Mario son cosas con las que comulgo.
XL. ¿Comulga con la cita de Pericles, el gran político griego, que Mario le suelta a César: «Es un patrón cíclico en la Historia: políticos egoístas, corruptos e imbéciles que se aprovechan de una grave crisis para llegar al poder o mantenerse en él»?
S.P. Totalmente. De hecho, escribí eso durante el confinamiento mientras veía a los políticos tirarse los trastos en mitad de una pandemia. Hay que tener mucho cuidado con la violencia verbal porque siempre acaba siendo el preámbulo de las otras.
XL. Cuando escribe sobre Roma, ¿busca siempre una conexión con el presente?
S.P. Sí, claro, muchos compañeros tuyos me preguntan: «¿Y cuándo va a escribir usted sobre la actualidad?». ¡Pero si yo estoy hablando de la actualidad todo el rato! Porque Roma nos explica mucho a nosotros mismos. Por ejemplo, hay un momento en la novela en que Sila dice que va a configurar una nueva realidad.
XL. Sí, un nuevo orden.
S.P. ¿Y eso no te suena de nada?
XL. A George Bush.
S.P. Claro. Yo digo todo lo que pienso sobre el mundo actual desde Roma; como Plauto, que criticaba a los senadores, pero situando sus obras en la Grecia de dos siglos antes. Yo soy más precavido que Plauto y sitúo mis opiniones veinte siglos antes. ¿Paralelismo, dice? No, oiga, que yo estoy hablando de Sila [se ríe].
«Escribí una novela erótica que envié a La Sonrisa Vertical. Pero nada. Ya sabes: la juventud, mucha hormona suelta»
XL. Más allá de sus personajes, ¿qué le atrae tanto de Roma?
S.P. En Roma está todo lo bueno y lo malo que somos, todos nuestros conflictos presentes. Porque no hemos aprendido nada. La estupidez humana es lo más terrorífico del mundo y ves que el ser humano puede ser igual de traidor, odioso y miserable –o leal y capaz de sacrificarse– que hace dos mil años. No se trata de vivir atemorizados, otra cosa que le gusta al poder, pero debemos ser previsores y más inteligentes en ciertas cuestiones. Y eso nos lo enseña la Historia.
XL. Los currículos académicos, sin embargo, miran cada vez menos hacia el pasado…
S.P. Es indignante. Lo último va a ser quitar los números romanos. Llámame paranoico, pero quienes nos gobiernan desde 1978, de un color u otro, solo desean que la gente sea lo más inculta posible para manipularnos con facilidad. Es inaceptable que llevemos siete leyes de Educación en democracia; es la mejor prueba de la estupidez y el egoísmo de los gobernantes.
XL. ¿Lo nota en las capacidades de quienes llegan a la universidad?
S.P. Claro, es que no hay que igualar hacia abajo, sino ayudar, estimular, a los que están abajo. Y eso, ojo, también es tarea del profesor. Yo llevo 30 años en ello.
XL. ¿Soñaba de niño con dedicarse a la escritura?
S.P. Siempre. Con 7 años escribí un cuento que leí en clase y todos se rieron porque utilicé la palabra ‘entonces’ 22 veces. Pero, en vez de abandonar, me dije: «Debo aprender a hacerlo mejor». Luego, en la adolescencia, escribí poesía, relatos y, más tarde, intenté una novela negra que a nadie interesó. También una erótica que envié a La Sonrisa Vertical y nada. Ya sabes, la juventud, mucha hormona suelta [se ríe].
XL. Lo llaman ‘feminista’ por dar voz a las mujeres de la Historia. ¿Se siente a gusto con la etiqueta?
S.P. Es que cada cual entiende el feminismo de forma diferente. Yo creo en la igualdad de género y de oportunidades e intento contribuir a ello con mis novelas. Las de Julia Domna o la serie televisiva El corazón del imperio son la evidencia de ello. César, por ejemplo, crece entre mujeres: dos hermanas, madre y esposa. Y tiene una hija, Julia. Su relación con las mujeres es muy importante.
XL. Su historia de amor con Cornelia sorprenderá al lector…
S.P. Sí, porque ese amor puro y juvenil no se repetirá en su vida. Su matrimonio con Pompeya será de índole política; y en el de Cleopatra, que lo volvió del revés, se mezclan pasión y política. Pero ya llegaremos ahí… Si te parece, hablamos en 10 años [se ríe].-