Iglesia Venezolana

Apoyos para vivir la Semana Santa a fondo

Excelente guía que nos envía el Obispo de San Cristóbal, Mons Mario Moronta

PRESENTACION.

Toda la vida de Jesús puede identificarse como un camino junto con la humanidad. Es el sentido de su ENCARNACION y del acto redentor que conmemoramos en la celebración de la Pascua, con cada Eucaristía y Sacramento. Durante la SEMANA SANTA, preparada por la Cuaresma, tenemos la oportunidad de conmemorar ese camino, pero desde la faceta de la acción liberadora de Jesús.

En estos tiempos tenemos diversos desafíos ante nosotros. En nuestra Iglesia de san Cristóbal conmemoramos 100 AÑOS CAMINANDO JUNTOS EN ESPIRITU Y VERDAD: Es decir, conmemoramos el primer centenario de la creación de nuestra Diócesis. Lo hacemos, a la vez, asumiendo el desafío de la sinodalidad, como nos lo ha pedido el Papa Francisco. Todas nuestras actividades están siendo realizadas desde el prisma del ENCUENTRO-LA ESCUCHA-EL DISCERNIMIENTO.

Como todos los años pasados, presentamos una contribución para la preparación de las homilías para nuestros hermanos Presbíteros de la Iglesia de San Cristóbal y de otras Diócesis. Lo hacemos desde la experiencia del camino sinodal de nuestra Diócesis, inspirándonos también en ese camino del Señor Jesús dentro de la historia de la humanidad.

Es una pequeña y modesta contribución. Esperamos que puedan ser útiles a los hermanos en el ministerio presbiteral y a tantos laicos que colaboran en nuestras parroquias, comunidades eclesiales de base y otras actividades misioneras.

Nos colocamos en las manos amorosas de María del Táchira y la Gran Sabana, Nuestra Señora de la Consolación: ella siga intercediendo por nosotros para que nuestra Iglesia persevera en fidelidad y esperanza en el camino que hace junto con su pueblo. Es el camino de Cristo con todos… para su Liberación.

+MARIO MORONTA R.,

OBISPO DE SAN CRISTOBAL

 

DOMINGO DE RAMOS

El profeta anuncia que el pueblo, el cual andaba entre tinieblas, ha visto una gran luz. Es el aviso de la salvación que llegará al mismo. Como vocación, el pueblo es peregrino, camina hacia la tierra prometida en el desierto y luego, en el devenir de la historia de la salvación, lo hace hacia el encuentro con el Mesías liberador. Cuando éste se hace presente en medio de los suyos, lo hace introduciéndose en ese caminar. Entonces, camina junto con los suyo, compartiendo la propia vida de quienes aguardaban su presencia.

Durante la vida pública, Jesús manifiesta esa actitud. Camina y comparte con su pueblo, el cual lo ha recibido. Comparte con los discípulos elegidos por él y con todos los que tienen buena voluntad, incluyendo los no israelitas. Pero, de todos modos, lo hace sin buscar prebendas, sino desde la pequeñez de la renuncia de sus condiciones divinas al hacerse hombre igual a todo ser humano menos en el pecado. Rey, no nació en un palacio. Maestro, no tuvo otra tribuna sino el escenario de su encuentro con todos. No rechazó a nadie, aunque fuera rechazado por los que se consideraban más poderosos… Siempre estuvo al lado de los más pequeños: los pecadores, los publicanos, los pobres, los necesitados.

Era consciente de su misión. Sabía a qué había venido al mundo y no lo ocultó. A pesar de ello, siempre fue el proclamador de la Verdad que libera y da esperanza, el sanador de corazones afligidos y de los enfermos de la carne y del espíritu, al anunciador de un nuevo reino de justicia, paz, libertad y amor. No se escondió ante las amenazas de los que tenían poder o se creían superiores. Cuando ya estaba próximo al cumplimiento de su misión, se dirige a la ciudad santa de Jerusalén. Sabe que se acerca el momento definitivo. No rehúye, sino que asume radicalmente la tarea que le ha sido encomendada. Para ello cuenta con el Espíritu que está sobre Él y así anuncia el evangelio a los pobres, da luz a los ciegos y libera a los oprimidos, a fin de inaugurar el tiemplo de la gracia.

Cuando llega a Jerusalén el mismo pueblo con el cual ha caminado y ha compartido tantas enseñanzas y acciones salvíficas, lo recibe cantando con esperanza “¡BENDITO EL QUE VIENE EN EL NOMBRE DEL SEÑOR!” Los fariseos y los sumos sacerdotes y otras personas vinculadas a ellos sienten temor y deciden terminar de planear la muerte. Para ellos es preferible que uno muera y no que el pueblo los abandone. Eligen al Mesías, es verdad. Eligen al que está subvirtiendo no el orden sino toda la historia.

Los niños de los hebreos, las mujeres del pueblo, los hombres que caminaron con Él y sintieron que él lo hacía con ellos, lo reciben como Rey. Se ha dado una especie de simbiosis entre ellos. Jesús, por su encarnación, es capaz de encontrarse y de darles lo más grande que posee: su amor misericordioso y transformador. Los escuchó, como lo hizo Yahvé con su pueblo oprimido en Egipto. Y, al escucharlo, sencillamente ratificó la voluntad salvífica de Papá Dios.

Al entonar “hosannas” y “glorias”, el pueblo da un paso adelante, pues en el fondo está recibiéndolo no solo como un simple rey, sino como el Rey de reyes. Así se cumple la profecía y la Hija de Sión manifiesta la alegría que le embarga, pues el señor está en medio de sus hijos.

Lo que era una buena noticia para el pueblo se convertía en la más terrible para los fariseos y poderosos del momento. Deciden acabar con Él. Es lo que nos recordará el relato de la Pasión que la liturgia de este día nos presenta. El saludo triunfal del pueblo se convertirá en suplicio doloroso organizado por quienes desde hacía mucho tiempo habían dejado de ser y sentirse pueblo. Hasta llegaron a “pactar” con Pilatos, con tal y acabara con el nuevo “Rey”. Tuvieron la misma actitud de Herodes cuando los magos del Oriente no regresaron a Jerusalén después de haberse encontrado con el recién nacido Rey de Israel.

Hoy, al iniciar la semana santa estamos llamados a discernir a partir del acontecimiento que conmemoramos. Leemos el significado de este evento salvífico y lo contemplamos con ojos de fe. Ello nos permitirá reafirmar nuestra fe y reconocimiento pleno del Mesías Rey y Salvador. Lo profesamos de manera personal y eclesial, además de manifestarlo públicamente con los ramos o las palmas con las que adornamos nuestras casas, símbolo de que somos el mejor adorno para dar a conocer nuestra opción por el Rey de reyes.

Hoy más que nunca se hace imperativa la necesidad de dar a conocer la fuerza liberadora de ese Rey. Muchas veces, al hablar de paganismo e idolatría, nos referimos a los pueblos del pasado. Sin embargo, en la actualidad se dan, incluso entre no pocos católicos, una nueva idolatría y un nuevo paganismo. A veces, contradictoriamente, llegamos a ser “religiosos” sin Dios. El materialismo, el ansia de poder y del dinero, el narcotráfico y las mafias destructores de dignidad…eso y mucho más constituyen el nuevo paganismo, los nuevos dioses que son idolatrados. Frente a esto, la misión de los creyentes y de la Iglesia es el anuncio del Dios vivo, el Rey reconocido hoy, listo para tomar posesión del trono con el cual inaugura su reino, la Cruz.

