Iglesia Venezolana

Ntra Sra de Altagracia: el cardenal Porras en Quíbor

"La devoción mariana ha sido el canal más seguro que ha encontrado el creyente para perseverar en la fe y la esperanza, sobre todo, en los momentos de dificultad y contradicciones"

HOMILÍA EN LA FESTIVIDAD DE NUESTRA SEÑORA DE ALTAGRACIA DE QUÍBOR, A CARGO DE S.E.R. CARDENAL BALTAZAR PORRAS CARDOZO, ARZOBISPO METROPOLITANO DE CARACAS. Quíbor, Domingo 19 de febrero de 2023.

 

Con la venia de Mons. Víctor Hugo Basabe, Administrador Apostólico de Barquisimeto.

Queridos hermanos Sacerdotes, Seminaristas y Agentes Pastorales.

Capitanes, Salveros, Cargadores, Camareros cofrades de Nuestra Señora de Altagracia

Autoridades Civiles del Estado Lara y del Municipio Jiménez.

Queridos integrantes de la Orquesta Mavare.

Colegas Cronistas

Representantes de los medios de Comunicación Social

Amigos y devotos de la milagrosa imagen de Nuestra Señora de Altagracia.

 

 

Considero una gracia muy especial el tener la dicha de presidir la fiesta de Nuestra Señora de Altagracia de Quíbor por invitación del Sr. Obispo, del Párroco, P. Havis Escalona y feligresía de este pueblo larense, pues su nombre evoca una de las mejores virtudes de un pueblo: el amor al trabajo, sembrar y cosechar, con el añadido de la creatividad artesanal, en su arte popular y en el cultivo de las mejores tradiciones que ponen en alto lo que conduce a la fraternidad y la solidaridad. Se une a lo anterior, la belleza artística y musical, representada hoy aquí, en la participación litúrgica de la Orquesta Mavare, joya indiscutible del patrimonio larense y venezolano, en la interpretación de lo popular y lo sagrado.

 

Junto a estas virtudes humanas, la devoción a María Santísima, bajo la no menos hermosa advocación de Altagracia. Mirar a lo alto, recibir la gracia más alta que es la ternura y cuidado de la Madre de Dios sobre su pueblo, representado en el Niño Jesús, objeto de su contemplación y fuerza para atender lo débil y frágil. Celebrar esta fiesta, tradicionalmente en enero, y este año por circunstancias ajenas a ustedes, pues han tenido la delicadeza de trasladarla hasta hoy para que quien les habla, pueda, como peregrino unirme a la feligresía aquí presente. Estoy convencido que esta devoción, que se pierde en los siglos pasados, está unida a las tradiciones navideñas, los reyes magos, los paseos del Niño y la Divina Pastora, que en el calendario litúrgico anterior al Concilio Vaticano II se extendía a lo largo del mes de enero hasta la fiesta de la Candelaria, el 2 de febrero.

 

El intercambio de bienes tangibles e intangibles entre la costa venezolana y las islas mayores de La Española y Puerto Rico en la cuenca del Mar Caribe fue mucho más activo en el pasado que hoy en día. Ello permitió que el trasvase de personas, culturas y devociones se extendieran de una a otra orilla. No es ajena a las devociones marianas venezolanas la advocación de Nuestra Señora de Altagracia, venida desde Higüey hasta nosotros. No olvidemos que en el siglo dieciséis Santo Domingo fue centro primado de los asuntos civiles y religiosos. Como peregrina, la Virgen de Altagracia acompañó las vicisitudes de los viajeros que se desplazaban de las islas a tierra firme. Ya en el siglo XVII encontramos en Altagracia de Orituco, en el norte del estado Guárico, un antiguo lienzo de la Virgen de Altagracia; en Los Puertos de Altagracia, en la costa oriental del Lago de Maracaibo, el comercio marítimo incluía imágenes y tradiciones que hicieron tienda en las orillas lacustres; y el hermoso templo de Altagracia en el centro de Caracas, la cofradía de hacendosos mulatos levantó iglesia barroca de amplias dimensiones que embellecieron e incorporaron a todos los estratos sociales de la capital provincial. La historia recoge relatos similares, en los que la visita y asentamiento de peninsulares y criollos de ambas orillas difundieron con creces la devoción a la Virgen de Altagracia entre nosotros bajo el patrón de la tradición dominicana.

 

No podía Quíbor estar ausente de este benéfico trasiego ya que la advocación se hace presente mucho antes que las otras localidades mencionadas, desde los albores del siglo XVII, siendo el lienzo que contemplamos, el más antiguo y perseverante desde entonces hasta nuestros días: es la festividad que hoy celebramos jubilosos. Pero, es que, además, esta tierra que pisamos, es la cuna de lo que con el tiempo vino a ser Venezuela. Primero, los alemanes Welsares exploraron estas tierras, procedentes de la tradición católica de los países bajos, seguidos de los extremeños y andaluces, que dieron origen a la fundación de pueblos a la usanza hispana de donde surgió la antigua provincia de Venezuela, germen matriz de nuestra nacionalidad.

 

Con razón, el Concilio Plenario de Venezuela afirma que “el pueblo venezolano manifiesta un profundo amor y devoción a la Santísima Virgen María, reflejados en el gran número de advocaciones marianas que se veneran en el país y en los numerosos pueblos elevados en su honor. Este amor a la Virgen impregna, de modo particular, los tiempos de Adviento y Navidad, lo mismo que la Semana Santa y los meses de mayo y octubre”(CPV, la celebración de los misterios de la fe, n. 23).

