Don Tulio y la ciencia ficción
La ciencia ficción tiene el poder de hacernos soñar con el futuro, al mismo tiempo que nos arroja a la cara los defectos y flaquezas de hoy. Eso fue lo que intentó Tulio Febres Cordero desde la Mérida de principios del siglo XX
En la monumental y valiosísima biblioteca personal de Tulio Febres Cordero (1860-1938) -que desde hace casi 50 años se encuentra abierta al público en la ciudad de Mérida, Venezuela- podemos hallar algunos rastros del curioso vínculo entre el escritor merideño y la ciencia ficción.
Entre aquellos miles y miles de libros, periódicos y documentos de variada temática y formato, cuyas fechas oscilan entre el siglo XVIII y la primera mitad del XX, reposan algunos libros clásicos del género de la ficción científica, como De la Tierra a la Luna y Alrededor de la Luna, ambos de Julio Verne, en edición de 1872.
Cuando Tulio Febres Cordero contaba con 14 años de edad recibió esos dos libros como obsequio de parte de uno de sus tíos y en esos ejemplares podemos leer hoy algunos párrafos subrayados, algunas pocas notas al margen, que nos sirven de indicios del proceso de formación que vivió aquel joven lector que luego, ya de adulto, destacaría en el oficio de la escritura.
No son los únicos libros de Verne que se encuentran en la Biblioteca Febres Cordero: un roído ejemplar de Tras una puesta de sol (mejor conocida como El rayo verde) y un descuadernado Los grandes exploradores del siglo XIX también forman parte de la colección.
Estas no fueron lecturas pasajeras en el joven Febres Cordero; al contrario, alimentaron copiosamente su imaginación, empleando luego la perspectiva que le ofrecía la fantasía científica para entender su propia realidad. Ello puede rastrearse en varios de sus escritos de madurez. Por ejemplo, en su novela autobiográfica titulada Memorias de un muchacho (1924) encontramos de nuevo el nombre de Verne, esta vez en una preciosa comparación del rayo verde escocés y el sol de los venados andinos, nuestro rayo rojo:
“Hermosísimo debe ser el rayo verde de los mares de Escocia, descrito por Julio Verne en una de sus interesantes novelas, pero no creemos que supere en hermosura al rayo rojo que suele ofrecer el sol tropical en el corazón de las montañas andinas, llamado vulgarmente Sol de los Venados. Es el primero, un rayo fugaz, casi instantáneo, la última boqueada del sol sobre la verde resplandecencia del mar. El fenómeno luminoso de los Andes dura largo rato. Nubes, nieves, peñascos, torres, casas, árboles, todo cuanto la vista domina empieza por teñirse suavemente de color rosa, tinte que va subiendo de tono, a medida que el sol se hunde en el ocaso, hasta teñirse todo de rojo carmín. Los tejados de arcilla parecen ascuas, los frutos del naranjo semejan rubíes, y sobre los bloques de hielo y las escarpadas rocas que coronan las alturas, el rayo rojo produce en un momento tales matices y cambiantes, en toda la extensión del panorama, que no hay palabras para describir el efecto encantador de estas tardecitas de la montaña. Son un escándalo de belleza”.
Quizás haya otros indicios de esta relación entre don Tulio y la ciencia ficción; tal vez en algún breve comentario en sus cartas, en una reseña inserta en sus trabajos periodísticos, en alguna relación intertextual en sus relatos que no hemos visto por haber constreñido al escritor merideño al canto a la tierruca, a las tradiciones y a la crónica histórica.
Quizás esa sea la razón por la cual no hemos prestado atención a textos como el que copio a continuación, realizado por don Tulio en 1925, recogido en el libro Páginas sueltas de 1966:
Primeros astrogramas
“Buen número de años hace que desde el planeta Marte, al decir de los sabios, nos están haciendo señas para que entremos en relaciones; pero en la Tierra no nos habíamos dado por entendidos.
Es ahora cuando empezamos a tomar la cosa a pecho, por lo que pronto vamos a tener la sorpresa de oír al repartidor de telegramas, que nos grita en la puerta de la casa.
– ¡Un astrograma!…
¿Qué será lo primero que nos digan de Marte? Ciertamente es dificultocillo adivinarlo.
Respecto a los primeros mensajes que vayan de la Tierra al planeta vecino, no se necesita ser profeta para predecirlos.
De los Estados Unidos preguntarán al rompe si por allá hay yacimientos de petróleo, y si no tienen inconveniente los marcianos para aceptar el dólar como tipo de valor interplanetario.
De Inglaterra pedirán la carta marítima del planeta vecino, con indicación de los puntos donde puedan establecerse factorías inglesas.
De Francia pedirán noticia circunstanciada sobre los espectáculos más atrayentes, proponiéndoles el francés como lengua interplanetaria.
De Italia exigirán la escala musical y los modelos de escultura y arquitectura siderales.
De España preguntarán si en la zoología marciana hay algún similar del toro; y si las ciudades y reinos tienen fueros inviolables.
De Alemania pedirán, en clave, el modelo de los cañones, con indicación de su alcance, y propondrán el canje de publicaciones sobre filosofía trascendental y sobre lingüística.
De Turquía averiguarán si en Marte estuvo el Profeta, y qué les predicó de paso.
De China reclamarán la contestación a un mensaje ya dirigido a Marte por el Celeste Imperio desde hace tres mil y pico de años.
Y en estos países hispanoamericanos, madrugaremos a pedirles informe detallado sobre la psicología, costumbres y modas que en Marte imperen, para adoptarlas por acá sobre la marcha; astrogramas que llevarán las notas de urgente y contestación pagada”.
La ciencia ficción tiene el poder de hablarnos del futuro y al mismo tiempo de arrojarnos a la cara nuestros defectos y flaquezas de hoy. Eso fue lo que intentó Tulio Febres Cordero desde la Mérida de principios del siglo XX.-