Hoy, a la vez, como miembros del pueblo de Dios, debemos aprovechar esta solemnidad, para renovar nuestro compromiso-alianza que nos distingue como Iglesia: imitar a Jesús y caminar todos juntos, pero particularmente con los más pobres y excluidos de la sociedad. Si lo hacemos, el mismo Señor nos acompañará y haremos sentir su presencia transformadora. Es lo que hará que muchos se arriesguen a optar, como nosotros, por el Señor Jesús, y entonces, proclamar “¡BENDITO EL QUE VIENE EN EL NOMBRE DEL SEÑOR!”.

MIERCOLES SANTO

Es tradición en Venezuela y otras partes del mundo que, antes de comenzar el Triduo Pascual, fijemos nuestra mirada y atención en la figura de Jesús con la Cruz a cuestas y lo reconozcamos como “el nazareno”. A Él acuden, con expresiones sencillas de confiada fe y con elementos propios de religiosidad popular, pobres y ricos, sanos y enfermos, hombres y mujeres. Es curioso y llama poderosamente la atención que haya tanta devoción a esta figura del Dios humanado.

¿Por qué se da todo esto? ¿Cuál es la razón para que la gente se acerque con confianza a buscar en Él el consuelo y la fortaleza? Muy contrario a lo que algunos piensan y con lo cual afinan sus ataques a la Iglesia, los creyentes no ven en “el nazareno” un ídolo. Es cierto que la mano de algunos artistas ha dibujado o tallado la figura del Cristo sufriente camino de El Calvario. Y si bien puede llamar la atención, no es la talla ni a la representación material adonde acuden los creyentes. Este representa físicamente lo que en el fondo es buscado por los creyentes: la misericordia de un Dios cercano que supo caminar con su pueblo y no ha dejado de hacerlo en el correr de los siglos.

Buscamos en “el nazareno” la gracia   el transmite para dar salud espiritual y corporal, para sostener a los débiles, fortalecer al angustiado…Y todo porque admiramos en Él, “el nazareno”, al “Emmanuel-Dios con nosotros” que se introdujo en nuestra historia y se hizo igual en todo a nosotros menos en el pecado. Contemplamos en Él, al Dios que vino al encuentro de la humanidad resquebrajada internamente por el pecado de los primeros padres que rompieron la comunión con el Dios Creador. Sentimos que es Palabra de Verdad liberadora con la cual nos sostenemos y elevamos nuestra condición. Con Él, aprendimos a “escuchar”, pero también a “ser escuchados”. De Él brota la fuerza del Espíritu Santo que, con el don de la sabiduría y del consejo, para que podamos descubrir el camino de la novedad de vida por el cual llegamos al encuentro definitivo con Dios.

En la figura-ícono del “nazareno” experimentamos cómo Él se identifica con nosotros. En esa figura aparentemente débil, con una cruz pesada sobre sus hombros y un rostro marcado por el dolor del suplicio y la tortura, nuestro pueblo se ve retratado. Podríamos correr el riesgo de quedarnos con la expresión humana del Dios hecho hombre. Pero, la fe nos lleva a descubrir y profundizar en esa figura humana del redentor cómo de verdad se hizo uno de nosotros.

De allí que tantos hermanos acudan para recibir su consuelo, su fuerza y la esperanza para poder vencer el dolor y la angustia. El creyente no debe quedarse sólo en el miércoles santo. Sería incompleta la manifestación de confianza en el Dios humanado y redentor. El creyente debe saber que luego de la “Vía Dolorosa” se halla El Calvario” y la agudización del dolor hasta la muerte. Al identificarse con “el nazareno”, el discípulo no sólo sabe que debe cargar con su cruz, sino también convertirla en puerta de resurrección.

Una de las tareas que tenemos todos: maestros y discípulos, pastores y ovejas, consiste en dar el paso para convertir esa identificación con “el nazareno” en la misma identificación con el resucitado, cuya luz brillará para destruir la oscuridad y la maldad del mundo. El camino del “nazareno” se parece al de nuestros hermanos sufrientes, al de los migrantes despreciados durante su larga trayectoria en busca de mejores condiciones de vida, al de los menospreciados y cargados con el peso inconmensurable puestos en sus hombres por mafiosos, narcotraficantes, violentos y prepotentes.

Al “nazareno” le ayudó el Cireneo. Es lo que también debemos hacer desde la Iglesia. Esta celebración nos invita a dos cosas importantes: a la solidaridad y a la comunión. Comunión con los que sienten soledad y necesidad de una decidida ayuda para su dignificación y liberación. Solidaridad para compartir en el camino los dolores y angustias, transformándolas también en gozos y esperanzas.

Ello exige de la Iglesia salir al encuentro de todos sin excepción… pero con un amor preferencial por quienes más lo necesitan: los oprimidos, los pobres y excluidos, los abandonados, los que padecen tantos males, los “descartados” por la sociedad. Encontrarlos y escuchar sus clamores para darlos a conocer y convertirse en la voz profética que los oriente y los defienda. Todo ello con la sabiduría del Espíritu que permite avizorar los tiempos nuevos de la liberación pascual de Jesús.

En la celebración eucarística de este día, colocamos las ilusiones y esperanzas, los desconsuelos y angustias, los dolores y opresiones de nuestra gente. Así como el pan y el vino se convertirán en el alimento de la vida eterna, todo aquello se convertirá también en fuerza renovadora que permitirá al ser humano sentirse amado y bendecido por “el nazareno”.

JUEVES SANTO

La historia de la salvación refleja en todo momento la alianza entre Dios y la humanidad. En el A.T. se la ve realizada con el pueblo de Israel y es anuncio profético de la nueva alianza que se escribirá, no en piedras sino en el corazón de cada creyente. En el N.T. se sellará con la sangre del Cordero inmolado, el Señor Jesús. Así nace la Nueva y definitiva Alianza entre Dios y la humanidad, de la cual la Iglesia es portadora y custodia fiel.

Toda alianza, conlleva el elemento de la comensalía. Se come, como gesto de comunión, parte de lo ofrendado a la divinidad. Al instituir la nueva alianza de salvación, Jesús instituye el alimento propio de la misma. Así el pan y el vino eucarísticos se convierten en el mayor gesto de comunión entre Dios y la humanidad. En efecto, Dios mismo, con su cuerpo y su sangre, se dan en alimento para el creyente. Este lo recibe y hace suyo para fortalecer el vínculo de amor existente con Dios y con los hermanos.

El pan convertido en el cuerpo, el vino en la sangre: ambos se dan como expresión sacramental tanto del sacrificio que redime al hombre como de la resurrección que termina de otorgarle la liberación. Por ello, la celebración eucarística termina siendo siempre una conmemoración de la Pascua de Jesús con la que se va teniendo fuerzas para llegar al banquete del Reino eterno.

El jueves santo antes del viernes del dolor redentor, Jesús se encuentra de manera familiar pero solemne con los suyos. Allí les entrega tres realidades que los deben continuar hasta el final de los tiempos la eucaristía y el mandamiento del amor fraterno con la ayuda del nuevo sacerdocio. Todo se resume en una expresión hermosa. HAGAN ESTO EN CONMEMORACION MIA. Se hace memoria al hacerlo en nombre del Sumo y Eterno Sacerdote: se hace memoria de la entrega del cuerpo y la sangre de Cristo, con el maravilloso prodigio de la resurrección; se hace memoria del amor que todo lo puede y que encontrará en el gesto del lavatorio de los pies una particular manera de justificarlo y realizarlo.