 

Esto se ha mantenido en el tiempo y así lo testificó el Obispo Mariano Martí a su paso por esta localidad en la famosa visita pastoral a la extensa diócesis de Caracas hace doscientos cincuenta años. Aguedo Felipe Alvarado, celebró en este templo su primera misa como presbítero recién ordenado y participó en la procesión desde la ermita hasta el pueblo, en 1871. Y en tiempos más cercanos, Monseñor Oriano Quilici, Nuncio Apostólico coronó el lienzo sagrado en 1992 y otro señor Nuncio, Monseñor Giacinto Berloco, en este siglo, presidió los 400 años de la imagen veneranda.

 

La devoción mariana ha sido el canal más seguro que ha encontrado el creyente para perseverar en la fe y la esperanza, sobre todo, en los momentos de dificultad y contradicciones de la que no estamos exentos ninguno de los humanos. La ternura de María ha sido y es bálsamo reconfortante y ayuda misericordiosa en las debilidades. Como ella, en el silencio de su corazón, estuvo siempre pendiente de la vida de su hijo y de las angustias de quienes estaban en apuros. La escena de las bodas de Caná habla por sí sola. Socorrer al necesitado en cualquier circunstancia.

 

Nos ha tocado vivir en una época en la que la incertidumbre y la adversidad se han adueñado de la humanidad. Se cierran los horizontes y la desesperanza campea por doquier. A nivel mundial, las guerras superan los esfuerzos por una paz duradera. La brecha entre ricos y pobres se agiganta pues crece la pobreza y la miseria. El respeto a la vida, valor que proclamamos como prioritario, no lo es en la práctica, pues se aprueban leyes y se presenta como un logro y un derecho sesgar la vida del no nacido como la del anciano o el discapacitado. Estorba el que no produce o el que impide el disfrute o el placer personal o grupal.

 

Acercarnos a María de Altagracia es un muro que nos pone alerta para no perder el norte de la existencia humana. “La vida es el arte del encuentro, aunque haya tanto desencuentro por la vida”. La imagen del poliedro, es decir de esa realidad irregular con aristas, sin un centro aglutinador ha hecho exclamar al Papa Francisco que “el poliedro representa una sociedad donde las diferencias conviven complementándose, enriqueciéndose e iluminándose recíprocamente, aunque esto implique discusiones y prevenciones. Porque de todos se puede aprender algo, nadie es inservible, nadie es prescindible. Esto implica incluir a las periferias. Quien está en ellas tiene otro punto de vista, ve aspectos de la realidad que no se reconocen desde los centros de poder donde se toman las decisiones más definitorias” (Fratelli tutti 215).

 

Veámonos en el espejo de esta celebración. Estamos aquí porque la fe en María nos dice, primero, que somos iguales. En segundo lugar, que lo que nos diferencia por muy grande que parezca es menor que lo que nos une y nos permite compartir, con alegría y esperanza, el presente y el futuro. Seamos capaces de sentirnos coprotagonistas de lo que queremos ser. Construyamos juntos, con esfuerzo, sudor y lágrimas, pero también con la satisfacción de venir con las manos llenas de la alta gracia del Señor. Con el salmista repitamos “aunque camine por un valle con tinieblas de muerte, no temeré ningún mal, porque tú estás conmigo: tu vara y tu cayado me dan seguridad” (salmo 23, 4).

 

El Evangelio de este séptimo domingo del tiempo ordinario nos pone en alerta. “Han oído que se dijo, ojo por ojo y diente por diente”… “Han oído que se dijo, ama a tu prójimo y odia a tu enemigo”. Es la lógica del mundo. Contracorriente el mensaje evangélico nos pone en la antítesis: al que te golpea ponle la otra mejilla… hagan el bien a los que los odian, persiguen o calumnian. Signfica esto que hay que comportarse como seres sumisos, esclavos de las circunstancias o de quienes nos manipulan. Por supuesto que no. Es el llamado a ir por el camino estrecho del diálogo, del encuentro, de la racionalidad, de la actitud samaritana. Estoy seguro que todos tenemos la experiencia de haber vivido o padecer situaciones de enfrentamientos. También estoy seguro que cuando hemos reaccionado desde el poder o el desprecio, heos salido derrotados. La paciencia y la constancia todo lo pueden, nos dicen los grandes místicos. La corrección fraterna, el ponernos en el pellejo del otro para medio entender su situación es la vía para construir la fraternidad que nos lleva a la igualdad y a la serenidad.

 

Es la dosis que requerimos para superar la crisis global que vive nuestra sociedad, nuestro país, nuestro vecindario. Quíbor no es una excepción en mostrar las muchas experiencias buenas que inciden en la vida personal, familiar y comunitaria. En la ayuda a los más necesitados, en la preocupación por las mejores oportunidades de estudio y superación de nuestros muchachos; en la consolidación de experiencias exitosas en el cultivo del campo y en la creatividad artesanal como fuentes de riqueza y convivencia. Como dice San Agustín, “no seamos necios, no queramos corregirla la plana a Dios sino hacer su voluntad y no la tuya”. Es lo que de mil maneras han hecho los feligreses de este pueblo a la vera de la Virgen de Altagracia.

 

Continuemos la Eucaristía inspirados en los arpegios de la Orquesta Mavare, con la ofrenda de la vida de los fieles devotos que enaltecen con sus obras la fe católica de este pueblo. Que así sea.

 

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