El jueves santo es la fiesta del encuentro por excelencia. Allí encontramos la síntesis de lo hecho por el Maestro a lo largo de su vida pública. El encuentro con la humanidad, particularmente la más pobre y golpeada, halla en la Cena de la Pascua una forma peculiar de resumir todos los encuentros de enseñanza, de sanación, de liberación, sostenidos durante los años anteriores por el Señor con sus hermanos. Ha escuchado el clamor de su gente y por eso les ofrece a todos los sacramentos de su presencia en la eucaristía, en el sacerdocio y en el mandato del amor fraterno.

Se hace escuchar y les pide que aprendan a oír a los suyos: Si el Maestro ha sido capaz de lavar los pies a sus discípulos, éstos deben continuar haciéndolo con la misma actitud: la del servidor que libera y escucha. Escucha el clamor y la necesidad de atender a la gente y así, les brindará, a todos, la fuerza transformadora de su servicio y de su amor.

Dios se hizo presente en la humanidad sin mayores aspavientos y protocolos. Desde la pequeñez y humidad de su condición fue capaz de hacer que todos alcanzaran el objetivo: cumpliendo la voluntad de Dios, elevó a los seres humanos a la condición de hijos de Dios. A partir de ahora, como conclusión y consecuencia del HAGAN ESTO EN MEMORIA MIA, deben continuar la tarea iniciada por el Maestro. Ello exige el encuentro y la escucha; en palabras más nuestras, ello requiere comunión, armonía y sintonía con todos. Es, entonces, como podrán ser identificados como sus discípulos: en que se aman los unos a los otros como el mismo Maestro de Galilea lo supo hacer.

A partir de esta hermosa tarde, la Iglesia ha hecho memoria viva de la Palabra y la Eucaristía. Ejes fundamentales de la vida eclesial y de toda acción misionera. Con estos dos ejes, además de fortalecer la escucha mutua en comunión y el encuentro de hermanos. Se hace realidad de manera permanente el discernimiento. En la mesa de la Palabra se ilumina la existencia de cada creyente y de sus comunidades, además de leer lo que Dos nos quiere decir en los diversos acontecimientos de la humanidad. Pero, no para quedarse en una simple meditación, sino para enriquecer todo con la presencia real del señor en la misma Eucaristía. Entonces, la Iglesia trae los frutos del trabajo cotidiano, las dificultades que se han tenido, las interrogantes surgidas para ofrecerlas al Padre por mediación del sacerdote configurado a Cristo. Así, entonces, se recibe la gracia sacramental para continuar la evangelización y edificar el Reino de Dios en medio de todos los hermanos.

Aprendemos con lo conmemorado el Jueves Santo que todos somos servidores los unos de los otros. El ejemplo del Maestro al lavar los pies de los discípulos y que hemos recibido como mandato es la clave para entender la actitud eucarística que nos ha de acompañar durante la celebración, ciertamente, pero también en el quehacer diario: el amor fraterno. Con él nos identificamos cuales discípulos de Jesús.

Todos los días debemos lavar los pies de los demás. Y permitir que los nuestros sean lavados. En la forma sinodal de la vida de nuestras comunidades, el lavarnos los pies –en sus múltiples modos de realizarlo- demostramos que no estamos aislados. Caminamos juntos, por tanto, compartimos juntos: desde la reflexión hasta la organización del apostolado, desde la propia existencia hasta la esperanza por un mundo mejor; desde los logros hasta los fracasos… Con ese hecho asumido por cada uno de nosotros personal y comunitariamente, le estaremos dando una proyección eucarística a lo que somos y hacemos.

En virtud de ello, podemos exclamar con Pablo: CADA VEZ QUE COMEMOS DE ESTE PAN Y BEBEMOS DE ESTE CALIZ, ANUNCIAMOS TU MUERTE Y RESURRECCIÓN, SEÑOR, HASTA CUANDO VUELVAS.

VIERNES SANTO

En esta tarde conmemoramos el momento culminante del misterio de la presencia de Dios en medio de nosotros. Al contrario de lo que se podía pensar acerca de Dios, Éste, humanado, llega al suplicio de la muerte. Su encarnación supuso el poder asumirla, de verdad, pero de otra manera. Sin embargo, al identificarse desde el inicio de su misión como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, ya había aceptado la dimensión sacrificial de la misma muerte. De hecho, en la Cruz, se realiza el sacrificio de la nueva alianza para sellar la nueva condición de salvación que va a distinguir a la humanidad.

La lectura de la pasión según Juan nos ofrece algunos elementos que nos permiten comprobar que Jesús ha asumido como redentor el sacrificio de la Cruz: primero que nada, es reconocido como el “hombre” que asume el dolor y las consecuencias del pecado en la humanidad. Es reconocido como el rey con un reino diverso, cuyo trono será, no de marfil o de mármol, sino el leño de la Cruz. En las palabras que pronuncia transmite la esperanza de la Nueva Creación, como lo dejan ver las palabras dirigidas a la MUJER-MADRE de la humanidad y al Hijo, representante de los discípulos que constituirán la Iglesia. El TODO ESTÁ CUMPLIDO habla de la llegada de la condición renovadora que permite que los seres humanos puedan llegar a ser hijos de Dios. La lanza permitirá que, también, se cumpla la profecía y así todos puedan contemplar al que traspasaron. Comienza el tiempo del silencio antes de la explosión de la luz refulgente de la resurrección.

El Calvario se convierte en un lugar para confirmar la voluntad divina de salvar a la humanidad. Desde esa experiencia, se reafirma que el Dios humanado es el Dios del encuentro: con el Padre a quien entrega su espíritu en forma sacrificial y redentora; con la humanidad a la cual re-presenta en su búsqueda de reconciliación. En El Calvario Jesús demuestra que ha sido capaz de escuchar el designio de su Padre y de atender el anhelo de liberación de sus hermanos los hombres. Esa escucha se traduce en la actitud de apertura para hacer entender a los demás que Él es el CAMINO, LA VERDAD Y LA VIDA.

Como todos los años, al conmemorar la muerte redentora del Señor, nosotros nos hacemos eco de la propuesta paulina de identificarnos con la Cruz de Cristo. Él nos ha pedido tomar la nuestra… pequeña en relación a la de Jesús. Pero Cruz, en fin. Al identificarnos con esa Cruz, nos colocamos en una posición muy importante en medio de los hermanos. Hacemos nuestros sus dolores y esperanzas, sus sufrimientos y anhelos, sus opresiones y desafíos. Con ello, nos hacemos solidarios con tantísimos hermanos que no dejan de sufrir en nuestro tiempo: los enfermos, particularmente los de covid, cáncer y otras enfermedades graves, los desplazados y descartados por las razones que los prepotentes esgrimen, los migrantes menospreciados en todas las partes del globo terráqueo, los golpeados por la guerra y los conflictos armados, sostenidos por los que se creen poderosos, los prostituidos y esclavizados por el tráfico de personas, el comercio de la droga….

Pero, al identificarnos con la Cruz de Cristo, hacemos sentir, con nuestro trabajo evangelizador y de promoción humana, que hay puesto para todos en el Paraíso, como bien se le hizo saber al buen ladrón; que el perdón sigue siendo una tarea, que debemos acogernos mutuamente como hermanos e hijos de Papá Dios, según el ejemplo de Juan con María; y, sobre todo, extendemos por todo el universo, desde nuestras familias y comunidades cercanas que el TODO ESTÁ CUMPLIDO de Jesús sigue produciendo efectos de salvación y libertad.

Para poder identificarnos con la Cruz, el mismo Maestro nos dio la clave: ser capaces de lavarnos mutuamente los pies, y así, al convertirnos en servidores al estilo de Jesús, cumplir el mandamiento del amor fraterno. La Cruz conlleva el encuentro y la escucha de quienes son los parias de la sociedad, los indefensos, los pobres y excluidos, los abandonados y rebajados en su dignidad. Al hacerlo, estaremos haciendo el mejor de los discernimientos: elegir l verdadero camino de novedad que se terminará de abrir con la resurrección.

En este día recordamos tantos elementos del misterio redentor. Todos ellos giran en torno a la decisión del Maestro de ofrendar su vida por la humanidad. Por ser sus discípulos, al imitarlo y actuar en su Nombre, definitivamente, hacemos nuestra esa misma decisión. Aunque muchos lleguen a pensar que el misterio de la Cruz continúa siendo una locura, para nosotros es todo lo contrario. Esa Cruz es signo de Victoria, como lo cantamos en la liturgia de este día. Victoria porque permite el encuentro y la escucha de los que pareciendo tenerla su voz no es atendida sino echada en los precipicios del olvido. Desde esa misma Cruz, optando por seguir a Jesús redentor, también descubrimos permanentemente que el camino es el del ser humano, donde se ha encarnado el señor Jesús.

En esta tarde podemos reafirmar que también nosotros somos como el Cireneo que ayudó al Nazareno a cargar su madero de Cruz y no ser como el soldado que le dio vinagre amargo al Señor cuando este dijo TENGO SED. Somos testigos del Crucificado…

SABADO SANTO

La oscuridad nos habla de la nada, antes de la creación. La noche simboliza esa situación. Asimismo, tanto la noche como la oscuridad traducen la triste condición del pecado con su carga de muerte. Jesús, luego de su muerte en Cruz, es depositado en un lugar frío y sin luz. Allí termina de encontrarse con la condición más radical que ha sufrido la humanidad: la soledad y tristeza de la muerte simbolizada en la oscuridad, fruto del pecado. En ese encuentro con la noche oscura del sepulcro, termina de identificarse con el ser humano.

Pero, lejos de ser vencido por esa condición tenebrosa, Jesús surge victorioso. Se levanta como un relámpago de luz para terminar de vencer al pecado y su secuela de muerte y oscuridad. El resplandor de su Resurrección ilumina de manera definitiva a la misma humanidad y crea un nuevo ámbito. Como en el inicio de la Creación, así como fue destruida la oscuridad de la nada, ahora con la Resurrección se da la Nueva Creación y, entonces, la nada mortal del pecado queda destruida. Lo primero que Dios crea, según el relato del Génesis es la luz; lo primero que re-crea con la Resurrección es también la luz, pero de manera indestructible.

Con la Nueva Creación, Jesús abre las puertas para un nuevo modo de encuentro con Dios y con los hermanos. Es el encuentro transformador que hace posible a los seres humanos llegar a convertirse en “hijos de Dios” … como consecuencia, hermanos entre sí, sin distinción de ningún tipo. Jesús, como Yahvé ante la opresión sufrida por el pueblo elegido en Egipto, ha escuchado tanto el clamor de la humanidad oprimida por el mal como la voluntad de Dios de salvarla.

En la nueva manera de encontrarse entre Dios y los hombres, el de la paternidad/filiación, se da inicio a una nueva manera de escuchar: el de la libertad de los hijos de Dios. Bíblicamente, también la libertad se manifiesta en la comunión. Comunión es sintonía y ésta se fortalece en el diálogo. Ya la Palabra hecha carne termina de pronunciarse de parte del mismo salvador: ya no se necesitan más intermediadores. Por convertirnos en “hijos de Dios Padre”, el hombre nuevo liberado entra en contacto directo con la Palabra. No sólo la escucha, sino que se hace eco de ella por medio del testimonio de vida.

Desde esa nueva situación, se le invita al “hombre nuevo” a discernir. Es mucho lo que se puede decir acerca del discernimiento. Sin embargo, desde la experiencia de la Pascua, podemos acentuar tres elementos que nos permiten leer la voluntad de Dios en todos los acontecimientos de nuestra vida: Uno primero es que, al identificarnos con el Resucitado y ser transformados en “hijos de Dios” recibimos la luz. Como nos enseña Pablo, nos convertimos en “hijos dela luz”. Desde esa realidad pascual y bautismal, nos hacemos capaces de iluminar y entender la realidad y la enseñanza de Dios mismo.

“Ser luz en el señor” para destruir las oscuridades que se nos puedan presentar a nosotros y a los hermanos. Implica, a la vez, el tomar la decisión de ayudar a los demás, particularmente los que siguen oscurecidos por el pecado o la ignorancia de Dios, a conseguir el verdadero camino.

Otro elemento es muy precisó: San Pablo nos recuerda que, gracias al bautismo, inmenso efecto de la resurrección, somos introducidos en el camino de la novedad de vida. Esto nos permite re-conocer la senda que debemos seguir. No es otra cosa sino dejar que lo nuevo, lo salvado, lo pascual nos ayude a orientar nuestro destino y nuestras decisiones. Más aún, ese transitar por las sendas de la novedad de vida nos permite caminar en la vida según el Espíritu. Este nos concede sus dones y así no sólo descubrimos lo que el Señor nos va dando a conocer, sino que nos pone la tarea de darlo a conocer también a los hermanos.

Al ser hijos de la luz y estar en ese camino de liberación, adquirimos una cualidad muy particular: logramos tener los mismos sentimientos de Jesucristo. Si eso es así, ciertamente que estaremos no sólo en capacidad de actuar en su nombre, sino que podremos provocar en los demás la imitación, no de nosotros, sino del Cristo que reflejamos.

El tercer elemento importante es el de la alegría. Pascua es alegría. No como la da el mundo. Es la alegría que brota de la luz, de la comunión con Dios y de haber sido liberados de la oscuridad dela muerte por el amor de Dios. Esa alegría, de la cual cantaremos a lo largo del tiempo pascual, es expresión del amor. El jueves santo, al crearse los sacramentos de la nueva alianza, se nos invitó a hacer lo mismo que el Redentor: a amar de manera plena. Así es como seremos reconocidos cuales discípulos de Jesús. Así es como podremos hacer de nuestra existencia renovada una continua entonación del ALELUYA PASCUAL.

Esta hermosa noche es noche de amor. Esta hermosa noche deja de ser oscura por el triunfo de la luz. Esta hermosa noche es para conmemorar la Nueva Creación con la cual participamos del encuentro y escucha de Dios para compartirlos con los demás, descubriendo siempre el camino del Señor para que alcancemos la plenitud. Esta hermosa noche es noche de paz, amor y alegría.

DOMINGO DE PASCUA

La Palabra de Dios, en este domingo, el más importante de este año de gracia, nos brinda una serie de elementos que nos permiten terminar de valorizar las promesas bautismales que renovamos ayer en la Vigilia Pascual. La mención de la tumba vacía nos permite reafirmar nuestra renuncia al pecado y a su autor, el demonio. Este ha sido vencido, de manera radical. Quizás se sentía victorioso con la muerte del Redentor. Pero, la frialdad y oscuridad del sepulcro se trastocó con el calor y la luz de la resurrección. El símbolo de la tumba vacía habla del tiempo pasado de la antigua condición: el no haber nadie en ella y estar con la puerta abierta les permitió a los discípulos anunciar “es verdad lo que nos había enseñado…ha resucitado”.

Todavía faltaba el encuentro con el Resucitado. De manera pedagógica Éste se va haciendo el encontradizo. Primero con María, a quien le pide anuncie a sus hermanos que sí, que de verdad ha resucitado. Fruto de ese encuentro primero es la escucha de la fe de los discípulos. Como siempre, Él les precederá y hay que prepararse para ello.

Es necesario que se dé la preparación de la fe. Así nos lo hace ver el episodio de Emaús. Dos discípulos desconsolados regresan de Jerusalén donde debían haber permanecido, sobre todo porque unas mujeres habían dicho que vieron al Señor. Fueron vencido por el desencuentro y se regresaron a su aldea…siempre lejos del centro, de Jerusalén. Es cuando se produce el “encuentro” con el transeúnte”: se maravillan de que no supiera lo ocurrido en la ciudad santa. Pero el peregrino les comienza a hablar de la Escritura. Más tarde en el encuentro para comer, lo terminan de descubrir y de escuchar. Se les abren los ojos y ven al Maestro, lo reconocen… aparentemente lo dejan solo y se regresan al “encuentro” con los hermanos.

La tercera manifestación, de la que probablemente participaron los caminantes de Emaús, es en el sitio donde todos estaban reunidos. Jesús se deja ver y se termina de acabar la oscuridad y la ceguera. Lo reconocen y lo admiran. Él les da la fuerza del Espíritu. Así comenzó la nueva etapa dela historia de la salvación.

Tres apariciones, tres encuentros, tres momentos de escucha que termina por darles a los discípulos la capacidad de reconocerlo. A partir de ese momento, como nos lo referirán los libros del Nuevo Testamento, los creyentes tendrán la disposición de conocer, asumir y entender la voluntad salvífica y el designio amoroso de Dios. Pero no para guardarlos en secreto sino para darlo a conocer de tal modo que sean luz en el camino de la humanidad.

Hoy celebramos la alegría de la Resurrección desde la experiencia del encuentro del Resucitado con sus discípulos. Hoy se nos sigue apareciendo, no en la forma que algunos fundamentalistas pretenden. Se nos sigue apareciendo en la Iglesia, en los sacramentos, en su mismo Palabra, en el amor y en la vida de todos los hermanos, cualquiera que sea su condición.

Hoy podemos decir al Señor ¡QUÉDATE CON NOSOTROS! Pues lo hemos reconocido en el partir el pan, en su Palabra que hace arder los corazones, en la tumba vacía, o en la comunión con los hermanos del nosotros de la Iglesia. Hoy, le podremos decir gracias, pues nos ha liberado y nos ha permitido entrar en la nueva condición de los hijos de Dios. Es un agradecimiento comprometedor: nos corresponde salir a los caminos de los hermanos para hacerles arder su corazón con la Palabra de vida y liberación, lo debemos dar a conocer en el compartir el pan de la eucaristía que también se hace presente para fortalecer en solidaridad a los más necesitados… así también tendremos la oportunidad de vivir en alegría de un amor que con la resurrección alcanzó la plenitud.

SIETE PALABRAS

MEDITACION

LAS SIETE PALABRAS DE JESUS EN LA CRUZ

I.

Meditar las Siete Palabras del Señor en la Cruz nos permite contemplar la intencionalidad del Maestro que enseña. Se las puede meditar una por una o agrupándolas. Lo importante, en todo caso, es concluir cómo iluminan nuestra vida y obras. Así podremos dejarnos guiar por la voluntad salvífica del mismo Señor, expresada desde el acto redentor de la Cruz. También podemos verlas desde alguna óptica particular, tratando, por supuesto, de dejarnos conducir por esas palabras, pronunciadas desde el dolor del Crucificado; pero, a la vez, como traducción solemne del momento de la entrega final de Jesús, el Cristo.

Queremos enmarcarlas hoy en una experiencia muy propia del Señor, con la cual le da a la Iglesia una luz a fin de fortalecer su ser y quehacer. Hoy, insistimos mucho en la sinodalidad de la Iglesia: para ello, debe seguir el ejemplo de su Fundador. Así podrá encarnarse en la humanidad de la cual es servidora. Es el principio de la encarnación. Al igual que Jesús, la Iglesia se introduce dentro de la humanidad y de su historia. Entonces, como lo supo hacer el Maestro, se identifica con ella de tal modo que sigue junto en su camino hacia la plenitud. En eso consiste de verdad la sinodalidad: “caminar junto con los hombres y mujeres para acompañarlos y animarlos a alcanzar esa plenitud del encuentro definitivo con la Trinidad Santa.

Al hacer realidad todo esto, comparte los gozos y las esperanzas, las dificultades y angustias, los problemas y los logros de esa misma humanidad. Para lograrlo, cual parte de su vocación, la Iglesia se hace pueblo… y “pueblo de Dios”. Sólo una Iglesia que experimenta la alegría de ser pueblo es capaz de hacer el camino sinodal. No será una asociación que agrupe simpatizantes y que se organiza verticalmente. Tampoco un conjunto de creyentes o personas religiosas que viven rigorísticamente un conjunto de creencias y preceptos sin referencia a la vida concreta junto con tantos seres humanos en sus situaciones concretas.

Como pueblo de Dios, “orgánicamente organizado”, según el ícono del cuerpo de Cristo, la Iglesia vive para evangelizar. En el mandato evangelizador recibido el día de la Ascensión, se encierra el dinamismo de una Iglesia sinodal. El Papa Francisco descubre en dicho mandato las líneas importantes de la sinodalidad. Jesús le pide a la Iglesia naciente, en las personas de los Apóstoles y primeros discípulos que vayan al encuentro de todos hasta los confines de la tierra. En esa salida misionera al encontrarse con la gente, conjuga el verbo “escuchar”: la oye y se deja oír. En esa conjugación del verbo “escuchar”, se crea comunión de tal modo que pueda crecer el número de los discípulos que opten por Jesús. Paso seguido, con la ayuda del Espíritu Santo, se hará posible el discernimiento, con el cual se podrá conocer el camino de la novedad de vida y sus implicaciones. Camino que los discípulos podrán transitar con los otros hermanos para fortalecerse y crecer “en espíritu y verdad.

Proponemos, a continuación, la meditación de las SIETE PALABRAS DEL CRUCIFICADO, desde el prisma de los tres verbos propuestos por el Papa Francisco al hablar de “sinodalidad”: «ENCONTRARNOS-ESCUCHAR-DISCERNIR.

 

  1. ENCONTRAR.

Al contemplar el misterio de la Cruz, volvemos a toparnos con el misterio de la Encarnación. Ambos se articulan: el hombre nace y en el tiempo correspondiente muere. Para nosotros, hay un paso adelante, ya que no consideramos la muerte como un fin desastroso. Detrás de ella existe una novedad: la eternidad. Esta se consolida con la Resurrección de Cristo.

Ahora bien, si la encarnación supuso el ingreso de Dios en la historia de la humanidad, la redención también supuso el encuentro del Dios humanado en el ámbito de lo más trágico del ser humano, la muerte. Pablo, al escribir a los Filipenses, lo declara y nos enseña que la encarnación implicó dejar la condición divina a fin de hacerse el más pequeño para enriquecer de manera definitiva al ser humano, con su muerte vencedora del pencado, causante de la misma muerte. Esa victoria de Cristo en la Cruz alcanza la plenitud con la resurrección, mediante la cual Jesús resurge como “Hombre Nuevo” y permitir que cada ser humano también se consiga con una realidad que le transforma y le haga capaz de llegar a ser “hijo de Dios”.

El acto redentor es el momento del mayor encuentro de Jesús con su Padre y con la misma humanidad. Para eso se encarnó. Con el Padre, pues, aún con la aparente soledad y abandono que pareciera experimentar, allí están los dos: uno cumpliendo la voluntad del Otro, quien, a la vez, está recibiendo la entrega sacrificial del Hijo. Jesús lo refleja al decir “EN TUS MANOS ENCOMIENDO MI ESPIRITU”

En esa palabra, expresa su generosa y radical entrega. En el fondo, también manifiesta que su reclamo “DIOS MÍO, DIOS MÍO ¿POR QUÉ ME HAS ABANDONADO?” no es sino el sentimiento propio de cualquier ser humano ante el fenómeno de la muerte. Jesús lo había anunciado en el huerto de Getsemaní. Sólo que allí, ante la angustia provocada al ver la muerte cercana, profesa la comunión con el Padre: “NO SE HAGA MI VOLUNTAD SINO LA TUYA”.

En El Calvario, de otra manera, se repite la escena del Getsemaní. Jesús le reclama la soledad de la Cruz: “DIOS MÍO, DIOS MÍO ¿POR QUÉ ME HAS ABANDONADO?”. Ahora lo hace mirando el cumplimiento de la voluntad de salvación. Por eso, Jesús exclamará: “EN TUS MANOS ENTREGO MI ESPIRITU”. Y da un paso más para mostrar no sólo la radicalidad del acto redentor, sino el culmen del mismo en el encuentro con Dios Padre cuando dice: “TODO ESTA CUMPLIDO

Toda la existencia de Jesús estuvo marcada por el continuo encuentro con su Padre. No podría faltar en el momento solemne de su muerte con la cual iba a destruir la maldad del pecado y vencer a quien tiene como tarea propia dividir y des-encontrar al ser humano.

En El Calvario se confirma el continuo encuentro con el Padre. Desde allí se logra también entender el encuentro con la humanidad: aquella que lo ha condenado y se burla de Él; la que lo dejó solo o por traición o por negación o por miedo; la que descubre que verdaderamente es el Hijo de Dios; la que se atreve a pedirle la entrada en el Reino nuevo que está inaugurando; la que permanece siempre fiel, como María y Juan a los pies de la cruz.

A pesar del sufrimiento, Jesús tiene palabras de consuelo y de aliento que, precisamente, hablan de “encuentro” No quiere que su entrega se pierda y por ello apela a la misericordia de su Padre en favor de sus adversarios y verdugos: “PADRE PERDONALOS PORQUE NO SABEN LO QUE HACEN”. Además, muestra cómo, en el fondo, su obra redentora apunta a un encuentro mayor y definitivo: “HOY MISMO ESTARÁS CONMIGO EN EL PARAÍSO”, le promete al buen ladrón. Esto produce un efecto muy concreto en uno de los asistentes que no era judío, el soldado romano, quien exclama. “VERDADERAMENTE ESTE ERA EL HIJO DE DIOS”.

Por otra parte, nos conseguimos con una escena conmovedora llena de ternura: el encuentro con la Madre. Desde su propio seno hasta El Calvario, María supo estar y caminar al lado de su Hijo. Fue conociéndolo e identificándose con Él, ya que guardaba todo en su corazón. Así fue como en Caná de Galilea descubrió que ya estaba llegando la Hora. Hora que se estaba manifestando ahora en la Cruz. El Hijo no podría dejarla sola a la Mujer por excelencia. Da un paso y abre las puertas a su nueva humanidad: “MUJER HE AHÍ A TU HIJO. HIJO HE AHÍ A TU MADRE”.

Curiosamente para muchos, Jesús consuela a la Madre dolorosa dándole un encargo y convirtiéndola en el signo sacramental de la Iglesia. María es figura de la Iglesia cuyo hijo –Juan- representa a la humanidad nueva redimida por el Señor. María no se queda sola, es verdad. Tampoco la humanidad que la recibe. Nos encontramos con una imagen evangélica donde hay una profunda revelación del misterio de la Iglesia, la cual es también Madre creadora de comunión con toda la humanidad: “MUJER, HE AHÍ A TU HIJO. HIJO HE AHÍ A TU MADRE”.

En el reducido espacio de El Gólgota y desde la incomodidad dolorosa de la Cruz, la Iglesia necesariamente ha de aprender que ha nacido para propiciar y sostener el encuentro de Dios con la humanidad. Para eso fue fundada: para hacer realidad en el camino de la novedad de vida en comunión/encuentro que anticipa la participación en el reino eterno de salvación. La palabra cariñosa de Jesús reafirma su vocación de servidora de la humanidad “MUJER, HE AHÍ A TU HIJO. HIJO, HE AHÍ A TU MADRE”.

Al cumplir con su Misión, da sentido a la razón del encuentro: “EN TUS MANOS ENCOMIENDO MI ESPIRITU”. Esta exclamación le impulsa a la Iglesia a ser fiel y permitir que el “TODO ESTÁ CUMPLIDO” se mantenga en el tiempo surtiendo el efecto liberador que encierra. Sobre todo, frente a quienes se sienten desolados y abandonados, considerados descarte del mundo y sintiendo el menosprecio de los arrogantes que se creen más que los demás: tantos pobres, excluidos, los que sufren la trata de personas y las nuevas esclavitudes y que exclaman “DIOS MIO, DIOS MÍO ¿POR QUÉ ME HAS ABANDONADO?”

La Iglesia se hace pueblo para favorecer el encuentro dignificante con la gente, creyente o no. A los hombres todos, debe hacerles experimentar la esperanza que provocan las palabras dichas al buen ladrón: “HOY MISMO ESTARÁS CONMIGO EN EL PARAÍSO”. Y lo hace promoviendo, sin exigencias ni condiciones, la solidaridad, la fraternidad, la reconciliación… Es decir, con el amor que todo lo puede. Al cumplir con esta tarea, hará que muchos se conviertan en discípulos de Jesús y proclamen que verdaderamente Él es el Hijo de Dios.

Fiel a su Maestro, la Iglesia es tierra propicia para el encuentro y, por tanto, para ESCUCHAR.

 

III. ESCUCHAR.

Con su encarnación, Jesús nos enseña lo que significa “ESCUCHAR”. Gracias al encuentro con la humanidad, se hizo posible el diálogo entre Dios y el hombre. En Cristo, se hace realidad el dinamismo de la escucha. Lo hace en doble vía: oye al Padre y le hace oír, por su mediación, lo que “ve” en medio de sus hermanos los hombres. A la vez, invita a los seres humanos a escucharlo a Él, quien sólo tiene palabras de vida eterna con la Verdad que libera. Según Él mismo nos advierte, oye y conoce a sus ovejas, las cuales también escuchan su voz y lo llegan a conocer. Es así como entran en sintonía con Él de tal modo que pueden llegar a ser un solo rebaño bajo un solo pastor.

Jesús enseña a escuchar. En primer lugar, está cumpliendo la voluntad de Papá Dios, la cual ha escuchado desde la eternidad en el seno de la trinidad Santa. En armonía con su Padre le responde para que también lo escuche: TODO ESTÁ CUMPLIDO. Respuesta a la voz del Padre en forma de realización de esa voluntad divina para que, aún casi sin fuerzas, lo oiga. Para garantizar ese cumplimiento de la voluntad divina, concreta su entrega: PADRE, EN TUS MANOS ENCOMIENDO MI ESPIRITU.

En ese mismo marco, Jesús le habla a su mismo Padre. Si su designio es de salvación, entonces debe hacerle caso cuando exhorta: PADRE, PERDONALOS PORQUE NO SABEN LO QUE HACEN. Esta exhortación la realiza con autoridad, la cual manifiesta a la vez ante el petitorio del buen ladrón: ACUERDATE DE MI CUANDO ESTÉS EN TU REINO. Por eso, se atreve a suplicar el perdón para sus adversarios, hasta con una justificación: PORQUE NO SABEN LO QUE HACEN. Para eso ha venido al mundo y ha aceptado dar fiel cumplimiento al designio y voluntad del Padre Dios.

La escena que se verá poco después ante la Madre María es un ejemplo de escucha. Muy peculiar, pues María no habla… sin embargo, el Hijo parece entender el sufrimiento y la nueva condición de la Madre. Entonces pronuncia su palabra para que ella, junto con el discípulo amado, lo escuchen. En primer lugar, le habla a la MUJER, es decir a la Madre. Allí, además, al hablarle la convierte en Madre de la humanidad y de la Iglesia naciente. Más aún, la convierte en el signo de la Iglesia de la escucha.

María “escucha” una voz de consuelo que la transforma. Es la imagen-ícono de la Iglesia. A partir de ese momento, ella acompañará a la humanidad cumpliendo la misión que le entregará el Hijo el día de la Ascensión. María oye que no se quedará sola, porque se convierte en la figura de la Iglesia y en Madre de toda la humanidad.

Jesús habla nuevamente a su discípulo, quien representa a los que están ausentes y a los que vendrán después. Él debe cuidar a la madre terrena, María. Pero, a la vez, debe cuidar y acoger a la nueva Madre, la Iglesia. Es la invitación a hacer de la escucha de esta solicitud un paso en el descubrimiento de una nueva condición: la pertenencia a la Iglesia, el nuevo pueblo de Dios, la Madre y Maestra que a lo largo de los siglos y hasta los confines de la tierra acogerá a todos los seres humanos para hacerles experimentar los frutos del Calvario redentor.

Ya indicamos que Jesús oye al buen ladrón y le ofrece que HOY ESTARÁS CONMIGO EN EL PARAISO. Jesús es Maestro de la escucha. No sólo porque oye, sino porque es capaz de entrar en comunión con su interlocutor. En todo caso, el interlocutor de ese momento re-presenta a toda la humanidad la cual, como Pedro en su momento profesó SOLO TU TIENES PALABRAS DE VIDA ETERNA.

Sin embargo, quien “escucha” y enseña a “escuchar” no es atendido en su dolor cuando exclama. TENGO SED. Es oído, pero no escuchado. Y, más bien, el soldado romano para evitar que vuelva a fastidiar, no le da agua sino una pócima amarga que termine por cancelar la fuerza de su voz. TENGO SED, clamor del moribundo que no es atendido. Quien dio de comer a miles, quien atendió el clamor de los que buscaban curación, ahora recibe el peor de los desprecios: el silencio ante su petición, sencilla y necesaria. En todo caso, se le cancela su voz y se le prohíbe ser escuchado.

Las palabras de Cristo en esta perspectiva también son una enseñanza para todos nosotros. Como María y Juan, hemos recibido el mensaje del Señor y hemos de responder a su invitación de aceptar a la nueva Madre y hacerlo con la condición de nuevos hijos. La Iglesia nace en la Cruz y una de sus características que hereda de allí es la “escucha”. Escuchar a Dios para seguir haciendo realidad la salvación… escuchar la petición de perdón ya que ha recibido el misterio de la reconciliación… escuchar cómo ha de seguir entregando su espíritu para todo siga cumpliéndose… escuchando el clamor de quienes quieren estar en el reino del Crucificado… escuchar los clamores de tantísimos hermanos que piden agua pues tienen sed…

Hoy, es necesario promover la mutua escucha. El diálogo es necesario y forma parte de la vocación humana, pero siempre unido al “encuentro”. La Iglesia debe propiciarlo, aún entre aquellos que no lo quieren, o lo manipulan, o lo condicionan… En un mundo donde prevalece el individualismo de una globalización mal entendida y donde se quiere imponer un nuevo orden mundial operado sólo por potentados sin sentido humano…urge que todos los miembros de la Iglesia tengan la misma actitud del Maestro de la Escucha.

No podemos dejar de lado a quienes en condiciones duras y hasta infrahumanas piden se les dé el agua del respeto, de la justicia, de la libertad, de la dignidad…, en el fondo del amor.  Son los migrantes, muchas veces despreciados por los caminos dentro y fuera de la patria…quienes son sometidos a las esclavitudes de trabajo, de prostitución, de trata de personas, de narcotráfico o de reclutamiento por parte de bandas de irregulares… Pero es también el clamor del grito desesperado TENGO SED de quienes se han empobrecido y no consiguen un sueldo digno, una atención adecuada para su salud, o la falta de una educación liberadora y humanizante…

Otro ejemplo que podría resultarnos lejano es toda esa experiencia de sordera ante el clamor por la paz en la siempre irracional guerra ahora en Ucrania. Todas las potencias e instituciones mundiales ven con preocupación la fragilidad de la paz… pero en el fondo no les interesa la situación de las personas que sufren los horrores de la guerra. Su única y verdadera preocupación son sus propios intereses. Cuando los que sufren la guerra claman TENGO SED, sencillamente se le da la pócima amarga de connivencias, de consideraciones más de carácter geopolítico…no cuenta para nada la gente. Se repite lo mismo que El Calvario cuando el sediento Crucificado no recibe agua vivificante, sino el vinagre amargo del egoísmo.

Estas palabras que nos invitan a pensar y decidirnos por ser capaces del encuentro y la escucha, también nos permiten dar el paso siguiente. El del DISCERNIMIENTO.

 

  1. DISCERNIR.

Mucho se habla de discernimiento y poco se entiende sobre él. Pareciera que se está imponiendo como moda hablar de discernimiento y sinodalidad. Entonces cualquier cosa la justificamos apelando a estas dos palabras. Pero, el discernimiento es algo que tiene sus raíces en la escritura. Es allí donde conseguimos la enseñanza propia para entender lo que es el discernimiento. Es cierto que debemos conocer y aprender a discernir. Pero también es cierto que estamos capacitados para hacer realidad el discernimiento, ya que por el Bautismo y la Confirmación hemos recibido el don-carisma del CONSEJO. Este, en el fondo, es una gracia de Dios que nos capacita para discernir.

Discernir es saber conocer, leer e interpretar la voluntad de Dios. Cuando uno realiza el discernimiento, en sus diversas maneras, trata de descubrir la voluntad de Dios en los hechos concretos y signos que se nos presentan en la vida. A la vez, se nos permite descubrir en cada acontecimiento la manifestación de la voluntad de Dios. En todo caso, la voluntad de Dios no la podemos reducir a los eventos y accidentes propios de la vida humana. Es mucho más que eso: es el designio de salvación que Dios tiene para todos los seres humanos. El discernimiento nos permitirá avizorar el camino de la novedad de vida (salvación): los efectos y las situaciones por donde debemos transitar ese camino, etc.

Desde el Concilio Vaticano II se nos ha invitado a “leer los signos de los tiempos”. Este es un ejercicio que tiene que ver con el discernimiento. Es decir, se trata de leer lo que Dios quiere señalarnos a través de todos los signos de los tiempos. Allí descubrimos el terreno por donde debemos transitar para alcanzar la plenitud y así enrumbarnos a la salvación, verdadera voluntad de Dios.

También nos conseguimos con el anti-discernimiento. Esta habla de la negativa de leer en los signos de los tiempos y de la vida propia esa voluntad salvífica. Cuando Jesús exclama TENGO SED, el soldado romano asume la postura del anti-discernimiento. Ni siquiera piensa correctamente. Sólo se deja llevar por las circunstancias del momento… prefiere actuar para aparentemente calmar la sed, pero eliminado toda posibilidad de que el Crucificado vuelva a pedir algo en beneficio propio.

Ese anti-discernimiento se ha hecho presente a lo largo de la historia. Hoy del mismo modo lo conseguimos en tantas actitudes: cuando se prefiere la guerra o razones geopolíticas o se pretende imponer un sistema opresor delas libertades humanas… cuando en vez de promover la dignidad humana se opta por aprobar el aborto, la eutanasia y la destrucción de la familia como célula fundamental de la sociedad… cuando no se valora la centralidad de las personas en los pobres y excluidos… cuando se abusa de menores sea en el campo de lo sexual como en el campo de lo laboral… cuando se destruye la casa común de la creación y se permite el enriquecimiento de mafias y corporaciones que no invierten en el bien de las personas…El anti-discernimiento no es capaz de prestar atención al clamor de los hermanos que gritan TENGO SED.

Como miembros de la Iglesia, nos toca luchar contra esta actitud y permanecer fieles a la voluntad de Dios Padre. La salvación es la meta definitiva. Sin embargo, debemos cooperar para que sea anunciada y asumida, sus efectos se anticipen en la dignificación de la persona y la comunidad y, así entonces, se pueda participar en la NUEVA CREACION inaugurada en la Cruz y sellada con la resurrección de Jesucristo.

Cuando la Iglesia practica el discernimiento, sea personal o comunitariamente, se acerca más y más al Reino de Dios. Cuando no lo hace, se convierte en una corporación más donde predomina el anquilosamiento, el clericalismo, el egoísmo y la tibieza o mediocridad. Si la Iglesia en todos y cada uno de sus miembros se siente dirigida por el Espíritu Santo, no podrá dejar de realizar el discernimiento en todo tiempo y lugar.

En la Cruz, la misma Iglesia aprende a discernir dejándose iluminar por su Maestro. Ella verá que la voluntad del Padre se hace en la cooperación porque todo alcance plenitud y mayor luz. Así lo enseña la exclamación de Jesús. TODO ESTÁ CUMPLIDO. Precisamente, la Iglesia es heredera de esa acción redentora. Con su ministerio, la Iglesia debe contagiar a todos la plenificación, haciendo realidad la conseja del Maestro: SEAN USTEDES PERFECTOS COMO EL PADRE CELESTIAL LO ES.

Con el testimonio y apostolado de todos, la Iglesia sigue presentando la ofrenda sacerdotal de Jesús, cuando dice EN TUS MANOS PADRE ENCOMIENDO MI ESPIRITU. Lo hace con el sentido eucarístico de su servicio a toda la humanidad. Asimismo, ejercerá en medio de los seres humanos el ministerio de la reconciliación para seguir haciendo realidad la petición de Jesús a su Padre. PADRE, PERDONALOS PORQUE NO SABEN LO QUE HACEN.

Frente a quien repite DIOS MIO, DIOS MÍO ¿POR QUÉ ME HAS ABANDONADO? Y clama angustiosamente TENGO SED, la Iglesia es capaz de leer y re-descubrir de manera permanente el camino que debe transitar para acompañar y hacer realidad la justicia y la libertad en medio de todos. El Papa san Juan Pablo II nos recordaba que el camino de la Iglesia es el mismo hombre, con sus gozos y alegrías, pero también con sus tristezas y angustias…al transitar ese camino, la Iglesia lee que la voluntad de Dios la impulsa a dignificar y elevar la condición de todos los seres humanos… sin excepción alguna.

La Iglesia es tierra de encuentro y escucha…y desde allí, de discernimiento. Es algo que debemos tener como propio todos los miembros de la Iglesia. Para ello, con la Palabra, los sacramentos, la oración y la solidaridad fraterna con los hombres nos permitirá ver, actuar, servir y realizar la voluntad de Dios: que todos los seres humanos alcancen la salvación y la comiencen a disfrutar en esta tierra…. aquí tenemos la casa común; aquí comenzamos el camino a la novedad de vida; aquí hacemos memoria viva del Salvador.

V.

Al concluir esta meditación desde las siete palabras del Crucificado, sabiendo que hay mucho por seguir contemplando, se nos vuelve a presentar la invitación del Papa Francisco. Iluminados por el Maestro de la Cruz, sencillamente reafirmamos que, como Iglesia, estamos llamados a ENCONTRARNOS CON TODOS, ESCUCHARNOS Y DISCERNIR LA VOLUNTAD DE DIOS EN NUESTROS MOMENTOS ACTUALES.

No lo podemos hacer de manera aislada, como si se tratara de una especie de ejercicio académico o laboral, o como si fuera una de tantas investigaciones más. Lo hemos de hacer desde nuestra pertenencia a una Iglesia que acoge a todos y anima a que todos caminemos juntos.

En nuestra Iglesia local de san Cristóbal, llevamos 100 años caminando juntos en espíritu y verdad. Al conmemorar este primer centenario debemos animarnos a seguir haciéndolo con los criterios que nos vienen del Evangelio. Estas siete palabras, amén de los otros textos bíblicos y litúrgicos de la Semana Santa nos han de permitir reafirmar que somos una Iglesia sinodal. Hemos de seguir ese camino: “escuchando” la palabra de Cristo pronunciada por nuestros hermanos, lo cual exige y requiere que sigamos encontrándonos con ellos. Así, entonces, lograremos que seamos conducidos por el Espíritu Santo por las sendas del designio salvífico de Dios Padre.

Conmemoramos la Pascua liberadora de Jesucristo. No nos quedamos en la tumba cercana al Calvario…la percibimos vacía pues desde allí irrumpió la luz dela vida nueva del resucitado. Entonces, con la novedad de ese acontecimiento, nuestra actitud de encontrarnos y escuchar nos permitirá discernir, y con ello optar, por hacer posible LOS CIELOS NUEVOS Y LA TIERRA NUEVA de la liberación para nuestro pueblo, nuestra sociedad y toda la humanidad.

María, Madre y Signo de la Iglesia nos acompaña y escucha para interceder por nosotros. El Espíritu nos sigue dando sus dones, en especial la sabiduría y el consejo, a fin de perseverar en el compromiso/alianza que hemos adquirido al aceptar ser discípulos misioneros de Cristo. Que todo lo que hagamos en el nombre del Señor sea una manifestación, un reflejo y una realización de la palabra clave de Jesús. TODO ESTA CUMPLIDO.-

+MARIO MORONTA R., OBISPO DE SAN CRISTOBAL

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